El director de teatro Ángel Gutiérrez cumple 90 años, y muchos de ellos los pasó en la antigua URSS, a la que llegó como «niño de la guerra» y donde se convirtió en un prestigioso dramaturgo hasta que, censurado y considerado un disidente, decidió volver a una España donde le veían como «un perro verde».
Ángel Gutiérrez aprendió su profesión de los discípulos de Stanislavski y llegó a ser profesor en el prestigioso Instituto Ruso de Arte Teatral. A lo largo de su carrera puso en escena numerosas obras y participó en la creación del legendario Teatro Taganka de Moscú. En España fue fundador del teatro de Cámara Chéjov y la Escuela de Artes Teatrales de Madrid, además de profesor en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Junto a estos logros, la suya ha sido una vida llena de dificultades que agradece porque, dice, son las que le han hecho como es, y que recuerda lúcidamente y con todo detalle. Nacido en Asturias, perdió a su padre con 2 años y comenzó a ser pastor a los 5. Y cuando tenía 6 años, junto con una hermana un poco mayor que él y otra menor, fueron llevados a Gijón para embarcarse rumbo a la URSS huyendo de la guerra civil. A la pequeña no la dejaron embarcar y nunca la volvieron a ver.
«La guerra nos ayudó a ser fuertes», rememora Gutiérrez, que fue uno de los tres mil «niños de la guerra» que llegaron a la Unión Soviética, donde asegura que les atendieron lo mejor que pudieron. Recuerda de sus primeros meses el asombro al ver una representación de ballet en San Petersburgo. La Segunda Guerra Mundial provocó su traslado a un internado en los Urales, donde surgieron sus inquietudes artísticas, que le llevaron a estudiar teatro, con una especial admiración por Chéjov, y a empezar una prestigiosa carrera. Fue amigo de las figuras artísticas más famosas de los años 60 en la URSS, incluido el destacado cantautor Vladímir Vysotsky o el director de cine Andréi Tarkovsky.
Trabajó durante muchos años como profesor del Instituto Ruso de Artes Teatrales (GITIS) y realizó numerosos montajes, algunos sobre una España que no conocía realmente y que se imaginaba «ideal» a través de sus lecturas de obras como el Quijote. También estudió cine, porque quería hacer en concreto dos películas: una, por supuesto, sobre el Quijote y otra sobre la odisea que había protagonizado junto con otros «niños de la guerra» españoles. Para esta última, que quería llamar «A la mar fui por naranjas», en recuerdo de una canción que cantaba en su Asturias de niño, tenía un guión pero estuvo diez años intentando hacer la película sin lograrlo por muchos obstáculos que no comprendía. Y empezaron a prohibir sus montajes, en concreto seis, por lo que, «desesperado», decidió regresar a España en 1974, relata.
Dos días antes del viaje un amigo del Comité Central del Partido Comunista le reveló que no eran los soviéticos los que habían censurado su guión: «Había sido Dolores Ibárruri, La Pasionaria, porque no le gustaba que contara que todos los niños no habíamos sido siempre felices» y hubiera relatado cómo un compañero del internado se había suicidado porque no le dejaban regresar a España con su madre. Las dificultades continuaron en su regreso a España: no tenía trabajo ni dónde vivir aunque un pintor que conoció casualmente, José Luis Verdes, le dejó su estudio durante años. Pero él se sentía «como un perro verde: venía de otro planeta».
Desconocido entonces en España como dramaturgo, cuenta cómo en una actuación en Belgrado, a Nuria Espert le preguntaron reiteradamente por Ángel Gutiérrez y que fue así cómo su nombre empezó a sonar de nuevo. El director y guionista Rafael Pérez Sierra le procuró trabajo y comenzó una trayectoria en la que ha sumado más de 70 obras hasta que tuvo que retirarse en 2012. «Mi vida ha estado acorde con lo que ocurrió en el siglo XX, y el XXI no es mejor, con lo que está sucediendo en todo el mundo», sostiene Gutiérrez, que «como artista», culpa a Estados Unidos de la invasión rusa de Ucrania.
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