Ganadora del Premio Hiperión con su libro Mar de Pafos cuando apenas sobrepasaba la veintena, la suya fue una de las voces más poderosas de la poesía joven que entraba al siglo XXI. A continuación reproduzco Albada, un poema de Esther Giménez.
Albada, de Esther Giménez
Alguna vez he visto amanecer.
Todos sabéis cómo es: de la negrura
resurge un débil brote sin querer
de luz que el ojo apenas asegura
—si de un color, si de otro, siempre cálido—
que duele, que molesta, que depura
su recién vida, crítico y crisálido,
a punto de quebrársele la pata
al tembloroso cervatillo escuálido.
Se pone en pie, se estira, se dilata…
Mientras, el ojo, ya desperezado,
comienza a reinventar su flor y nata
—color, tono, matiz, significado—
como si no supiera que la luz
nunca ha atendido a Adán ni a su legado.
El Sol confuso alarga la testuz,
se asoma a ver quién mira y nos conoce
aún tras la Tierra-costra-tragaluz
y en confianza nos brinda el primer roce.
¿Quién es padre de quién? Se dice El Hombre
—obtiene de Natura tanto goce
que no queda camino que no alfombre—.
¿Qué sirve de la luz, tautología,
si no tiene perrito que la nombre?
Y el Sol siguió saliendo cada día,
incombustible siempre a nuestros símbolos,
motor casi inmortal de poesía.
Pasando por el forro de los nimbos
cada cantar, si alondra o ruiseñor,
si hacemos desayunos con Pan Bimbo,
si tú, si yo, si bien o mal de amor…
Sin embargo, la ciencia y la costumbre
me obligan a encontrarle al esplendor
un estatismo impropio de su lumbre,
un apagarse lento y sostenido
que no podemos ver desde la cumbre,
que no queremos ver pero es sabido,
se sabe ya seguro, se presiente,
se acabará. Sabéis ya cómo ha sido:
viajante del Oriente al Occidente
mientras captas de él fulgor de vela,
de toda su reacción la suficiente
aletargada luz que nos revela.
Alguna vez he visto algún ocaso.
Sabéis cómo será: deja su estela
la luz; después se va, poeta acaso.
¡Qué maravilla! Y luego dicen algunos que ya se han agotado las formas de describir un amanecer. Ni mucho menos. Solamente hace falta abrir el alma a la naturaleza y a nosotros mismos. Y si los buenistas y posmodernos me permitieran un piropo (no machista, creo), diría que la fotografía refleja a una joven poeta con una gran belleza natural, sin afectación, un rostro que trasmite serenidad y sosiego a pesar de su corta edad. Y un romanticismo inherente en esos ojos en los que tiene que ser un placer mirarse.
Gracias por la poesía. Me ha alegrado el día.
Me parece mucho más que justo dejar mi agradecimiento a Esther Giménez por su bello poema
Un poema que no zurce lo clásico consabido, y de lo anecdotico y cotidiano, pop que llaman mal nombrado, es vulgar, es decir, no hay nada poético en el texto que yo leo.