Ahora que estas Romanzas y Donaires pasan del jueves al martes tras más de dos años, permitan que recapitule un poco a través de una pequeña y humilde reflexión: amo la vida de los autores y artistas que pasan por aquí, hasta el punto de que esta columna tiene como leitmotiv el brindarles a ustedes un comienzo con cualquier anécdota sobre ellos. De alguna manera, siento que su vida penetra en la obra. Los he novelizado, los he convertido en personajes en varios libros. Creo que la realidad por la que transitan y la ficción que elaboran se tocan en un punto que siempre me resultó atractivo. Y creo que, si conoces la vida de Cervantes, el Quijote adquiere otra dimensión. Ahora bien, siempre he mantenido que a la hora de valorar ambos mundos hay que marcar muy bien el límite. Baudelaire podría ser moralmente un canalla, pero Las flores del mal son un hito de la literatura universal. No son dos valoraciones excluyentes, como es obvio.
Sin embargo, esta generación adanista se empeña en no diferenciar ambos juicios. Hombres malos, obra mala. Además, despreciando la escala de moral por la que se movieron ellos, y aplicando únicamente la propia. Leo a gente masacrar a Machado por casarse con Leonor, que cumplía quince años por aquel entonces, obviando que en 1909 a esa edad se adquiría la mayoría de edad, por poner sólo un ejemplo. A todo esto se añade que no sólo no se diferencia entre vida y obra, sino que a menudo la realidad no importa, sólo la percepción que de ella se tenga. El ejemplo más célebre, ¿qué importa si Woody Allen ha sido declarado inocente por la justicia? La masa ya ha dictado sentencia en una realidad paralela de la que el cineasta no puede escapar. Si esto ocurre en el presente, donde aún el acusado puede defenderse, qué no pasará con aquellos que han vivido en un pasado ajeno a esta moralina perversa, y que por supuesto no podrán defenderse
La última víctima de este revisionismo maquiavélico es Pablo Picasso, como bien sabrán. Ha sido el propio Iceta, ministro de Cultura, quien ha tenido que salir al paso de las peticiones de cancelación del Año Picasso, argumentando que las agresiones que le achacan al artista no justifican el prescindir de su pintura. Es una obviedad, pero el talento que se vuelca en el Guernica está muy por encima de lo que este hombre haya podido hacer a lo largo de su prolífica biografía. A esto, añado yo, hay que añadir que esas acusaciones no se han ratificado en ninguna parte, más allá de testimonios a los que Picasso no puede responder, siquiera, con su propia palabra. Por tanto, prepárense para la turra que se nos viene con el Picasso mujeriego, el Picasso misógino, el Picasso agresor, y toda la serie de jugosos adjetivos que la moral neopuritana ya mantiene en su punto exacto de cocción. En paralelo, ojalá, espero que alguien salve al que realmente nos interesa: el Picasso pintor.
Me pasa como con los toros. Igual. O parecido. No soy de Picasso. Su obra me parece genial, única pero cuando veo la mayoría de sus cuadros no me entusiasman, sobre todo su época cubista. Algunos si. No voy a entar en disquisiciones pictóricas sobre su obra porque no va al caso y los gustos son cuestiones muy personales. Pero no me cabe duda de que es un genio.
Lo que deploro y detesto es el linchamiento y la infame y escatológica cancelación. Su vida personal, sin conocerla seguramente nadie de verdad más que el propio interesado que, por cierto, ya no se puede defender, solo nos debe de servir de anécdota ante su magna obra. Ni siquiera les sirve ya su condición de exiliado y su apoyo incondicional a la República. Todo ello orquestado por los de siempre y las de siempre: buenistas, podemitas y femextrem (o feministas extremas o también llamadas talibanas o, si quieren, feministras, un nuevo apelativo de las mujeres para pertenecer al gobierno), descerebrados todos ellos.
Y todo esto está también dentro de la tendencia buenista a echar por tierra todo lo patrio, todo lo nuestro, nuestra cultura. ¡Defendamos a Picasso! Reivindiquémosle. Estamos defendiendo nuestra cultura, nuestro arte y estamos defendiéndonos a nosotros mismos. Si puedo, participaré en los eventos del año Picasso, por supuesto.
Y sin que sirva de precedente, bien por el ministro Iceta.
En la conclusión está el error: los caprichos de las masas aleccionadas por absurdas ideologías no son moral. La Moral es algo serio, es una disciplina filosófica y objetiva. Al abolirla, ha quedado un vacío en lo que costó siglos de reflexión, debate y experiencia llenar. Ahora, la primera ocurrencia de cualquier idiota es la definición del bien y el mal, ¿qué esperaba el hombre moderno? ¿Que el hombre se volviera prudente y razonable por milagro de la diosa Razón?
El ser humano es un mal bicho, con menos cerebro que una ameba y no se puede esperar gran cosa de él. Obedeciendo a su condición, tendrá buenos momentos, luz y sombra, pero yo creo que lleva una pulsión dañina en su cerebro. De hecho, se está suicidando, y aunque haga aspavientos, en el fondo se la pela.
El Picasso pintor se salva de una sola manera: mirando (y admirando) su obra. Nada más.
A mí tampoco me gusta Picasso, prefiero a Dalí, que como no se exilió durante la dictadura, será porque era un fascista de primera. Del artista lo importante es su obra, y no su comportamiento, o su físico, o su ideología, o su género, o sus gustos, o sus fobias y filias… Eso queda para la persona. Se puede estar en el Olimpo de los artistas y a la vez sentado en el banquillo de Nuremberg. Yo, si me cuadra, también participaré en los eventos del año Picasso.
Siempre he tenido tirria a la derechona zafia y cazurra de este país… y ahora también tengo tirria a la izquierda buenista y totalitaria. No hay manera…