En su último libro, El liberalismo y sus desencantados, Francis Fukuyama argumenta que la expansión de las democracias liberales es fruto de de una reacción frente a la percepción social de que los regímenes liberales se han mostrado impotentes para enfrentar los problemas generados por la desigualdad que ha traído consigo el capitalismo globalizado. Zenda adelanta la introducción escrita por el autor.
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Este libro pretende ser una defensa del liberalismo clásico, o bien —en caso de que este término esté demasiado cargado de connotaciones históricas— de lo que Deirdre McCloskey denomina «liberalismo humano». Creo que en la actualidad el liberalismo se encuentra seriamente amenazado en todo el mundo; si bien se asumió como algo natural en su día, sus virtudes y su valor tienen que exponerse y ponderarse de nuevo.
Por liberalismo me refiero a la doctrina surgida por primera vez en la segunda mitad del siglo xvii y que aboga por la limitación de los poderes de los gobiernos o los Estados mediante las leyes y, en última instancia, las constituciones, así como con la creación de instituciones que protejan los derechos de los individuos que viven bajo su jurisdicción. No me refiero al «liberalismo» con el que se hace referencia actualmente en Estados Unidos a las políticas de centroizquierda; ese conjunto de ideas, como veremos, difiere del liberalismo clásico en algunos aspectos cruciales. Tampoco hace referencia a lo que en este país se denomina «libertarismo», el cual es una doctrina peculiar basada en la oposición al gobierno o al Estado como tales. Asimismo, tampoco utilizo el término liberal en el sentido europeo, el cual define a partidos de centroderecha escépticos con el socialismo. El liberalismo clásico es un gran paraguas bajo el que se cobija una amplia gama de posicionamientos políticos que, no obstante, coinciden en cuanto a la importancia fundamental de la igualdad de los derechos individuales, la ley y la libertad.
Es evidente que el liberalismo ha estado en horas bajas en los últimos años. Según Freedom House, los derechos políticos y las libertades aumentaron en todo el mundo durante las tres décadas y media transcurridas entre 1974 y principios de la década de los 2000, pero llevan quince años seguidos disminuyendo hasta 2021, durante lo que se ha dado en llamar «recesión democrática» o incluso «depresión democrática».
En las democracias liberales consolidadas, son las instituciones liberales las que han sido objeto de un ataque directo. Líderes como Viktor Orbán en Hungría, Jarosław Kaczyński en Polonia, Jair Bolsonaro en Brasil, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía y Donald Trump en Estados Unidos fueron elegidos democráticamente y han utilizado sus mandatos electorales para atacar a las instituciones liberales a la primera oportunidad. Entre ellas se incluyen los tribunales y el sistema judicial, las administraciones estatales imparciales, los medios de comunicación independientes y otros organismos cuya función es limitar el poder ejecutivo mediante un sistema de controles y contrapesos. Orbán ha tenido bastante éxito a la hora de situar al grueso de los medios de comunicación de Hungría bajo el control de sus aliados. Trump tuvo menos en sus intentos de debilitar instituciones como el Departamento de Justicia, los servicios de inteligencia, los tribunales y los principales medios de comunicación, pero su intención era fundamentalmente la misma.
El liberalismo no sólo ha sido cuestionado en los últimos años por populistas de derechas, sino también por una renovada izquierda progresista. La crítica de este sector nace de la acusación —de por sí correcta— de que las sociedades liberales no estaban a la altura de sus ideales de ofrecer un trato igualitario a todos los grupos. Esta crítica fue ampliándose con el tiempo, hasta atacar los principios mismos del liberalismo, como dar prioridad a los derechos individuales frente a los colectivos, la premisa de la igualdad universal entre los hombres en la que se han basado las constituciones y los derechos liberales y el valor de la libertad de expresión y el racionalismo científico como métodos para comprender la realidad. En la práctica, esto ha provocado la intolerancia ante opiniones que se alejan de la ortodoxia progresista y el uso de diferentes formas de poder social para imponer dicha ortodoxia. Las voces discordantes han sido apartadas de posiciones de influencia y los libros discrepantes han sido vetados en la práctica, no por los gobiernos, sino por organizaciones poderosas que controlan su distribución masiva.
A los populistas de derechas y a los progresistas de izquierdas, el liberalismo actual no les desagrada, en mi opinión, a causa de una debilidad fundamental en la doctrina, sino que están descontentos por la manera en que el liberalismo ha evolucionado a lo largo del último par de generaciones. Desde finales de la década de 1970, el liberalismo económico ha evolucionado hacia lo que actualmente se denomina «neoliberalismo», el cual ha incrementado drásticamente la desigualdad económica y ha provocado devastadoras crisis financieras que perjudican a la gente corriente mucho más que a las élites adineradas en muchos países del mundo. En esta desigualdad se basa el argumento progresista en contra del liberalismo y del sistema capitalista a él asociado. Las normas institucionales del liberalismo protegen los derechos de todo el mundo, incluyendo a las élites existentes reacias a renunciar tanto a su riqueza como a su poder y que, por tanto, representan un obstáculo en el camino hacia la justicia social de los grupos excluidos. El liberalismo constituyó la base ideológica de la economía de mercado y, por consiguiente, está, en opinión de muchos, implicado en las desigualdades que conlleva el capitalismo. En Estados Unidos y Europa, muchos jóvenes e impacientes activistas de la generación Z consideran el liberalismo como un enfoque pasado de moda, propio de la generación del baby boom, un «sistema» incapaz de reformarse a sí mismo.
A la vez, la idea de la autonomía personal se expandió incesantemente y pasó a ser considerada un valor superior a todas las otras ideas sobre la «vida buena», incluyendo aquellas planteadas por las religiones y la cultura tradicionales. Los conservadores lo interpretaron como una amenaza a sus convicciones más profundas y consideraron que estaban siendo discriminados activamente por la sociedad en general. Pensaron que las élites estaban empleando una serie de medios antidemocráticos —su control de los medios de comunicación generalistas, las universidades, los tribunales y el poder ejecutivo— para impulsar su programa. El hecho de que los conservadores ganaran gran cantidad de elecciones en Estados Unidos y Europa durante este período no pareció influir en absoluto en la desaceleración del maremoto del cambio cultural.
Ese desencanto ante la manera en que el liberalismo ha evolucionado en las últimas décadas ha traído consigo demandas, tanto de la derecha como de la izquierda, de que la doctrina sea sustituida de raíz por un tipo de sistema diferente. Por parte de la derecha, se han llevado a cabo intentos de manipular el sistema electoral de Estados Unidos con el fin de garantizar la permanencia de los conservadores en el poder, con independencia de lo que se haya elegido democráticamente; otros han coqueteado con el uso de la violencia y de un gobierno autoritario como respuesta a lo que interpretan como una amenaza. Por parte de la izquierda, existen demandas de una redistribución masiva de la riqueza y del poder, así como del reconocimiento de los grupos en lugar de los individuos, basándose en unas características determinadas como la raza y el sexo, y políticas tendentes a igualar los resultados entre ellas. Dado que no es probable que nada de esto suceda sobre la base de un consenso social, los progresistas están encantados de seguir recurriendo a los tribunales, los órganos ejecutivos y su considerable poder social y cultural para impulsar su programa.
Esas amenazas al liberalismo no son simétricas. La procedente de la derecha es más inmediata y política; la de la izquierda es fundamentalmente cultural y, por tanto, de acción más lenta. Ambas están impulsadas por desencantos hacia el liberalismo que no tienen que ver con la esencia de la doctrina, sino más bien con la forma en que determinadas ideas liberales sensatas han sido interpretadas y llevadas al extremo. La respuesta a esos desencantos no es abandonar el liberalismo como tal, sino moderarlo.
El plan del presente libro es el siguiente. En el Capítulo 1 se definirá liberalismo y se presentarán sus tres principales justificaciones históricas. En los Capítulos 2 y 3 se analizará cómo el liberalismo económico evolucionó en la forma más extrema de neoliberalismo, lo que provocó una fuerte oposición y un notorio desencanto respecto al propio capitalismo. En los Capítulos 4 y 5 se estudiará cómo se absolutizó el principio liberal básico de la autonomía personal y cómo se convirtió en una crítica al individualismo y al universalismo en que se basaba el liberalismo. En el Capítulo 6 se hace referencia a la crítica de la ciencia natural moderna liderada en primer lugar por la izquierda progresista, pero que se extendió rápidamente a la derecha populista; mientras que en el Capítulo 7 se describe cómo la tecnología moderna ha cuestionado el principio liberal de la libertad de expresión. En el Capítulo 8 se plantea si la derecha o la izquierda tienen alternativas viables al liberalismo. En el Capítulo 9 se examina el desafío planteado al liberalismo por la necesidad de una identidad nacional y en el Capítulo 10 se exponen los principios generales necesarios para recuperar la fe en el liberalismo clásico.
No pretendo que el presente libro sea una historia del pensamiento liberal. Numerosos autores importantes han contribuido a la formación de la tradición liberal, así como muchos críticos con el liberalismo a lo largo de los años. Existen cientos, por no decir miles, de libros que hacen sus respectivas aportaciones. Por mi parte, quiero centrarme en las que considero que son las ideas fundamentales subyacentes en el liberalismo contemporáneo, así como en algunas de las graves debilidades de que adolece la teoría liberal.
Escribo este libro en una época en la que el liberalismo ha sido objeto de numerosas críticas y cuestionamientos y es, para muchas personas, una ideología anticuada y caduca incapaz de responder a los desafíos de nuestro tiempo. No es la primera vez que ha sido criticado. En cuanto se convirtió en una ideología vigente en el período inmediatamente posterior a la Revolución francesa, el liberalismo fue objeto de ataques por parte de críticos románticos que consideraban que estaba basado en una visión del mundo calculadora y estéril. Posteriormente lo atacaron los nacionalistas, que en la época de la Primera Guerra Mundial habían arrasado en el campo de batalla, así como los comunistas que les hacían frente. Fuera de Europa, las doctrinas liberales arraigaron en algunas sociedades como la India, pero fueron cuestionadas rápidamente por movimientos nacionalistas, marxistas y religiosos.
No obstante, el liberalismo sobrevivió a esos desafíos y se convirtió en el principio organizador dominante de gran parte de la política mundial a finales del siglo xx. Su perdurabilidad es un reflejo del hecho de que presenta justificaciones prácticas, morales y económicas que resultan atractivas para muchas personas, especialmente para aquellas cansadas de las violentas disputas engendradas por sistemas políticos alternativos. No se trata, como dijo Vladímir Putin, de una doctrina «obsoleta», sino de una doctrina que sigue siendo necesaria en el diverso e interconectado mundo actual. Por esta razón, no sólo resulta necesario exponer de nuevo las justificaciones de la política liberal, sino también explicar las razones por las cuales mucha gente la considera insuficiente hoy en día.
Especialmente desde 2016, ha habido una gran abundancia de libros, artículos y manifiestos que analizan los defectos del liberalismo y ofrecen consejos sobre cómo éste debería adaptarse a las circunstancias actuales. He dedicado gran parte de mi vida a investigar, enseñar y escribir sobre política pública, y tengo infinidad de ideas acerca de iniciativas específicas que se podrían llevar a cabo para mejorar la vida en nuestras democracias liberales contemporáneas. Sin embargo, en lugar de presentar una lista interminable, el presente libro se centrará más específicamente en los principios básicos que sustentan un régimen liberal, con el fin de exponer algunos de sus defectos y, sobre esa base, proponer maneras de abordarlos. Sean cuales sean dichos defectos del liberalismo, quiero demostrar que sigue siendo preferible a las alternativas iliberales. Cedo a otros la tarea de extraer conclusiones políticas más específicas de los principios generales.
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Autor: Francis Fukuyama. Título: El liberalismo y sus desencantados (Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales). Traducción: Jorge Paredes Soberón. Editorial: Deusto. Venta: Todostuslibros.com
Le presento mis respetos sr, Fukuyama. También recordarle que fue usted el que, a principios de los 90 pronosticó el fin de la historia. Parece que no ha sido así y que, desde entonces, la historia ha continuado, y con una complejidad exuberante. De hecho, en esos años, se cimentaron los pilares para el gran crash del 2008 en el que el neoliberalismo perdió todo su prestigio, arrastrando con él, injustamente, al liberalismo clásico. Siento curiosidad por su libro dado que quizás los errores pasados le hayan hecho tener una mejor perspectiva. ¿Pronostica usted unos nuevos años 20 y 30 del siglo 21, de autoritarismo renovado como los años 20 y 3o del pasado siglo? Si fuera así, parece más bien que la historia se repite…