Querido Javier Marías,
Cuando lo que se está es ocupado en vivir, y tú lo estabas, uno casi nunca piensa en la muerte. Quizás eso ocurra para el momento en el que ya todo está concluido y a uno no le quedan proyectos de vida ni libros que leer ni novelas que escribir ni caminos por recorrer ni nada que abrigar o sentir. No contabas con ello, no aún. Ni nosotros tus lectores, no tan pronto para que la Parca viniese disfrazada y te arrastrase con ella al lugar en donde ya nada puedes ver ni oír, ni tan siquiera concebir ni sentir. Ahora, a este otro lado, el mundo es tan de los vivos, y tan nada ya de los muertos que, a veces, es dificultoso comprender algunas cosas. Pero es el tiempo la llave que conecta a unos y a otros para estar unidos, y a este respecto, a los lectores nos toca acudir a la realidad de nuestros muertos para estar y entender la de los vivos. Por eso tu Literatura es eterna y fértil y a ella acudiremos como el sediento que encuentra en el agua su respuesta. Es curioso, pero parafraseándote, todo lo que a uno se le cuenta se le queda incorporado y pasa a formar parte de su conciencia, incluso si no lo cree o le consta que jamás haya sucedido y que sólo es invención, como las novelas o las películas, como la remota historia que siempre nos contaste de tu coronel Chabert escrita por Balzac y sobre la conveniencia de si los muertos deberían o no regresar algún día. Un personaje puede desaparecer durante un tiempo y dársele por muerto para luego regresar, pero su creador, el escritor, no necesita regresar de ningún lugar, porque nunca se fue y lo encontramos nada más abrir sus novelas. En cierta forma, creo, vive entre sus personajes.
Muy a mi pesar, esta será la última carta que te envíe. Como puedes imaginar, difiere un poco de la que estaba preparando. Aunque aprovecharé para contarte que esta primavera conocí a una pareja entrañable, los dos profesores, los cuales te recordaron cuando eras más joven y por entonces ya eran amigos de tus padres, Lolita Franco y Julián Marías. Fue en la Feria del Libro del municipio donde vivo; adquirieron, para mi sorpresa, un poemario que yo había publicado, y charlando sobre Literatura y autores salió a colación que me gustaba mucho leer a Javier Marías. Al pronto, me contaron alguna anécdota de cuando, en ocasiones, salían con tus padres y otros amigos por la ciudad de Toledo para contarles don Julián historias sobre la ciudad, y cómo se acordaban de ti, siendo tú un jovencito, en algunos de esos acompañamientos. Tu madre había sido profesora de Maby, la mujer de este matrimonio. Con gusto, habrá seguro más conversaciones. En realidad, es como si todo lo que uno necesitase saber estuviese ahí a la vista, todo es visible desde muy pronto en las relaciones como en los relatos honrados, basta con atreverse a mirarlo, un solo instante encierra el germen de muchos años venideros y casi de nuestra historia entera.
Querido Javier, ya no tendré más conversaciones contigo ni podré escribirte ni tú me responderás generoso, pero tal y como dijiste un día: «Los muertos, a falta de un lugar más confortable, se quedan en la cabeza de los seres queridos». Así es que, querido rey de Redonda, nunca te daré de baja. Siempre estarás ahí, con nosotros. Larga vida.
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