Setenta y cinco septiembres se han cumplido ya desde la llegada al mundo de uno de los libros más relevantes de la literatura infantil del siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI. Buenas noches, luna, escrito por Margaret Wise Brown e ilustrado por Clement Hurd, llegó para acompañar el tránsito hacia el sueño de la generación de niños de la posguerra mundial y seguirá haciéndolo con los que este mismo otoño asoman a la vida (bienvenida, Nina). De hecho, la suya es una historia editorial de crecimiento constante e ininterrumpido. Traducida a múltiples lenguas y editada en diversos formatos (como libro de cartón, en octavo, en duodécimo…) el álbum fue ganando adeptos y adecuándose a todo tipo de hogares donde el ritual de irse a dormir fue acompañándose con sus rimas y el lento desaparecer de la luz surgía de las páginas e iba traduciéndose en los párpados.
Tal es el sentido de Buenas noches, luna: una nana musical y visual, un espacio remitiendo a otros espacios (dentro y fuera: la habitación y el cosmos). El libro formaba parte de un tríptico titulado Sobre la luna en cuyo primer libro, El conejo andarín, ya aparecían el pequeño héroe y la heroína de este álbum: un gazapo y su mamá. Era el comienzo del tríptico una historia de transformaciones en medio de una persecución tierna (el pequeño conejo amenazaba con marcharse de casa y su madre acababa convirtiéndose siempre en la fuerza protectora que lo alcanzaba) y concluía donde comienza este: la llegada de la noche en el interior del hogar.
De modo que ya se anunciaba en esta forma de engarce la manera estética de los libros de Brown y Hurd: un arte de metamorfosis, un traspaso de un lugar a otro, la conversión amorosa y la transformación de las fuerzas naturales (en este caso, la llegada de la noche) en un tema artístico (el ritmo musical de las palabras repitiéndose, la conversión de los colores en sombra y luz, los dibujos en lugares que remiten a la parte y al todo, el libro en una historia que entra y sale de sí misma).
La trama de Buenas noches, luna en apariencia es sencilla. El pequeño conejo debe acostarse y se despide de todos los objetos del cuarto, en presencia de mamá: unas manoplas, un globo rojo, un cepillo, un bol de papilla, un pequeño ratón… Pero los elementos de la estancia, extraídos de la panorámica del conjunto (esta, a color; aquellos, en primer plano, a grisalla) generan un ritmo adormecedor y remiten a un mundo de fuera: otros libros (el propio El conejo andarín, cuentos populares…), otros espacios (el cielo oscuro donde reina la luna)…
El pequeño conejo se despide del espacio visible de la acogedora habitación donde mamá teje y la oscuridad se vuelve cálida y guardiana, en el centro vibra la cálida hoguera y en las ventanas la luz vibrante de la noche. Una se repliega sobre la otra y aquella vela por esta. Palabras e imágenes sostienen esta unión, la convierten en un viaje eterno de llegada y salida.
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Título: Buenas noches, luna. Texto: Margaret Wise Brown. Ilustraciones: Clement Hurd. Editorial: Corimbo. Venta: Todostuslibros.
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