A los cuarenta toca empezar a rendir cuentas con uno mismo, y rendirlas de verdad. El cineasta Jota Linares (Algodonales, 1982) acaba de entrar esa década y El último verano antes de todo (Planeta), su debut en la novela, es la prueba definitiva de ello. En el libro un cineasta frustrado regresa a su pueblo para enterrar a su madre y reencontrarse con sus amigos, enfrentándose de paso a la verdad de un crimen que lo cambió todo. Solo con la sinopsis uno se imagina la película, vale, pero se percibe en ella algo genuino, puro, algo que solo puede provenir de una auténtica necesidad íntima de atar cabos.
Y quizás por eso la conversación con Jota no es lo que uno supondría de un profesional con varios cortometrajes y películas a sus espaldas, que ha adaptado al cine su propia obra teatral (¿A quién te llevarías a una isla desierta?), dirigido varios capítulos para Amazon y que ha dado a Netflix un éxito de streaming, Las niñas de cristal.
Esta es la entrevista a alguien que sonríe con entusiasmo cuando se le sugiere una referencia inesperada.
—Stephen King.
—Junto a Joyce Carol Oates y Philip Roth, Stephen King es el autor que más leo. Se cuelan. En la novela hay dos homenajes explícitos a él, la batalla de piedras, homenaje a It, y el de los fuegos fatuos. Ismael, en el libro, habla de El señor de los anillos pero en realidad es It. Son dos homenajes a un autor que me salvó la adolescencia y también ahora. En el confinamiento no tuve otra cosa mejor que hacer que volver a leer Apocalipsis, por si no estaban las cosas lo bastante feas. Es un escritor dificilísimo de adaptar y las mejores películas han sido cuando no han hecho terror: La milla verde, Cadena perpetua… Yo salí cabreado como una mona de It. ¿A quién se le ocurrió que era una buena idea hacerlo como una aventura adolescente? A mucha gente, porque ha hecho una millonada. Pero es una novela imposible adaptar aunque solo sea por la escena sexual de los niños, que es imprescindible. La novela tiene mucho de Stephen King porque él forma parte de mi educación cultural.
—Falta un Pennywise pero se diría que el oponente, el antagonista, es otra fuerza de la naturaleza.
—Yo creo que somos nosotros mismos. Mucho de lo que ocurre en la novela son los personajes luchando contra sí mismos. Pennywise toma los miedos de cada niño y se materializa con aquello que mas miedo da a una persona. Y nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. Yo lo descubrí cuando estrené mi primera película. La gran lucha de Ismael es contra sí mismo, porque ni a sí mismo se cae bien. Los últimos días en el pueblo con su madre redescubre todo, empieza de cero. Tenía interés de que no fuera deprimente o triste, independientemente de los tabúes. Los personajes están llenos de vida e intentan levantarse y empezar de nuevo. Me interesaba dar una sensación de esperanza y luz.
—Da la impresión de que es una reconciliación con el pasado, pero una muy particular. ¿Abusamos de la nostalgia?
—Yo creo que sí, estamos abusando y tenia interés en que el tiempo pasado no fueran los ochenta ni los noventa, que estamos idealizando excesivamente. Todavía no hemos explorado el verano de los 2000, cuando ya no éramos niños y la nostalgia era otra cosa. Lo que teníamos nosotros eran ganas de salir fuera, de el futuro y no el pasado. Pero a la vez el mundo estaba a punto de cambiar, de dejar de ser un lugar seguro con la caída de las torres, y también por la tecnología y la forma de comunicarse. Hemos visto muchas películas que abusan de las bicis y los walkie talkies, pero respeto que los creadores quieran hablar de ello. Necesitamos salir fuera.
—Es que los cuarentones contamos nuestra infancia. Es una moda pero también es porque nos toca a nosotros.
—Sí, estamos empezando a hacer cosas porque hemos accedido tarde al mercado laboral.
—Ismael tiene que decidirse entre si Laguna, un pueblo sin playa, es un lugar tóxico o un mundo con su dignidad a descubrir.
—He vivido ese proceso. Laguna es un pueblo ficticio que mezcla muchos pueblos de la Sierra de Cádiz, especialmente el que yo me crié, Algodonales, y sobre todo cuando te crías allí siendo diferente. El niño que lee Stephen King y otras novelas demasiado adultas para él, el que es hijo de madre soltera y encima gay, el que se pasa el día en el videoclub del pueblo. Puede ser un lugar muy hostil y se sufre mucho. Yo recuerdo que cuando me fui a la universidad desmantelé el dormitorio, otros lo dejaron igual y volvían el fin de semana. Yo me lo llevé todo, dije: no vuelvo. Pero con el paso de los años te reconcilias con el pueblo, descubres que es un lugar donde la gente importa, que al ser tan pequeño nadie muere porque la gente te recuerda. Y empiezas a perdonar.
—Con la ira de los 18, Ismael, que no es antipático pero…
—Ismael es antipático.
—Él cree que nada cambia, que la feria del pueblo va a ser igual dentro de cien años.
—Hay un momento en el que aprende que está solo porque no se aguanta ni él mismo. Lo del gato que se encuentra es un poco de realismo un pelín mágico, pero es alguien que carga mucho las culpas en los demás y quería que el proceso fuera de la sombra a la luz, un camino de asumir cosas que en su vida no van bien y de las que él tiene la culpa. En ese proceso mira las sombras de su vida y empieza a superarlas.
—Usas películas y objetos de los 2000 que empiezan a ser importantes. Hablas del único Alcatel One Touch Easy del pueblo y me parece algo demasiado concreto para ser mentira.
—Creo que el problema de usar la nostalgia es que le damos poder a unos objetos que para nosotros no lo tenían. Yo no cogía un VHS en el 2000 pensando que iba a ser una pieza de coleccionista. Ese verano, cuando desapareció también el cine de verano de Algodonales, yo no sabía que iba a ser el último verano en el cine de verano. Intenté que el objeto que nos lleva a ese momento concreto se usara de una manera cotidiana. Es verdad que describo del Alcatel porque fue el primer móvil que tuve, pero en ese verano cuando me fui a la universidad solo Manolo tenia un móvil en el pueblo. Por eso le llamábamos Zack Morris, no sabíamos por qué lo llevaba a clase.
—A Ismael le preguntan en qué momento decidió ser director. ¿A ti cuándo te pasó?
—Hubo un momento concreto, en El Rey León. Yo vi la película en un cine de Sevilla que cerró por la pandemia —un cine precioso de una sola sala, donde se ha quedado el cartel descolorido de Parásitos—. Todos los que nos dedicamos al cine tenemos un momento de revelación y a otros compañeros de generación les ha pasado con Jurassic Park o Star Wars. A mí esa película me apabulló y dije: mamá, yo quiero contar historias de esa manera. Y se terminó de activar para siempre con Eyes Wide Shut. Me cambió la vida. Yo he llorado por la muerte de Kubrick sin ser amigo mío y por eso tiene una importancia capital en la novela. Tenia 16 años, era virgen y no podía comprender el contenido sexual o filosófico de la película. No la entendía pero sabía que eso me estaba volviendo loco. Esas fueron las dos películas que hicieron que quisiera ser director de cine.
—Es posible vivir sin un elefante blanco, o hay uno en todas las vidas?
—Es imposible vivir sin él. Tienes que haber crecido en una tribu aislada. Nuestro elefante es diferente depende de la persona pero todos tenemos un tema que no queremos mirar y obviamos hasta que es imposible ignorarlo.
—La opción lógica es que eres Ismael, pero pareces dividido entre todos ellos.
—En todos, estoy también en Raúl. Me permitía ser más honesto conmigo mismo. Si hubiera cargado toda la verdad de lo ocurrido ese verano en un solo personaje hubiera sido más pudoroso. Dividiéndome en varios podía hacer ficción y contar la verdad a través de ella, ser honesto con los sentimientos y vínculos entre amigos y familiares.
—Hilas thriller con drama a través del costumbrismo.
—Es que me gusta la mezcla de géneros. En It, independientemente de que es terror, a mí hay pasajes que me emocionan hasta las lágrimas. Los géneros están para mezclarlos y jugar con ellos. Quería hilar los vínculos familiares y cómo me enfrenté a la muerte de mi madre a través de una historia de ficción que es un crimen, y alguien que tenía relación con todos los personajes y cuya muerte cambia todas las vidas. Es un regalo a mí yo pequeño, esas ansias de vivir un verano especial y una aventura que te cambiara. En Algodonales, en la calle de al lado, había una casa cerrada porque un vecino había matado a otro con un hacha, pero ya entonces no sabías lo que era verdad y lo que era mentira. La historia había cobrado vida propia y yo pasaba horas mirando la puerta cerrada de la casa. Me obsesionaba con que mis amigos y yo nos viéramos envueltos en algo así.
—¿Cuándo decidiste que esto era una novela y no un guion de cine?
—Durante el velatorio de mi madre, que me tuvo a los 17 y fue madre soltera, mis tíos me dieron sus diarios. Me volaron la cabeza porque corresponden de los 14 años hasta cuando ella tenía 17, y la última página del diario es cuando el médico le dice que yo voy a ser niño. Nunca más volvió a escribir. Ahí están las cartas a mi padre, que huyó como un cobarde, de una mujer llena de sueños, una adolescente llena de vida. Quería hacer algo con ese diario y llegó de manera orgánica la propuesta de Planeta, porque les gustó mucho ¿A quién te llevarías a una isla desierta?. Me dijeron que si me animaba, que fuera de algo de lo que supiera. Y yo sé de la Sierra de Cádiz, de parapente, de fracasar, de caerte. Me hice la promesa de no pensar en ella como película o serie y no poner cosas pensando en que se pudiera adaptar.
—¿Planeas hacer algo con ella?
—Me encantaría, ahora sí es el momento. Pero voy a ver cómo se recibe el libro. Estoy muy nervioso porque cuando dirigí Días mejores para Amazon tienes feedback inmediato. La gente ve un capítulo y dice que le ha gustado, y con una película también. Aquí no, todavía no sé si la novela llega y tengo curiosidad por ver cómo la recibe el lector. El paso siguiente llegará solo.
—¿Cuál seria el programa de tu cine de verano?
—Si soy honesto conmigo y las emociones que viví en el cine de verano, el puro recuerdo emocional, te diría un programa doble de Prácticamente magia —lo pongo en la novela porque lo recuerdo en una noche de verano; aquí se estrenó en invierno pero hoy iba a destiempo— y Pena de Muerte. El cine se llenó porque era domingo y recuerdo el ruido de la gente llorando y comiendo pipas. En el 96 los Oscar fueron un año glorioso.
—Somos los nuevos viejos.
—Absolutamente (ríe).
De nuevos viejos, nada. Parece la conversación de dos adolescentes. Confirma mi idea, y la de muchos de mi generación, de que hoy la adolescencia llega hasta los cuarentay.
Y nunca se abusa de la nostalgia, la nostalgia lo es todo, es la vida. Esperen a cumplir los sesentay… si es que han pasado ya de la adolescencia para entonces.