Y cuán poco va quedando de cada individuo en el tiempo inútil como la nieve resbaladiza, de qué poco hay constancia, y de ese poco tanto se calla, y de lo que no se calla se recuerda después tan sólo una mínima parte, y durante poco tiempo: mientras viajamos hacia nuestra difuminación lentamente para transitar tan sólo por la espalda o revés del tiempo, donde uno no puede seguir pensando ni se puede seguir despidiendo”.
(Javier Marías, Mañana en la batalla piensa en mí)
Querido Mateo,
Escribo estas líneas cuando tienes apenas dos años y medio de edad. Dado que, por suerte, todo va bien y estás creciendo tan sano y contento como se puede, pasamos los días entre nuestras pequeñas obligaciones, atendiendo a los trabajos o a la guardería que nos toca, y con los ratos libres del fin de semana para dar algún paseo, acudir al pabellón de baloncesto cuando hay temporada, o sentarnos con los cuentos que se van poniendo de moda en casa, repetidos de memoria a partir de la segunda lectura. Afortunadamente, no hay necesidad de mucho más, porque lo relativo a tu salud hasta la fecha está dentro de la más absoluta normalidad: si tienes catarros, si en la guardería ha circulado algún otro tipo de virus, si duermes bien, si comes lo que debes o lo que quieres…
Otros elementos que forman parte con el mismo derecho y con total naturalidad de la vida humana, al menos tal como la hemos conocido hasta este siglo, no suelen aparecer en nuestras conversaciones. Así, no recuerdo haber hablado con tu madre de casi nada relacionado con la muerte, más allá del hecho de que tu abuelo Iván falleciese hace ya tiempo, o del comentario casual que pueda surgir cuando leemos alguna noticia sobre el tema. Reconozco, incluso, que el mero hecho de escribir la palabra me hace tomar una actitud más seria, más grave y, por lo tanto, no sabría decirte si el que no se hable con frecuencia del asunto obedece a un esfuerzo de evitación deliberado, personal, o si se trata más bien de algo inconsciente, un mecanismo fisiológico quizá más extendido que nos llevase a concentrarnos en lo cotidiano y, si es posible, en lo agradable, para tratar de continuar nuestro camino. He leído hace poco un artículo sobre Spinoza donde se describía (cito de memoria, por lo tanto, casi seguro que no muy bien) su concepto de conatus indicando que se trata del esfuerzo de todos los seres por perseverar en la existencia. Tal vez nos concentramos en hablar de la vida y de sus detalles, por insignificantes que éstos sean, simplemente para perseverar; tratando de ese modo de prolongarla, de fijarla, de convertirla en foco de atención para dejar de lado que, al final, inevitablemente dará paso a la muerte.
El hecho de que hoy te escriba sobre este tema que, por pura casualidad se colaba de refilón en mi carta anterior (hablaba del valioso saber que se llevan con ellos quienes nos dejan), se debe también a una coincidencia, en este caso luctuosa: tres fallecimientos de perfiles muy distintos, ocurridos en un breve lapso de tiempo durante el pasado mes de septiembre. El día 8, la Reina Isabel II de Inglaterra, a los 96 años de edad; el día 11, el escritor Javier Marías, poco antes de llegar a los 71 años; y el martes 13, también muy cerca de su cumpleaños, mi tío Khris Nuckhir. De hecho, al intentar confirmar su edad (tu abuela no lo recuerda con exactitud, sólo sabemos que rondaba los 80 años), entrando en mi perfil de Facebook por primera vez en mucho tiempo, he podido ver que al menos una persona le había enviado un mensaje de felicitación por su cumpleaños. Once días después de su muerte. Cosas del mundo de hoy, Mateo.
Sus pérdidas, como te decía, están en esferas muy diferentes. La Reina de Inglaterra, como jefa de estado y protagonista global del siglo XX, ha sido objeto de atención a nivel mundial, con programas especiales, muchas horas de retransmisiones en directo y diversos actos en su memoria. La figura de Javier Marías, escritor de categoría Nobel, pese a no obtenerlo en vida, ha recibido una menor atención mediática, pero igualmente se han sucedido los reconocimientos, teniendo en cuenta la valía del autor y lo que su pérdida supone para las letras y la cultura: historias que ya no verán la luz, que se han marchado con quien las imaginaba, la única persona que podría haberlas traído a la vida.
Y entre tanto, en la misma semana, mi tío se ha despedido también, lejos de la atención de cualquier medio, sin interés para nadie que no formase parte del pequeño círculo de sus familiares y amigos. ¿Es acaso su pérdida relevante para el mundo? Pues quién sabe, Mateo, eso depende de lo que consideremos relevante: un buen hombre, trabajador incansable, padre de cuatro hijos, emigrante de Isla Mauricio en Reino Unido, casado allí con una ferrolana y que podría darnos algún testimonio interesante, por ejemplo, acerca del racismo, ahora que vamos a ver repuntar determinado tipo de conductas. Si es que no lo estamos viendo ya.
No sé cuándo podrás leer esta carta: como te digo, a tus dos años y medio, ni siquiera he pensado de qué manera ni en qué momento acercarte a un concepto que, pese a su brutal sencillez, resulta complejo de explicar a un niño, tal vez por nuestra limitada comprensión del mismo. Aunque es cierto que, con el paso de los años, uno se va familiarizando con la cuestión porque comienza a experimentar los primeros síntomas de la incipiente vejez: el mundo que conociste durante tanto tiempo, las caras que veías y los recuerdos que tienes van siendo cada vez más relativos a personas que ya no están. Poco a poco, tus familiares de más edad, pero también algún amigo del colegio, o personajes de diversos ámbitos que te han acompañado durante años, se van desvaneciendo. Y así, de un modo menos perceptible al comienzo, pero supongo que más acusado después, vas dejando de reconocer todo lo que te rodea: la música, los libros, la ropa… El paisaje, pero también a quienes se mueven por el cambiante decorado. Mientras, en palabras poéticas, la vida te empuja como un aullido interminable, hacia el final de la tuya, hacia el momento en el que doblas la esquina y comienzas a verlo todo, o tal vez nada, desde el otro lado. Transitando por esa negra espalda del tiempo que, a su manera siempre magistral, definió Javier Marías.
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