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Sergio del Molino: «Hubo un momento en el que toda España quería acostarse con Felipe González»

Sergio del Molino: «Hubo un momento en el que toda España quería acostarse con Felipe González»

Después de el éxito de La Piel (Alfaguara), Sergio del Molino (Madrid, 1979) regresa con Un tal González (Alfaguara, 2022) donde dedica sus esfuerzos a entender al Felipe González previo al noventa y siete. Novela intrincada, arriesgada: desenvolver de capas al expresidente no parecía un objetivo fácil.

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—Después de leer el libro, no me pregunto tanto quién es González sino qué es González.

—Es lo que me preocupa a mí. Si no, no tendría sentido hacer un libro intentando averiguar cuál es el significado que tiene Felipe en la historia de España. Mi intención era dibujarlo como figura histórica y dejarlo como algo que todavía no es, pero que creo que va a ser de forma muy evidente. Lo que perfilo son una serie de rasgos, un dibujo y una serie de cuestiones en torno al personaje que creo que dentro de veinte años van a ser lugares comunes, que van a estar en los libros de historia de forma normal, pero que hoy no están claros. Es muy difícil verlo porque el propio personaje te impide verlo. Creo que Felipe tapa la vista del propio Felipe. He intentado hacer un trabajo de aproximación literaria, que es un trabajo de anticipación histórica también.

—¿Qué características definen a Felipe, a pesar de que en Felipe haya muchos Felipes?

"Creo que hay una identificación muy grande entre el país y Felipe González. Es insólito en la historia de España, apenas se ha dado algo parecido"

—La fundamental es su dimensión como gran actor de la España contemporánea. Un personaje que comprende como nadie a la sociedad española y con el cual la sociedad española se identifica de una forma como la que no se ha identificado nunca antes con un gobernante y probablemente no suceda después. Esa comunión, esa coincidencia en el espacio tiempo de lo que una sociedad espera del gobernante y lo que el gobernante interpreta de sí mismo en la sociedad: ese es un rasgo único. Eso es lo fundamental, lo sobresaliente y lo que explica en buena medida el éxito, primero, de Felipe González en el año ochenta y dos, con las primeras elecciones, y su supervivencia a los sucesivos desencantos que se van produciendo con su persona. Creo que hay una identificación muy grande entre el país y él. Es insólito en la historia de España, apenas se ha dado algo parecido.

—En el libro dice que los íntimos de González le sitúan más allá del misterio: le califican de agujero negro. Ya que, hasta cierto punto, usted está en un círculo íntimo en cuanto al personaje, ¿cree que es más transparente de lo que pensamos los que nos acercamos a González o es un agujero negro?

—Es un agujero negro muy superior a cualquier otra persona. Ten en cuenta que en general nunca llegamos a conocer al otro, nunca. Bien lo sabes tú, como psicólogo y como cronista. Nunca llegamos a conocer al otro. El mayor disgusto que nos llevamos muchos es cuando mueren nuestros padres y vamos no ya a leer sus diarios, sino a revelar los papeles de la herencia. Descubrimos a una persona que es totalmente ajena, que no tiene nada que ver con lo que con lo que nosotros creíamos que era, a pesar de tener un contacto íntimo. Eso nos pasa con todos. Pero con Felipe hay varias barreras insalvables, hasta para sus más íntimos, y tienen que ver con el poder. Tienen que ver con dos cuestiones: una es con el aislamiento del poder, y cómo eso convierte buena parte de su existencia en incomprensible para su entorno. Los dilemas, las angustias, las dudas que ha tenido, él no las ha podido compartir con nadie. No tiene un amigo al cual le pueda contar algo y le pueda dar un consejo. Eso no lo ha tenido y eso le ha forjado el carácter. Pero es que eso venía de fábrica, venía de una educación claretiana, venía de ser un hombre nacido en el año cuarenta y dos, educado por curas en el franquismo. Eso da un tipo de personalidad muy hermética, que se ha preocupado mucho de no exhibir ningún tipo de sentimentalismo y de no conceder ningún tipo de tregua a la nostalgia, ni a la expresión de los sentimientos, ni a la apertura a los otros. Por lo cual es cerradísimo: es muy difícil acceder a Felipe. Si es muy difícil acceder a alguien de su generación, a él mucho más.

—Escribe usted que, en ese principio de activismo, en ese principio de política de González, vida y militancia son la misma cosa. Esa idea se repite durante el libro, lo que pasa es que la militancia de Felipe va cambiando. Es decir, en un principio era una militancia antifranquista y en un final, en un final muy largo, esa militancia ¿no cree que se produce para con el poder, sea el poder político, sus amigos millonarios como Carlos Slim o los consejos de administración?

"A mí me interesa cómo pasa el Felipe militante activista al Felipe poderoso"

—Creo has mezclado tres fases. Y yo sólo me ocupo de las dos primeras. Está el Felipe militante, el Felipe activista, que en un momento dado, lo cuento en el libro, que su encuentro íntimo con Omar Torrijos, alguien poderoso, le lleva a convencerse de que la militancia sin poder no sirve de nada y que lo importante es el poder. Entonces su compromiso se transforma en un ejercicio del poder y en una lucha por conseguir ese poder, porque cree que la única posibilidad de transformar la sociedad es a través del poder. Y que como activista y como político, no se llega a nada. No se puede conseguir un objetivo. Se transforma en alguien poderoso y el poder le transforma. Él es un converso al poder, digámoslo así. Y luego hay una tercera fase que no está en el libro porque es posterior a su llegada al poder, que es su conversión en aristócrata.

Una vez ha pasado por el poder, es un personaje que se mueve en otros ámbitos y que entiende el mundo y las relaciones de otra forma. De una forma muy aristocrática, en el sentido etimológico del término: de que hay unos pocos que manejan todo. Pero esa parte no está contada en el libro: yo me paro en el noventa y siete. A mí me interesa cómo pasa el Felipe militante activista al Felipe poderoso. Y además desde una convicción profunda, por decirlo así: «si no tengo el poder, todo esto que he hecho no sirve absolutamente para nada». Eso es con lo que se convence él. Y hay que ejercer el poder y lo ejerce a conciencia. Y la única forma de ejercer el poder es blindándose, blindando su personalidad hacia los demás, intentando conciliar algo que es imposible para la mayoría de la gente: someterse a una exposición, a un escrutinio público salvaje y a estar en la vida de todos los españoles, a estar en la vida de toda la sociedad y al mismo tiempo ser un extraño.

—Vamos con dos personajes que aparecen en el libro, uno menos presente y el otro más. Su exmujer, Carmen Romero. ¿Fue una damnificada del felipismo íntimo y público?

"Si entendemos el felipismo como una especie de desencanto por capas, la primera víctima ha sido Carmen Romero"

—Creo que ella estaría de acuerdo con esa idea de ser víctima del felipismo. Carmen Romero es una figura muy importante porque le da algo que una persona como Felipe necesita mucho: estabilidad emocional. Una sensación de retorno al hogar, de orden dentro de un mundo caótico en el que él se ha metido. Romero es una persona muy importante que milita con él desde el principio. De hecho, es la responsable en parte de que él empiece a militar en política en la universidad, porque se mete en todos estos líos como se meten todos: para ligar. Porque le gusta mucho esta chica que está metida en estos líos de socialismo cristiano y en esos grupos dispersos en Sevilla. Entonces hacen el camino juntos. Pero, en un momento dado, Carmen empieza a sentirse fuera de lugar porque ella es una militante tan antigua como Felipe, ha sido también muy determinante dentro del primer del primer socialismo en la clandestinidad pero ella luego se ve constreñida al papel de primera dama, que es un papel que le resulta antipático, que le parece que traiciona absolutamente todo lo que es y que le hace estar muy incómoda con ella misma. Si entendemos el felipismo como una especie de desencanto por capas, la primera víctima ha sido Carmen Romero. No pude hablar con ella porque no quiere hablar de estas cosas pero está muy bien vista esa idea de Carmen como víctima.

—Refiero a una frase esencial de Carmen Romero: ¿no era celosa o no quería ser celosa?

—Eso es crónica rosa del felipismo.

—Usted sabe que me encantaría ser cronista rosa pero creo que esto va muchísimo más allá.

"Pienso que Carmen Romero siente una necesidad, probablemente acertada en ese momento, de desmarcarse mucho de la posición de esposa tradicional"

—Una entrevista con Diario 16, en la cual creo que peca un poco de ingenua, y encima se la hace Bardón, un perro viejo y un cabrón, a Carmen Romero le sacan el titular: «Yo no soy celosa». A toda página. En la víspera del Congreso del setenta y seis en Madrid, cuando Felipe está en la cima de su popularidad. Creo que siente la obligación progre de manifestarse así porque es un momento en la historia de España en el cual toda España quería acostarse con Felipe. Toda. Hay una percepción de Felipe como una figura casi fertilizadora de España. Pienso que ella siente una necesidad, probablemente acertada en ese momento, de desmarcarse mucho de la posición de esposa tradicional, de la esposa de Suárez, de la reina Sofía… Ella no es así. Ella viene de otra cultura y representa otras cosas. Eso quiere subrayarlo constantemente pero creo que el tiro le sale por la culata porque ella cree que se está dirigiendo a la minoría, al reducto progre del PSOE de entonces, pero en realidad se está dirigiendo a todo un país cavernario, machista, que lo que considera y lo que lo que interpreta ahí es algo totalmente distinto. Interpreta que hay barra libre y creo que es lo que da carta de naturaleza a la frase «Felipe capullo, queremos tener un hijo tuyo», cosa que probablemente no le hubieran gritado y no lo gritaron nunca a Suárez ni a ningún otro líder porque sus esposas eran muy tradicionales y nunca hubieran dicho «yo no soy celosa».

—Me recuerda esa fascinación sexual y popular por Felipe a la fascinación por Kennedy, que está muy bien reflejada en aquella película magnífica, hoy olvidada, de Jonathan Kaplan. Por encima de todo, con Michelle Pfeiffer.

—Sin duda alguna. Hay una fascinación que es puramente sexual y erótica en un momento en el que España está descubriendo o está saliendo de toda la represión franquista. Venimos de la sacristía y de repente la fama de Felipe coincide con la fama de Interviú y con el destape. Son fenómenos parejos. La gente está desatada y entonces surge Felipe, que es una persona que verdaderamente tiene magnetismo, que verdaderamente atrae y que las señoras querían hacérselo. Cuando le dicen «Felipe, capullo, queremos tener un hijo tuyo» no es un chiste retórico. Quieren verdaderamente tirarle las bragas a la cara.

—Segundo personaje: Alfonso Guerra. Le dice Felipe en una carta: «Creo que me interesa más la amistad que todo lo demás. O tampoco será verdad en este trabajo que estamos metidos». ¿Era verdad que le interesaba la amistad más que otra cosa o tampoco será verdad en ese trabajo en el que estaban metidos?

—Creo que Felipe y Alfonso eran amigos y con esa carta le dice a Alfonso que hasta aquí hemos llegado. Es un documento muy importante en la historia de España. En esa carta creo que está expresando un afecto real y para mí es probatoria de que existió esa amistad que muchos niegan. Lo cual no quiere decir que Felipe no estuviera dispuesto a sacrificar a su amigo por el proyecto político, como siempre había hecho. Felipe ha estado dispuesto a sacrificar todo por el proyecto político. Desde el principio su estrategia y la construcción de lo que iba haciendo estaba muy por encima de los afectos personales. No le coge el teléfono a Nicolás Redondo. Cortó con sus compañeros de UGT. Cabreó a un montón de gente que creía que tenía una relación especial con él. Y la tenían. Pero cuando esa relación era contraproducente para su proyecto político, no era un inconveniente para traicionarlos.

Esa carta es una carta desgarradora, porque Alfonso Guerra es verdaderamente la persona más importante que ha tenido políticamente nunca y con la que ha construido todo el proyecto. Deshacerse de él supone un desgarro enorme, porque además ya no se entiende con nadie. Felipe está solo y la única persona que le entiende es Alfonso Guerra. Está expresando un dolor genuino, pero cree que hay que sacrificar a Guerra. Que estar con Guerra afecta muchísimo al proyecto político.

—¿Hubo amistad de Felipe con Polanco y Cebrián?

"Si hay alguien con quien Felipe ha demostrado siempre una lealtad superior a cualquier otra cosa, ha sido siempre con lo que PRISA ha representado"

—Probablemente asimétrica. Creo que alguna de las dos partes se aprovechaba más de la otra. No era una simbiosis, sino que tendía más a lo parasitario. Pero sí que había una amistad. Porque representan algo que a Felipe le fascina mucho: el poder. Si hay alguien con quien Felipe ha demostrado siempre una lealtad superior a cualquier otra cosa, ha sido siempre con lo que PRISA ha representado, con la PRISA de Polanco y Cebrián a partir del ochenta y dos.

—¿Felipe creó a PRISA, PRISA creó a Felipe o se explica con una dialéctica enmarañada?

—Es una dialéctica. Cuando Felipe llega al poder, llega aupado por una serie de poderes periodísticos. El más importante de ellos es el de Cambio 16 con Javier de Salas, que es quien más le ha apoyado en todo esto y quien más le ha ayudado a construir el mito de Felipe. A partir del año 82 ese poder va cambiando, oscila y se inclina decididamente hacia PRISA. Él crea, a partir de PRISA, un grupo de poder mediático muy afín a él. Donde se confunden las lealtades políticas y periodísticas, donde todo está enmarañado y que no se entiende si no se entienden los afectos que hay entre ellos cuando me preguntas si son amigos. Son muy amigos todos y de hecho son amigos viejos. Y toda la élite felipista, toda la élite periodística, política, empresarial, felipista está formada por amigos. Hay un grupo que tiene un sólido sentido del clan que domina los años ochenta y domina la construcción de la democracia. Eso es evidente y eso se crea en torno a Felipe como contrapoder a los poderes que venían de la dictadura. Se crea una nueva élite democrática a través de sus afectos, de sus amistades.

—Toca una oscuridad muy oscura. ¿Fue Felipe el señor X de ese grupo terrorista, paramilitar llamado los GAL?

—«Durante el periodo del ochenta y tres al ochenta y seis, que es el periodo de actividad de los GAL, las acciones de ese gobierno están centradas en acabar con esos focos incontrolados». Esa es la versión oficial. Yo no me la creo. Es difícil que no estuviera informado. Pero creo que Interior tenía una gran autonomía. Barrionuevo tenía toda su confianza para poder manejar la lucha antiterrorista como él buenamente quisiera.

—Y luego una policía muy dispuesta a hacerlo, una policía franquista.

—Ya venían de lejos y estaban acostumbrados a ese modus operandi. Pero el relato felipista lo que dice es que ellos pusieron fin a la guerra sucia. Y que del ochenta y tres al ochenta y seis son los años en los que les cuesta poner orden dentro de aquello.

—Suena un poco a Esperanza Aguirre cuando dice «yo lo que hice fue poner fin a la corrupción». Sin comparar a Felipe con Aguirre, pero sí sus argumentos.

"Contra Felipe se ha intentado mucho y no se ha encontrado nada. No se ha encontrado una sola evidencia consistente para poder llevarlo a juicio"

—Lo único que compro es la evidencia judicial. Toda la cúpula de Interior, incluyendo al ministro, han pasado por la cárcel. Es un caso exhaustivamente investigado donde han pasado por la cárcel y han sido condenados, altísimos cargos y un montón de gente. Contra Felipe se ha intentado mucho y no se ha encontrado nada. No se ha encontrado una sola evidencia consistente para poder llevarlo a juicio, no ya para condenarlo, sino para iniciar un proceso judicial. No existe. Y no será porque los jueces no lo han intentado. No hay constancia de que él fuera el señor X.

—A partir de mediados de los noventa, Felipe parece un boxeador noqueado.

—Él lo niega.

—Iba por la vida como Poli Díaz con Whitaker.

—Le da una paliza hasta Aznar. Está tan noqueado… Son años duros, pero es verdad que hemos exagerado esa visión. Por ejemplo, Aznar lo noquea en el primer debate, pero en el segundo gana Felipe otra vez, en el noventa y tres. Y debemos tener en cuenta que en el noventa y seis, en las horas más bajas del desencanto, después de todo lo que había pasado con la cúpula de Interior, con todo derrumbándose a su alrededor, pierde las elecciones por sólo cien mil votos.

—Eso es increíble.

—La sensación de derrumbe estaba más subrayada por la prensa hostil de lo que realmente lo que sucedía, porque luego él iba a las elecciones y la gente le votaba. Esto es así. La tan cacareada decepción de los felipistas no es consecuente con los resultados electorales.

—Eso desmonta la efectividad del sindicato del crimen, todos esos periodistas, escritores y demás que se conjuraron contra Felipe. Desmonta la supuesta potencia indudable, así la defienden los populismos de nuestro país, que tienen los medios para tirar abajo a un gobernante.

—El sindicato del crimen es la culminación de una campaña que venía de antes y combina elementos periodísticos y económicos. Esto Raúl del Pozo lo sabe bien, que habla con mucha gracia de toda aquella época. Deciden derribar todo. Y además se establece que no hay líneas rojas: no hay un tema que no puedas usar contra el gobierno. Se abre el tabú de GAL y de ETA, que hasta entonces no se había usado tanto. Cualquier cosa vale para desgastar y desacreditar al gobierno y hacer una guerra verdaderamente a tumba abierta, con medios muy poderosos, con las principales firmas, con todo… Y en las primeras elecciones no lo consiguen.

—Tardaron ocho años.

"Felipe no gobierna el noventa y seis porque Pujol le ha retirado el apoyo y ha decidido dárselo a Aznar"

—Y quien consigue derribar a Felipe es Pujol. Felipe no gobierna el noventa y seis porque Pujol le ha retirado el apoyo y ha decidido dárselo a Aznar. Si Pujol decide seguir manteniendo el apoyo a Felipe, Felipe está hasta el año dos mil. Relativiza mucho todo. Esto viene muy bien en los tiempos actuales donde se exagera la importancia de los medios de comunicación, como hace Pablo Iglesias.

En España el gobierno es muy poderoso. En España el gobierno tiene la iniciativa. Es muy difícil derribar a un gobierno en el poder y eso lo saben, por experiencia histórica, lo saben los gobernantes. Por eso Pedro Sánchez, aunque tenga una minoría parlamentaria, está muy tranquilo porque sabe que es muy difícil derribar a un gobernante, incluso que tenga una minoría inestable. Es muy difícil, por mucho que la oposición se le ponga en contra.

—Ha dicho en entrevistas que nuestra generación debe estar agradecida a Felipe González. Le pregunto por qué si él aseguraba que «lo hacía por nosotros», «por España»… y chácharas semejantes.

—Él es sincero. Él siente que hay un compromiso y un sacrificio grande. Le debemos gratitud porque creo que con otra figura no tendríamos la democracia sólida que tenemos. El primer sorprendido de la solidez del Estado que ha construido es él. Él piensa, y se ve en el discurso del noventa y siete, cuando dimite de secretario general, que todo lo que han construido se va a desvanecer enseguida. Es una de las razones que argumenta para seguir en la brecha, a pesar de que todos le dicen que deje de presentarse. Y él sigue presentándose y se presenta en el noventa y seis porque está convencido de que una derrota socialista es el fin de todo el proyecto socialdemócrata. Cree que es muy frágil lo que ha conseguido. Luego se ha demostrado que es muy sólido. Ni siquiera ellos sabían la enormidad de la transformación de España que estaban propiciando. Sin Felipe y sin esos gobiernos no tendríamos el país que tenemos. Podemos despreciarlo todo lo que queramos y podemos ponerle todos los peros, pero no podemos ser adanistas, ni caer en la idiocia. Vivimos en una democracia avanzada consolidada, y eso es gracias a esta gente. Con otros gobernantes el país sería distinto. Yo creo que peor.

—Dice en determinado momento que Un tal González hubiese sido más fácil de escribir si Felipe estuviese muerto durante la preparación del libro. ¿Pensó en algún momento en matarlo? (nos reímos)

—No soy tan cruel.

—¿Lo ha leído Felipe?

—Lo tiene. Si lo ha leído, no me va a dar la satisfacción de saber qué le ha parecido. Pero sé que a su entorno le ha gustado.

—Y si le da la satisfacción, nos lo contará, ¿no? No lo guardará en un agujero negro misterioso.

—Pues no lo sé. No lo sé.

—La última pregunta va sobre una de las escenas más potentes del libro. Son como dos bolas de Navidad con nieve dentro: por una parte, una bola con cualquiera de las escenas del franquismo o de la Transición. En la otra, su entrevista de El Hormiguero hace unos pocos años. Como cantaba Brian Wilson, ¿Felipe no está hecho para estos tiempos?

"Él rompe El Hormiguero. Hace que El Hormiguero se adapte a él, y de repente se convierte en un monólogo de Felipe González"

—Al revés. Domina todos los códigos de la comunicación. Es acojonante. El ejemplo de El Hormiguero es extraordinario. Va a El Hormiguero y no es que se adapte y entienda los códigos del programa, como podríamos hacer más o menos tú y yo. Podemos sobrevivir a una noche de El Hormiguero adaptándonos a los códigos. Él rompe El Hormiguero. Hace que El Hormiguero se adapte a él, hace que el programa se rompa por todas partes y de repente se convierte en un monólogo de Felipe González. Dice mucho de la enorme capacidad que todavía tiene de convicción y de predicación, hasta el punto de que yo me he llegado a convencer de que si se presenta a las elecciones hoy no sé si las gana, pero desde luego acumula muchos votos. Sacaría más que Pedro Sánchez.

—¡Además, no se ha operado como Berlusconi, que es más mayor que él!

—Tiene unos ochenta años estupendos. No es un señor gagá. Tiene una capacidad dialéctica impresionante, que es admirable por rara. La gente que no lo conoció y no tiene referencias suyas, cuando lo ve ahora le impresiona mucho más.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Pienso que a este personaje lo ha hecho bueno, sin excepción, todo lo que, por desgracia, ha venido después. La comparación eterna por desgracia en España entre lo malo y lo peor. Qizás para los que vivimos y sufrimos esa época siendo más jóvenes, la mitificación está de más. Si hay un personaje que merezca encomio, mitificación e interés por su biografia, por sus logros y por la escalada de problemas que tuvo que superar es Adolfo Suarez. Mi homenaje y mi recuerdo, desde aquí, a su excelsa figura. Por supuesto, ni comparación.

Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

Pasé por un colegio claretiano y jamás me enseñaron a tener una personalidad hermética, ni nada parecido. Había una disciplina muy firme en los principios, pero los castigos eran suaves. Ponerte de rodillas, hacer copias, quedarte castigado media hora más al acabar las clases, capones y algún reglazo en las yemas de los dedos. Era poco, porque algunos éramos unos auténticos cabrones. Recuerdo una vez que pusimos piedras enterradas en la arena del salto de longitud y un pobre chaval tuvo que ser llevado al ambulatorio cuando saltó. La santa paciencia que tenían con nosotros los maestros era asombrosa. Una vez, un cura la perdió y atizó dos bofetones bestiales a un chaval. El hombre, visiblemente afectado, le pidió disculpas, no porque temiera perder su puesto, sino porque se dolía del daño causado. Tenía una fuerza colosal y unas manos como palas. Debía de venir de alguna familia pobre y trabajado de niño. A saber cuantos guantazos no le darían a él de crío para dolerse como lo hizo, porque en el fondo era un trozo de pan. Para la gente de hoy, tan simplista, tan habituado a las persoalidades planas, tan alejada del estudio del hombre y sus pasiones que se nos enseñaba, aunque torpemente, no pueden entender estos contrastes. Estos maestros se preocupaban de nuestros problemas familiares, nos escuchaban y tenían una cercanía que hoy no tienen muchos maestros. En absoluto te educaban en el hermetismo. Eso sí, cuando habías hecho alguna trastada, se te castigaba. No pasaban ni una. Mis primos eran más mayores y habían conocido tiempos más recios, cuando algunos frailes se quitaban el cinturón y arreaban al estilo Indiana Jones. No me parecen bien estos excesos -contrarios, por cierto, a las directivas de sus superiores- pero nuestra época de absoluta falta de respeto y autoridad me parece aún peor por sus resultados.

Carmen Gil
Carmen Gil
2 años hace
Responder a  Josey Wales

Maravilla ver cómo los acólitos del PSOE más rancio están tan abducidos por el mismo club de amiguetes que han sumido a Andalucía, durante casi cuarenta años, en un estado caciquil, que imaginan a su pseudodeidad Felipe como objeto de deseo universal.
No, señor del Molino, se equivoca usted, en España en general y en Andalucía en particular, hemos sido muchos los que hemos detestado al personaje y a la mafia de amiguis a la que pertenecía y lideraba.

Bixen
2 años hace

Don Arturo Pérez-Reverte ha dicho en ‘el Hormiguero’, que no son asesinos quienes matan a quienes ejercen su trabajo, sino homicidas. Por meter el dedo en la llaga.

Jose
Jose
2 años hace

Me parece interesante la reflexión sobre el poder que conlleva este presidente. Se puede considerar democracia un sistema en el que unos gobiernan a otros?

Última edición 2 años hace por Jose