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Adobe, del Nilo a Río Grande ( y II): Río Grande

Adobe, del Nilo a Río Grande ( y II): Río Grande

La novelista, periodista, poeta, ensayista y gestora cultural Silvia Grijalba ha escrito un libro titulado Adobe (del Nilo a Río Grande), un trabajo literario a medio camino entre el dietario, la autoficción y la prosa poética, y que va desde la época en la que vivió en El Cairo (Egipto) hasta su etapa en Nuevo México (Estados Unidos).

Zenda reproduce a continuación la segunda, y última, de las dos entregas. La primera se publicó el domingo 16 de octubre.

Río Grande

(Corrales, Nuevo México)

Mayo 2020/mayo 2022, d. C. (Después del COVID)

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Reminiscencia, Stéphane  Mallarme:

«Yo, huérfano, iba errante, vestido de negro y con los ojos vacantes de familia: entre los árboles se alzaron tiendas de feria ¿acaso intuía el futuro y que yo sería así? Me gustaba el perfume de los vagabundos y fui atraído hacia ellos, olvidando a mis amigos.» 

Pies fríos y opio

Últimamente pienso mucho en el opio. La idea no es entregarme a su consumo, aunque a veces es tentadora. Pero todo se junta.

El otro día fui al dentista. De nuevo. El Doctor Anh parece bastante eficiente pero la rapidez no es su mejor virtud y está obsesionado con el dolor. Tras exactamente seis pinchazos de anestesia para ponerme una corona, a las dos horas (exactas) levanté el dedito porque la fresadora esa que usan me había rozado la encía. El Doctor Anh me preguntó si lo había notado, le dije que sí, y me dijo que entonces iba a volver a anestesiarme. Como pude (ya saben, tubos, algodones, etc.) le dije que no, que llevaba media hora sin anestesia y que ya lo que me dolía era la mandíbula, que acabara y se dejara de pinchazos. Cuando terminó planeamos la estrategia de lo que nos queda y comentamos el tema de la próxima intervención. Leve, pero quirúrgica. Me explicó el procedimiento y me insistió mucho en que no me dolería. Como mi vida es un no parar y tengo compromisos laborables ineludibles, le pregunté si posteriormente me iba a molestar porque tenía un par de asuntos importantes tipo discurso. Su respuesta fue que sí dolía pero que no me preocupara, que me recetaba oxicodina o nosequecodina. Le pregunté si con un Tylenol se pasaba, y me dijo que también, pero mejor prevenir.

Al salir de allí me fui a trabajar. Pasé por 2nd St. Callesegunda está llena de personas que vagan como a cámara lenta, vestidas como los hipsters de los cafés de 4th St que charlan de cualquier cosa excepto el conflicto de Afganistán saboreando un chai con leche de almendra recién ordeñada porque ahora la soja resulta que es mala.

Los de 2nd St beben bebidas azucaradas llenas de conservantes y colorantes en la puerta de sus tiendas de campaña. En silencio, mirando al vacío, como las señoras de los anuncios de compresas que beben té en una taza, sonrientes, en la ventana de su preciosa casa idéntica a la del vecino. El último tramo de la calle, antes de llegar a Lomas St es una sucesión de tiendas de campaña de las que sobresalen pies.

Pienso en la habitación infantil de mi casa de Montemar, con sus dos camitas para niños. Allí, mi padre a veces se tumbaba mientras me contaba la autobiografía aumentada de sus aventuras en la Revolución Cubana. Me hipnotizaban sus pies sobresaliendo de la cama y de la manta que luego mi madre tapaba con la colcha porque suponía que un pie frío era la antesala de terribles pulmonías.

En Callesegunda no hay ni gritos ni discusiones. Los opiaceos son una droga mucho más conveniente a la comunidad que el crack o la metanfetamina.

Si eres una señora de mediana edad con responsabilidades laborales, la loqueseacodina te quita el dolor físico y la loqueseatina el espiritual. Y si no lo has perdido todo, nada mejor que un barato derivado del opio para mantenerte tranquilo con tu tienda de campaña en Callesegunda o en Skip Row o en la calle Desengaño de cualquier ciudad del primer mundo.

Cuando aparco y ya tengo que dejar de pensar en tonterías, que la vida real es otra cosa, pienso en lo poco que leo entre mis amigos gringos de las redes sociales sobre el tema de Afganistán. Y de lo poco que se comenta que es el mayor productor de opio del mundo. También pienso en que tengo que buscar algún buen libro sobre las Guerras del Opio. Pero la tontería se me pasa pronto porque lo urgente me reclama. Y atender lo urgente es lo que me permite que el Doctor Anh me ponga una corona y no estar tumbada en 2nd St, a punto de coger una pulmonía porque tengo los pies fuera de mi tienda de campaña.

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Gloria Fuertes, Niños de Somalia:

Yo como
Tú comes
Él come
Nosotros comemos
Vosotros coméis
¡Ellos no! 

La ilusión en la derrota

Pensaba que las casas sin ventanas, con el balcón pintado con flores y corazones era el colmo de la ilusión en la derrota. Aquellos colores me reconfortaban cuando pasaba con mi chofer por las afueras de El Cairo, camino de Alejandría. Pero no. Ayer, 20 de enero, a la salida de Walgreens, me crucé con un vagabundo ataviado con un gorro de Papá Noel calado hasta las cejas (esa tela sintética abriga insultantemente) y una mascarilla que debió ser blanca en sus buenos tiempos, colocada con precisión federal.

Descalzo, lleno de roña, esquelético, errante y anestesiado por el fentanilo (como mi exrío). Toda una lección de esperanza vana. El más puro espíritu de la navidad pasada y de la sanidad futura.

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Cadillacs, lanchas y un pick up

Estados Unidos es ese espíritu destartalado y acumulativo sin sentido de algunos padres de familia de lo que aquí se llama suburbio. Esos que tienen en el jardín un Cadillac del 72 oxidado, un carro de la compra, una lancha y, por supuesto, una caravana y un pick up. Corrales tiene ese aire de relato sureño en el que el vecino esconde un cadáver en la caseta de herramientas. En absoluto se respira la pulcritud de los suburbios. Hoy es mi primer día de vida en Corrales. 

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Sr. Téllez es un gato cotilla. Y expresivo. No le gusta nada que la adolescente de la casa de al lado tontee con un joven que llega todas las tardes anunciando su entrada en el condominio con rap a toda mecha, en su Chrysler 300. Le falta decir «oich oich oich».

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Flannery O’Connor, El día del juicio final:

«Al principio, recién llegado a aquella casa, él solía responder, pero no era eso lo que ella quería. Cuando le contestaba, ella le miraba ceñuda, como si, por muy viejo y tonto que fuera, debiera tener el sentido común suficiente para saber que a una mujer no se le contesta cuando habla sola.»

Desparpajo a destiempo

Uno de mis momentos favoritos del día es cuando paseo por la acequia de Río Grande, al lado de casa, tras la jornada laboral. Me despeja y me pone de buen humor. El viernes iba yo pensando en mis tonterías y en lo verde que es el césped de los jardines de mis vecinos, cuando reparé en que a lo lejos había un señor apostado en la entrada de su casa, con un sombrero vaquero, mirando cómo me acercaba. Cuando llegué a su altura me soltó un sonriente «you look gorgeous» a lo que le contesté «oh, thank you, you too, stunning». Y seguí andando mientras pensaba que ya soy una señora madura que sabe responder con desparpajo. Me ha pillado un poco a destiempo.

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Liberalismo navideño (do it yourself)

En mi barrio, Corrales, son muy de decorar los jardines para disfrute general. Aquí no hay luces de navidad oficiales, pagadas por el ayuntamiento, lo cual me parece estupendo y me encanta este sentido de agradar al prójimo. Aquí los que queremos decoramos nuestro trozo de calle, y lo cierto es que Mockingbird Ln está preciosa en Navidad. Los demás han optado por colores y simetrías o motivos realistas, pero nosotros hemos apostado por el blanco y el caos, como si la nieve se derritiera. Esta alegoría a la nieve derretida la acabo de improvisar, cuando nuestro vecino (que es Mc Giver y nos humilla con construcciones alucinantes y el césped más perfecto del mundo) me ha preguntado por el significado de nuestra decoración. El suyo no necesita pie de foto: son ocho trineos, dos Santa Claus y seis renos. Todos ellos hechos con sus manos, combinando lucecitas. Nosotros hemos puesto las luces como hemos podido, sin pensar en que esto era como las fallas.

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El secreto del fotógrafo de Hello!

Los Jordan han venido hoy a hacerme una foto.

Albuquerque Magazine dedica una sección a miembros relevantes de la Comunidad que explican sus recetas favoritas.

Yo he hecho una spanish omelette. Soy española y tengo una misión.

Los Jordan deben rondar los 65 años.

John Jordan advierte enseguida que es inglés y que ha recorrido 72 países.

Beth Jordan no habla casi, en su calidad de ayudante consorte.

Le pregunto y cuenta que es pianista y que este verano irá a Washington «tengo allí familia».

John la interrumpe para narrar su historia de amor.

Le digo que es amazing (pero la mía es mejor).

Cuenta que ha hecho fotos a todas las estrellas de Hollywood, que mi casa y yo misma le recordamos a una sesión con Olivia Newton John.

Que se empeñó en adquirir la nacionalidad americana para poder ir a Vietnam como fotógrafo (y hace un gesto de que sí, está loco).

Que el té frío está delicioso y que si todo ese yard de césped pertenece a la propiedad.

Me pide que sonría en las fotos, le digo que no puedo «soy gótica».

Todos nos reímos y me capta el instante en falta.

Beth sigue callada y me fijo en su sonrisa. Es excesivamente guapa.

Le pregunto por qué vive en Albuquerque.

Me señala el cielo: «el clima».

Yo pienso que California es mucho mejor pero no soy impertinente.

Les regalo la tortilla.

John dice que ha trabajado para Hello!

Se van y busco su nombre en Google.

Algo no encaja. ¿Por qué hacen fotos a tortillas de patatas?

«Pareja de NM encarcelada por estafa federal de 50 millones de dólares.»

Ofrecían inversiones millonarias a incautos que se creían listos.

Los Jordan han estado 3 años en la carcel de Texas

Beth Jordan fue starlet de Hollywood e hizo películas en las que siempre sale la palabra «pasión».

Seis días después los Jordan me mandan un mensaje, alaban mi tortilla y me invitan a una cena «entre europeos».

Me temo que Albuquerque Mag no existe.

Que no soy un miembro relevante de la Comunidad.

Y que me quieren por mi yard.

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Lucía Berlin, Triste idiota:

«La soledad es un concepto anglosajón. En Ciudad de México, si eres el único pasajero en un autobús y alguien sube, no solo se sentará a tu lado sino que se recostará en ti». 

Egoísmo por caridad

Hoy le he regalado mi gorro de lana un vagabundo. Así dicho queda muy generoso, pero no. Me había costado 10 dólares en Walmart y, como todo el mundo sabe, dar limosna es un acto de egoísmo.

Hoy hemos estado a 13 grados Celsius, y el parque donde los vagabundos tienen sus tiendas de campaña estaba completamente nevado. He pasado lentamente, pensando que los habrían desalojado, pero no. Esta es la tierra del DIY: desalójese usted mismo.

Había varios fuera de su iglú de poliéster, acurrucados. Cuando me he dado cuenta de que me veían mirar he acelerado mi Mini Cooper color verde inglés. A nadie le gusta que vean sus trapos sucios ni sus excrementos. Eso que llaman miseria.

En la curva de Calledos con Lomasestrit hay penínsulas de descampados donde los más independientes tienen sus casas falsas de 2 x 2. Con carritos de la compra aparcados en la puerta, repletos de bolsas de plástico de esas que ya no dan en los supermercados de clase media orgánica porque destrozan el planeta.

Esas tiendas de campaña desperdigadas y nevadas me han producido una congoja repentina. El parque me daba cierta tranquilidad. Como si alguien que decide estar en sitio «protegido» con una valla de 30 centímetros no mereciera tanta compasión como el que escoge vivir en la calle solo.

O a lo mejor el llanto ha sido porque si alguna vez mi credit récord (1) bajara y me tuvieran que operar de apéndice y decidiera dejar el trabajo porquequéhartaestoy y nadie me volviera a contratar porque tengo cincuenta y cuatro años y no pudieran recetarme fluoxetina y no tuviera fuerzas ni ganas y me rindiera, yo sería de las que estaría en esa parte. Sola. Uno de mis puntos débiles que nunca debería contar en una entrevista de trabajo es que no soy buena en el trabajo de equipo. Podemos decir también que soy introvertida, ahora se lleva mucho.

Así que he seguido conduciendo mientras lloraba. Y he estado a punto de buscar un cajero porque no tenía cash. Pero luego he pensado que Calledos es solo de ida y que si quería darles algo de dinero iba a tener que dar toda la vuelta y llegaría tarde al trabajo y lo mismo tampoco servía de mucho y que vaya mierda de vida que una no puede salvarle la vida a la gente porque llega tarde a una reunión con el Comité Asesor. Así que he mirado lo que tenía en el coche y ahí estaba el gorro.

En el semáforo de dosconcentral había un vagabundo flaco, con una cazadora y una gorra empapada, esperando para cruzar. Ha pasado un coche y le ha mojado. Él ha dado un salto imperceptible, como sus dientes. Cuando se ha puesto verde (el semáforo) para los dos he acelerado, he parado y le he esperado. He llamado su atención: «hei», ha pegado un respingo, y yo le he dicho: «this is for you, you must be frizzing, thank you». Me he subido en mi carroza y me ha parecido ver que ha tirado el gorro en la acera. Ha hecho bien. Mi madre también me decía que no aceptara cosas de desconocidos.

(1) Sistema de puntos que se usa en Estados Unidos para medir tu fiabilidad como cliente. Se usa para calcular el tipo de interés a la hora de pedir un crédito, para que te alquilen o no una casa o para que puedas comprar un coche. Si eres inmigrante recién llegado es cero y si tienes una deuda con un hospital, también. 

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La paz mundial

Por supuesto somos todos pacifistas y, como las mises y John Lennon abogamos por la paz en el mundo y por que nadie pase hambre. Pero, sí, pero, siempre hay un pero… pero hoy que se celebra Veteran’s Day en EE. UU. tengo que reflexionar sobre antiguos prejuicios. El clic me llegó el año pasado en la camilla de mi acupuntora. Está especializada en gente con síndrome de estrés postraumático y enfermedades autoinmunes.

El alcohol que usa para desinfectar antes de ponerte cual acerico huele de maravilla, a rosas. Se lo comenté y me explicó que lo utiliza porque a la gente con PTS el olor a alcohol les hace recordar las torturas de guerra o las curas de heridas. Luego me habló del Timo y de cómo se contrae con los traumas y también me contó algunas historias terroríficas de antiguos combatientes. Los Veteranos están aquí en el día a día. En los descuentos de Cosco, en la financiación especial en CarMax. Me parece muy justo que un país celebre la labor de la gente que hace el trabajo sucio. A la guerra van algunos convencidos de que es una manera de tener paz, y muchos que no tienen otra salida. A la guerra no van los que las provocan. Así que me uno a la celebración, aunque, como europea, me crea John Lennon y me imagine cosas.

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Allí y después 

Lo de estar presente no va conmigo.

Lo primero que hago al llegar a un hotel es tumbarme en la cama y buscar en Google hoteles para cuando vuelva a esa ciudad. Algunos le llaman espíritu nómada; otros deseo de conseguir lo mejor o inconformismo. Yo diría que es ansiedad. 

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El último piropo de la Tierra

He recuperado mis paseos otoñales (por la estación del año y mi edad). Cuando hay más de 22 grados yo no paseo. Así que llevaba meses sin recorrer el vecindario. Hoy he pasado por la casa del vecino que me llamó «gorgeous» y al que le dije que tenía una pinta «stunning». En su jardín hay un cartel de «Se vende».

La vecina de al lado estaba recogiendo hojas y, aunque no es de mi calle ni la conozco, le he preguntado, que aquí son muy de referir, como en los pueblos de Andalucía. Pues mi admirador ha muerto. No es noticia de portada porque debía rondar los cien años, pero me ha dado pena. De mí misma también.

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Malcolm Lowry, Bajo el volcán:

«His love had brought a peace, for all too short a while, that was strangely like the enchantment, the spell, of Chartres itself, long ago, whose every sidestreet he had come to love and café where he could gaze at the Cathedral eternally sailing against the clouds, the spell not even the fact he was scandalously in debt there could break.»

Dejar en paz

La del Gran Cañón del Colorado era la anécdota familiar por excelencia en mi casa. Esa que se cuenta en las reuniones una y otra vez, como un mantra que sella complicidades. La que salía a relucir cuando mi padre intentaba hacer parte de la familia a alguno de mis novios. Solía ser la antesala de enseñarle su colección de soldaditos de plomo y la piel del caimán que había cazado en Cuba.

La anécdota es lo de menos. Hablaba de cómo mi abuela se había quedado en el hotel echando una siesta y mi tío de 17 años y mi padre de 10 se habían ido a dar una vuelta. Mi padre decidió enrolarse en una visita en mula por el Cañón. A mi tío le pareció buena idea (probablemente se había quedado prendado de algún camarero, y mi padre le estorbaba) y resulta que la excursión era de 24 horas.

Mi padre recordaba aquello como uno de los momentos más emocionantes de su vida. Estaba acostumbrado a estar solo; su madre, tras el divorcio, le había dejado en Cuba tres años atrás, al cargo de su padre y su hermano mayor, así que probablemente en esa excursión se mezcló cierta venganza y esa ansia de aventura que siempre le acompañó.

Hoy por fin he visto el Gran Cañón del Colorado. Y las mulas. Seguramente una de ellas es la tataranieta de aquella que llevó hasta el río a aquel niño.

He comprendido la fascinación de mi padre cuando decidió adentrarse en el corazón del mundo. Y lanzarse a su primera aventura, como en un rito de iniciación de lo que luego sería su vida escogida (de la sobrevenida mejor no hablar).

Así que he decidido volver a enterrarle y que sus cenizas y el escapulario que siempre llevaba, como buen ateo, descansen por fin allí en paz. A cielo abierto. A lo grande. En el sitio donde se sintió por primera vez un héroe, un explorador.

Lo he hecho de noche. De día aquello está lleno de gente haciendo fotos y de niños a punto de precipitarse al vacío. He aprovechado un momento de soledad, unos tres segundos interrumpidos por una madre que gritaba a su hijo que no se acercara al borde, que no se lanzara al precipicio. Como hacen casi todas las madres.

La idea era dejar también un mechón de pelo de mi abuela, que conservo desde niña en un camafeo. Pero no, si mi padre se enroló solo, a los 10 años, en aquella aventura mientras mi abuela se daba un baño de sales, por algo sería. Así que he vuelto a encerrar el mechón rubio en su caja y he dejado a mi padre en paz.

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Vida salvaje y gatos domésticos

Cada vez que Sr. Téllez se escapa me debato entre el terror (real) a que salga pitando, se pierda y acabe devorado por un coyote o atrapado por un halcón y el deseo de que disfrute. Antes era todo más egoísta, y, en el fondo, lo de sopesar entre dejarle relacionarse con la wild life o encerrarle en casa tenía más que ver con el hecho de no querer ser La Señora de Los Gatos que trata a sus animales como si fueran sus bebés. Pero ahora eso me da igual.

Soy La Señora del Gato que le trata como si fuera su hijo adolescente, y al verle revolcarse en la arena, saltar sobre alguna lagartija y subirse a un árbol, cuando se escapa, transfiero mi aburrimiento y pienso que lo mismo es mejor vivir un rato con estímulos que vegetar hasta envejecer. Al rato, cuando anochece y no consigo que Sr. Téllez entre en casa, pienso en la angustia de que se pierda, se muera o lo que sea, y se me pasa el ramalazo de egoísmo y la transferencia y le engaño para que entre. Le pongo comida o le hablo con voz de dibujo animado y, cuando baja la guardia, le atrapo y le meto en la cocina. Como la bruja del Hansel y Grettel.

Cuando cierro la puerta me siento como el Sistema que me inculca miedos y me lleva a empujar a diario la máquina haciendo cosas que odio, hasta caer agotada y no tener un resquicio de energía para divertirme. El Sistema (que soy yo misma) que me exprime y ni siquiera me deja dormir, algo que últimamente se ha convertido en mi deseo más fuerte. Lo que más se parece al concepto de ser feliz.

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Kay Bird, Martin J. Sherwin, American Prometheus, The triumph and tragedy of J. Robert Oppenheimer: 

«Suddenly we knew the war had arrived here,(Sterling) Colgate recalled. These two characters showed up, Mr. Smith and Mr. Jones, one wearing a porkpie hat and the other a normal hat, and these two guys went around as if they owned the place.Colgate, a high school senior, had studied physics and he had seen photographs of Oppenheimer and Lawrence in a textbook.» 

El renacimiento del mundo

«¡Qué increíble el efecto del sol a través del humo del incendio! Es precioso, muy romántico.» Si esto fuera Madrid y no hubiéramos salido de dos años de encierro, la frase sería para rendirse a los pies de Art Colgate o salir corriendo. Pero esto es Nuevo México, la gente adora hablar con desconocidos sin segundas intenciones, es al primer concierto de pie y sin mascarillas al que voy en 5 años (al confinamiento del resto de la humanidad debemos añadir la idiosincrasia de Egipto) y, efectivamente, el humo del aterrador incendio de Las Vegas y sus 900 acres colindantes crean un efecto incandescente sobre el sol fucsia en este atardecer de Santa Fe. Es una especie de renacimiento del mundo. Un Apocalipsis al revés.

Art Colgate habla sin respirar. Pregunta y, cuando estás a mitad de una respuesta, recuerda una anécdota. Sonríe y cuenta. Tras una charla que considero suficientemente larga como para no ser descortés con un desconocido, le digo que me ha encantado conocerle y que voy al food track a por una sweet potato con chile. Por el camino desenredo la información que me ha transmitido en los últimos 10 minutos y retengo que vive entre San Diego, Socorro y Los Álamos. Que es ingeniero y arquitecto. Que su padre estudió en el Álamos Ranch de Los Álamos (le comento que también Gore Vidal y Burroughs y él responde que vale, pero que su padre era más importante). Que en Socorro hay una comunidad artística muy interesante (interrumpo diciendo que cuando he pasado por allí me ha parecido un sitio con algo especial y que fantaseo con retirarme en una casita en ese desierto). Y que le gustan, como a su padre, las explosiones. Aún no sé su nombre. Cosa rara, que aquí son muy de «my name is».

Art Colgate no da la conversación por terminada, y mientras me como la sweet potato me dice que tiene en Socorro un Dinamo experimental de los cuales hay cinco en el mundo y ese es el único que funciona y me enseña una foto “real, no es Photoshop” de creo que una supernova y me habla de una teoría que demuestra que su energía crea otra «yo la llamo la supernova orgásmica». Empieza el concierto y me dice que está muy alta la música y que se va. Me da su tarjeta (descubro su nombre) y mientras se aleja pienso en qué clase de atracción tengo para los tipos colgados y recuerdo que en mi investigación para la próxima novela sobre el Proyecto Manhattan hablan de un tal Colgate. Miro Google y es su padre. La teoría de la supernova que me ha mostrado es la que desarrolló Sterling Colgate.

Mientras muevo la cabeza al ritmo del blues galáctico de Bob Log III pienso en si irá contando estas cosas a todo el mundo que se encuentra.

Al día siguiente me levanto con un dolor general que me encantaría que fuera resaca, pero es ese dolor agarrotante que hay días que no me deja andar por las mañanas. Pero estoy en Santa Fe y hay que hacer un esfuerzo y además me echan de la habitación del hotel. Así que paseo muy lento. Como si fuera en una cinta metálica, como las extraterrestres de Mars Attacks. Y hace sol y me duelen los ojos y el cuello, así que entro en una tienda de sombreros. Me compro un Stetson negro. Me queda perfecto. Me voy a desayunar vestida de cowgirl y me veo preciosa. Creo que ya me he adaptado por fin a la que va a ser mi vida a partir de hoy, a la excentricidad del far west, a sus bombas atómicas y sus explosiones de incendios.

Y a sus genios verborreicos.

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Alicia
Alicia
2 años hace

me ha encantado Silvia