Los Ars moriendi o «manuales de la buena muerte», compendios de la tradición cristiana surgidos a principios del siglo XV, fomentaban en el moribundo una actitud valiente, pacífica y positiva ante el instante de la agonía, por lo común enfrentado con dosis similares de miedo e incomprensión. Pulsando temas diversos (arte, filosofía, literatura, música…) en una libre disposición de fragmentos colmados de obsesiones y confidencias íntimas, Michel Onfray pone al lector ante el abismo de sus propios juicios, invitándole a proyectarse con desenfado en una de las grandes experiencias humanas hasta lograr que lo mórbido, lo macabro y lo patológico vayan desdibujándose bajo una leve sonrisa.
Zenda adelanta las primeras páginas de este libro publicado por Firmamento.
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I
LA CABRIOLA DE CHAUSSON
Sea cual sea la carrera que uno prevea desarrollar, llamarse Ernest Chausson [1] siempre lo complica todo. Pero, a lo que vamos, este digno alumno de Massenet que adoraba a César Franck fue a pesar de todo un músico estimable. Su música de cámara combina la elegancia con la pasión, lo que no está nada mal. ¿Por qué hubo de rebajarse también a la práctica de las artes velocipédicas? Pésima idea la suya, porque, al perder el control de su bicicleta mientras descendía por una cuesta, efectuó una cabriola al cabo de la cual halló la muerte.
II
EL ABRIGO DE ARTAUD
Al término de una inauguración que, cada año, funciona tácitamente como una cita social, coincido con André Berne-Joffroy, a quien debemos la introducción de Caravaggio en Francia. Un hombre encantador, además de un conversador deslumbrante, inteligente y divertido. Esa tarde, hablamos de sus encuentros con Caillois, de sus confidencias con Valéry, de sus veladas con Boulez, de su complicidad con Soulages, de su relación con Paulhan. Luego, de Antonin Artaud, quien, según me confía Berne-Joffroy, fue enterrado con un abrigo que en el pasado le había pertenecido a él.
III
LOS MANES [2] DE GÉNOVA
Paseaba por el casco histórico de Génova persiguiendo el recuerdo y la sombra de Nietzsche, Salita delle Battistine arriba. Al cruzar una calle y levantar la cabeza, vi un cementerio repleto de nichos blancos superpuestos. Pequeños y numerosos, estaban flanqueados por vulgares flores de plástico, exvotos y frágiles velas cuyas llamitas vacilaban a merced del viento. La luz del día declinaba acompasándose a la crepitación de esos fuegos fatuos encendidos por la mano del hombre.
IV
EL TRANSI, INSTRUCCIONES DE USO
Deambulando por un diccionario donde buscaba información sobre Andrea del Castagno, descubrí la definición de «transi». La palabra se utilizaba en la estatuaria de la Edad Media y el Renacimiento para caracterizar a las esculturas que representaban a un muerto en estado de descomposición, algo en lo que el arte barroco se recrearía más tarde. El transi se opone al orante, arrodillado, y al yacente, cada uno de los cuales goza por lo demás de tan bellos ejemplos.
No me veo a mí mismo rezando: hace mucho que no practico esa postura. Sí que puedo imaginarme yaciendo, y así es de hecho como escenifico mi muerte; pero tendré que ejercitar más a menudo la gestualidad del transi: la lección de las tinieblas resulta más eficaz.
V
EL SABOR DE LOS GUSANOS
Estaba en una habitación de hotel en Venecia, esperando a un periodista para responder a algunas de sus preguntas. Había estado caminando durante todo el día por las calles [3] y había encontrado la plaza de San Zanipolo, el epicentro de la ciudad, muy de mi gusto. Ahora, miraba la televisión distraídamente. Una agitación que no logré identificar a primera vista llenaba la pantalla. Cuando el plano fue abriéndose, se hizo evidente que ese temblor se debía a la aglomeración de gusanos que hurgaban en las cuencas de los ojos de un muerto. Una mujer se mecía adelante y atrás mientras sumergía los dedos en esa masa trémula antes de llevarse las larvas a la boca y empezar a comérselas. La escena acontece en Papúa Nueva Guinea. La locución está en italiano. Mi asombro no tiene nombre. Las imágenes se suceden sin descanso: el sol hincha el cadáver expuesto y forma en él secreciones. Fluye la grasa, la linfa, las materias en descomposición. La afligida rebaña los líquidos putrefactos; se unta el cuerpo y la cara con ellos, luego se lame los dedos. Los gestos se repiten con lentitud, mientras la cámara permanece impasible. Las náuseas me invaden. La ventana está abierta y el olor de Venecia se me antoja sublime.
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[1] Onfray propone un juego de homonimia a partir del significado literal de chausson, que puede traducirse como «zapatilla» o «pantufla». (Todas las notas son del traductor).
[2] Sombras o almas de los difuntos a las que los antiguos romanos rendían culto.
[3] En veneciano en el original.
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Autor: Michel Onfray. Traductor: Javier Vela. Título: Ars Moriendi. Editorial: Firmamento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
BIO
MICHEL ONFRAY (Argentan, 1959) es doctor en filosofía. Ha desarrollado su trabajo teórico en torno al hedonismo, el ateísmo y la construcción de la identidad. Autor de más de un centenar de obras traducidas a numerosos idiomas, es fundador de la Universidad Popular de Caen y de los medios independientes michelonfray.com y Front populaire. Entre sus libros publicados en español, cabe destacar El vientre de los filósofos, Antimanual de filosofía, Cinismos, La escultura de sí, Tratado de ateología, La fuerza de existir, Política del rebelde, Teoría del cuerpo enamorado, Contrahistoria de la filosofía, compuesta por varios tomos, Cosmos. Una ontología materialista, o Thoreau, el salvaje.
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