A su prematura muerte en el verano de 2015, Rafael Chirbes (nació en Valencia, en Tabernes de Valldigna, en 1949) dejó una copiosa e importante obra inédita, trabajos concluidos de un escritor muy dubitativo desde sus inicios o páginas de una escritura siempre en marcha y sometida a constantes revisiones. Quizás en el futuro conozcamos nuevos textos que se agreguen a los ya dados a conocer. Por el momento, se ha publicado, en el mismo 2015 de su fallecimiento, una valiosa novela, dura historia que enlaza una amarga relación homosexual y un despiadado conflicto de clase, París-Austerlitz. Y un lustro después comenzó a ver la luz en forma de libro una caudalosa escritura dietarística de la que ya había hecho algún adelanto suelto en prensa.
Una primera entrega de los Diarios apareció hace un año y recoge el contenido de diversos cuadernos o agendas que abarcan desde 1984, antes de que Chirbes tuviera obra narrativa publicada, y hasta 2005. Era grande la calidad de esta prosa memorialística —pues algo tiene también el tomo de memorias y de autobiografía— y muy notable su interés. Pero, habiéndose anunciado una segunda entrega, preferí dejar este comentario hasta disponer del ciclópeo conjunto. La entrega pendiente acaba de aparecer bajo el subtítulo común a ambos volúmenes, A ratos perdidos, y contiene los varios cuadernos correspondientes a 2005 y 2006.
La progresiva importancia que Chirbes dio a esta dedicación la muestra que ocupan un número parecido de páginas los cuatro lustros del primer volumen que los dos años del segundo, si bien hay que relativizar esta apreciación porque los propios diarios informan de los cambios y supresiones que el dietarista hizo en las agendas manuscritas al pasarlas al ordenador. Por otra parte, el largo tiempo de escritura deja su huella. En el tomo uno abunda una cierta agresividad y furor, mientras que en el segundo, sin abandonar las opiniones contundentes, predomina la reflexión, se explaya en el sentimiento de decadencia acrecentado por la vejez (aunque no llegue a los sesenta años en los últimos apuntes) y en el de fracaso por la ruina de sus convicciones políticas. Eso sí, desde un comienzo el autor se mantiene firme en priorizar el mundo interior en detrimento de las observaciones de lo de fuera (“están excluidas mis relaciones con el exterior, adónde voy, con quién y de qué hablo; las noticias de las que me entero. Nada de eso tiene su sitio aquí”). El propio Chirbes explica, recurriendo a una fórmula que había divulgado su querida Martín Gaite que los Diarios cumplen “el papel de interlocutor, o al menos de espejo”.
Esa mirada ceñida a la privacidad mental no implica, sin embargo, un limitador solipsismo. Los diarios prestan atención a un número bastante amplio de asuntos, desde lo más secreto del sentir hasta lo colectivo. Al terreno de lo íntimo pertenecen la dicha lacerante vivencia de la vejez, que constituye quizás la gran veta del tomo segundo con confesión de arranques suicidas, las pulsiones eróticas, el alcoholismo —en una tarde de copas con un amigo, computa “quince o veinte: vermuts (3), vinos (3 o 4), cazallas (4 o 5), gin-tonics (5 o 6)”— o la salud (pormenorizado y algo hipocondríaco repertorio de dolencias: vértigos, insomnio, problemas de visión, fuertes dolores varios…). En todo ello se expresa con desnuda y auténtica sinceridad. Sin rodeos habla de una homosexualidad dolorosa y frustrante a veces; otras, como una celebración de los placeres del cuerpo. Sus dolencias dejan ver un ser torturado, que alcanza la dimensión de alguien tremendamente desvalido y atemorizado cuando se añade el sentimiento de senectud, impactante por lo precoz. En cualquier caso, esta clase de sentimientos nos llegan como confesiones verdaderas, no como artificio retórico.
A medio camino de lo privado y lo exterior están las observaciones referidas a su trabajo profesional. Fue Chirbes redactor de la prestigiosa y selecta revista “del vino y la gastronomía” Sobremesa, y en ella hacía ante todo reportajes viajeros, de modo que en los diarios ocupan un espacio destacado sus impresiones de ciudades, de París, un punto de referencia inexcusable en su biografía, de otros lugares como Berlín, Roma, Nueva York, Estambul, Nápoles, Budapest, Múnich, la Bretaña francesa, la Toscana… Su mirada, limpia de costumbrismo, es penetrante y nada convencional, y no duda en expresar su disgusto y malestar ante sitios que solo le producen impresión de caos y fealdad como Aviñón, invadida por la turbamulta turística que acude a su famoso festival de teatro.
Esa mirada inquisitiva tiene en ocasiones una gran densidad, lo cual sucede en la consideración de la comida con alcance cultural. Denuncia con rotundidad la decadencia gastronómica francesa, el olvido de la vieja y sabrosa cocina popular, la pérdida de una relevante tradición y su reemplazo por sucedáneos, prisas y falta de amor. El contrapeso está en el encandilamiento con la huerta valenciana y sus productos, al alcance de su mano en Beniarbeig, en la Marina Alta, donde se instaló desde el año 2000. Los entusiasmos paisajistas que le despierta este pequeño pueblo alicantino los enturbia, sin embargo, la depredación y especulación urbanísticas de las que habla indignado con frecuencia y que suponen la base anecdótica de la novela que le proporcionó notoriedad pública, Crematorio.
También una vertiente hacia el exterior implican otros aspectos relacionados con su trabajo de escritor. Por una parte tenemos los comentarios acerca de la sociedad literaria, no muchos, porque nunca participó a fondo en ella, pero sí muy incisivos. Deja apuntes destructivos. Sobre el oportunismo de algún crítico (Ignacio Echevarría) y sobre la falsedad de algún editor (demoledora la denuncia del progresista Constantino Bértolo, que desatiende con displicencia reclamaciones sobre derechos de autor no pagados). Por otra parte, hallamos innumerables comentarios de lecturas, clásicas y actuales, cuajados de juicios penetrantes. La auténtica exégesis de La Celestina tiene vuelo especulativo y académico. Más sintéticos otros pareceres, nunca se priva de valoraciones libres y contundentes, incluso de gentes cercanas a él como Belén Gopegui, considerada con frecuencia como una heredera de su escritura. No más condescendiente se muestra con Goytisolo o Colinas. Y escrupuloso con Muñoz Molina o Marsé. Sus disidencias las contrapesa con firmes adhesiones, a Miguel Sánchez-Ostiz, por ejemplo, en quien ve un escritor de su familia, por así decirlo.
Sobre estos aspectos prevalecen en interés las consideraciones acerca la literatura, en general y de la suya en particular. Una idea bien clara y firme de la utilidad del arte determina la poética chirbesana. Está frente, y con hostilidad franca, al formalismo y al culturalismo endogámico. Arremete con vehemencia contra la brillantez, denuncia los “bestiarios literarios”, deplora la herencia de Borges, maldice la “hiperliteraturización de la vida” de cierta literatura. Y les pone nombres, para renegar de ellos, a quienes caer en estos hábitos: Vila-Matas, Bolaño, Piglia…
No se trata de rechazos gratuitos y caprichosos. Son del todo coherentes con la poética de Chirbes. La literatura, dice, sirve para dotar de sentido a una época y para vivir un tiempo ido; para “capturar el aire de nuestro tiempo”; para reflexionar. La literatura es conocimiento y no mito. Y sus libros “persiguen dar voz a los excluidos de la narración de la historia”. Por eso prefiere, frente a esos ejercicios culturalistas, “el historicismo o el sociologismo”. Pero no apuesta por alcanzar esa desiderata de forma simplista, pues reclama la exigencia formal. La mejor prueba de que predica con el ejemplo se halla en el demorado comentario de los retos afrontados en las novelas suyas publicadas, y de las incertidumbres técnicas y estilísticas que siempre le han agobiado.
Estas dudas ocupan buena parte del segundo volumen, referidas a la novela que por aquel tiempo se traía entre manos, Crematorio, aunque no la menciona con este título. Con extremo detallismo nos permite viajar al taller del escritor, conocer su angustia e impotencia y saber un estado de ánimo depresivo, al borde mismo de tirar la toalla y renunciar no solo a culminar el libro sino a seguir escribiendo. No se trata, sin embargo, de ninguna jeremiada sino de una emocionante confesión de inutilidad. El fracaso creativo, que, como sabemos, no lo fue, y, por ende, vital, alcanza cotas máximas de doloroso sentimiento.
El otro gran aspecto de los diarios concierne a la postura de Chirbes en la sociedad y a la valoración de la historia reciente de España. No hará falta señalar, por sabida, la postura del escritor valenciano respecto de la Transición. Él, militante comunista, vio frustradas sus expectativas ideológicas en aquel pacto que permitió una salida a la dictadura. Fue, en su sentir, un fracaso generacional absoluto, una derrota sin paliativos. Lo resumió en una entrevista con una evaluación demoledora: a «los que lucharon contra Franco no hay que buscarlos en altos cargos en la democracia, sino desgraciadamente en Alcohólicos Anónimos». Lo mismo leemos en los diarios: cuando encuentra a gente de su promoción solo halla “caricaturas” de lo que fueron.
Algunas de sus novelas asumieron mostrar esa verdad en forma de alegoría, pero en los diarios no recurre a procedimientos metafóricos. Aquí expresa con contundencia y enfado la denuncia de la socialdemocracia triunfante desde el triunfo del PSOE en 1982. Los socialistas, viene a decir, han estafado a la sociedad española. Labor que no han desarrollado solo ellos, sino gracias a variados apoyos que, además, han dado una visión falseada de la historia. La libertad e independencia con que Chirbes enjuicia la política se refleja en una denuncia reiterada: El PSOE “enreda” a todos los partidos contra el PP y plantea “con la excusa de luchar contra la reacción, y en nombre del progresismo, fórmulas que rozan el golpe de Estado”. Su independencia de criterio le lleva también a pronunciarse sin guardar la corrección política en asuntos muy sensibles. Abundan en las fallas de su tierra, desenmascara, los ninots con curas y monjas, pero no figuras con turbante.
Destaca en estos diarios la sinceridad con que Chirbes se manifiesta. La cual se vuelca en un amplio abanico de interesantes asuntos. De especial valor serán para los aficionados a sus libros las explicaciones que da acerca de ellos. Los interesados por los mecanismos de la escritura y sus exigencias encontrarán testimonios valiosos de esa rara afición a ser escritor. Para quienes gustan conocer el espectáculo del alma, resultará apasionante esta indagación a calzón quitado en aspiraciones y derrotas de un ser humano atribulado. Y, en fin, un historiador dispone de un documento privado de primera importancia para, más allá del relato oficial, restablecer en su integridad los complejos tiempos que nos han tocado vivir. Los Diarios de Chirbes constituyen una de las piezas más notables de la llamada literatura del yo que hayan dado las letras españolas en cualquier tiempo.
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Autor: Rafael Chirbes, Títulos: Diarios, tomo 1, A ratos perdidos 1 y 2 (2021) / tomo 2, A ratos perdidos 3 y 4 (2022). Editorial: Anagrama. Prólogos: Marta Sanz y Fernando Valls.
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