Inicio > Poesía > 2 poemas de Yuliana Ortiz Ruano
2 poemas de Yuliana Ortiz Ruano

Yuliana Ortiz Ruano es una poeta nacida en Esmeraldas, Ecuador, en 1992. Licenciada en Literatura con mención en Artes y Escritura. Ha publicado Canciones desde el fin del mundo (Libero Editorial, Madrid, 2021) y Cuaderno del imposible retorno a Pangea (Ediciones Libros del Cardo, Valparaíso, 2021 – Recodo Press, Quito, 2021 – Amauta & Yaguar, Buenos Aires, 2022). Seleccionada en el Translator Choice II del Festival de Literatura Latinoamericana LATINALE, organizado por el Instituto Cervantes de Berlín.

***

Júpiter: la isla que no se repite (fragmento)

2

Habías dicho que el ombligo es una isla en mitad del océano de piel tostada y cicatrizada por la arena y el sol.
Habías dicho que detrás de una sonrisa de dientes sanos también hay una espuma acumulada
piel cubriendo una catástrofe aún no dicha por eso inexistente.
Nunca la boca ha dicho el deseo
hablar es tejer agua sobre el vapor de los manglares hablar es atravesar el Guayas
caminando de puntillas sobre un tenso hilo de nailon
¿Eso es hablar?
Bajar la cabeza tras una boca que se abre dentro de otra boca en la que descansa un árbol de bocas sonriendo.
He soñado en un mar de dientes
un plancton nadando entre tus dientes pequeños huesos con la particularidad del brillo.
Sonreír es hacer una isla de dientes en el globo de la cara al igual que pestañear
una isla dentro de mi pared es un murciélago graznando su existencia

he soñado con tus dientes

un millón de sonrisas caninas gritando en motivo insular gritando con la audacia de una isla
decir es hacerse isla
por eso me como tu nombre
antes de hacer de agua el espacio que me separa de tus dientes.
Tus dientes se elevan en un rito sin nombre
tus dientes vuelan alrededor de mi cara
tus dientes completan un algo que tampoco sé decir porque es deseo.
Una máquina que se mueve como una isla.
Nunca he sentido más miedo
que cuando llovió el dos de noviembre
Limones
lista para sepultarse bajo una bóveda de agua
y yo imaginaba el horror de no volver a ver tus dientes sobre la boca que no dice para no hacerse isla.
Nunca he sentido más miedo que en esa lluvia en Limones antes de San Martín.
Levanté a mi madre que ya no lo era en la habitación

madre
tía
y hermana

eran tres islas distantes incomunicables entre sí.
Yo elegí ser agua
tierna agua niña de sal y arena
capaz de acoger entre mis vientres
a todas las mantarrayas del Pacífico
Nunca sentí más gozo que cuando voló una mantarraya ante mis ojos caballo
sobre un bote a punto de hundirse caballo
y las mantarrayas bailando para mí
bajo un sol de pronta lluvia.
Caballo abrí la boca para recibirlos
pero entró también un pez a comerse mi sangre
a destrozar mi vesícula.
Nunca sentí otra fiesta
que la de ese vuelo de aves
cartílago de nohumano primero
mientras Limones quedaba cementada por el agua yo deseaba ver una vez más tus dientes
debajo de la isla de tu rostro chico y extraño
un mar de dientes comiendo otros dientes
pero siempre desde tu boca
de la sonrisa plateada
de la imposible isla que no quiero
debajo del techo tejo el mar necesario
isla como la última letra de tu nombre.

Voy a subirme a todas las mesas para servirme de banquete propio.

***

Madre o el retrato de lo insular

Madre sentada al pie de la cama:

Una isla pensando en otra isla. Nacer sobre una tierra que se parte eso es llevar el apellido materno. Como un cargamento de liebres que al caer al mar vuelan mantarrayas. He pensado siempre en la sonrisa de Madre como una abertura en un cartílago sin nombre. Pronuncio su nombre en el idioma de los erizos de mar, único vínculo entre sus vísceras y mi lengua, para preguntar la caída del imperio inexistente.

Hablar es hacer territorio insular sobre la cama, dijo. Hablar es gestar un volcán dentro de la nueva isla inserta en el mar como un ojo devorable.

Madre abre la boca: Limones se hace y rehace en una construcción impecable de génesis-éxodo y apocalipsis. Madre dice que todo trayecto es circular o no es: por ello aguardo con las piernas atadas. Me quito a diario la necesidad de lo recto como única posibilidad del tránsito. Pero no puedo visualizar mi cuerpo: bailarín sufi elevando un vuelo imperceptible.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Retornar a la Madre es hacerse añicos:

He querido ocuparle otra casa que no sea esta de piel de perro y mentira ¿Qué es lo que no ha sido palpado? Habías dicho que solo a través de los dedos podemos mirarnos con certeza por eso me dejabas repasar los poros de tu pecho uno a uno. Doce millones de estrellas durmiendo en la constelación de tu plexo. Madre dormida es una isla en el borde del continente de la cama. Una prolongación de la metástasis del mundo. Una piel que no es negra ni blanca ni amarilla. Un color todavía no dicho por ello existente.

Retornar a la Madre es un acto involutivo. Entonces cada vez que meto mis dedos en mi cráneo invisible, retorno al nombre del primer poblado de la isla de donde vinieron los míos. Si acaso algo me pertenece es el aullido de los que murieron devorados por el incesto, el hambre y los mosquitos.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Nunca te he hablado de la belleza que posees ni de todas las veces que me soñé comiendo de tu carne:

Devorar a la Madre es el único acto involutivo. Tampoco he abierto la puerta de mi vientre para guiarte al mausoleo de los nuestros. Todos los que murieron se encuentran aquí. Abuela construyó un palacio de aguamala y barro de mangle. Abuela baila dentro como una hélice en principio de elevar un algo pesado y tú, doblemente viva, eres ese adentro-afuera que no consigo nombrar. Aún no estoy segura si en esta bóveda vives tú o soy yo la bestia aislada. Aún no he podido atravesar mi piel para mirarme por dentro. Temo encontrar mi propio rostro incrustado en tu rostro es decir, tiemblo por saberme isla. Madre e hija: una isla en el medio de otra isla.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Madre come mientras se derrite el hielo sobre el océano de vidrio de la mesa:

En sus molares transitan los pulmones de la bestia negando su condición alimentaria.

Madre no es asesina, sus molares no destruyen; transforman las piezas del animal en un cúmulo de tierra que será pronto una isla nadando en peróxido de hidrógeno. Una isla nadando en otras islas que me niego a ver. Solo si atravieso a Madre con las yemas de los dedos podré verla realmente, como una víscera sin agua en una isla no descubierta. También quisiera ser comida y triturada. Habitar los intersticios de sus molares. Me urge ser comida, triturada y digerida para saberme isla.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Conozco de memoria la cartografía inscrita en las palmas de sus manos:

Sé por ejemplo que esa línea dibujada un dedo abajo del dedo meñique es el camino que me lleva de vuelta a Pangea. Única isla en mitad de todos los mares. También sé que el remolino de líneas dibuja un mar subterráneo. Música que se escucha a través de los ombligos. He recorrido tus manos tensas y debilitadas por el miedo de que las bocas de tus hijas no digan amor, como un globo de helio infinito apilado para siempre sobre la cama.

Conozco tus manos cuando se hacen puño que rompe una red que no sostiene nada: en eso también se parecen tus manos y las mías: nunca hemos podido tomar las riendas del todo-mundo y del caos que nos otorgaron.

Conozco tus manos que trenzan caminos a través de la hiedra. Tus manos que guardan direcciones que no puedo reconocer por la imposibilidad de mis piernas atadas. Madre me ha enseñado que para caminar en círculos no hacen falta piernas sino dejar que la lengua construya su propio universo a través de las bocinas. Madre me ha enseñado que para caminar en círculos no hace falta más que lengua, una docena de hijas estériles

y un vientre inflable: cadáver de la edad que nos asignan.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Desde el otro lado de mi cráneo han venido los parientes a hablarme de mi condición de ancla pero no han dicho una sola palabra, al contrario, han comunicado silenciosamente que soy lo único que tiene a Madre (isla por excelencia esclavizada) atada aún a este océano que es el mundo.

He decidido soltarte Madre, te dejo que flotes. He decidido soltarte y ya no obligarte a que seas tierra. Aquí todavía te necesitan el plancton, las conchas y las anguilas, sin embargo dejo de anclarte al universo del cual nunca recibiste una palabra legible.

Amar es permitirle al otro no ser para siempre una isla.

Todavía. Y eso es lo terrible.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

3.6/5 (72 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

1 Comentario
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Cándida Rodriguez
Cándida Rodriguez
2 años hace

La lectura ha sido de mi agrado, respeto y admiración. Gracias