Creo que sólo deberían leerse libros que a uno le muerden y le puncen. Si el libro que leemos no
nos despierta con un puñetazo en el cráneo, entonces, ¿para que leemos el libro?… un libro tiene
que ser el hacha para el mar helado que llevamos dentro.Franz Kafka, Carta a Oskar Pollak (1904)
Uno de los escritores más enigmáticos del siglo XX es Franz Kafka. Alrededor de su figura ha surgido lo que Milan Kundera en Los testamentos traicionados ha dado en llamar la kafkología [1], una suerte de santo y seña creado por Max Brod para adelantar el turismo sombrío que impone la imagen de un Kafka huraño, anacoreta, entregado a las termitas devoradoras de su existencia, relegado al sufrimiento y rescindiendo toda forma de vínculo con lo que lo rodeaba. Ese Kafka de la mirada agónica, asustadiza, a punto siempre de dar una mala noticia quizá fue el que se transmutó en narrador, aunque en su vida fuese completamente diferente al que nos señala y condena desde su literatura [2].
Kafka disfrutaba la playa de los lagos, sus fotos lo muestran radiante, sonriente y descamisado, jugaba tenis, y conducía una motocicleta a toda velocidad por las calzadas de Malá Strana. ¿Nos imaginamos al autor de El Castillo o América apretando sin tregua el acelerador por las calles de esa Praga entre la luz y la penumbra? Esa vida normal no estuvo privada de distancias y de relaciones difíciles, pero los exégetas de Kafka han tratado de convertirlo en un ermitaño clausurado en sí, un individuo que apenas balbuceaba palabras con las otras personas. No era un hombre triste o especialmente atormentado, pero sí tuvo la firmeza de no caer en las convenciones de los “casi todos”, y ello se expresó en el desprecio —no del todo real— que aparentemente sentía por su familia y en su decisión de renunciar a formar la suya propia. En las cartas que dirige a sus negados suegros, juega a la ironía más impropia en la que no se tienen claras las fronteras entre el equívoco, la exagerada sinceridad y el sarcasmo. En esas misivas nihilistas hay un indecoroso y despiadado sentido del humor que fabrica para ponerse a salvo de la ejemplaridad y las buenas consciencias [5]. Si bien recorrió el imperio Austrohúngaro y visitó Alemania, Kafka no se alejó de los confines de la Europa central. Tenía sin embargo una concepción escapista mentalmente. En este sentido fue un viajero universal, y en algún momento llegó a sostener que “tenía la esperanza de sentarse algún día en los sillones de países muy remotos, de contemplar por las ventanas de las oficinas campos de caña de azúcar o cementerios mahometanos [6]«.
Respecto a sus relaciones familiares, Kafka miente y manipula los hechos porque al hablar de sus hermanas y de sus cuñados, sostiene que no intercambia palabra con ellos. Pero su hermana Ottla era una de las personas a quien más confianza tenía. Iba con frecuencia a su casa, la tenía como su paño de lágrimas, se refugiaba en ella cada vez que terminaba con una novia o estaba en el proceso de conseguirse a otra. Las relaciones con su madre y su padre sí eran básicamente inexistentes. Toma a su padre como modelo de hipocresía, le reprocha que solamente visitaba la sinagoga en busca de un reconocimiento social. Lo acusa de que no le estimuló un acercamiento a la religión judía, por su interés por lo jasídico [7], que era lo que le interesaba. Tuvo una infancia que algunos describen como conflictiva en la relación con su padre. En honor al memorial de equívocos que rodea la personalidad de Kafka, su padre [8] no era el tirano en el que probablemente se piensa, más bien se comportaba indiferente frente a él. Era alguien con quien no tenía una relación cercana, pero de allí a maltratarlo o algo parecido a un acoso permanente, no parece corresponderse con la realidad. Claro, Kafka escribe al final de su vida una obra que se llama Carta al Padre en la que señala: “Escribo esto para llevar una vida mejor entre tú y yo, pero en términos de la distancia que siempre ha existido entre nosotros”.
El proceso [9] es quizá la novela de mayor fascinación de Kafka, no así la de mayor popularidad o densidad, como lo son La metamorfosis y El castillo. Toca elementos consustanciales a la existencia como son la libertad y la justicia, a las que convierte en sencillamente inalcanzables, en medio de la lógica del absurdo, lo fantástico y la desesperación. Josef K. es acusado de cometer una falta, un crimen, un delito, aunque no conozcamos la verdadera naturaleza de la querella. Se inicia un proceso donde hay una culpa de la que se ignora su semilla. Se trata de un hombre que busca la ley, que anhela la justicia pero que no la encuentra y en medio de su solicitud perderá la libertad, aunque no haya sido apresado. Dicho sea de paso, la aspiración de absolución o de liberación jamás se conseguirá del todo [10]. Josef K, como metáfora de todos los hombres que pretenden ingresar a las puertas de la ley, no lo podrá hacer; el estado de cosas no permite que nadie vea la justicia de frente, además de que hay una culpa que se arrastra sin conocer su motivo. Quizá sea la consecuencia moral de la condición falible del hombre, el hecho de haber inventado a los dioses y que esos dioses nos condenaran a la minusvalía. Kafka conocía muy bien las posibilidades de perversión del lenguaje jurídico como vía para la inconclusión, y saca el mayor provecho para la incomunicación y detenimiento de esta lengua de sentencias que actúa como una cuchilla cegadora en su obra.
Josef K. va a hablar con su abogado a cargo de su defensa para rescindir completamente su servicio y el abogado le dice: pero bueno, siéntese, su caso no es diferente al de muchos otros casos, y comienza a hablar con él y al final se deriva hacia la nada el capítulo porque ni siquiera está terminado; quizás Kafka no lo concluyó en efecto, o porque con toda la intención del caso, quiso que se creyera que era inconcluso, como también la ley pareciera inconclusa. Josef K. va con el propósito de acabar con aquella relación y poco a poco va subordinándose a esa situación. Es incapaz de tomar una decisión. De modo que la rebeldía aparente mostrada por Josef K., no exenta de cierta arrogancia, da paso a que sea pulverizado con precisión y alevosía a pesar de sus protestas malogradas. Estar en una situación que no tiene resolución es ingresar al laberinto. K. se ha extraviado en los meandros inalcanzables de una justicia que es muda y no otorga respuestas. El personaje está dando vueltas aspirando a una salida, pero la salida no se consigue. Hay distinciones entre no encontrar la salida, estar perdido y no llegar. La pérdida es dual, muestra su doble cara, es interna y externa. Hay una nueva caída que califica la eterna condena. Se asigna una culpa [11] colectiva que está manchando la conciencia europea o la conciencia civilizatoria del momento. Y cuando en la obra se va a llegar a algún tipo de alcance, la narración se interrumpe y nos encontramos con la señal del “capítulo inconcluso”.
El momento cumbre de esa imposibilidad se muestra en una historia dentro de la novela que es la del guardián de la ley, cuando se alecciona a K. que ningún personaje logra atravesar las puertas de la ley. Ese impedimento de no avanzar y permanecer en la vuelta del círculo recurrente sentencia al hombre a un destino que no conquista. La repetición cíclica y ese elemento ligado a lo vasto está en el momento en que Josef K. visita a Titorelli, el pintor, y este le habla del cuadro que ha reconocido y el pintor saca otro cuadro idéntico al primero y luego saca un tercero idéntico al primero y al segundo y saca otros cuadros, dando la idea de que las cosas se repiten, pero que no llegan a la consumación. El personaje termina girando sobre un orden simbólico que no conoce, que le es ajeno y al que trata de entender y buscarle una resolución final, y que esa resolución termina con la muerte del personaje, para la que hay una serie de capítulos truncados que dan la idea de un camino que no se termina de recorrer porque no hay un punto de llegada, más allá de la desaparición física de K.
¿Dónde se afinca el mal en El proceso? ¿Hay algún personaje arquetípicamente ignominioso o lo infame se diluye entre todos? ¿Existe una banalidad del mal? La amante de Josef K., la criada del abogado, es una mujer dual: no sólo se entiende con Josef K. sino con otros, y probablemente con el mismo abogado. Posee una personalidad llena de dobleces. Josef K. en algún momento tiene un incidente con unos empleados a los quiere azotar y después los perdona, aparece iracundo y luego magnánimo. El abogado se presenta como afable, pero asume la indecisión como destino y forma parte de un determinismo erigido por el sistema. El pintor-gestor es parte del tribunal y a la vez es un artista; hay una permanente ambivalencia en las categorías morales. Y la inescapabilidad (la palabra no está registrada en el DRAE, pero sí que existe al menos para mí) a un fatalismo es típico de todos los personajes que terminan condenándose por pertenecer inevitablemente a un engranaje que los tritura.
En el cuento “Un médico rural” está la misma metáfora de un médico que sale de su casa, tiene solamente un coche, se encuentra con que no tiene caballos para el coche, le prestan unos caballos, deja una mujer en la casa y se dispone a curar un enfermo que lo primero que le dice es que lo deje morir, luego que lo salve y luego que lo va a matar y cuando finalmente se escabulle y se pierde en el infinito, no logra llegar de vuelta a su casa. Pasa igualmente en “Un mensaje imperial”, donde quien asume la encomienda no llega a abandonar las posesiones del emperador, “… —pero esto nunca, nunca puede suceder—, todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente [12].” Lo que hace pensar que incumplió con su tarea extraviado en lo siempre sucesivo e inagotable.
En La Metamorfosis la familia ignora e indiferencia al viajante Gregorio Samsa, convertido en bestia de muchas paticas, y una asistenta lo descubre finalmente muerto. La deshumanización pasa por la indiferencia y el abandono. La humanidad ha descendido hasta los confines del insecto. Nuestra elevada arrogancia cultural, nuestra capacidad de alzarnos frente a lo que nos rodea y parece dominarlo todo, palidece repentinamente cuando un representante de esta raza egregia se encuentra convertido en un bicho de la noche a la mañana. Ante esa transformación urgente, súbita y desdeñable, habrá que mirar hacia otro lado y no importunarnos ante la calamidad. La barreremos y desaparecemos antes de pensar en sus implicaciones, no sea que la transformación nos persiga. Respecto a los aforismos del autor, son probablemente una visión del hombre auténtico, original, antes de su caída. Hay algunos críticos que han visto en la literatura de Kafka elementos crípticos, incluso relacionados con la cábala judía. Es difícil pensar que Kafka se decantara por algún tipo de asociación, religión, o grupo. Kafka era tremendamente individualista, y no estaba atado a ningún constreñimiento de pertenencia a nada, ni a su familia, ni a sus novias, quizá sí probablemente a su ciudad.
El castillo es una novela densa, misteriosa, enrevesada. No se trata de una lectura optimista o cantarina. Carece del registro de los risueños. Tiene un aire de tragedia no declarada e inminente en la que un ambiente de disolución amenaza con cernirse sobre cualquier discusión. El ambiente aturde y quienes acompañamos al agrimensor en su inútil tarea de ingresar al castillo [13], tarea que huelga decir no logrará, nos alcanza esa imposibilidad manifiesta, esa nulificación de la que somos objeto con la proclama universal de que en el universo kafkiano lo improbable es moneda de circulación diaria. La humanidad parece no reconocerse: el encono, la trapisonda, un ambiente de promiscuidad, el odio y la mala voluntad circulan entre nosotros y no dejan ser y mucho menos destacarse a nadie. La negación es un salvoconducto para abjurar de cualquier identidad. Se trata del infierno terrenal confeccionado para el fracaso, en el que la indiferencia y la prohibición a todo sustituyen cualquier ejercicio de voluntad. Su lectura es lo más parecido a sufrir una contingencia, una mala jugada, una estocada artera, o vislumbrar la certeza de que un mundo así preferimos que se olvide. Es una novela en clave de engaño que arrastra a sus lectores hacia el pesimismo y la melancolía. Después de habitar en sus sórdidas páginas ya nada continuará igual, a menos que huyamos de ella y la castiguemos con el olvido, sin voltear hacia atrás, porque ha actuado como ese “hacha para el mar helado que llevamos dentro”.
¿Previó Kafka lo que se avecinaba? ¿Ensayó acaso una función performativa del lenguaje como lo inventa Laurent Binet en su parodia al lingüista Roman Jakobson [14]? ¿Qué obsesiones lo rodeaban al escribir El proceso, La metamorfosis y El castillo? ¿Se trataba de una desconfianza natural en el mundo del derecho, o alcanzaba la terminación final con las instituciones que aparentaban sostener la civilización? Los escritores no se administran bajo el diagrama de causa y efecto. Él está viendo una sociedad desahuciada por una justicia que lo tocaba muy de cerca, porque es abogado, y como individuo entregado a la literatura la entiende completamente inasible, producto de una simulación ensayada o de un engañoso consenso. Si el escritor puede usurpar la función de un dios, tuvo que verse acompañada por una inexplicable videncia al prever los gérmenes de destrucción que iban a asolar a Europa a diez años de su muerte para comprender este sometimiento del individuo, las leyes racistas, la discriminación, el juicio absurdo que acabaría por llegar a contramano de la tan celebrada razón.
“Nada aclara más una confesión que retractarse de ella”, escribió este hombre que se escabullía rumbo al vértigo de sus líneas reveladoras. La confesión es la obra de Kafka y retractarse de ella, su última voluntad de que esta desapareciera. Franz Kafka se retractó de lo que escribió, llegó a abjurar tanto de lo que hizo que pidió a su amigo Max Brod que destruyera su obra [15]. Se despidió de esta vida sin que nadie lo notara: tal vez alguna de sus novias con las que no llegó a ultimar su compromiso. Max Brod atestiguó su muerte y trastocó su voluntad el día de su despedida. La desconoció porque entendió que el sentido de desdén al que se pretendía destinar Kafka tenía que constituir una señal, atesorar una coartada oculta, como esas bodegas de doble fondo que esconden los navíos para el contrabando. Para su deseo de destrucción, alguien como Brod debía advertir que en el origen de esta voluntad había algo que la aclaraba. Aquí tiene eco la frase que Enrique Vila Matas escribió sobre Max Brod: “A Brod le apeteció que Kafka fuese Kafka… porque Kafka nunca supo que era Kafka”.
Franz Kafka vivió una vida anodina, sin grandes trazados ni epopeyas, en una etapa de correcciones como lo fue el Imperio Austrohúngaro, y su legado, en esa edad de la seguridad, como la ha llamado otro de estos escritores extraordinarios que fue Stefan Zweig. Algo ha debido advertir en aquel orden inexpugnable de que alguna grieta avanzaba secretamente y sin remedio. Contempló cómo frente a sí el hombre se deshumanizaba hasta convertirse en insecto. Jugando a la parábola china, el Gregorio Samsa de La Metamorfosis al final de su extraña vicisitud no sabrá si es un hombre que ha soñado ser una cucaracha o una cucaracha que ha soñado ser un hombre. El escritor de Praga reconoció la paradoja engañosa en aquella época de aparente exactitud, honor en la palabra y buenos modales. Entendió que un hombre podía ser juzgado sin llegar a saber dónde comenzaba y terminaba su causa. En aquellos tiempos de lógica y raciocinio, se atrevió a desvelar lo que vendría: el colapso de la racionalidad, el ocaso de la convivencia y el naufragio de la cultura.
Respecto a la enfermedad de Kafka se presentan elementos oscuros. Klaus Wagenbach recurre al expediente de su tuberculosis (Kafka entraba y salía con cierta deportividad de los sanatorios. Al último que ingresó y del que no salió se inscribió como “musulmán”, preguntado por su religión. Su sentido del humor no lo abandonaba) para justificar una liberación final, la escapatoria postrera del mundo, probablemente. Una forma de suicidio hospitalario. La tuberculosis le sirvió de excusa para romper con otras novias, como Felice Bauer (a Milena Jesenská, que fue su única novia no judía, le exigió que se separara de su marido [16] —todas sus novias fueron judías— y ella era casada, pero esta vez a nuestro Franz, que rehuía de todo compromiso, Milena no quiso complacerlo). Apunta Wagenbach sobre la relación entre la liberación [17], la tuberculosis y la provocación de esa misma enfermedad que se procura Kafka: “Para explicar esta profunda conmoción no basta alegar que la tuberculosis había hecho imposible la boda. Todo lo contrario, Kafka había provocado la tuberculosis precisamente para liberarse. La medicina moderna afirma que una situación semejante puede contarse entre las posibles causas de la enfermedad. Que la enfermedad era solo un pretexto para desligarse de Felice se desprende fácilmente de una carta escrita a su hermana Ottla solo un día después de la separación, carta que todavía deja translucir la conmoción de su espíritu” [18]. Kafka se recluía en los sanatorios, Kafka se recluía en la enfermedad, Kafka se recluía en sus novias, Kafka se recluía en las rupturas con sus novias, Kafka se recluía en las aventuras con sus nuevas novias, pero su literatura no encuentra un lugar de llegada o de descanso para derrotar la angustia. Kafka vivió dentro de la concepción de un universo que estaba negado a la salvación porque era incapaz de alcanzar alguna resurrección final. Por lo que su obra se asume como un recorrido sin desenlace. No hay meta ni punto de arribo. Ese es el profundo sentido que exhibe y destaca.
En la obra de Franz Kafka nos asomamos a unos abismos perturbadores. Aquí la literatura actúa de modo punitivo, como un grito anónimo en medio de la desolación, alertándonos de que cualquier paso que demos probablemente será en falso. Cuando estuve en su ciudad, Praga, me dio la impresión de que estaba diseñada entre claroscuros, lumínica y sombría, donde la luz y la umbra pactan una entrega y un reconocimiento caprichoso. Su inmensa y desconcertante escritura se domicilia en la doble versión de la realidad. Para ella nos obligamos a estar entre la vigilia y el sueño, como si en verdad viviéramos simultáneamente de noche y de día, a sabiendas de que lo que conocemos por conclusiones jamás serán tales. Como lo era el propio escritor, cuya obra es veloz y súbita para ser atendida con lentitud. Sus páginas están allí para que no nos rindamos, para que nos mantengamos en guardia, para que no nos alcancen las conclusiones terminantes a las que nos invita a poner en duda. En esa Praga que se oculta y se demuestra, en esa ciudad con su castillo, quizás inalcanzable y vedado, uno se imagina a Franz Kafka atravesando raudo las estrechas calles con su vertiginosa motocicleta, “constantemente sacudido sobre la tierra estremecida”, a la que perseguimos para fatigarnos preguntando por sus párrafos ruidosos como el vehículo. Pero Franz no voltea porque va deprisa para encontrarse con alguna de sus novias, a la que tampoco mencionará ninguna palabra promisoria.
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[1] Kundera, Milan. Los testamentos traicionados. Tusquets Editores. Barcelona 1994, p. 266.
[2] El escritor surafricano y premio Nobel de Literatura, John Maxwell Coetzee, ha sido muy crítico con los primeros traductores al inglés de Kafka, los esposos Willa y Edwin Muir, quienes aprendieron alemán en la madurez y no supieron interpretar las verdaderas intenciones de Kafka y sobre todo su reiteración e insistencia en repetir ciertas palabras. Señala Coetzee: “La versión de los Muir es con frecuencia más colorida que la del propio Kafka, cuyo alemán tiende a ser contenido y hasta neutro y a quien no le asusta repetir una y otra vez palabras clave.” Continúa Coetzee: “Brod era el que decía cuál de los manuscritos fragmentarios de Kafka debían editarse y cuáles no y cómo había que hacer la división por capítulos y fue también quien incrementó la escasa casi mínima puntuación de Kafka, pero, fueron los editores quienes introdujeron otros errores en el texto. Así pues no puede culparse a los Muir, pues trabajaron sobre un original que era inaceptable según los estándares académicos de calidad”. Coetzee, J. M. Costas extrañas. Ensayos 1986-1999. Debate, Caracas 2005, p. 98-99. Ejemplo de la reiteración kafkiana la leemos en El castillo: “Entonces vio arriba el castillo claramente dibujado en el aire limpio, y más claro aún por la delgada capa de nieve que había por todas partes y que imitaba todas las formas. Por lo demás, arriba en el cerro parecía haber mucha menos nieve que en el pueblo, en donde K. no avanzaba con menos esfuerzo que el día anterior por la carretera. Aquí la nieve llegaba hasta las ventanas de las cabañas y pesaba también sobre los bajos tejados, pero allí en el cerro todo se alzaba libre y ligero, o al menos, así parecía visto desde abajo.” Kafka, Franz. El castillo. Debolsillo, Barcelona 2004, p. 21. (Traducción de Miguel Sáenz). Aquí Kafka reitera el tema de la nieve y cómo parecía ser vista.
[3] Assicurazione Generali fundada en 1831.
[4] Lo que concebía como: “la medianía, la casa cómoda, el interés por la fábrica, la comida abundante, el sueño a las once, el cuarto caliente…”. Wagenbach, Klaus. Kafka. Alianza Editorial, Madrid 1970, p. 119.
[5] Al padre de Felice Bauer le escribe estas frases: “… no soy más que literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa” (…) “Y ahora compáreme con su hija, una chica sana, alegre, natural y fuerte. Tantas veces como se lo he repetido en unas quinientas cartas, tantas veces como me ha tranquilizado con un “no”, desde luego nada convincente, la verdad es que conmigo, según mis previsiones, tendrá que ser desgraciada. No sólo por mi situación material, sino aún más por mi propia condición; soy una persona, callada, insociable y descontenta; pero en cuanto a mí me atañe no puedo calificar esto de desgracia, pues es sólo el reflejo de mis metas.” (…) “Todo lo que no sea literario me aburre y lo aborrezco, pues me distrae y me molesta, aunque sólo sea figuraciones mías. Carezco en absoluto del sentido de la vida familiar, a no ser, en el mejor de los casos, del de un observador. No siento las relaciones de parentesco. En las visitas me veo realmente como objeto de la malicia de los demás.” Wagenbach, Klaus. Op. Cit., p.112.
[6] Ibidem, p. 59.
[7] Kafka tenía una fascinación por la secta jasídica de la religión hebrea, la de los piadosos, por la riqueza de la tradición de sus cuentos y parábolas. Kafka era un gran lector de la literatura oriental y en su obra viven esas referencias contradictorias entre el bien y el mal de lo oriental y muy especialmente del Tao Te King.
[8] Hay por ejemplo un cuento breve que le ofrece Kafka a su padre llamado “El nuevo abogado”. Este cuento es sobre un abogado en ejercicio y sencillamente hay un par de frases donde el narrador hace mofa del padre del personaje. Pero hacer mofa no implica que sea un tirano y el cuento además está dedicado a su padre. “El nuevo abogado” en Kafka, Franz. La condena. Emecé Editores. Buenos Aires 1964, p. 67.
[9] El manuscrito original de El proceso lo tenía Max Brod, se lo llevó en su viaje a Israel en el año 1939, lo publicó, se lo dejó a su secretaria-amante Esther Hoffe. La secretaria se lo ofreció a Sotheby’s y se subastó en un millón de libras esterlinas en el año 1975. El que lo compró fue un coleccionista alemán, Heribert Tenschert. El Archivo de Marbach am Neckar, que es la ciudad de nacimiento de Friedrich Schiller, insistió mucho en tener el manuscrito, y entonces a Tenschert no le quedó otro remedio, según él, que vendérselo nuevamente al Archivo de Marbach, por el idéntico monto del millón de libras esterlinas, por el cual lo había comprado.
[10] En el desesperante diálogo que Josef K. tiene con el pintor Titorelli, un inútil e imposible gestor de absolución, este le dice: “De entrada olvidé preguntarle qué clase de liberación desea. Existen tres posibilidades, a saber, la absolución real, la absolución aparente y el aplazamiento. La absolución real es, sin duda, lo mejor, pero yo no creo que tengo la menor influencia sobre este tipo de solución. Mi criterio, es que no existe ni una sola persona que tenga influencia para obtener esta absolución real. Es probable, que en este caso lo único decisivo sea la inocencia del acusado. Y puesto, que usted es inocente, sería realmente posible, que usted confiara, tan sólo en su inocencia, entonces no le haría falta mi ayuda ni la de nadie.” Kafka, Franz. El proceso. Editorial Lumen, Barcelona 1975, p. 158.
[11] Apunta Walter Benjamin sobre la culpa: ““Las paradojas simultaneas, permanencia y expulsión, absolución y condena, parecen ser el peso que agobia a los poderosos tanto como a los oprimidos. A los primeros porque ven en ella la precariedad de su poder, a los segundos porque por ella descubren como Josef K. que sólo si se asumen como acusados procede el juicio y es la culpa la que lleva al acusado a la suposición del proceso, al hijo a la función de la condena paterna, y en última instancia al hombre, a la suposición de la expulsión del paraíso.” En: Contreras Castro, Fernando. «Tentativa de los enigmas (Walter Benjamin habla de Kafka).» Revista de Ciencias Sociales, no. 100, junio 2003, pp. 103+. Gale OneFile: Informe Académico.
[12] Kafka, Franz. La condena, Op. Cit., p. 90.
[13] “… y preguntaron si K. podría ir con ellos al día siguiente al castillo. Incluso desde su mesa pudo K. oír el “No” de la respuesta, pero esta vez fue más explícita: “Ni mañana ni nunca”.” Kafka. El castillo, Op. Cit., p. 33.
[14] En su novela La Séptima Función del Lenguaje, Laurent Binet realiza una parodia sobre las seis funciones del lenguaje que describía el lingüista Roman Jakobson. Binet agrega una séptima que es la función “performativa”, es decir, que lo que se dice y lo que se escribe termina sucediendo. Véase mi ensayo: “Entre Heydrich y Barthes está Laurent Binet” en: ¿Es posible leer La montaña mágica en nuestros días?, Oscar Todtmann Editores, Caracas 2020, p. 69.
[15] Franz Kafka le pidió en dos cartas privadas que quemara su obra, o al menos sus diarios, cartas y sus novelas inconclusas. Estas afirmaciones de voluntad no son originales en la literatura. Virgilio solicitó que desaparecieran La Eneida y no se hizo. Adam Smith, antes de morir, quemó todos los manuscritos que tenía y Franz Kafka entregó no solo parte de sus manuscritos a Max Brod sino a otras personas como Dora Dymant, su probablemente última novia, quien por cierto cumplió a cabalidad con la voluntad incinerante de Kafka. Muchos de los manuscritos, obras y las cartas que había dejado se perdieron además porque la mayoría de esas personas a quienes las encomendó terminaron gasificadas en los campos de exterminio nazis. Como señala Milan Kundera: “… la desobediencia a la voluntad del Kafka destructor se convierte en fidelidad al otro Kafka, el creador.” Kundera, Milan. Los testamentos traicionados. Op. Cit., p. 270.
[16] Las Cartas a Milena, esos “besos escritos” que le hacía llegar Kafka constituyen un testimonio de la salvación que procura el verdadero amor y la forma desenvuelta y libre del escritor como se entrega a este: “Y cuando una vez me preguntaste cómo podía decir que había pasado un sábado agradable, si tenía ese miedo en el corazón, no me pareció difícil explicártelo. Puesto que te amo (y te amo, pues, conceptualizadora mía; como el mar ama a un diminuto guijarro hundido en sus profundidades, de la misma manera le envuelve mi amor … y ojalá yo sea también para ti ese guijarro, si el Cielo lo permite), amo el mundo entero y a ese mundo pertenece también tu hombro izquierdo, no, primero fue el derecho y por eso lo beso cuando quiero (y tú eres tan tierna como para apartar la blusa) y a ese mundo pertenece también tu hombro izquierdo y tu rostro sobre mí en el bosque y tu rostro bajo mí en el bosque y ese descansar sobre tu pecho casi desnudo. Y por eso tienes razón cuando dices que ya fuimos uno, y eso no me produce miedo alguno, es mi única dicha y mi único orgullo y no lo limito para nada al bosque.” Kafka, Franz. Cartas a Milena. http://fragmentosarbitrarios.blogspot.com/2017/05/fragmento-cartas-milena-franz-kafka.html Pero cuando se ve acorralado por Milena, le escribe párrafos mortuorios e incendiarios: “Un hombre yace en la suciedad y el hedor de su lecho de muerte y llega el ángel de la muerte, el más glorioso de los ángeles, y se pone a contemplarle. ¿No se le permite al hombre ni siquiera que se atreva a morir? Se da media vuelta; se soterra lo mejor que puede en la cama; le es imposible morir.” Wagenbach, Op. Cit., p. 147.
[17] Quizá la única liberación pudo conseguirla Kafka a través de la muerte (“la visita del más glorioso de los ángeles”) o en algunos muy escasos momentos literarios como los de sus aforismos o sus cuentos breves como “El deseo de ser piel roja”: “Si uno pudiera ser un piel roja, siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas, porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas, porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.” En: Kafka, La condena, Op. Cit., p. 59.
[18] La carta a Otlla señala lo siguiente: ““Los días pasados con Felice han sido malos salvo el primero que no hablamos de lo principal”. (…) “Y la última mañana he llorado más que en toda mi vida desde mi niñez. Naturalmente que hubiese sido mucho peor e imposible si me hubiera quedado un mínimo de resto de duda sobre lo justo de mi decisión. No hubo nada de eso. Por desgracia lo justo de una decisión no queda contradicho porque esa acción sea una injusticia. En este caso tanto mayor por la serenidad y sobre todo por la bondad con que ella la acogió. Con motivo del rompimiento del compromiso vale para afuera solo la enfermedad. Es también lo que le he dicho a mi padre”. Wagenbach, Op. Cit., p. 130-131. Insiste Wagenbach: ““Kafka no quería curarse del todo, desde luego no por mera auto punición sino precisamente porque es un aislamiento absoluto del mundo que le rodeaba. Tampoco le hubiera facilitado la respuesta a ese mundo.” Ibidem, p. 135.
Excelente artículo. Enhorabuena sr. Krispin. Hay que sentir fascinación por el conjunto de personajes que poblaron Centro Europa a principios del XX. Tampoco España, en esa época, se quedó atrás en cuanto a grandes personajes, en cuanto a intelectuales. Irrepetible esa época. De hecho no lo hemos vuelto a ver, por desgracia. Benjamin, Milena, Zweig, vidas excepcionales truncadas por el fanatismo nacionalista que asoló Europa. Por lo menos Kafka se salvó de caer en sus redes. Milena merece especialmente también ser recordada, no solamente por sus «cartas» sino por la épica de su periplo, por la valentía y determinación de su carácter y por su injusta muerte.
Mil gracias por su generoso comentario, Ricarrob. En efecto, se trató de una època muy despierta y brillante, de grandes novelas y escritores. Joyce, Kafka, Proust, Baroja, Eliot. Muchos saludos
Un texto impecable, querido amigo.
Gracias, Eddy. Un afectuoso abrazo.
Hola Karl. He leído con suma atención tu artículo y reitero que el ensayo venezolano está de júbilo cada vez que haces tus inteligentes acercamientos a la obra de algún autor.
En el caso de Kafka hay un doble componente agregado. El primero la desmitificación de Kafka de esa categórica etiqueta de autor oscuro, de visionario de calamidades, de creador de insectos. El segundo que tu acercamiento se va llenando de preguntas como si estuvieras invitando al lector a un café prolongado y creativo.
La motocicleta tiene un gran simbolismo en Kafka como expresión de ese maquinismo que llenó de ilusión a la Europa de su tiempo y al mismo tiempo como rasgo de absoluta libertad y excentricismo. Ya se sabe los lugares que visitaba, las aventuras orgiasticas que la moto le permitía vivir para visitar burdeles o digamos centros de soltura y reconocimiento de lo real.
David Foster Wallace en su momento habló del humor de Kafka en su célebre texto o conferencia Riendo con Kafka.
Hace unos cinco años unos estudiantes de Letras se inventaron una discusión sobre el género de La Metamorfosis para vernos a otro profesor y a mí discutir si el texto era cuento o novela. Una ingenua discusión además de inútil hasta cierto punto. Todo esto sirvió para ubicar en las cartas a felice Bauer el proceso de la metamorfosis donde Kafka la impresiona, laprepara para el terror, la seduce y hasta cierto punto juega al misterio.
Perdona tan largo comentario pero esta
motocicleta tiene mucho que recorrer en los lectores. Enhorabuena.
Mario, tu comentario es una maravilla y daría pie para un ensayo tuyo sobre Kafka que es un autor completamente fascinante y envolvente. Lo que dices de las cartas a Felice Bauer es rigurosamente cierto. Al final Kafka afirmaba su voluntad veleidosa, autónoma y resistente a todo compromiso. Un abrazo.