Foto de portada: Foto: Luis Serrano. Fundación José Manuel Lara
La poesía también es un tipo de mnemotecnia. De hecho, pocas cosas hay tan fáciles de recordar como unos versos elevados. A veces, ni siquiera hace falta esforzarse en memorizarlos; basta con leerlos en una sola ocasión para que se adhieran con una fuerza extraordinaria a nuestro cerebro. Un ejemplo: Pere Gimferrer puede recitar de corrido la Divina Comedia, por supuesto en versión original, y a lo largo de su vida solo ha conocido a dos personas que hicieran lo mismo: una era Jaume Vallcorba, mítico editor de Acantilado y Quaderns Crema; la otra fue toda una sorpresa.
Ocurrió una vez que se encontraba en Turín y tenía que regresar de inmediato a Barcelona. Una huelga ferroviaria en Francia le impedía coger el tren y, no habiendo otra opción, contrató a un taxista para que condujera durante toda la noche. Salieron a las 21,00 horas y llegaron a las 07,00, y en medio del camino del viaje, y por aquello de matar el tiempo, Gimferrer recitó en voz alta una de las estrofas de Dante Alighieri, recibiendo como respuesta por parte del conductor los versos que venían a continuación. Y así entretuvieron aquellos dos hombres el resto de la expedición, el uno abriendo cantos y el otro cerrándolos, y cuando llegaron a destino, el autor de Arde el mar y Tristissima noctis imago preguntó al taxista por la educación que había recibido, a lo que el otro contestó que había estudiado en la misma escuela municipal, sin duda una de las más importantes en la aplicación de un sistema pedagógico realmente efectivo, en la que se basó Edmondo de Amicis para escribir su best-seller Corazón: diario de un niño, novela en la que, por cierto, y aunque no venga a cuento, se inspiraron los creadores de la serie de anime Marco, de los Apeninos a los Andes.
Con esta anécdota quiere ejemplificar Pere Gimferrer la importancia en la formación de un poeta no solo de leer a los clásicos, sino de interiorizarlos. A fin de cuentas, la poesía nace para ser recordada y, en consecuencia, la meta de todo autor debe ser escribir versos que queden por siempre grabados. El otro consejo para quienes quieran dedicarse al género más noble de todos es sin duda más concreto: aprender métrica. Aunque luego no vayan a usarla. Es la misma recomendación que le dio J.V.Foix a Joan Brossa cuando éste le enseñó sus primeras piezas, y vaya si causó efecto.
Dice Pere Gimferrer que, para saber si tenemos alma de poeta, basta con que leamos nuestros propios poemas. Porque son ellos los que nos dirán si habita en nosotros el genio o si estamos perdiendo el tiempo. Pero, si no conseguimos que sean nuestras propias creaciones las que nos abran los ojos, podemos acudir a terceras personas, preferiblemente autoridades en la materia, para que opinen sobre nuestro trabajo. Al mismo Gimferrer le dio el espaldarazo definitivo primero Vicente Alexandre, después Octavio Paz y luego ya Josep Maria Castellet y aquello de los novísimos. Todas esas personas ratificaron la calidad de su obra y el chico que quería ser director de cine —pero que no se veía con el carácter necesario como para coordinar a tanta gente— dio un volantazo a su destino y se convirtió en el poeta de quien muchos consideran que merece el Nobel.
Desde aquel entonces Gimferrer ha escrito cientos de poemas, pero nunca se ha sentado a una mesa para hacerlo. A él las ideas le vienen de golpe, cuando menos se lo espera, así como si cayeran del cielo. Está caminando por la calle o bebiendo un poco de agua en su despacho de la editorial Seix Barral, a la que lleva vinculado más de medio siglo, cuando de pronto le sobreviene una unidad rítmica. Es como un destello que inunda su mente con un grupo de palabras que, además de formar una cadencia, constituyen un verso cuyo significado todavía no entiende quien las ha recibido, pero que potencialmente puede abrir un poema. Ahora bien, Gimferrer nunca se esfuerza en la búsqueda de un sentido a esos sonidos, porque, en su opinión, éste ha de ser suscitado por el mismo destello. Si lo hace, el autor continúa trabajando en la pieza ya sea mental, ya materialmente; si no, a la papelera y a seguir con lo que estaba haciendo. De hecho, el mismo día en que se realizó la entrevista de la cual surge este texto, Gimferrer había experimentado dos iluminaciones de esas, de las que estallan en su mente sin saber ni por qué ni cómo, pero ambas fueron descartadas porque, pese a parecer hermosas, no apuntaban ningún destino.
Jorge Luis Borges dijo en cierta ocasión que «al otro, a Borges, es al que se le ocurren las cosas», y Pere Gimferrer suscribe la cita. Considera que el poeta es siempre alguien diferente, y sobre todo superior, a la persona cuyo cuerpo habita. No somos nosotros quienes componemos poemas y tampoco es nuestra voz la que se escucha cuando un lector los lee en silencio. Y es que, cuando escribimos, somos otro, alguien más conectado con el mundo, más elevado del suelo, más preocupado por el mensaje oculto en las diferentes entradas del diccionario. Que ya dijo Mallarmé que la función del poeta era «dotar de un sentido más puro a las palabras de la tribu». Y eso es lo que hace Gimferrer cada vez que le sobreviene una idea: convertir algo tan instrumental como pueda ser el lenguaje en un objeto de culto.
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El último libro de Pere Gimferrer es Tristissima noctis imago’(Fundación José Manuel Lara, 2022).
El poeta está dentro de cada uno, pero ya pocos creen que tienen alma. Si no andáramos, se nos embotarían las piernas y, en un par de generaciones, acabaríamos por pensar que quienes dicen que las piernas sirven para andar son fanáticos religiosos. Ya decía San Francisco de Borja que el principio de la vida espiritual es el conocimiento de sí mismo.