Alaíde Foppa (1914-1980) decía que la poesía no era solo palabras, sino un conocimiento profundo del mundo y de la vida. Para ella, el juego de la poesía consistía en mezclar conceptos e imágenes para reflexionar sobre la experiencia de sentir y conocer; para comprender, por ejemplo, que antes del amor hay algo que anida en el interior de las personas que las empuja a experimentar el anhelo, el deseo y la entrega. Acaso me escondo / en las palabras / y abrigo en ellas / mi desnudez / o acaso / me van quitando / hasta el último velo / que me disimula, escribió. Foppa llegó exiliada a México, en 1954, después del golpe de Estado contra Jacobo Árbenz, junto con su esposo Alfonso Solórzano, y trabajó con intelectuales mexicanos y exiliados guatemaltecos como Luis Cardoza y Aragón, Carlos Mérida, Mario Monteforte Toledo y Augusto Monterroso. Fue por aquella época cuando comenzó a denunciar de forma sistemática las violaciones a los derechos humanos, los asesinatos y las masacres de indígenas en Guatemala, cosa que jamás le perdonaron los gorilas de la dictadura guatemalteca que, un 19 de diciembre de 1980, ordenó a sus servicios secretos su secuestro y desaparición, truncando una vida y una obra poética que, no obstante, permanece viva, ya que ahora, 42 años después de su desaparición, el Fondo de Cultura Económica ha tenido la buena idea de publicar una antología titulada Viento de primavera, la cual reúne más de cien poemas de Foppa acompañados de un texto introductorio de Elena Poniatowska. Es sin duda la justa reivindicación de una voz que ni el tiempo ni la intolerancia podrán acallar y que sigue y seguirá cantando: Ella se siente a veces / como cosa olvidada / en el rincón oscuro de la casa, / como fruto devorado por adentro / por pájaros rapaces, / como sombra sin rostro y sin peso. No, Alaíde, no te hemos olvidado. No lo haremos.
ALFONSO REYES TOTAL
Al margen de haber sido uno de los grandes sabios mexicanos, pilar de la difusión de la cultura griega en México, excelente prosista, humanista y diplomático, Alfonso Reyes (1889-1959) tuvo una intimidad intensa. El escritor Javier Garciadiego recuerda que fue un mujeriego irredento, que pasó frío y hambre en su exilio europeo y que incluso llegó a sentirse culpable por la muerte de su padre, el general Bernardo Reyes. Con esos mimbres, Garciadiego, tras más de dos décadas estudiando la vida y obra del autor de Visión de Anáhuac, ha escrito un interesante ensayo biográfico muy ambicioso, documentado y actualizado, pero en absoluto oficial ni complaciente, sino crítico, según sus propias palabras, el cual intenta revelar a un Reyes total, titulado Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos (El Colegio Nacional/ UANL), en el que a partir de información de los diarios de Reyes, de su prolífica correspondencia —cerca de 48.000 misivas— y de los 34 volúmenes de recortes de periódicos de varios países que dan cuenta de sus actividades públicas desde 1906, reconstruye la vida de “un hombre de verdad muy avanzado a su tiempo, universalista cuando en México aún predominaba el nacionalismo, un personaje con muchas virtudes, pero también un ser humano con algunas limitaciones, con esferas criticables, sobre todo su relación con las mujeres», como señala el propio autor, quien tras preguntarse hasta dónde se puede husmear en las alcobas de los personajes, teniendo en cuenta que hay quienes piensan que las biografías de los hombres públicos deben limitarse a lo público, se respondió que el lector actual tiene el derecho a conocer todos los aspectos de un personaje, porque, como encabeza su libro: sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos, y al formar parte de la cultura mexicana, ningún aspecto de la vida de don Alfonso puede sernos ajeno. ¿Estamos de acuerdo?
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