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Al sur de Tánger, de Gonzalo Fernández Parrilla

Al sur de Tánger, de Gonzalo Fernández Parrilla

A principios de la década de los ochenta, Gonzalo Fernández Parrilla atraviesa por primera vez el estrecho de Gibraltar atraído por la curiosidad de conocer otro continente, otra lengua, otra religión. Desde ese viaje a Marruecos, sus impresiones han quedado registradas en estas páginas que contienen notas de viaje, artículos, reflexiones sobre el país y sus gentes, y episodios insólitos de la larga historia que comparte esta nación con España.

En Al sur de Tánger, logramos congeniar con este mundo fascinante: no solo se nos muestra la magnificencia del desierto, los azules de Chauen, el rojo terroso de Marrakech, la medina de Fez, sus zocos y bazares, y la gran mezquita Hasán II de Casablanca. Gonzalo Fernández nos expone también el pasado ancestral de este país, sus costumbres, su literatura y su sociedad. Así, Marruecos se presenta sin imágenes estereotipadas superpuestas a la realidad, y se convierte en una nación floreciente que aún está por descubrirse. Una advertencia final: este no es un libro de historia, sino un libro de historias sugeridas por un viaje distinto por Marruecos.

Zenda adelanta las primeras páginas del libro.

***

MAKTUB: ESTABA ESCRITO

Aquella tarde de septiembre soplaba el levante en el estrecho de Gibraltar. Como de costumbre, el ferri que hace la ruta entre Algeciras y los puertos del norte de África zarpó obediente. En mitad de la travesía, cuando los delfines jugueteaban con el agua en la proa, el cielo se encapotó y el mar se tornó gris. Las olas empezaron a zarandear el barco.

—Abandonen la cubierta —rugieron los altavoces.

De los rostros preocupados de la tripulación dedujimos que el barco debería haberse quedado en tierra hasta que amainara el viento, que soplaba inclemente. Asustados, los niños lloraban y vomitaban. Entre náuseas, a todos se nos pasó por la cabeza que podíamos naufragar. El miedo te vuelve de cristal.

Comenzar de esta guisa mi primer viaje a Marruecos no presagiaba nada bueno, me dije, mientras vomitaba hasta los churros con café con leche del desayuno.

Por fin, el viento se fue calmando, divisamos tierra firme y llegamos a Tánger aliviados, aunque descompuestos.

Una media luna apareció entre la nubes.

*

Han pasado muchos años desde aquella agitada travesía por las aguas siempre turbulentas del Estrecho. Desde entonces, he viajado tantas veces a Marruecos que he perdido ya la cuenta. Algo me atrajo con una fuerza magnética: otro continente, África; otra lengua, el árabe; otra religión, el islam. Como dicen en Marruecos, con cierto fatalismo, maktub: estaba escrito. Maktub viene a ser el designio de la providencia, el destino que te reservan los hados. Y así fue. Desde aquel primer trayecto rumbo al sur, mi vida ha estado unida a Marruecos. Desde aquel primer viaje entendí también que España y Marruecos estaban entrelazados, que compartían una larga y compleja historia.

Imagino que por estos azares del destino acabé siendo corresponsal en Marruecos. Aunque no es del Marruecos que suele aparecer en la prensa del que quiero hablar aquí, sino de ese otro que cambió mi vida. Estas páginas contienen notas de viaje, artículos que nunca vieron la luz, reflexiones sobre el país y sus gentes, episodios insólitos de esa larga historia compartida.

Antes de emprender este enésimo viaje busco un cuaderno. Entre los numerosos sin estrenar que atesoro como urraca fetichista elijo uno empezado hace muchos años para un viejo proyecto, frustrado como tantas cosas en la vida: escribir un libro sobre Marruecos. Pese al nefasto antecedente, me decido a recuperar el cuaderno de pastas rojas para este periplo.

A medida que avanzo en la escritura, presiento que es un libro que ya estaba escrito; llevaba décadas escribiéndolo, pero andaba disperso en cuadernos y diarios, en mi memoria, en mi corazón.

Si, como sugirió Kavafis, el viaje es el destino, el viaje a Marruecos era mi destino. Marruecos y África me esperaban desde antes de nacer. Asuntos de familia. Me esperaban, me atraían y me infundían un miedo atroz.

***

MARRUECOS ES UN ESPEJO

Trasladarse en el espacio
es hacerlo también en el tiempo.
PATRICIA ALMARCEGUI, Los mitos del viaje

A principios del siglo XIX, tan solo doscientos años después de la expulsión de los moriscos, Domingo Badía viajó a Marruecos, se hizo pasar por un príncipe abasí de nombre Alí Bey y escribió Viajes por Marruecos. Al inicio del libro nos traslada su primera impresión tras cruzar el Estrecho y llegar a Tánger:

La sensación que experimenta el hombre que por primera vez hace esta corta travesía no puede sino compararse con el efecto de un sueño. Al pasar en tan breve espacio de tiempo a un mundo absolutamente nuevo y sin la más remota semejanza con el que acaba de dejar, se halla realmente como transportado a otro planeta.

Añade Badía que los habitantes de ambas orillas del Estrecho son «extraños los unos de los otros», que esa «pequeña distancia de dos leguas y dos tercios» contiene «la diferencia de veinte siglos».

Casi nadie lee ya ese libro antes de viajar a Marruecos, porque se ha convertido en un destino turístico habitual. Sin embargo, la pauta de cercanía física y lejanía temporal marcada por Badía persiste. Tras su primera vivencia marroquí muchos españoles siguen manifestando el mismo extrañamiento. Y esa pequeña distancia se convierte en un viaje sideral en el túnel del tiempo.

Ahora bien, Marruecos no solo refleja el pasado, también es un espejo en el que proyectamos nuestros miedos, nuestros complejos personales y nacionales. El viaje a Marruecos es siempre iniciático, nos asoma a simas ignotas, genera reacciones imprevisibles que oscilan entre el rechazo visceral y la pasión ciega. Temores ancestrales a una alteridad histórica se funden con un desbordante anhelo de exotismo y, a menudo, con experiencias familiares de la época del Protectorado y de la Guerra Civil. Un auténtico cóctel molotov.

Con ese trasfondo, con esa historia colonial y bélica resonando todavía, el mayor reto es cómo lidiar con semejante bagaje de aprensiones y apriorismos, cómo romper las barreras mentales, cómo resituarse ante esa alteridad que nos atrae misteriosa y fatalmente al mismo tiempo. Como la Grecia de Lawrence Durrell, el embrujo de Marruecos te brinda «el descubrimiento de ti mismo».

En mis primeros viajes, además de enfrentar esos temores heredados y hereditarios, también fui yo presa del exotismo, y un rosado amanecer de septiembre vomité verde por haber bebido agua de pozo en un aduar del Rif.

En las actuales geografías imaginarias, en las guías de viaje y en las redes sociales, abunda el desierto, cada vez más, los azules de Chauen y el rojo terroso de Marrakech, la medina de Fez, sus zocos y bazares. En el avatar virtual de Marruecos descuellan asimismo la gran mezquita Hasán II de Casablanca, la recoleta Arcila y las cascadas de Ozud con sus monos. Como turistas, buscamos la confirmación de esas imágenes previas, típicas y estereotípicas, que se superponen, e incluso imponen, a la realidad.

Pero hay otros Marruecos más allá de la ruta de las kasbahs y del circuito de las ciudades imperiales que marcan la mercadotecnia del turismo y las redes. Cualquiera que se embarque en este viaje debe estar dispuesto a llevar consigo otro tipo de equipaje. Para empezar, conviene dejar en casa los tópicos de siempre y los complejos de superioridad. No cuesta tanto salirse del pellejo del turista español. Además de regatear y tomar el té (atay) con hierbabuena, se pueden hacer muchas otras cosas, como las que harías en cualquier otro país: visitar un museo o una exposición, asistir a un concierto, ir al cine o leer un libro de los que han escrito los marroquíes, que ya hay muchos traducidos.

Una advertencia: no es este un libro de Historia de Marruecos, sino un libro de historias de un viaje distinto por Marruecos.

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Autor: Gonzalo Fernández Parrilla. Título: Al sur de Tánger. Un viaje a las culturas de Marruecos. Editorial: La Línea del Horizonte. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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