Rumanía, 1989. Los regímenes comunistas se están desmoronando por toda Europa. Cristian Florescu, un joven de diecisiete años, sueña con ser escritor, pero los ciudadanos rumanos no tienen libertad ni para soñar, oprimidos por las reglas y la fuerza del régimen. En medio de la dictadura de Nicolae Ceaușescu, con un país gobernado por el aislamiento y el miedo, la policía secreta chantajea a Cristian para que se convierta en informante. Solo tiene dos opciones: traicionar a todos y todo lo que ama o utilizar su posición para socavar al dictador más malvado de la Europa del Este. Cristian lo arriesga todo para desenmascarar la verdad detrás del régimen, dar voz a sus compatriotas y mostrar al mundo lo que está pasando en su país.
Zenda adelanta las primeras páginas de Voy a traicionarte, la última novela de Ruta Sepetys (Ediciones Maeva).
***
BAJO EL MARCO DORADO
SUB RAMA POLEITĂ
Vivían en la oscuridad.
Manos hundidas en el fondo de los bolsillos, ocultando unos dedos helados cerrados en puños.
Evitaban los ojos de los demás. Mirar el rostro del miedo conllevaba el riesgo de quedar atrapado por su resaca. Pero, de algún modo, siempre tenían encima unos ojos invisibles. Incluso en la más profunda de las oscuridades.
Vigilando. Siempre vigilando.
«La sensación permanente de vigilancia de Rumanía.»
Así es como se la ha descrito: el peso de una tormenta secreta.
Esto no está narrado a partir del recuerdo.
Hubo un estudiante, un joven de Bucarest, la capital, que lo escribió todo.
Luego temió haber cometido un error.
Y, ya que hablamos de errores. Algunos creen que Drácula es el personaje más aterrador vinculado al país. Cuando descubran la verdad, ¿esta les perseguirá?
Drácula es ficción, no tiene una conexión real con la historia de Rumanía. Pero una vez hubo un monstruo sanguinario de verdad, que vivía en un castillo. Permaneció en su torre veinticuatro años. Mientras Drácula elegía unas víctimas concretas, este otro monstruo decidía ser malvado y cruel… con todos.
Les negaba comida y electricidad, verdad y libertad.
Los ciudadanos de Rumanía fueron estoicos y resistentes, pero sufrieron una tiranía de terror.
«¿Cuántos?», te preguntarás.
Veintitrés millones de personas.
Unos nombres y una historia muy poco conocida. Pero…
Una caja metálica encontrada junto a una tumba. En su interior había un manuscrito.
Así es como un muchacho contó la historia.
1
UNU
El miedo se presentó a las cinco en punto.
Era un viernes gris del mes de octubre.
¿De haberlo sabido? Habría salido corriendo. Habría intentado esconderme. Pero no lo sabía.
Entre la débil media luz del pasillo de la escuela vi aparecer a Luca, mi mejor amigo. Caminaba hacia mí, pasando junto al tedioso cartel que proclamaba desde la pared de hormigón:
Nuevos hombres de Rumanía:
¡Larga vida al comunismo, brillante futuro de la humanidad!
En aquel tiempo, mi mente giraba en torno a algo muy alejado del comunismo. Algo mucho más inmediato.
Las clases terminaban a las siete en punto. Si salía en el momento exacto, me cruzaría con ella, la chica silenciosa de los ojos ocultos tras el pelo. Parecería un encuentro casual, no forzado.
Luca pegó su cuerpo alto y fino junto al mío.
—Es oficial. Mi estómago se está devorando a sí mismo.
—Toma. —Le ofrecí mi bolsita de pipas.
—Gracias. ¿Te has enterado? La bibliotecaria dice que eres una mala influencia.
Me reí. Puede que fuese cierto. Los profesores definían a Luca como alguien dulce, mientras que de mí decían que era sarcástico. Si yo era de puño fácil, él era de los que separaban en las peleas. Luca siempre estaba ansioso por actuar, y yo prefería evaluar y observar desde lejos.
Nos detuvimos para que pudiera hablar con un grupo de chicas que se cruzaron en nuestro camino. Esperé, impaciente.
—Ey, Cristian —sonrió una de ellas—. Bonito peinado. ¿Te cortas el pelo con un cuchillo de cocina?
—Sí —respondí por lo bajo—. Con los ojos vendados.
Me despedí de Luca con un gesto de cabeza y continué por el pasillo en solitario.
—¡Alumno Florescu!
La voz pertenecía al director de la escuela. Estaba en el vestíbulo, charlando con un colega. El camarada director cambió de postura e intentó mostrarse relajado.
Nada era relajado.
En clase, nos sentábamos con la espalda firme. El camarada instructor daba la clase, bramando a nuestro grupo de cuarenta estudiantes. Todos nosotros escuchábamos, completamente inmóviles, mientras forzábamos la vista por la luz mortecina. Nos apuntaban como «presentes» en el cuaderno de asistencia, pero por lo general estábamos ausentes, en nuestro mundo.
Luca y yo íbamos al Liceo con traje azul marino y corbata. Todos los chicos vestían igual. Las chicas, con pichi azul marino y cintas blancas para el pelo. Unas insignias bordadas cosidas a nuestros uniformes identificaban a qué escuela íbamos. Pero en otoño e invierno los uniformes escolares no se veían. Se tapaban con abrigos, bufandas de punto y guantes para combatir el intenso frío de nuestro edificio de hormigón sin calefacción.
Frío y oscuro. Dolor en los nudillos. Resulta difícil tomar apuntes cuando no sientes los dedos. Es complicado concentrarse cuando se va la luz.
El director carraspeó y repitió:
—Alumno Florescu, diríjase a Administración. Su padre ha dejado un mensaje para usted. ¿Mi padre? Mi padre nunca venía a la escuela. Yo apenas lo veía. Trabajaba en turnos de doce horas, seis días a la semana, en una fábrica de muebles.
Un nudo tenso se me enroscó en el estómago.
—Sí, camarada director.
Me dirigí hacia allí, como me había dicho.
¿En otros países serían capaces de entenderlo? En Rumanía hacíamos siempre lo que nos decían.
Y nos decían muchas cosas.
Nos decían que todos éramos hermanos y hermanas en el comunismo. Dirigirse a los demás con el término «camarada» reforzaba la idea de que todos éramos iguales, sin clases sociales que nos dividieran. Los buenos hermanos y las buenas hermanas en el comunismo respetaban las reglas.
Yo fingía que respetaba las reglas. Me guardaba cosas para mí, como mi interés por la poesía y la filosofía. También fingía otras cosas: fingía que había perdido mi peine, pero en realidad prefería llevar el pelo de punta; fingía no darme cuenta cuando me miraban las chicas. Y también esto otro: fingía que estudiaba inglés por mi compromiso con el país.
«Las palabras son armas. Así podré luchar contra nuestros enemigos americanos y británicos con la palabra, no solo con pistolas».
Eso es lo que decía.
En nuestro curso de armamento, «Formando a los jóvenes para defender el país», nos empezaban a entrenar con pistolas en la escuela a los catorce años. ¿Eso es ser mayor o pequeño en comparación con otros países? Recuerdo que anoté esa pregunta en mi cuaderno secreto.
En realidad, mi deseo de hablar inglés no tenía nada que ver con combatir a nuestros enemigos. ¿Cuántos enemigos teníamos? Sinceramente, no lo sabía. La verdad era que la clase de inglés estaba llena de chicas inteligentes y silenciosas. Chicas en las que fingía no fijarme. Y, si hablaba inglés, podría entender mejor las letras de las canciones que escuchaba de manera ilegal en las emisiones de La voz de América.
Ilegal, sí. Había muchas cosas ilegales en Rumanía, incluidos mis pensamientos y mi cuaderno. Pero estaba convencido de que podría mantener todo aquello en secreto. A fin de cuentas, el manto de la negrura es grueso y pesado. Bueno para ocultar cosas, ¿no?
Avancé por el oscuro pasillo, camino a Administración.
Era un idiota.
Pero todavía no lo sabía.
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Autora: Ruta Sepetys. Traductor: Álvaro Abella Villar. Título: Voy a traicionarte. Editorial: Maeva. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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