Leo en la prensa que el español Santiago Sánchez, conocido por emprender un viaje a pie desde Madrid hasta Qatar para asistir al Campeonato Mundial de Fútbol del próximo mes de noviembre, ha sido finalmente detenido y encarcelado junto con su intérprete. La razón no es otra que el atrevimiento que supone su iniciativa de visitar la tumba de la joven Mahsa Amini, en Saqez, ciudad fronteriza del Kurdistán iraní, con el fin de rendirle su personal homenaje.
Regresé de mi visita a la antigua Persia apenas un par de días antes de que comenzaran los disturbios en las principales ciudades iraníes, como consecuencia del fallecimiento de la joven Amini. Detenida y maltratada durante su detención por parte de la «policía de la moral», que la acusó de no vestir el hiyab correctamente, su corazón, finalmente, no pudo soportarlo. Según Iran Human Rights, son más de doscientos los muertos, principalmente mujeres, a consecuencia de la represión policial llevada a cabo ante la oleada de manifestaciones y protestas de las últimas semanas, en catorce provincias del país. Un escalofriante número de niños figuran entre los fallecidos y las familias han sido forzadas a enterrar a sus muertos de noche, presionadas para no celebrar funerales públicos y amenazadas si divulgaban la noticia.
Cada día los informativos se hacen eco de los acontecimientos diarios y nos trasladan las imágenes de las manifestantes que desafían a las autoridades quitándose los hiyabs, prendiéndoles fuego después y cortándose el cabello en público. «¡No al velo, sí a la libertad y a la igualdad!», gritan las activistas en Teherán.
Las protestas generaron una ola de solidaridad internacional, desde Estados Unidos, pasando por Turquía y muchas capitales europeas. Desde el inicio de los acontecimientos, las conexiones de Internet están más restringidas que nunca y las autoridades han decidido bloquear, finalmente, el acceso a Instagram y WhatsApp.
Impresionada por las imágenes que cada día los informativos nos trasladaban, tomadas en las calles y ciudades que había recorrido hacía tan solo unos pocos días, decidí escribir estas breves reflexiones, tocada igualmente por un sentimiento de indignación ante la situación de deterioro de los derechos humanos que sufre la sociedad iraní y en solidaridad con las mujeres que, por su condición, sufren además un sometimiento al género masculino, difícil de digerir para cualquier mujer occidental.
Sin embargo, es necesario no dejarse llevar por las emociones, con el fin de analizar algunos elementos fundamentales para comprender cuanto sucede en la tierra de Ciro el Grande y Darío I.
Desde 1979, Irán vive bajo un régimen clerical. El líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Jomeini, dio paso a un sistema político en el que los clérigos y el ejército tienen primacía, aunque se celebran elecciones, como es de imaginar, en un ámbito tan restrictivo como manipulado. Las mujeres, en este marco, quedan bajo la tutela de los hombres y, aunque han ido muy poco a poco conquistando parcelas de libertad, siguen estando bajo un yugo muy represivo.
Pero, en honor a la verdad, no es de recibo que las protestas se retrotraigan a la situación previa a 1979, porque, en absoluto, ni la ciudadanía, ni mucho menos las mujeres, vivían en aquella época mejor que hoy. El régimen del Sha fue profundamente represivo con la población persa, a cuya mayoría mantuvo en la pobreza extrema, si bien sus aliados occidentales hicieron la vista gorda, porque se trataba de un enemigo de la Unión Soviética. Esas imágenes que nos vendieron de mujeres disfrutando de una buena vida en el Irán del Sha eran exclusivamente miembros de una clase alta, cercana a un régimen corrupto. Un porcentaje elevadísimo de la ciudadanía vivía en la miseria.
Es preciso señalar que Irán no es cualquier país, es una potencia de noventa millones de habitantes que posee una de las más grandes reservas de petróleo y gas natural del mundo. Tiene una clase media muy potente, aunque hoy vive empobrecida y agobiada. La juventud ha tenido siempre la oportunidad de ir a la universidad y vivir con cierta estabilidad, a diferencia de sus vecinos del Medio Oriente, Irak o Afganistán. Aunque la mayoría nunca ha respirado libertad, no avalarán bajo ningún concepto una intervención internacional, ni un cambio de régimen que llevara al país a una guerra civil. Debido a que el régimen iraní es la clave del equilibrio geopolítico en esa zona del mundo, su gobierno no desea guerras ni desestabilizaciones, y por eso es un enemigo acérrimo de Al Qaeda y del Estado Islámico. Si el régimen iraní cayera en este momento, la onda expansiva se llevaría por delante la estabilidad de la región y del mercado global de hidrocarburos.
Además, no sería fácil hacer caer al régimen. Los grupos leales dentro de Irán son fuertes e importantes y solo el malestar de la población, hoy por hoy, no conllevaría necesariamente su caída.
Dicho esto, es preciso poner en valor la osadía y el coraje de las mujeres iraníes, que han demostrado desde hace mucho tiempo que son capaces de enfrentarse al conservadurismo del régimen. En 2009, cuando tuvo lugar la «Revolución Verde», fueron las mujeres las principales protagonistas.
En estos días en los que tomaba conciencia, más si cabe, de la situación de las mujeres en Irán, y consultando archivos y documentos de Amnistía Internacional, he podido conocer de primera mano un buen número de casos de activistas cuyas condenas no solo se limitan a treinta, cuarenta o más años de prisión, sino que se acompañan de cientos de latigazos. Jueces que rematan sus veredictos con sentencias como «os haré sufrir como no imagináis», tras juzgar a jóvenes por no llevar el velo. El 8 de marzo pasado, Día Internacional de la Mujer, las usuarias del metro de Teherán, en el que las tres líneas reservan un vagón para uso exclusivo de las mujeres, se grabaron con la cabeza descubierta, repartiendo flores y cantando himnos libertadores. Identificadas por las cámaras de seguridad, las cabecillas de la protesta fueron detenidas, azotadas en presencia de sus hijos y condenadas a decenas de años de cárcel por «asociación sediciosa contra la seguridad nacional, difundir propaganda contra el Estado y alentar el envilecimiento y la prostitución». Nasrin Sotoudeh declaraba: «Para mí, permanecer en silencio frente a la injusticia no es una opción. En realidad, me resulta más difícil soportar las injusticias sociales que la prisión».
Hablamos de un pueblo hospitalario y generoso sin paliativos, que ha sufrido y sufre las derivadas de una falta de libertad que dura generaciones. Que no son árabes, sino persas, repiten una y otra vez, ante la ignorancia del resto del mundo, para los que todo el que es musulmán y está en Oriente Medio es árabe. Hablan farsi, no árabe, son cultos y bien parecidos, sobre todo las mujeres, para las que vestirse cada día es un ritual repleto de códigos y limitaciones, comprobado por cualquier mujer, venga de donde venga, apenas pise tierra iraní. Aman su comida y, más aún, a sus poetas: son su mayor patrimonio, su orgullo, su legado… y desean compartirlo. Es uno de sus temas favoritos de conversación con los viajeros. Por eso es muy conveniente prepararse antes de la visita; de otro modo, deducirán que no estamos interesados en su cultura.
Si eres mujer, la conexión con las féminas iraníes será enorme. Te fotografiarán sin medida ni mesura, alabarán todo de ti y te abrazarán hasta más no poder. Con los hombres, basta un simple “Salam”.
Irán es el país de las rinoplastias; no creo posible que haya otro lugar en el mundo con tanta gente operada de la nariz y, como los turcos con los trasplantes capilares, los iraníes planean convertirse en destino turístico para los tratamientos odontológicos en el próximo futuro.
Ante las ruinas de Persépolis, la plaza mayor de Isfahan o la Mezquita del Viernes, el viajero quedará maravillado, pero más impactante será el recuerdo que se llevará consigo de este pueblo culto y acogedor, para el que sus visitantes somos sus más importantes valedores y los embajadores que contarán al mundo la realidad de Irán, en la seguridad de que, descubriendo rincones remotos y culturas diferentes, eliminaremos la frontera más peligrosa: la que nosotros mismos construimos.
La Revolución Islámica fue una verdadera revolución contra un régimen corrupto. El sha gastaba cantidades inmensas en fiestas y armas americanas mientras el pueblo vivía en la miseria. La policía secreta del sha no era menos cruel que la de los ayatolá. Ahora, Irán tiene una sociedad mucho más igualitaria y las mujeres van a la Universidad. No es que me guste el régimen iraní, pero la situación de la mujer allí es equiparable a la de Marruecos o Jordania y mucho mejor que la de Qatar, Pakistán o Arabia Saudí. En esos países, es impensable una manifestación de mujeres por razones obvias, pero sólo oigo lo mal que están las iraníes. ¿Por qué será?
Porque lo dicen ellas mismas. ¿O es que no ha visto las imágenes?
Las he visto, pero más me preocupan las que no se pueden ver en otros países. ¿O es que necesita ver imágenes?
Muy interesante. Excelente artículo
Excepcional artículo sra. López de Celis. ¡Por fin alguien habla sobre este tema que enturbia nuestro sentido de la humanidad! Si alguien en este mundo es víctima y mártir, son estas mujeres iraníes. Y miremos aquí, entre nosotros: ni una sola palabra, ni una sola frase, ni un solo posicionamiento del perroflautismo feminoide y mucho menos, eso ni pensarlo, en medidas de apoyo, manifestaciones o declaraciones de repulsa. Las pretendidas y fanáticas feministas podemitas, no han levantado ni una ceja ante este atropello. ¿Por qué será? Creo que tenemos todos la respuesta.
Mi enhorabuena, doña Ángeles.