Porque las palabras
son siempre las mismas y lo que
dicen no es nunca lo mismo.ANTONIO PORCHIA
La imaginación es la verdadera
historia del mundo.ROBERTO JUARROZ
Hace aproximadamente dos años y medio, tras una conversación con Francisco Baena, director del Centro de Arte José Guerrero, surgió la idea de montar OPS, El Roto, Rábago: Una microhistoria del mundo. El planteamiento consistía en llevar a cabo una muestra ambiciosa de la obra de Andrés Rábago que reuniese el trabajo de sus tres heterónimos bajo una serie de elementos y de temáticas comunes que, asociadas a narraciones que yo mismo escribiría, pudieran hilvanar todo el conjunto. A pesar de que en fechas posteriores dudé sobre mi planteamiento con ánimo de incluir otro aspecto interesante de la obra de Andrés Rábago —concebir los heterónimos como expresión de distintas zonas o niveles de la conciencia humana—, finalmente decidí volver a la idea originaria, pero incluyendo esa posibilidad. Mis conversaciones ulteriores con el autor en su estudio y la profundización en su trabajo a través de la consulta de diversos materiales (sobre todo catálogos y entrevistas) consiguieron que mi perspectiva inicial se reforzase, se enriqueciese y se consolidase de una manera diferente a la que había imaginado en primera instancia.
A lo largo de la trayectoria artística de Andrés Rábago, casi medio siglo, se pueden rastrear temas, motivos y símbolos constantes en su obra que han persistido con variaciones en la producción de sus tres heterónimos. Estos inciden en distintos aspectos de lo real, aunque cada uno lo plasme de una manera particular. La mirada dadaísta de OPS los recoge desde un punto de vista crítico y mordaz, retrata el inconsciente de una época, los últimos años de la dictadura franquista, y pone en tela de juicio esa ideología y sus consecuencias. Sus imágenes carecen de palabras, en general, y obedecen a un silencio impuesto por la censura y los valores dominantes. Los dibujos de El Roto, de rasgos expresionistas muy en la línea de autores satíricos del periodo de entreguerras como George Grosz, se aproximan a la poética beckettiana del absurdo mediante un deslumbrante y contradictorio uso del lenguaje; de hecho, muchos de esos textos podrían recogerse en un libro de aforismos y funcionar de manera autónoma. Ese enorme corpus de imágenes y frases de El Roto, que dio comienzo a mediados de los años 70 y que se extiende hasta nuestros días, denuncia los continuos abusos de poder, subraya las taras ideológicas aún presentes en nuestro país heredadas de la dictadura y cuestiona los postulados y eslóganes actuales del neocapitalismo y la sociedad digital. Su tercer heterónimo, el pintor Rábago, se sitúa en una zona próxima a lo espiritual y trata de mostrar aspectos que exceden o trascienden la mirada automática y superficial de lo que convencionalmente se denomina «realidad». Rábago busca una nueva aproximación a ese territorio del que el ser humano fue desalojado, en muchos casos por buenas razones, tras la crítica de los maestros de la sospecha (Nietzsche, Freud y Marx), los sangrientos acontecimientos históricos que salpican todo el siglo XX y el nefasto papel de las jerarquías eclesiásticas occidentales. Rábago pretende recuperar esa dimensión de lo humano y posibilitar una ventana (el cuadro) por la que pueda filtrarse una luz, que es a la vez física y simbólica. En sus lienzos, además de una clara vocación de que desaparezca el autor y su retórica, percibimos una atmósfera plástica de calma y sencillez que se deriva no tanto de lo que sus personajes hacen en silencio, sino de lo que el silencio hace con sus personajes. La mujer, al contrario que en los dibujos satíricos de OPS y El Roto, es aquí la protagonista absoluta de muchas de sus pinturas.
La selección de piezas y materiales que se ha llevado cabo explora los vasos comunicantes de esas tres vertientes plásticas de Andrés Rábago, tan distintas a priori, a través de elementos constantes que reaparecen en su obra con distinta forma y valor semántico: el bosque, los sombreros, los tránsitos, la familia, los pájaros, la vigilancia, la figura del doble, el poder, la creación artística, las guerras, etc. Los mismos temas, motivos y símbolos bajo los que se agrupan las imágenes en cada planta están presentes con igual ordenación en las siguientes. Todo se repite, es cierto, pero en otro nivel y con otro significado gracias al fenómeno intertextual y a las resonancias que despliegan unas imágenes sobre otras, unos bloques sobre otros. Esas constantes configuran buena parte del mundo de Andrés Rábago, como persona y artista, y prefiguran otra imagen del mundo, la narración que el espectador irá construyendo a través de su recorrido por las salas. El uso del término «narración» no es azaroso, al contrario, porque los seres humanos obtenemos nuestra visión de las cosas (fragmentaria, subjetiva y minúscula) a través de las historias que nos cuentan y de las que nosotros mismos nos contamos. Precisamente de ahí surge, en parte, el título de la exposición: Una microhistoria del mundo. Esa microhistoria nos habla de la obra de Andrés Rábago y de su universo, pero también del nuestro y de cómo lo construimos.
En mi afán por conectar y relacionar la plástica de los tres heterónimos, además de explorar el fenómeno intertextual, me planteé la posibilidad de escribir una serie de microhistorias. De ese modo podría compartir el efecto que la obra del artista había despertado en mí, relacionar los distintos bloques de imágenes de cada planta, y rendir homenaje a su deslumbrante trabajo. Sucedió de un modo parecido al que él ha descrito, solo que en mi caso se trataba de dibujos y pinturas, no de fotos: «Una de las formas en que me inspiro es mirar fijamente una fotografía y escucharla. La imagen siempre tiene mucha información. Si miras atentamente una fotografía puedes oír cosas. Y eso que oyes es lo que transcribes». Además, me pareció que mi propuesta resultaba del todo coherente con No se puede mirar, la serie de El Roto en homenaje a Goya que ocupa un lugar destacado en la exposición. El arte es una construcción colectiva, no pertenece solo al autor, a la crítica, a los comisarios o a los espectadores, ni tampoco al mercado, los museos o las galerías. Ese bloque de significado que es la obra de arte emerge desde una suma de visiones que se van enriqueciendo y cuestionando con el paso del tiempo, y que tienen como único límite el referente, es decir, la propia materialidad de la obra, física y simbólica.
Ha sido esa precisamente mi voluntad al plantear esta exposición y también al escribir los textos que acompañan a la misma: proponer un itinerario de entre los muchos posibles. Los microrrelatos son las palabras de alguien que ha habitado esos mundos durante más de dos años y que ha construido su propia narración de los hechos, deleitándose con las imágenes de un artista fundamental de nuestro país. Es el momento ahora de que los espectadores tomen la palabra.
SOMBREROS
Sombrero es lo que guarda nuestra sombra. Pero ¿qué es en realidad nuestra sombra? Solo cuando contestemos a esta otra pregunta, podremos resolver el enigma del sombrero. Hasta entonces, sombrero será únicamente el receptáculo de lo desconocido en nosotros, un vacío en el que reposan nuestras ideas, o como dijo alguien, el pentagrama indescifrable en forma de tendido eléctrico donde se posan pájaros que, de vez en cuando ―solo muy de vez en cuando―, cantan hacia dentro nuestra conciencia.
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