El crimen de Malladas es un caso real ocurrido en una finca al norte de Cáceres. Fue en el verano de 1915 y cinco víctimas —entre ellas dos niñas y una mujer embarazada— fueron masacradas a hachazos. Como consecuencia, cinco campesinos del lugar fueron arrestados y condenados a cadena perpetua. Sin embargo, esta condena no fue el final, sino el inicio de un largo proceso de búsqueda de la verdad protagonizado por los abogados defensores, convencidos de la inocencia de sus defendidos. Más de cien años después, los acusados, sus familiares y los muertos seguían clamando justicia y tal vez por eso, el novelista Luis Roso, natural del pueblo donde sucedió el crimen, decidió abandonar por un tiempo la ficción para convertirse él mismo en investigador, asumiendo la extraordinaria responsabilidad de resarcir el dolor y la memoria de las víctimas.
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—¿Qué es para ti, como investigador, el crimen de Malladas?
—Si te refieres al hecho criminal, hasta hace poco una sucesión de actos oscuros con consecuencias tristes e injustas. Si te refieres a mi libro, se trata de un ajuste de cuentas con la verdad.
—¿Cómo nace ese libro sobre un crimen de hace casi cien años?
—De una manera azarosa, como casi todo lo que merece la pena. Y sale de otro libro, concretamente de Aguacero, una novela policíaca que publiqué en 2016 y que tuvo bastante eco en la prensa. De hecho, salió una magnífica reseña en El País y eso, sin pretenderlo, me abrió las puertas editoriales. También hizo que la gente de mi pueblo me conociese y se atreviese a venir a mí a pedir que investigara sobre lo que ellos llamaban “un crimen famoso”.
—¿Te involucraste enseguida con ese crimen ocurrido en tu pueblo?
—Bueno, yo lo conocía de oídas, claro, pero poco más. Mis vecinos pensaban que como yo era escritor policíaco aquello me interesaría y debo confesar que hice un primer intento de aproximación de una manera superficial, más por curiosidad que por otra cosa. Sinceramente pensaba que aquellos hechos un tanto macabros darían como mucho para un artículo anecdótico que me dejase bien con mis vecinos, y poco más.
—Pero era mucho más….
—Y tanto, pero entonces yo no podía saberlo. Comencé por teclear en Google, pero no había nada o casi nada: encontré un informe incompleto y caótico donde se hablaba de la manera brutal en la que fueron asesinadas las víctimas: un hombre, varias mujeres (una de ellas embarazada) y niños, todos con repetidos hachazos en la cara y el cráneo…era una cosa muy bestia que había ocurrido a escasos kilómetros de mi casa, y bueno. Yo soy un escritor de novela negra, pero nunca me ha interesado el morbo. Así que lo dejé ahí.
—¿Qué te hizo volver a la investigación?
—Pasaron tres años y tres novelas y una Semana Santa en mi pueblo, en una crisis creativa, decidí retomar aquella investigación. En esa segunda fase de investigación minuciosa me doy cuenta de que aquel crimen en apariencia sencillo y brutal es mucho más; es un agujero del conejo de Alicia. Descubro lagunas, contradicciones y coincidencias extrañas; silencios y desapariciones a pesar de lo cuál en cien años no se había investigado prácticamente nada más allá de lo que entonces se investigó. Pero lo que me cambió el chip de verdad fue comprobar que, a pesar del tiempo transcurrido, había gente del pueblo que cuando yo sacaba el tema y sobre todo a medida que avanzaba en los descubrimientos, se ponían alerta. Eso me decidió a seguir adelante con un método más serio y sistemático. De esa manera, me pasé el verano de 2019 encerrado en archivos y en ese tiempo recopilé casi todo lo que existía sobre el crimen de Malladas: un 70 por ciento de la documentación y la idea de este del libro salió de aquel verano de encierro e investigación.
—Comienzas a investigar en 2019 y crimen ocurrido en 1919…curiosa geometría
—Te contaré que la historia de este crimen está plagada de coincidencias singulares: como dices, la primera campaña en defensa de los supuestos asesinos (cinco segadores del pueblo donde ocurrieron los hechos) comienza en 1919, justo cien años antes de que yo comience a investigar. Pero hay más; el defensor de estos pobres acusados, el abogado Manuel Telo, presionado por poderes ocultos procedentes de las altas instancias, tuvo que marcharse del pueblo y fue a exiliarse en Fuerteventura. Yo fui hasta allí unos días, durante mis vacaciones, por curiosidad y cuál no fue mi sorpresa cuando descubrí que, a pocos metros de la casa del abogado, vivió durante algún tiempo el mismísimo Unamuno, que también estuvo implicado en la defensa de los cinco segadores injustamente acusados de ser los autores del crimen de Malladas. Y fíjate, nunca jamás se cruzaron.
—En el libro desvelas más coincidencias que vienen a ser pistas del verdadero asesino, aunque en este caso, y citando a Agatha Christie, “una coincidencia es solo una coincidencia, dos son una pista y tres son una prueba”.
—Exactamente. Resulta que, en su lecho de muerte, una de las víctimas desvela el nombre del asesino; o al menos de uno de los asesinos, que era un hombre del pueblo que trabajaba para el conde de Malladas. Pues curiosamente, ese hombre es detenido pero liberado al instante por orden de la acusación y acto seguido se marcha a América… ¡ojo! porque estamos hablando de principios del siglo pasado y de un labrador, un hombre del pueblo sin recursos. Años después este hombre regresa a España y lo pillan infraganti tratando de secuestrar a unos niños, pero aun así lo vuelven a absolver. Eso ocurre en julio de 1924. Y ahora vienen las coincidencias: cuando es detenido, este hombre lleva en el bolsillo apuntada en un papel la dirección de un lugar de Madrid: calle Hilarión Eslava, donde precisamente ese año habían desaparecido unas niñas que luego, escasos meses después, aparecerían muertas en extrañas circunstancias. Pero ahí no queda la cosa: el bufete de la residencia madrileña del conde de Malladas, dueño de la finca donde ocurrieron las brutales muertes y “jefe” de este supuesto sospechoso, se encontraba a unos escasos 300 metros de la calle Hilarión Eslava. Como puedes imaginar a estas alturas, la acusación se llevó a cabo por un abogado contratado directamente por el conde de Malladas y además dicho abogado era presidente y director de un periódico. Tenían todo el poder, por eso en aquel momento ganaron a costa de destrozar muchas vidas.
—Lo que cuentas es algo más que meras coincidencias…
—Desde luego, así es. Una investigación es como soltar migas de pan y, al final, el crimen de un pueblo perdido de la España más negra y pobre se va revelando como una trama de secuestro de niños, implicación de altos cargos, abuso de menores, falsedad documental, corrupción e impunidad.
—¿Cómo definirías este crimen?
—Yo diría que es como el crimen de Cuenca mezclado con las niñas de Alcácer y multiplicado por diez: trama de abusos de menores, intervención de la masonería y del partido socialista defendiendo a los presos y regreso al pueblo de los supuestos asesinos tras ser conmutada su pena de muerte por cadena perpetuada por el mismísimo rey Alfonso XIII, y luego reducida a trece años de cárcel. Pero claro, al pueblo regresaron siendo supuestamente asesinos. La presión que tuvieron que soportar estos cinco segadores y sus familias fue insoportable, de hecho, uno de ellos terminó suicidándose y otros tuvieron que abandonar el pueblo para siempre. En realidad, este crimen no tiene cinco víctimas, sino diez directas y muchas más de forma indirecta. Por eso el dolor del pueblo, cuando empecé a destapar el caso, se reveló como algo silenciado pero muy vivo, y a mí ese hecho fue lo que me decidió a seguir investigando y a escribir el resultado de dicha investigación.
—¿Te han amenazado?
—Sí. A determinada gente del pueblo no le ha gustado este libro y, digamos que se han tomado la molestia de hacérmelo saber, incluso acusándome de charlatanería. Pero yo no manejo habladurías sino datos: cinco personas condenadas injustamente, numerosas familias destrozadas tanto de los acusados como de sus abogados, y otras cuatro muertes. Mirando ese panorama y lo mucho que se sufrió en este pueblo por encubrir un crimen oscuro y complejo, además de las presiones de todo tipo que tuvieron que soportar los abogados de los pobres desgraciados acusados injustamente, pues como comprenderás, no me voy a acojonar por cuatro amenazas.
—¿Qué tiene este crimen de literario?
—Yo, mi mirada. El libro tal y como está lo escribí en seis meses, de octubre a enero, pero por detrás lleva un lastre espeso y laborioso de tres años de investigación. En un primer momento con todo el material recopilado pensé en escribir un libro de historia con notas a pie de página, pero me di cuenta de que eso no lo iba a leer nadie. Luego me planteé la opción de novelizarlo, pero como vecino de Moraleja, con todo el pueblo encima y al tanto de mis investigaciones no me parecía oportuno inventar nada, y es que la historia era demasiado densa en sí misma como para reducirla a base o trama de novela. Ningún novelista, por bueno que fuese, podría superar los claroscuros y la profundidad que posee la historia real. Así que finalmente, me decidí por el camino intermedio: el de la investigación policial contada literariamente. Desde luego no se trata de un true crime, no es un libro de historia y por supuesto, tampoco es una novela. Firmé el contrato con el libro sin escribir, cosa que agradezco a mis editores de Alreves Editorial. Lo que hice entonces fue contarlo con mi voz: me llevé atrás todo el aparato documental para que no molestase al lector y le puse mi voz de novelista. Lo habitual es que un periodista se meta a novelista, pero yo he hecho el camino contrario, de novelista a periodista de investigación.
—Hablando de novelistas. Citabas antes a Miguel de Unamuno. ¿Qué tuvo que ver Unamuno en este crimen?
—Unamuno en 1918 se calla, tal vez por discrepancias políticas. Pero en 1922 entra en el caso como un elefante en una cacharrería. Se planta en el Ateneo y defiende a los acusados de su inocencia con papeles que demuestran que lo son. Pero no consigue liberarlos. En 1915 la prensa se hizo eco, pero a nivel local, era un crimen de la España profunda. Pero en los años siguientes (1918 y 1919) la campaña de liberación de los acusados que a esas alturas ya se sabían inocentes por la falta de pruebas y los oscuros silencios sí tuvo muchísima repercusión. Por su parte, el conde de Malladas que vivía en Madrid, amenazó con querellarse con los abogados, pero nunca lo hizo. No le convenía. La noticia del apoyo de Unamuno arde en toda prensa nacional como una llamarada intensa pero efímera que, de repente se apaga, dejando a oscuras la resolución del enigma. Hay que entender que aquellos eran momentos muy críticos políticamente hablando. Cuando el panorama se tranquiliza, a los acusados les conmutan la pena, pero por la puerta de atrás y con la firma del rey Alfonso XIII de por medio.
—¿Qué ha cambiado en ti como autor después de esta investigación?
—Yo he cambiado a todos los niveles: entré en el caso buscando una anécdota que me sirviese como excusa para escribir algún relato y salí rehabilitando la memoria de todo un pueblo. Después de esto se queda uno vacío. Volver a la novela de ficción ahora se me queda un tanto corto, anodino.
—¿Seguirás entonces este camino de la investigación literaria de crímenes a modo de Truman Capote en A sangre fría?
—Ha sido un trabajo doloroso, creo que de momento no lo voy a repetir. Yo soy como un rayo láser, voy hasta el fondo de la investigación, y en este caso ese proceso ha sido complejo porque al desarrollarse en mi pueblo, entre gente que conozco, en el paisaje de mi infancia y mi memoria, pues, inevitablemente mi implicación ha sido mucha. Pero bueno. Yo soy una persona fría y eso en la escritura siempre es práctico. He tenido que recurrir a toda mi frialdad para la construcción de este libro. Ha sido agotador.
—¿Cuál ha sido el momento más duro o el más intenso de esta larga investigación?
—De las cinco víctimas asesinadas a hachazos, una de ellas, un niño de cuatro años, el pequeño Dimas, consiguió sobrevivir. Por eso quise seguirle la pista, para ver si la vida, que le había quitado todo de esa manera tan bestial, de alguna forma, llegó a compensarle en el milagro de sobrevivir. Pero del pequeño Dimas apenas se sabía nada: huérfano, pobre y tocado por la superstición, encarnaba el horror de aquellos hechos, así que al poco se marchó al Norte buscando un poco de vida. Casualmente, en las notas de unos de los documentos, encontré su partida de defunción en un pueblo de Asturias y allí me fui. El momento más emotivo de toda la investigación fue allí, en Carabanzo, cuando encontré la tumba de Dimas. Pobre hombre. Supe que combatió en la Guerra Civil en el bando nacional, después fue detenido por robar comida y finalmente acabó trabajando en una mina y muriendo de silicosis a los 40 años. La historia del niño Dimas es el símbolo más oscuro de la oscura Historia de España.
Esa capacidad española de mirar sin miedo la negrura más profunda, mostrar la injusticia sin retórica y sentir una piedad sin sentimentalismo. Admirable.
Ha una negra pulsión que aflora desde tenebrosos abismos del alma de asesinos.
Las niñas de Alcaser , las niñas de Hilarión Eslava, la isla de los pederastas» de Jeffrey Epstein, leyes musulmanas que autorizan bodas de niñas de 8 años, o mormones con niñas de 14, o Irene Montero proclamando que los niños deben saber que pueden tener sexo con quien quieran…
Tengo hijos, sobrinos, amigos, etc. Pensar en sexo con críos delata una mente podrida hasta un extremo inconcebible.
Impagable siempre la Sra Solano. Malladas, me haré con un ejemplar. Saludos, Luis Roso, ha tenido que ser demoledor; Gracias.