Como es bien sabido, una vez hubo un Paraíso, pero el problema era que en el mismo habitaban una serpiente tentadora, una mujer, un hombre, y crecía un manzano con frutos apetitosos. Lo que sucedió en un momento dado fue una comedia de enredo, con equívocos, engaños o supuestos engaños, tentaciones y un final con todos expulsados del Paraíso e iniciando una nueva vida. Como pueden imaginarse, nadie, ni la serpiente, ni la mujer, ni las tentaciones, ni el hombre, ni las apetitosas manzanas dejaron ni de existir, ni de intrigar ni, por supuesto, dejaron de pensar en el Paraíso perdido, y si por un acaso no iban a volver dieron a inventarse algunos otros provisionales.
El caso, les contaba, es la historia que nos ocupa, y quedan advertidos de que les voy a contar la película para incitarles, pese a todo, a admirarla, por lo que pueden bajarse del barco de inmediato, los que disientan de esta falaz propuesta mía. La historia cuenta, ya lo verán, con Evas, un Adán, serpientes, manzanas y con ese paraíso al que algunos, aunque sea momentáneamente, llamamos amor. El Génesis, vaya. Comienza con el hijo de un millonario cervecero, digamos Henry Fonda, ingenuo y despistado, sin mucho currículo en la vida, cuyo hobby son los ofidios y que regresa a casa con un valioso reptil producto de una exploración en el Amazonas. En el viaje de regreso en un lujoso transatlántico cae en las redes de una familia de curtidos estafadores, Barbara Stanwyck y su padre, el inefable Charles Coburn. La manera en que la serpiente —ejem, Barbara— lo atrapa mediante un espejito y una zancadilla es un prodigio de inventiva y dominio de la puesta en escena. Fonda cae rendido ante las artes de la dama y se muestra entusiasmado hasta el punto de proponerle matrimonio. Pero no cuenta con la vigilancia de una suerte de guardaespaldas entre desconfiado y tosco —el gran William Demarets era único para esos personajes—, que deshace el hechizo y le cuenta la verdad al aturdido millonario panoli.
Como era de esperar, la dama no se resigna porque —y además, lo crean o no, así es la vida— empieza a gustarle el ingenuo Fonda más que su deseable dinero, de manera que se acuerda de la manzana de su antepasada y organiza una formidable y divertida conspiración, con su padre y un compinche, por completo desnuda de artificios y por ello mucho más peligrosa. Ahora la timadora de barcos de lujo es Lady Eve Sidwich, de visita a los hogares pijos de Nueva Inglaterra. El golpe genial de guion es que Sturges toma el elemento esencial de la comedia, el equívoco, y lo revisita provocativamente. Nada de disfrazar a la nueva Eve, sino que sigue siendo la misma, pero es otra. Eso provoca, particularmente en una fulgurante fiesta de sociedad en la que se encuentra con Fonda, un desconcierto notable, pues el panoli y su guardaespaldas ven que es la misma dama pero que no puede ser la misma dama. Conclusión: el obnubilado experto en reptiles se casa con Lady Eve, que en el viaje nocturno de bodas le confiesa a su desguarnecido y reciente esposo una escandalosa sucesión de amantes previos, lo cual Sturges filma magistralmente en un frenético montaje alternativo que haría las delicias de Eisenstein, entre lo que dice ella y la marcha no menos frenética del tren, discurso femenino que destruye al ofendido y atribulado cónyuge, que abandona el tren en medio de una tormenta de rayos, truenos, lluvia y barro. La venganza está servida. Lope de Vega y sus colegas del siglo áureo, incluido el camarada de Strattford-on-Avon y Monsieur Molière, se regocijan en sus cielos de comedias de intrigas amorosas y celos. Y como en la de estos conspicuos conspiradores del amor y otras soledades, regresan al punto de partida, porque Henry y Barbara, entre tantas idas y venidas, se han enamorado perdidamente, o como el querido Will Shakespeare proclamaba: son trabajos de amor perdidos. Cuando vuelvan a verse y se confiesen de amor, el pobre Henry, apesadumbrado, apenas puede decirle a la Eve timadora que el problema ahora es que está casado con Lady Eve, a lo que la discípula de la serpiente del Paraíso, tan enamorada hasta las cachas como el hijo del millonario cervecero, le dirá, gozosa y desafiante, que ella también lo está. Desde un rincón semioculto, el desconfiado guardaespaldas se resigna a confesarse: “positively, she’s the same”.
***
The Lady Eve (Las tres noches de Eva, 1941). Producida por Paul Jones y Buddy G. de Sylva. Dirigida y escrita por Preston Sturges, adaptando el relato de Monkton Hoffe, Two Bad Hats. Fotografía de Victor Milner, en blanco y negro. Montaje de Stuart Gilmore. Música de Phil Bouteje, Charles Bradshaw, Gil Grau, Sigmund Krungold, John Leipold y Leo Shuken. Interpretada por Barbara Stanwyck, Henry Fonda, Charles Coburn, Eugene Pallette, Wiliam Demarest, Eric Blore, Melville Cooper, Janet Beecher, Martha O’Driscoll, Robert Greig, Dora Clement y Louis Alberni. Duración: 94 minutos.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: