Durante dos décadas, Ignacio Padilla trabajó en una ambiciosa novela cuyo tema siempre lo fascinó: la muerte de los seis hijos de Joseph y Magda Goebbels a manos de ésta, justo antes de que Berlín cayera por completo en manos de las tropas soviéticas el 1 de mayo de 1945. Como recuerda Jorge Volpi, amigo de Padilla desde que ambos eran escritores en ciernes, el autor de la Micropedia, esa obra maestra del relato integrada por los volúmenes La antípodas y el siglo (2001), El androide y las quimeras (2008) y Los reflejos y la escarcha (2012), no tardó en relacionar el momento en que Magda les administró cianuro a Helga, Hilde, Helmut, Holde, Hedda y Heide con el antiguo mito griego de Medea, la princesa griega que tras ser abandonada por Jasón, cobra venganza matando primero a su rival, Creúsa, y luego a sus propios hijos, y dándole un singular giro a esas historias, imaginó las posibles vidas de algunos de esos niños en una obra en la que trabajó hasta el mismo día de su trágico fallecimiento, el 20 de agosto de 2016. Apoyándose en el personaje del teniente Harald Quandt, hijo del primer esposo de Magda Goebbels, la narración se basa en la premisa de que alguno o varios de esos hijos perdidos pudieran haber escapado del mortal búnker y se entrega a perseguir sus rumores fantasmales alentado por la idea de que la supervivencia de esos niños represente una mínima posibilidad de redención para una humanidad arrasada por la vergüenza y la barbarie, rastreando y reconstruyendo las vidas de cuatro de esos seis hijos. El resultado es la novela póstuma de Ignacio Padilla Lo que no sabe Medea, cuya reciente edición, bajo el sello Alfaguara, nos devuelve a un escritor cuya prosa fue tristemente truncada por la fatalidad y que en estas páginas demuestra su indudable calidad artística.
LO QUE DE VERDAD IMPORTA LA CULTURA EN MÉXICO
En México todo el mundo se para el cuello con la cultura. Por aquí y por allá se habla del gran valor de lo que en esta materia se hace en el país, especialmente los funcionarios gubernamentales hasta el más alto nivel, que no dejan de presumir de ello. ¿Pero cómo creerles si son los propios estudiantes de las escuelas del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) como el Conservatorio Nacional de Música, la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, la Escuela Superior de Música (ESM), la Academia de la Danza Mexicana, la Escuela Nacional de Arte Teatral (ENAT) o la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, quienes protestan públicamente para demandar mejores condiciones en sus planteles? Con proclamas como “¡Quiero una cultura digna y personal con dignidad!” y “El INBAL debe dinero, ¿dónde está el presupuesto?», los alumnos del conservatorio, por ejemplo, exigieron la designación de su director titular y solicitaron algo tan básico como realizar el mantenimiento adecuado para su plantel, la afinación y reparación de instrumentos, la reparación de techos e iluminación adecuada y la modernización de los planes de estudio; por su parte, los alumnos de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea pidieron la regularización de los pagos a académicos, la reparación de duelas, linóleos, goteras y espejos de los salones y del espacio conocido como Black Box, e incluso la revisión de la instalación eléctrica de su edificio junto con el estado estructural del inmueble; a su vez, los estudiantes de La Esmeralda solicitaron la reparación de goteras, la instalación de una alerta sísmica, alumbrado adecuado, acondicionamiento de baños, la reactivación de su cafetería, mejoras en la red de internet y equipo de protección para sus talleres prácticos. ¿Cómo puede un país sentirse orgulloso de su cultura cuando en el nivel más básico y elemental hay tal descuido y desidia?
EL NECIO
Hay un necio suelto por ahí que exige que cuando manda cartas absurdas le sean contestadas. Si a usted, caro lector, le envían una misiva pidiéndole que se disculpe por atrocidades que no ha cometido, ¿respondería a tal necedad? En México algunos aconsejan darle al loco por su lado; pero, ¿es realmente sano?, ¿evitaría tratar a ese necio con respeto que su cabeza acallara sus locos pensamientos?, ¿bastaría con eso para curar la paranoia del remitente? Mucho me temo que no.
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