Iba a contar la historia de un tren que se va sin mí. En realidad yo estoy dentro. Pero una mampara hermética me separa del mundo de los sonidos. Me viene a la cabeza la imagen de un estudio de grabación, con su capa de lejanía armada y traslúcida. Insondable y frágil. La distancia, al igual que ese vidrio, siempre es insondable y frágil. Me asomo para ver la partida. Insondable y frágil. La sala de control se queda fuera. Se aleja.
Iba a contar la historia de un instante sostenido en el verso.
Iba a contar la historia de un tiempo extraño en el cuerpo. Pero en su lugar escribiré desde allí. Como si al lugar pudiese elegírsele. Como si todavía quisiese escapar. Lo importante es que lo pensé pero no lo hice. Romper el cristal, gritar que me espere. En su lugar, me senté a contemplar los corales. Los cambios de ritmo en el fluir de las mareas. Probablemente tanto los corales como las mareas fuesen de plástico. Plástico blando de colores o microscópico y líquido. Que hasta yo me volví de plástico. Mímesis con el entorno porque el entorno a veces también te mece. Se mueve, llora y gana contigo. Te convierte a lo observado. La vida transcurre por planos y esos planos no se pueden separar. Para mí el lado cóncavo. Para él, su convexo.
Por más que lo intento, no consigo acordarme de la primera vez que vi el mar. A veces intentarlo no sirve y no nos preparan para eso. El olvido es una metáfora de todas las cosas que jamás tendremos. Que no recuperaremos. Nosotros: primera persona del más es más. Asimilar esa niebla mental contagiosa, o generacional, como propia, aceptar que nuestra —nuestra, nuestra— humanidad está construida a base de memorias fantasmagóricas, fosfóreas, veladas, de «casilotengos» sin carne, supone someternos a una verdad soberana que nos iguala y que nos conecta y contra la que nunca supimos jugar. La tirana deidad que, no por creernos especiales, nos indultará.
No consigo acordarme de la primera vez que vi el mar pero sí de lo que sentí.
El desdoblamiento solo sucede cuando te sabes visible, y en este encierro tibio la pecera existe con el resto de partes de mi organismo.
Hay quien todavía cree en la belleza de una despedida en la estación, aunque de nada sirva. Esas personas son las mismas que parecen ellas al despertar, o que hablan bien de alguien cuando no está presente. Aunque a veces no se pongan de acuerdo. Qué es el respeto, qué es la confianza, qué es la honestidad, nos preguntamos. Qué es el amor. Nos los preguntamos pero, después, cuando el otro no está presente, si no nos ponemos de acuerdo, nos olvidamos de la belleza de una despedida en la estación. Sin embargo, esas personas seguirán creyendo en nosotros. A pesar de nosotros.
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