Para el escritor Ricardo Silva, el «machismo brutal» que campa en Colombia, que ha hecho que las familias cicatricen heridas sin terapia ni sanación, se ha vuelto una «trama macabra» donde la sociedad está atada por su violencia.
«Yo he visto cómo se vive después de que uno le maten hermanos (…) y el corazón queda partido para siempre, el espíritu queda en suspenso siempre porque eso puede volver a pasar, porque aún en Colombia le pueden matar por lo que piense», reflexiona en una entrevista con EFE.
Por eso se pregunta, como el profesor Horacio Pizarro, personaje principal de su nueva novela, Cómo vivir en vano (Alfaguara), «¿cómo ha hecho este país para soportar 70 años de papás asesinados en la calle en frente de sus hijos?».
Y ve que el problema está en «un machismo brutal que ha enseñado a hombres y mujeres que para seguir adelante no hay que hacer terapias, sino cicatrizar». De golpe y sin preguntas. Sin justicia y sin reparación.
MACHISMO DE FONDO
Colombia es cómodo para cínicos y pesimistas, pero Silva es optimista y ve que la llegada del primer presidente de izquierdas «en un país con ese proyecto militarista, machista, católico y castellano es una transformación de fondo y esperanzadora».
Porque Colombia «desde su origen es militarista, machista, conservador, católico y castellano; era una unidad donde no cabía nada que no fuera un hombre católico, militar, castellano«, explica, y prosigue: «Entonces, en ese proyecto de país, ¿dónde caben las mujeres?».
Pero, una vez más, muestra su optimismo: «estos últimos 30 años han sido un pulso contra eso —que a mí me fascina— que implica dejar de soportar la violencia, dejar de verla como si como si fuera lo normal».
SIN MEDIAS TINTAS CON LOS ABUSOS
Silva habla de machismo porque, consciente o inconscientemente, ha escrito una novela atravesada por la perspectiva de género, con personajes contradictorios: feministas que no se atreven a defender sin tapujos a otra mujer frente una agresión, u hombres que se dicen feministas y se topan diariamente con sus machismos.
Comienza a modo casi teatral, con un reencuentro de una de las hijas de Pizarro con un agresor, un antiguo profesor que le incitó a acostarse con él para que le aprobara un examen. Y, como en la vida real, se vio sola confrontándolo, mientras su familia le pedía entre silencios que no sacara esas cosas del pasado.
El escritor bogotano es consciente de que es «peligroso» meterse como hombre a un terreno tan espinoso, pero cree que «buena parte del ejercicio de escribir es apenas uno siente el peligro, meterse» porque si no lo hace «no está llegando a ninguna parte y ese es uno de los peligros claros de estos días».
Además, no le da miedo porque dice que no tiene «rabo de paja», «no soy un santo ni soy perfecto y me aburre mucho el puritarismo y la superioridad moral», afirma, pero sabe cuál es la línea que marca un abuso y no le parecen exageradas las exigencias del #MeToo o del feminismo.
«No me siento superior a nadie, pero es que es un límite muy claro abusar de una persona», apunta de forma contundente: «si alguien está en una posición de poder y se mete con un subordinado, pues es clarísimo que ahí hay un abuso», zanja.
Tampoco se identifica con el papel de macho fuerte, porque creció con una madre que era «jefa de todos sus cargos y un papá que cocinaba y barría» y eso se impregna por una sutil deconstrucción en todas las páginas.
Asegura que se cuestiona, en la educación de sus hijos y en el día a día, esa discriminación que sigue persiguiendo a las mujeres y el «cómo uno le sirve mejor a la idea de la igualdad», lo que plasma en el libro sin aleccionar ni imponer dogma.
EN LA PIEL DE UN MUNDO DIVERSO
Cómo vivir en vano es «una segunda temporada» de Cómo perderlo todo (Alfaguara, 2018), que surge de la voluntad de sus propios lectores que le «recriminaron» en plena pandemia que la tesis de esa primera novela de que el año 2016 había sido el peor de la historia se caía con la llegada del covid-19 y el cierre mundial.
Así que Silva retoma a la familia Pizarro, pero cuatro años después, en 2020 y sus latigazos, y como en la novela anterior —que fue Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2019—, la narración pasa de uno a otro personaje de un modo casi coral.
Y en esa radiografía de cada personaje consigue meterse en su voz sin que resulte ajeno, sin exotizarlos, sobre todo a las mujeres, o colonizarlas desde una pluma que llega a una tierra inhóspita. También de crear personajes más allá de sus géneros y de las construcciones sociales asociadas a ellos.
«Todo el que crea en la democracia necesita que el feminismo triunfe, y entonces partiendo de esa tranquilidad de que todo demócrata es liderado por el feminismo, pues de resto es literatura, que es el retrato preciso de cada persona y de un mundo diverso donde todavía existen los trumpistas y hay que investigarlos porque si no siguen ganando», explica.
Este señor es un «meapilas».
Todos los «ismos» son iguales y malos, doctrinales. Debe vencer la Libertad, los Derechos, la Educación, la Razón. Solo desde esa prospectiva seremos iguales manteniendo nuestras particularidades!
¿No cabían las mujeres en Colombia? ¿Entonces de donde salió él? ¿Lo trajo una cigüeña? No entiendo estos textos deslavazados y farragosos… Lo lees dos veces y te preguntas: ¿qué dice este tío? ¿Colombia era una sociedad militarista, católica y castellana? ¿Nacieron los colombianos en Castilla y emigraron luego? ¿Invadieron a sus vecinos? ¿Rezaban todo el día?