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Erik el fantasma se recluye junto al lago subterráneo de la Ópera

Erik el fantasma se recluye junto al lago subterráneo de la Ópera

Otro cuatro de enero, el de 1875, hace hoy 148 años, todo está a punto en el Palacio Garnier, de la Avenida de la Ópera de París, para la inauguración de la casa: se va a celebrar en 24 horas. Las obras se vienen prolongando desde la primavera de 1861, cuando el arquitecto Charles Garnier resultó ganador del concurso público convocado para la edificación del nuevo coliseo. Y bien es cierto que la ejecución del proyecto ha sido azarosa. A las contingencias habituales en una construcción de tal envergadura, hay que añadir algunas en verdad singulares. El lago subterráneo, que se descubrió bajo el lugar elegido por Georges Eugène Haussmann para el futuro palacio, no fue la única. Después llegó la Guerra franco-prusiana y el encierro en los sótanos de algunos comuneros al final de los gloriosos días de La Comuna (mayo de 1871). Allí mismo encontraron la muerte los revolucionarios, a manos de los infames versalleses, cuando el gobierno entró a sangre y fuego en el París de La Comuna. Reprimió la revuelta con tanta vesania que habría de servir de ejemplo a la Reacción, de todo el mundo, puesta a aplacar sin remisión los levantamientos venideros.

Haussmann, urbanista al cuidado de las grandes transformaciones que conoció el París del Segundo Imperio, está contento. Para él y para Garnier, bien está lo que bien acaba. Más concretamente, Haussmann sabe que la que se acaba de terminar es una de las piezas clave del estilo Napoleón III, como se lo definió el mismo a Eugenia de Montijo cuando la emperatriz le preguntó si era griego o romano. Pero el imperio también es un recuerdo, como La Comuna, aunque de signo radicalmente opuesto.

"Basándose en las habladurías respecto al morador del lago tenebroso, Gastón Leroux llevó a cabo uno de esos ejercicios magistrales en que la ficción se convierte en un ajuste de cuentas con la realidad"

Lo que cuenta es que todo está a punto, la velada de mañana será de las que hacen época. La Muette de Portici, una ópera en cinco actos de Daniel-François-Esprit Auber, será la primera representación. Entre los invitados al estreno, que también es inauguración, se encontrará el presidente de la Tercera República, Patrice Mac-Mahon. Aunque el Palacio Garnier ha de quedar como una de las joyas arquitectónicas del Segundo Imperio, Francia vuelve a ser republicana. Esto no es óbice para que acuda a la cita la familia real española y el Lord Mayor de Londres, entre otras testas coronadas y gente de mucha alcurnia .

Pero fue otro cuatro de enero, un día como el de hoy, cuando un hombre marginado, “tan feo como los muertos en avanzado estado de putrefacción”, despreciado desde que vino al mundo por sus propios padres debido a su mala catadura, decidió recluirse y penar su suerte en la vivienda que se había construido durante las obras del nuevo coliseo a las orillas de ese lago que, tan cierto como las catacumbas que horadan el subsuelo del distrito XIV de la capital francesa, conformando una necrópolis siniestra y fabulosa, aún se extiende bajo la ópera Garnier.

Basándose en las habladurías respecto al morador del lago tenebroso —algunos dicen que es uno de los comuneros muertos, a quienes los infames versalleses dieron sepultura allí donde los mataron—, Gastón Leroux llevó a cabo uno de esos ejercicios magistrales en que la ficción se convierte en un ajuste de cuentas con la realidad, dando como resultado uno de esos personajes que sobreviven a sus autores y a los hijos de los hijos de sus creadores. Siempre que nace uno de esos caracteres, destinados a transcender su obra original para integrar el florilegio de la ficción imperecedera, es un momento estelar de la humanidad porque alguien de pro alumbra para ella un nuevo mito.

"Erik llamó el autor a su fantasma. Le dio el nombre por el que se conocía al misterioso persa que le sirvió de modelo para la creación de su personaje"

“El fantasma de la Ópera existió —escribirá en 1911 Gastón Leroux en el prólogo a la primera edición de la novela que le dedicó—. No fue, como se creyó durante mucho tiempo, una inspiración de artistas, una superstición de directores, la grotesca creación de los cerebros excitados de unas cuantas señoritas del cuerpo de baile, de sus madres, de sus acomodadoras, de los encargados del vestuario y de la portera. Sí, existió en carne y hueso, a pesar de que tomara toda la apariencia de un verdadero fantasma, es decir de una sombra”.

Según Balzac, cuando la ópera de París aún estaba en la sala de la rue Le Peletier, en sus vestíbulos y salones, entre acto y acto, se hacían y deshacían reputaciones. Según Leroux, la de Christine Daaé, una joven corista de origen escandinavo, empezó a ser puesta en duda cuando se la escuchaba hablar con alguien a quien nunca se veía. Alguien que le ayudaba a modular su voz desde el otro lado de los espejos. El mismo desconocido que utilizaba el poder que ejercía sobre los responsables del establecimiento para que la joven medrase en su carrera en la casa. Alguien que conocía a la perfección los misterios de las tramoyas, los laberínticos pasadizos bajo el escenario. “Erik” llamó el autor a su fantasma. Le dio el nombre por el que se conocía al misterioso persa que le sirvió de modelo para la creación de su personaje.

Afirma Leroux en su prólogo que, unos 30 años después del rapto de Christine y de la aparición del cadáver del conde de Changny en las orillas del lago subterráneo, encontró un amplio dosier al respecto en los archivos de la Academia Nacional de Música, que también tuvo su sede en el Palacio Garnier. Las conjeturas extraídas de aquel primer hallazgo se convirtieron en certidumbres después de mantener una larga conversación con Monsieur Faure, el juez instructor en su momento del caso Chagny. “Me documenté igualmente acerca del persa y descubrí en él a un hombre honrado”.

Y como tal ha quedado Erik, el fantasma de la Ópera, en las numerosísimas versiones, que desde que se recluyó junto al lago subterráneo un día como hoy, ha conocido su aventura. Así se escribe la historia.

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