Mismo trayecto, sentidos opuestos. El Suplente se apunta al género de películas con docentes haciendo malabares con el drama y el thriller, pero la película del argentino Diego Lerman opta por destacar el retrato psicológico del maestro antes que la trama criminal que adorna el relato. La película, que se hizo con el premio a la mejor actriz (Renata Lerman) en el Festival de San Sebastián, juega por tanto con elementos conocidos, pero su legitimidad se genera por lo familiar de sus situaciones, no por su adscripción genérica. Va en dirección contraria, en definitiva, a otras muestras muy conocidas de películas que transcurren en aulas.
Dicho también de otro modo: El suplente es una película extraordinariamente auténtica. Caminando con la cabeza alta entre los tópicos del cine escolar, en el que un maestro habitualmente novato tiene que hacerse con el timón de una clase conflictiva (en este caso es Lucio, un intelectual que decide descender a los “infiernos” de un barrio marginal de Buenos Aires), la película de Lerman consigue que de toda su narrativa emane una sensación de lugar, de momento, de —por tanto— realidad, que se sobrepone a los tópicos del melodrama.
Ese es el gran mérito de una película narrada con un ritmo extraordinariamente medido, que sin resultar pretenciosa resulta profunda por saber representar lo más mundano: la impresión de trabajo cotidiano que desprende el trabajo en las aulas y la sensación de realización colectiva, pero también personal, que Lucio busca a toda costa. Todo perfectamente plasmado en una película donde la cuestión aparentemente mollar, la trama criminal que envuelve a uno de sus alumnos, aparece relativamente tarde porque resulta solo uno de los elementos que conforman la historia.
No pasa nada, en tanto Lerman consigue que el thriller emane de las propias situaciones con una naturalidad y naturalismo pasmoso. Le ayudan en todo momento los actores, encabezados por Juan Minujín, pero también una puesta en escena que no confunde lo realista con lo feísta y un tono que no trata en ningún momento con condescendencia ni al espectador ni a sus personajes.
El objetivo de El suplente es, efectivamente, mostrar y demostrar las condiciones de la educación pública argentina, pero lo fundamental es lo bien desenredada que está la narración, en cómo Lerman consigue eludir el melodrama a través de una serie de decisiones que se revelan todas acertadas. Sin sobreexplicaciones ni indulgencias, y también sin excesos dramáticos, la película acaba retratando la necesidad íntima y personal de su protagonista de cambiar, siquiera un poco, el devenir de las cosas. Y en ese sentido, el resultado es un film moral pero no moralista, y pese a todo lo que cuenta e implica, lo suficientemente optimista.
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