Hannah tiene una astilla clavada y pellizca la carne para sacarla. Una voz oracular envuelve el aula de misterio, es su primer día en la universidad, acaba de abrir su cuaderno. Lo intenta durante la clase, pero el filamento de madera no sale, mientras, su profesor habla un lenguaje invertebrado, se llama Martin y no levanta la cabeza de sus anotaciones.
Sabe que si se queda, morirá. Hannah es judía. Martin pone la universidad al servicio del nazismo. La política eterniza la pluma. Hannah tendrá que marcharse, se casará dos veces, dará clases en Estados Unidos, cubrirá el juicio de Eichmann en Jerusalén y será reconocida por sus reflexiones éticas.
Hannah regresa diecisiete años después, su posición política le dicta no llamar a Martin, pero la amante que vive en ella desea el reencuentro. Ganó la segunda. Martin llega al hotel donde se hospeda Hannah, su abrazo bordeó la inmensa fosa del Holocausto y el abismo de los diecisiete años que llevan sin verse. Diecisiete multiplicado por dos. La irracionalidad entre filósofos es el elemento literario por excelencia, el conflicto que insufla la trama del pensamiento. El enemigo es el sinsentido, convertido en amante. No ha existido otra ley erótica: el ser debe fecundar la diferencia o la multiplicidad debe abrazarse.
La tarea filosófica de Hannah es una astilla, como el amor platónico, y la razón se encargará de justificar la incómoda presencia de ese filamento en la carne, perfecto en su irracionalidad. Todo nuestro pensar se reduce a una mera argumentación sobre nuestras pasiones.
Hannah pierde a su padre a los siete años y la psicoanalista Elzbieta Ettinger afirma que repite el patrón de pérdida y desamparo. Si bien existe mucha literatura sobre el apego entre hijas y padres o hijos y madres, poca encontramos entre la relación madres e hijas. Ser padre o madre implica muchas cosas, entre ellas el ser dioses y convertir a los hijos en el ideal anhelado. La venganza del desamor la heredan los hijos, convertidos en arcillas donde se modela la frustración.
Joan es una niña inteligente que vive en un pueblo alejado de cualquier estímulo intelectual. Cuando crece, una amiga la invita a vivir a Londres para que explore sus capacidades más allá del nido familiar, pero su madre suplica que no se marche, porque si lo hace, morirá. Joan nunca ha nacido, vive en el útero ofreciendo a su madre el sucedáneo amoroso que ella nunca recibió por parte de su marido. Una fidelidad perversa se moldea sobre la tierna piel de Joan a manos de su madre.
Clover tuvo un sueño que escribió a su hermana en una carta: estábamos sentadas juntas, pero nos separaba una pared de hielo. Meses después de esa carta, Clover se casó con Henry, ambos eran la pareja perfecta a ojos de la alta sociedad de Washington. Clover y Henry eran grandes conversadores, los dos sagaces e irónicos, hacían las delicias de escritores, diplomáticos y políticos que asistían a las veladas en su salón.
En la intimidad los dos sufrían el peso de la melancolía, se casaron porque compartían la misma cruz: eran conscientes de la enorme distancia que existe entre el ideal y la realidad. En algunas cartas, Henry describe a Joan como una mujer fea, pero ama su inteligencia crítica, lo que no escribe es que dicha disposición puede convertirse en la crueldad más atroz sobre uno mismo.
Henry alivió sus depresiones en validaciones sociales: escribió novelas, coqueteó en la política, el periodismo y la historia. Clover se encargó de ser anfitriona de sociedad, poco se sabe de ella, pero cada domingo escribía una carta a su padre donde narraba sus semanas. En una de ellas escribió que las grandes reuniones te quitan más de lo que te dan. Al poco tiempo de morir su padre, Clover subió al piso superior y se bebió una botella de cianuro. Era domingo y Henry estaba abajo.
Todas estas historias tienen algo en común: encarnan la trascendencia de un amor romántico que esclaviza a sus protagonistas. Vivian Gornick las escribe en un ensayo de teoría literaria titulado El fin de la novela de amor, publicado por Sexto Piso, que agrupa a mujeres que luchan contra un enemigo clavado en su propia piel. Un anhelo que a menudo va en contra de las propias convicciones, incluso la convicción de estar viva.
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Autora: Vivian Gornick. Título: El fin de la novela de amor. Traducción: Julia Osuna Aguilar. Editorial: Sexto Piso. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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