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Ricardo Garibay, uno de los grandes

Ricardo Garibay, uno de los grandes

Este año llega a su centenario uno de los grandes escritores mexicanos a quien el olvido no debe hacer mella porque dio a la literatura universal obras que merecen la inmortalidad. Si cualquier canon mexicano olvida novelas como Beber un cáliz o La casa que arde de noche, crónicas como Las glorias del gran Púas o libros de cuentos como El gobierno del cuerpo, es que no merece ser considerado como tal. Nacido en Tulancingo, Hidalgo, el 18 de enero de 1923, don Ricardo es uno de los autores mexicanos imprescindibles del siglo XX para quien quiera comprender la consciencia mexicana actual. Narrador, periodista, dramaturgo, ensayista y guionista cinematográfico, maestro de la frase que, como decía Sandro Cohen, tenía un oído finísimo y conocía el peso específico de cada palabra, mediante lo cual recreó el alma humana especialmente en sus diálogos, Garibay poseía una recia personalidad que con seguridad provocó que el mundillo literario le mantuviera siempre a distancia de homenajes, reconocimientos y elogios, pues como recordaba hace poco Josefina Estrada, no sabía moverse en los círculos literarios ni hacer reverencias, y eso lo pagó no teniendo los premios ni los reconocimientos en vida que merecía, pese a tener una obra amplia y prodigiosa. Amigo de personalidades como el poeta Rubén Bonifaz Nuño o Henrique González Casanova (a quien por cierto se deben la fundación de la carrera de periodismo en la UNAM y el Colegio de Ciencias y Humanidades) cuando allá por los años 40 era alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso, Garibay tuvo una vida intensa cuyo tiempo distribuyó entre el billar, la literatura y el gimnasio, donde practicó una de sus grandes pasiones: el boxeo, llegando a ser sparring y modelo, debido a su espléndido físico, en la Academia de pintura de San Carlos y, ya como pasante de Derecho, trabajó como inspector de la Dirección de Precios del Departamento del Distrito Federal, donde conoció de cerca la corrupción institucional, tema que incluyó en algunas de sus obras. Por todo ello es de aplaudir que al menos Penguin Random House México haya reeditado la obra de este grandísimo escritor, en un proyecto que hasta el momento incluye tres tomos con dos libros cada uno: Triste Domingo / Beber un cáliz, Cómo se gana la vida / Fiera infancia La casa que arde de noche/ Par de Reyes, prologados por Cohen y Estrada, reedición que se suma a la Obra reunida, editada por Rogelio Carvajal en diez tomos, lo que nos permite a los lectores hacerle el mejor homenaje en su centenario: leerlo.

LITERATURA CÓMICA NOVOHISPANA

"El baratillo, por lo que dice el documento, es un lugar de pillos, donde se venden cosas de segunda mano, pero sobre todo cosas robadas"

El ensayista mexicano Guillermo Espinosa Estrada (1978) junto con el filólogo estadounidense Eric Ibarra Monterroso (1995) han realizado una edición crítica de las Ordenanzas del Baratillo en México, publicada por la Universidad Autónoma de Nuevo Léon, y luego de un arduo trabajo de transcripción, redacción de notas al pie y una contextualización para hacerlo accesible al lector interesado en los textos cómicos de la literatura novohispana o en la historia de la Ciudad de México, que son muy escasos, han llegado a la conclusión de que se trata «de un libro sobre la corrupción», que al parecer tuvo gran auge durante el colonialismo. Firmada y fechada en 1754 por Pedro Anselmo Chreslos Jache, seudónimo de Joseph Carlos de Colmenares, se trata de una pieza satírica de la literatura colonial del siglo XVIII escrita en la Nueva España, la cual buscaba ofrecer una visión alternativa de la vida en la América colonial española. El texto, dicen sus editores actuales, se enfoca en la vida alrededor del mercado del baratillo y de las ordenanzas, o decretos oficiales, creados para regular a la sociedad novohispana en general, que el autor imita para burlarse y mostrar una visión caótica de la vida en México, en la que más que los decretos oficiales, es el sistema de castas el que autorregula. El baratillo, por lo que dice el documento, es un lugar de pillos, donde se venden cosas de segunda mano, pero sobre todo cosas robadas, práctica sobre la que las autoridades hacen la vista gorda al recibir beneficios de su comercio ilícito, fomentando una corrupción que durante tres siglos se va asentando entre dichas las autoridades y los españoles, criollos, indígenas y mestizos que vivían en la Nueva España. El resultado, ha declarado Espinosa Estrada, es un documento de gran valor e importancia histórica, debido a que es muy poca la literatura cómica de esa época que ha sobrevivido, ya que circulaba en copias manuscritas. Precisamente sobre las copias, los autores explican que sólo existen tres ejemplares de este documento, uno en California, otro en Madrid y el tercero en el Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México, que fue el que se utilizó para hacer la edición anotada, donde se cuenta que el autor hacía dos copias de su texto que comenzaban a circular, y a su vez los lectores lo copiaban multiplicando copias y lectores; sin embargo, por más copias que hubiera, al final los papeles acababan perdiéndose porque se consideraban menores y, sobre todo, porque la literatura cómica no se consideró importante hasta el siglo XIX, razón por la cual las lagunas respecto al género son enormes. Así que el valioso trabajo de recuperación de este texto llevado a cabo por Ibarra y Espinosa Estrada, colabora en arrojar un poco de luz sobre la forma en que se reían e ironizaban sobre su sociedad en la época colonial. Bravísimo.

INTELECTUALES Y POLÍTICOS ORGÁNICOS

"Esta cantinela ya no cuela, señor presidente. A usted se le critica por lo que hace o no hace y se le aprueba por lo mismo"

Dice el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) que ayudando a los pobres va a la segura cuando los que él llama «intelectuales orgánicos» lo critican, porque cuando se necesite defender su así autobautizada Cuarta Transformación, contará con el apoyo de ellos (los pobres) «y no así con sectores de clase media ni con los de arriba ni con los medios ni con la intelectualidad”. Para AMLO el enfrentamiento con la «intelectualidad orgánica» y «la prensa del antiguo régimen» es en el terreno de las ideas, pues según asegura, “no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”. El señor presidente olvida que la única estrategia política que vale no es la de enfrascarse en dimes y diretes con la opinión pública, sino gobernar y sacar del agujero de pobreza en el que está metido precisamente ese 43 por ciento de la población mexicana, que según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, tiene que sobrevivir con 2.000 pesos al mes (cien euros) y que son los que él invoca para que lo defiendan y que merecen mucho más que su ayuda lisonjera y limosnera. Y olvidarse de ese rollo patatero que siempre endilga a periodistas e intelectuales que son críticos con su trabajo porque, según él, «durante el periodo neoliberal los cooptaron para apoyar los proyectos en turno» y “ya no tienen ni la importancia política ni la creatividad de antes”. Esta cantinela ya no cuela, señor presidente. A usted se le critica por lo que hace o no hace y se le aprueba por lo mismo, pero no se puede gobernar a todo un país despreciando a una parte de la población que merece ser escuchada y gobernada (es decir, también merece que se gestionen sus necesidades y demandas) porque habla con argumentos y no con necedades, aunque usted también haya sido un político orgánico y siga manteniendo en su gobierno a un montón de neoliberales. Porque las etiquetas sobran y los hechos, cuando termine su mandato, a finales de 2024, estarán ahí.

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