Otro 25 de enero, el de 1970, hace hoy 53 años, el músico neoyorquino —originario de Nueva Jersey— Paul Simon asiste a uno de sus momentos estelares desvelado. Entiende lo que sentían durante la noche que precedía a la batalla los que iban a combatir en ella. Es un hombre de paz. ¡Claro que sí! Aunque más discreto que alguno de sus colegas, Simon, como el heraldo que es de la contestación de unos jóvenes que no quieren ir a morir al Sudeste Asiático, a una guerra promovida por los políticos elegidos por sus padres, también es un pacifista a ultranza. Pero esa incertidumbre, que convertía en vigilias las noches anteriores a los días en que se empuñaban las armas, es la misma. Afortunadamente, el duermevela de Simon obedece a una inquietud infinitamente más feliz. Mañana, 26 de enero de 1970, se pondrá a la venta en todo el mundo el último álbum que ha grabado con Arthur Art Garfunkel: Bridge over Troubled Water.
Por fortuna, las cosas han cambiado. Máxime considerando que, a los populares elepés de 33 rpm en los que se registran los álbumes, no tardaron en sumarse los primeros singles, comercializados por la RCA. Estos últimos son mucho más manejables para los pinchadiscos radiofónicos, que son quienes cocinan las listas de éxitos y los gustos musicales. Entre unas cosas y otras, en 1970 ya hace más de una década que la música ha descendido del séquito de Apolo al día a día de los simples mortales.
De modo que cabe decir, que, entre las muchas maravillas que ha traído el siglo XX —aquel “cambalache problemático y febril”, que lo llamó Enrique Santos Discépolo en uno de sus “tangos fundamentales”—, destaca la banda sonora de la cotidianeidad de todos y de cada uno de sus contemporáneos. Raro es el día que alguien no escucha una canción bonita en algún sitio. Una canción que, repentinamente, sublima un instante. Sí señor, un momento estelar que se prolonga lo que dura el disco. Hasta los que mueren en Vietnam, en la guerra promovida por los políticos elegidos por sus padres, lo hacen bajo los acordes de The Doors y la Creedence Clearwater Revival. La democratización del arte de las musas, ha coincidido, además, con el auge de dos músicas tan heterogéneas y eclécticas como el pop y el rock. Una y otra se confundirán en un grato dilema —¿rock o pop?—, hasta el fin de la centuria.
Así las cosas, la puesta a la venta de un álbum de la trascendencia que va a tener Bridge over Troubled Water —todo serán plusmarcas: venderá ocho millones de copias, permanecerá diez semanas como top one en los Estados Unidos, 41 en el Reino Unido, será número uno en Francia, España, Japón, Australia y Canadá entre otros muchos sitios…— marcará un hito histórico, como el resto de las grabaciones musicales que jalonan la crónica del siglo XX. Ante este panorama, comparar el duermevela de los músicos en la noche que precede al lanzamiento de una grabación que se presiente exitosa —cuando la gloria aguarda el agraciado lo percibe— con una de aquellas vigilias en que los ejércitos velaban sus armas, es mucho menos desatinado de lo que pueda parecer en un primer vistazo. No hará falta recordar que hay quien entiende la Historia como una sucesión de crímenes (las guerras). Desde luego, los jóvenes sediciosos de los años 70 así lo estiman. Las ventas de un disco, las bajas de una batalla. Todo es Historia, hechos y datos de los que hablarán, con la misma distancia, las generaciones venideras.
Bridge over Troubled Water es la mejor prueba de la heterogeneidad del pop de este tiempo, cuyas convulsiones simbolizará la crítica en las aguas turbulentas, trasegadas bajo el puente aludido en el título del álbum y la canción que lo abre. A Simon & Garfunkel se les sitúa en el folk-rock. El folk ha sido el mejor caldo de cultivo para la canción protesta. Pero la proyección internacional que ha alcanzado este dúo neoyorquino no tiene comparación con la de tantos y tantos cantautores contestatarios que nunca harán la revolución ni alcanzarán la gloria. De Paul Simon, dice la crítica, que junto con Bob Dylan es el único músico que hace letras “literarias”. Las felicitaciones, que ya ha recibido el dúo de los periodistas y allegados que han tenido oportunidad de escuchar el álbum antes que nadie, llenan de júbilo a Simon. Aunque todo está indeciso, aunque nunca se sabe está casi convencido de que han acertado.
Literarias o no, lo innegable es la variedad de sus distintas piezas. Hay de todo. Así, entre ellas se escuchará el primer acercamiento del pop a las hoy llamadas “músicas del mundo” —El cóndor pasa—, baladas de gravedad y enjundia —The Boxer o The Only Living Boy in New York—, tributos con tintes de bossa nova que nos recuerdan que Garfunkel fue estudiante de arquitectura —So Long Frank Lloyd Wright— y viejos éxitos del rock & roll de los Everly Brothers: Bye Bye Love… En fin, 36 minutos y medio que han dado para mucho.
Grabado en el otoño de 1969, Simon recuerda en su vigilia como se agrandaron las fisuras que acabarían por separarles con la discusión, que mantuvo con Garfunkel, cuando quiso incluir un tema de título harto elocuente: «Cuba sí, Nixon no». Para llegar a un ten con ten, Garfunkel renunció a la inclusión de «Feuilles-O», una pieza coral, que sí será uno de los bonus tracks que traerán los discos compactos en los que se reeditará Bridge over Troubled Water con los años. Para entonces, Simon & Garfunkel se habrán separado. Su asociación sólo resistirá unos meses más, los que dure la promoción del nuevo álbum, y todo habrá acabado. Volverán a unirse esporádicamente para algún concierto. Los 20 millones de copias que el álbum inminente venderá en los próximos 53 años harán que la ruptura vuelva a reconsiderarse. Pero nunca nada volverá a ser como antes.
Porque el álbum, que en unas horas se pondrá a la venta, además de todo un símbolo de su época, será una pieza fundamental en la banda sonora de varias generaciones, con independencia de cual haya sido su trato con el folk-rock y la música más afín a sus inquietudes. Se bailará por igual en las fiestas de los cumpleaños infantiles —Cecilia—, que en las “reuniones” organizadas por los adolescentes cuando los padres de uno se marchen de viaje y la casa sin ellos se llene de amigos y de amigas. En este último caso, «The Boxer» y «Bridge over Troubled Water» serán dos piezas claves del repertorio ideal para los arrumacos.
Y el disco de mañana conocerá versiones y más versiones. Seis meses después, en junio, el mismísimo Dylan incluirá una de «The Boxer» en su Self Portait. Johnny Cash hará otro tanto con «Bridge over Troubled Water» en The Man Comes Around (2004).
Hace hoy 53 años, Simon & Garfunkel no dormían a la espera de la última de sus grabaciones de estudio. Mientras tanto, medio mundo se disponía a soñar con sus nuevas canciones. Así se escribe la historia.
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