Fue la Nena de la Gauche Divine. La hermana de Terenci Moix, a quien no olvida en estas páginas, y al que califica de entusiasta “al que no le basta con entusiasmarse: necesita seguir entusiasmado, seguir sumido en un entusiasmo perenne”. Y también la única mujer a la que, junto a Gimferrer, Leopoldo María Panero, Vázquez Montalbán o Félix de Azúa, le cupo el honor de formar parte de la ya mítica antología Nueve novísimos que en 1970, cuando ella contaba con poco más de veinte años, puso en circulación José María Castellet, el mestre. Ana María Moix, modelo de lucidez y compromiso, la chica rebelde e inconformista que se adelantó en décadas a su tiempo, que poseía una sólida y vasta cultura que le llevó a hablar, con igual brillantez y notoriedad, de política, de educación, de cine, de pintura y de literatura, representa, sin ningún género de dudas, uno de los grandes símbolos de la España moderna y culta tras la larga y oscura noche.
Estamos ante un libro oportunamente editado que, un par de años después de la muerte de su autora, tiene como principal misión dar a conocer al personaje a las nuevas generaciones de lectores. Se trata de una edición cuidada y bien anotada, con un amplio estudio preliminar y una selecta bibliografía, aunque no es menos cierto que su responsable, la profesora de la Universidad canadiense de Ottawa Rosalía Cornejo, parece desconfiar de la cultura de quienes se aproximen a estas páginas aportando aclaraciones un tanto ingenuas y, por ende, innecesarias. No estamos –y así se deja avisado– ante la obra periodística completa de Moix. La autora de la edición se ciñe, con buen criterio, a la década de los setenta, al tiempo que deja constancia del lirismo, la nostalgia y el humor que rezuman los artículos que recoge.
La parte primera de este volumen (“Crónica humorística de la Transición: Nena, no t’ enfilis. Diario de una hija de familia”) es una pieza única, una obra maestra que hubiera valido la pena publicar independientemente para saborearla con mayor delectación. Dicha crónica se inicia el 9 de junio de 1976 y concluye a mediados del año siguiente. Un relato en toda regla al que no le falta un sólido argumento y todo un ramillete de personajes entre los que destacan un padre facha, admirador de Fraga Iribarne, seguidor de Fuerza Nueva y cercano a la doctrina del Opus Dei, una madre sumisa que termina por soltarse el pelo y plantarse ante las exigencias de su marido, una abuela que nos hace pensar en alguna de las más célebres novelas de García Márquez, y una prima que viene de un país en el que la democracia está consolidada y que sirve de contrapunto al oscurantismo en el que aún vive España, en plan Tesis de Nancy, con situaciones divertidas. Sin olvidar a esos otros amigos y novietes de Ana María a la que le recomiendan leer a Marx y a Gramsci en tanto que ellos se van de putas. Y la propia Nena, claro, que renuncia a la tradición de buscar un marido y dedicarse a criar hijos, y opta, para disgusto de su padre, por los estudios universitarios en una facultad repleta de barbudos, de gente progre, de curas heterodoxos, de chicas “que se meten donde no las llaman”. Así transcurre esta entretenida primera parte que ocupa casi un centenar de páginas. A ella le siguen las “Semblanzas” aparecidas en su día en revista de feliz recordación como Triunfo, Vindicación feminista y Destino. Páginas ciertamente mágicas y evocadoras, escritas con asombrosa precisión y maestría, cuyos juicios, casi medio siglo después, siguen vigentes, como si acabaran de ser sacados del horno. Ana María Moix nos habla de cine, de gente como Bogart —nadie fumaba como Bogart, insiste una y otra vez—, de la sonrisa nerviosa y tímida de James Dean, —“un pájaro de suaves alas y vuelo solitario y meditabundo”— , y también de música y literatura: de Marguerite Yourcenar, a la que pocos prestaron la debida atención hasta entrados los ochenta, de Rosa Chacel y de Gloria Fuertes, sobre la que se vuelca con los juicios más entusiastas: “Leer sus versos es asomarse a un balcón que huele a almidón y a chocolate caliente, al sol de una mañana de domingo invernal…”. Justo en esta segunda parte se incluye el más sorprendente y extraordinario de los artículos seleccionados. Se publicó en la revista Destino el 3 de mayo de 1979 y el título ya es, en sí mismo, una declaración de intenciones, con esa ironía y humor ácido, de raigambre quevedesca, con el que aborda su escritura: “Un alcohólico que deja de beber se convierte en un alcohólico que ha dejado de beber”.
De las tres partes restantes, lo que conserva mayor frescura son sus críticas y comentarios. En el apartado fílmico, resulta modélico, de una agudeza fuera de lo común, el análisis que lleva a cabo de la película de Eisenstein El acorazado Potemkin. Considera, sin dudarlo ni un instante, que la secuencia de la escalinata de Odesa es “una de las más referenciales y analizadas de toda la historia del cine y símbolo de la Revolución en la mente del espectador”. Asimismo, Ana María Moix, que, además de escritora, fue traductora, editora y periodista, demuestra sus gustos literarios y su privilegiado ojo clínico en las críticas que lleva a cabo de libros de autores como Kundera, Cortázar, Virginia Woolf y Katherine Mansfield, entre otros.
En la fotografía de Colita, tomada en 1972 (la autora tenía 25 años), que los editores han elegido para la portada, Ana María Moix no parece muy feliz. Mira al objetivo con la boca entreabierta y los ojos cansados y tristes. Sin embargo, en los artículos que forman parte de este volumen, incluso cuando aborda los asuntos más serios y relevantes, la autora parece estar en otra parte, como si disfrutara con lo que escribe. Esa es, al menos, la sensación que transmite al lector del siglo XXI, cuando ella ya no está entre nosotros.
Autora: Ana María Moix. Título: Semblanzas e impertinencias. Edición, introducción y notas: Rosalía Cornejo. Editorial: Laetoli. Páginas: 461. Venta: Amazon
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