Explica la poeta Julieta Valero en el epílogo de Esta ira que las mujeres estamos «desentrenadas para mostrar la ira». «La ira» —dice— «es la reacción más humana y, sin embargo, se nos ha programado para atenuarla y juzgarnos en caso de expresión. […] Entonces, ¿cómo decir, cómo articular una ira que no responde estrictamente a los hombres, sino a la vida misma, a su designio duro? ¿Y cómo ser capaz de hacer de su objeto precisamente a las hermanas, a las mujeres?»
A esta dificilísima prueba del lenguaje se enfrenta María García Zambrano en su nuevo poemario. Una obra potente que también reclama el derecho a expresar la ira: por el dolor censurado de las maternidades no hegemónicas, por la enfermedad de una hija «siempre amenazada por la muerte», por el silencio impuesto a los deseos de las mujeres.
Como antídoto a esa ira, Zambrano recurre al principio budista de que todo está en continuo cambio, que recorre el poemario como un bálsamo y alcanza su máximo poder sanador en la cuarta y última parte: una carta de amor a la hija y un canto esperanzador a la belleza y el aprendizaje que podemos encontrar incluso en los lugares más dolorosos.
Zenda adelanta cinco poemas del libro.
***
Arde esta ira irreal
y sin embargo
hay que soportarla
cruje el escenario al incendiarse
tu belleza cuando cae
y sin embargo
hay que soportarla
arde el silencio
su fractura
y las ramas
y los huesos
de los pájaros
sólo la fe calmará este fuego
esta ira
sin rama
sin hueso
sin pájaro
***
No
no son pájaros
son alas de ceniza
con la lengua de acero de las locomotoras
no
no son pájaros
son cenizas de un ave mitológica
barco ebrio o loba parturienta
abriéndose
por encima de las cúpulas
no son pájaros los estambres
de las flores funerarias
la cabeza enterrada
avestruz de los agostos
transeúnte que tala
los sueños
son alas de ceniza
frágiles cuerpos dormidos
en el santuario de la voz
no
no es un pájaro este miedo
anidando en la boca
***
Las bendiciones curan
bien dicha la palabra Amor
desgarra el cielo que te cubre
tus bronquios danzan
al compás
de una música amantísima
y abres tu boca de Mirla
sobre los glaciares
–mudas en polvo las esquelas
talladas para ti–
pero no es la hora
–aunque limpiaron los nichos–
no es la hora
bien dicha la palabra Amor
funde los metales
y los convierte en luz
porque no bastará con la poesía
un ave nos ha traído
tu corazón
las manos pueden sentir el peso del aire
aferrándose a los muros
el deshielo de la voluntad inmóvil
todavía
sobre la herrumbre
sobre el frío de este páramo
porque hemos sembrado Amor y compartimos
las palabras benditas
las bendiciones curan
una diminuta llama
alumbra ahora
un planeta donde nunca
amó nadie
***
Esta ira
Que aprendáis a llorar el día breve
que enfermen vuestras hijas
y no sepáis
el nombre exacto para el miedo
en la garganta se ahogue ese pitido
y arda la madera seca de la muerte
sólo un día
de atravesadas horas
y luces que se enciendan
rojísimas las luces
y sean bestias
escupiendo
sobre los mausoleos
sólo un día
tiriten de frío azuladas las mandíbulas
y nadie pronuncie
el verbo que calme
sus articulaciones
y todo sea balbuceo
de sabio que atesora
sus cuerpos con asepsia
cuando caigan las crías
en lo ignoto
y en esas horas aprendáis
el idioma absurdo de la muerte
sólo un día
***
Escena del primer verano
(Un guion antiguo aleja y somete. El padre, la madre, las hermanas. En el centro lo frágil.)
¿Quién puso los regalos en la mesa?
(Alguien se dedica a maldecir. Ayer sabía el escaso valor de su desdicha. Hoy le lloran los otros.)
La que castiga y tira del pelo a las hermanas.
(Sale a escena silenciosa y recorre un nolugar. Un ser solitario la atraviesa. No puede detenerse. Anhela ser feliz en el verano. Se adentra para huir del miedo. Una fuerza la empuja hacia los bordes. Se arrastra cantando.)
La mujer de la eterna sonrisa.
–Las flores se han secado. Apenas sobrevive el ramo
que nos tiró aquella novia. Y alguna rosa, diminuta.
(Sale a escena muda y recorre este nolugar. Se desvive por parecer viviendo. Se acicala como una anciana para el baile. Incluso podría apagar las velas en la fiesta.)
La de palabras durísimas. La exigente.
–La voz quebrada, el cuello rígido, los ojos tristes.
Arrastro los pies y mato la hierba.
Arrastro las palabras. Leo en mi mano la muerte.
Escondo la copa.
(Sale a escena ciega y recorre el nolugar. Llega la noche y recoge pedazos que se desprenden. Ordena la casa y los pedazos con la ayuda del Amor. Llega la noche y organiza cada tristeza. Las guarda en su caja. Es fácil. La acompañan, la atraviesan, la sobreviven.)
La que embauca con sus palabras de poeta.
–La palabra inane, la palabra arenosa, la palabra
llena de agujeros de bala. Balbuceo. Definitivamente
he perdido la capacidad para hablarle a la muerte.
El lenguaje también es una farsa.
(Sale a escena y herida recorre este nolugar. Empuja la silla por el largo pasillo. ¿Debe luchar? Tiene que luchar. Construye su esperanza al mirar las aves. Se sumergen y parecen morir. Emergen victoriosas, las envidia. Quiere ser un animal con una ruta. Migrar hacia la curación.)
La que se cree mejor y da lecciones.
La que conoce las respuestas.
–El presente es diminuto. No sé cantar. ¿Debo cantar?
Invento a la otra que asiste, a la otra que ríe,
a la otra que ama por encima del miedo.
La que sueña. Y me digo:
«Da las gracias, no olvides dar las gracias».
(Sale a escena y recorre el nolugar. Empuja la alegría y la culpa de no pertenecer. La otra atraviesa el espacio con su sonrisa, agradece el verano suave y la piel tostada de la hija, el mar silente para alcanzar la orilla, y cantar.)
Cuanto sé de la belleza me ha sido entregado en el latido aún
caliente de los metales. Sé de la víscera, la llaman hígado, y de
los jugos que sonámbula segrega para el miedo.
Conoces el susurro de cama articulada
con su onírica materialidad de nido
o el goteo despertando a la vigía
en su amanecida estrepitosa.
Cuanto sé de la belleza se aloja en la palabra árbol, latitud crecida
en la columna, vertical símbolo de la supervivencia.
Reconoces el grito sobre la genealogía antigua
de los tullidos.
Y rezas extramuros:
que la muerte no muerda
el borde de sus alas.
Cuanto puedo decir de la belleza me lo enseñó su canto. De él
regresa la Mirla. De él aprendimos que el arcano se equivoca.
De los dedos de la madre nace
un hilo de compasión
para tejer sudarios.
Y la boca mastica mentiras
y derrite la nieve piadosa.
De la belleza he aprendido a renacer en la blancura.
Y en sueños susurras:
vengan caballos
atraviesen su pecho y silencien
la máquina servil que confunde
el no latido
con la ausencia de la métrica.
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Autora: María García Zambrano. Título: Esta ira. Editorial: Vaso Roto. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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