El duelo físico, como acontecimiento sobrevenido, meteorito en la carne, en el cuerpo poético. El poema como reverberación, reflejo de un tránsito desde la mudez anquilosada de la queja a las primeras sombras que el sol oblicuo de un nuevo amanecer, de un nuevo canto, proyecta sobre la página. El yo lírico abierto en alas de La vida enorme, su anterior libro, atraviesa ahora un bosque donde amor colgó sus trofeos como advertencia, acaso reflejo, reconocimiento. Trakl, Celan, Rilke. Praga, Lisboa, París.
El ocio nocturno de los pájaros (Témenos) proclama, como quiso Valente, la ceniza. Pero lo hace a tu lado, lector, ceniza que camina y acompaña.
Zenda adelanta seis poemas del último libro de Xavier Rodríguez Ruera.
***
BLUES DEL PUENTE DE VALLCARCA
Concretamente el que me separa a mí de la juventud, cuando este sitio
conservaba su fama inquietante como puente de los suicidas.Xavier Theros, El País, 09/04/2016
Por el puente de Vallcarca baja un río
invisible como un blues. Sus amplios ojos
no contienen ni una lágrima. Giran
en la mañana las luces de los coches policía,
y yo me subo las solapas (tengo frío)
cuando veo asomar debajo de las mantas
las zapatillas blancas del último suicida.
Aprieto el paso hacia ningún lugar,
ningún poema
podrá jamás alzar
ese cuerpo
tapado, que protegen ahora para nada
las luces tristes de los coches policía.
***
PARÍS, BULEVAR MAGENTA
Son delicados los sentimientos que configuran una vida cuando se convierte en poesía,
una jaula de hierro, cristal y sangre vuelta clara en virtud de la lluvia que cae,
la memoria es de cristal, los instantes detenidos que nos configuran,
hierro, cristal y sangre,
las calles solitarias, la lluvia cayendo,
cayendo.
Había una canción que se llamaba Crystal Ship, rodaba tan triste
como el organillo que una gitana despeinada y morena hace girar por las aceras.
Alzado en piedra sucia, el arco de Saint-Antoine.
La lluvia ha convertido las mesas de los cafés en espejos de agua,
de vez en cuando el viento se detiene y pasa un hombre solitario que fuma en pipa,
una pareja de amantes como un nudo de deseo
camino del hotel que en la fachada luce una sola estrella, solo una,
solitaria.
Los ángeles de mármol del cementerio parecen constipados,
sus trompetas de musgo y piedra detienen el silencio que, como tierna pared,
sin ellas caería.
Paso cerca del Sena y veo un barquero amarillo bajo el cielo aceitoso.
Hace frío. Le arrojo una moneda, y entro en el bar,
caliente, rosado y lleno como la lengua de un perro que nunca desespera.
***
LA HERIDA
Las heridas que han ido cerrándose,
la carne rosada que ha surgido de nuevo
en torno al hueco donde mordió el relámpago.
Las palabras, como viejas hormigas
que visitan la sangre
y escapan de los dedos
con la ordenada autonomía de un calambre,
de un estremecimiento.
La conversación con amigos,
las tardes de lectura en un café
mientras la plaza
cambia su arquitectura
para hacer de la noche una ópera de sueños.
Poder dormir de nuevo
sin que al despertar
pesen sobre los párpados,
como un ángel de piedra, los recuerdos.
Salir a la mañana fresca
como quien regresa de un lugar muy lejano,
dejando al paso un rastro de colonia y palabras amables,
de vez en cuando una sonrisa triste
que no logran ocultar del todo
las azules espirales de un cigarro.
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FRIEDRICH HÖLDERLIN REMEMORA UN EPISODIO DE SU INFANCIA
Debería haber muerto entonces, allí, en aquel parque,
como Narciso al tratar de alcanzar su propia imagen
en un remanso de las aguas de la fuente.
Todo me llamaba hacia ese centro
donde alas sostienen
la cúpula remotísima del cielo, y las horas
transcurren lentas
como el susurro del viento entre los álamos.
Una sombra atravesaba más tarde los caminos,
como un mendigo
en cuya frente, como en un espejo,
se posaran dulcemente los astros.
***
EL BOSQUE
Todo lo que sé de poesía lo aprendí de ese bosque.
El camino cruzaba entre espigas y silvestres manzanos
cuyos frutos, aún púrpura,
parecían un sueño en la piel del verano.
La tarde refulgía redonda, azul, perfecta,
y el mar bramaba al fondo, denso
y oscuro, como en un viejo cuadro.
Todo lo que sé de mí lo aprendí aquellos días.
Brillaban solitarias las primeras estrellas
sobre los hondos campos y las montañas
silenciosas.
***
PENÚLTIMAS LECCIONES
Me equivocaba, es cierto. Tenía suficiente con esa infantil
gracia con que una mosca, una abeja, una mariposa o un pájaro
se detenían entre zumbidos para extraer de cada flor
la substancia viviente, repartiéndola, luminoso marxismo avant la lettre
a cada cual según las leyes de la necesidad, el azar o la demanda.
Pinos negros, altísimos, retorcían sus ramas
como encorvados gigantes
que trataran de arrancar una roca.
El mar, al fondo, nada sabía
de esa guerra fragante de resina y madera,
de la efímera monarquía de una flor,
de la república vibrante de la abeja.
El mar, al fondo, era
la azul pizarra donde el niño
depositaba sus ojos y aprendía,
antes de que la noche las borrara,
las últimas lecciones en sus cifras de arena.
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Autor: Xavier Rodríguez Ruera. Título: El ocio nocturno de los pájaros. Editorial: Témenos. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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