Norman Cameron, de ascendencia escocesa, nació en Bombay en 1905 y se educó en el Fettes College y el Orion College en Oxford, donde conoció a Robert Graves y Laura Riding en 1927, tejiendo entre ellos una relación de camaradería y respeto que duraría hasta su muerte en 1953. Fue Superintendente de Educación en Nigeria, redactor publicitario en Londres y trabajó para las fuerzas armadas británicas en Italia y Austria. Políglota y gran conocedor del latín y griego clásicos, fue traductor de Rimbaud, Villon, Baudelaire, Heinrich Heine o Nezval, entre otros poetas, aunque también tradujo narrativa como Escenas de la vida bohemia de Henri Murger o Cándido de Voltaire. Entre sus grandes amigos cabe destacar su relación con Dylan Thomas, de quien era prácticamente su mentor, el escritor y poeta Alan Hodge, el pintor John Aldridge, James Reeves y G. Orwell.
La poesía de Norman Cameron no se adhiere ni a cánones ni a grupo literario alguno. Por ello es la singularidad el rasgo que mejor define al hombre y al poeta. Para Cameron, versátil y meticuloso, el poeta escribe el poema que quiere ser escrito. Es la mente del autor la que define tanto los valores estéticos como los morales, por lo que no hay reglas excepto las descubiertas por uno mismo, como en “Confidencias en el bar”. Su poesía, escrita en parte mientras participa en la 2ª Guerra Mundial, salda cuentas con Hitler y Stalin y, desde la ironía no exenta de elegancia formal, critica en varios poemas el círculo formado en torno a su amigo Robert Graves y Laura Riding, véase el poema “Lucifer” por ejemplo, y a su querido Dylan Thomas, de quien fue mentor y valedor durante años, en “El pequeño y sucio acusador”.
Zenda reproduce cinco poemas de su obra que ha publicado El Desvelo Ediciones, cuya edición literaria y traducción se debe a Imanol Gómez Martín.
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Los tespios* en las Termópilas
Siempre otorga el gentío honores
a aquellos obcecados caballeros
cuyo estúpido coraje es una forma de temor,
un temor a pensar y a las toscas madres
(“o con tu escudo o sobre él”) como ruido de fondo.
No se rinden los espartanos. ¿Por qué, entonces, sus elogios
por avanzar serían menores que los de los demás?
Mas de nosotros, actores y críticos de un solo acto,
de juicio agudo y sereno, que conociendo
innumerables sendas, elegimos el camino espartano,
¿qué contará el relato popular
de nosotros, los tespios en las Termópilas?
* Tespios: habitantes de Tespias, ciudad de Beocia que ayudó a Esparta enviando a 700 hoplitas a defender el paso de las Termópilas. Fallecieron los 700. Fueron durante siglos los grandes olvidados de la famosa batalla.
La palabra “Tespios ¨significa también “actores¨. El poeta juega con ambos términos en el poema.
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Rusia Virginal
Buscando Eldorado en la nieve
o una furia sutil, ¿quién lo sabe?
mi ejército partió de sus cuarteles
(Darío, Carlos de Suecia, Bonaparte)
marchando sobre la Rusia virginal. Y cada uno
encontró la derrota por el mero hecho
de quemar los pueblos antes y no al final.
La única huella sobre aquella tierra virgen
es de aniquilados ejércitos extendidos como larga cicatriz
con la nieve sanadora sobre la piel.
¿Cuál es el precio de esas guerras inútiles?
En la destrucción de las tropas no veo tanta pérdida.
Podría reclutar un nuevo ejército
fácilmente para esta campaña.
Pero no mis ricos maizales, que una vez marcaran
la frontera rusa, rotos por el paso
reunidas para la invasión, de mis propias fuerzas.
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Confidencias en el bar
Bueno, al ser tú de la otra punta de la ciudad
te diré como conservar un trabajo cómodo.
En las salas de diseño y en el laboratorio
llevo puesto mi traje de faena y parece
de tal manera, que me envían de la fábrica.
Piensan los trabajadores que vengo de otra sección.
Los intermediarios y elegantes encargados
creen que debo tener alguna influencia con el jefe.
Así que llave y pluma conjugando
nunca dejo que transmitan rumores
de que para ellos soy inútil
y obtengo, por no hacer nada, de todos el salario.
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El pequeño y sucio acusador
¿Quién le invitó? ¿Qué hacía aquí aquel gañán
pequeño e insolente, grosero y compulsivo?
Al dejar el sofá, dejaba tras de sí una mancha.
Según mi esposa incluso intentó sobarla.
Pero era peor, si, como ocurría con frecuencia, le pillábamos
robando o pellizcando el trasero de la doncella; miraba lascivo,
el morro brillante, en el labio un cigarrillo
dando a entender: “Tú y yo estamos en el mismo barco¨.
Ayer le obligamos, casi por fuerza,
a ir a la parroquia o morir de hambre,
de lo segundo quedamos en no sentir remordimiento.
He aquí de nuestro justo regocijo el comprobante
ahora huido el pequeño acusador, claro está,
de responder a su acusación nunca seremos capaces.
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Lucifer
No quiso Lucifer matar a Dios,
sino reducir su autoestima.
Cansado del esplendor donde la sombra no moraba,
la quimera del rebelde era el sueño
de un Dios desconcertado, enojado sin medida
y llevado casi en el llanto a implorar
“Yo construí este Cielo para satisfacer a Mis ángeles,
y aun así no te gusta. ¿Qué más quieres?”
En este punto, claro, con la más Divina compasión,
Lucifer, misericordioso y hábil,
mostró pronto a su Señor un Cielo tal
que los ángeles no podrían rehusar.
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Autor: Norman Cameron. Traductor: Imanol Gómez Martín. Título: Poesía. Editorial: El Desvelo. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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