Un chico de catorce años cuenta sus andanzas en el reformatorio, en la cleptomanía y en el alcoholismo. Además, narra su exagerado amor por Daniela, a quien idolatra de un modo absoluto. Sin embargo, el protagonista de esta historia, Jorge Fuster, debe enfrentarse al dramático momento de abandonar la infancia y los únicos puntos de apoyo que tiene son referentes culturales: Forges, Woody Allen, Olivia Newton John, John Lennon…
El autor de Una heroína intergaláctica, Román Piña Valls, cuenta en este texto el origen de su novela.
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Con la infancia podemos estar en deuda, aunque seguramente hay quienes piensan que la infancia está en deuda con ellos. En la historia de esta novela hay infancias de las dos clases. Les fuera en su infancia como les fuera, los escritores están todos en deuda con ella, porque su escritura bebe inevitablemente de ahí, aunque escriban novela negra, histórica o las peripecias de un asilo.
En torno a los 30 años me puse a escribir una historia con personaje adolescente. Por un lado me enfrentó con la infancia el hecho de convertirme en padre. Por otro, ordenando cajones descubrí una vieja agenda de mis catorce años y unas notas espantosas y me dije: vaya estúpido malhablado era este crío. Y quise rescatarlo y retratarlo en su patetismo. Confieso haber acabado maquillándolo, como esos pintores que disimulan los rasgos menos favorecedores de su modelo.
La deuda con la infancia la he seguido teniendo hasta ahora, porque aquel primer intento fue fallido, aunque necesario para encauzar el segundo intento, el de ahora, que se produce cuando me enfrento de nuevo a la infancia que mis hijos han abandonado.
No he querido retratar sin más a un adolescente, sino contar la historia de su enamoramiento trágico. Jorge Fuster está en un correccional y nos cuenta su vida y lo que le está pasando a punto de cumplir los quince años. El reto era meterme en la piel de un chico de catorce años, y tomar su voz, y que no resultase demasiado madura, adulta. Pero tampoco demasiado infantil, pues eso hubiese limitado el brillo de sus divagaciones. En el fondo, lo importante era darle voz a su mirada.
¿Quién es la heroína intergaláctica? Si le preguntáramos a un lector de cómics de los 60, nos diría en seguida que Barbarella, personaje que Jane Fonda encarnó para el cine en el 67 y que dio nombre a la famosa discoteca de Palma. El logotipo de aquella discoteca era una gogó con pelos en punta y los brazos echados atrás para cogerse la nuca, en un gesto sensual. Una figura a contraluz que a los niños de entonces, inocentes, puros, ignorantes, cuando la veíamos en los carteles, nos parecía un monstruo de enormes ojos.
En la primera versión, de 1999, que titulé Somos feos, le di preminencia a una historia sobre la muerte de un niño. También aposté por una alternancia de narrador en primera y en tercera persona. Siempre supe que aquel trabajo daba más de sí, que algún día lo reescribiría. En 2019 llegó el momento, cuando vi que la trama debía ser más generosa con la historia de amor, que debía ocuparme de un enamoramiento épico en un pobre corazón de catorce años. Y eliminé el narrador en tercera persona. Con él, una historia de amnesia que me sonaba tópica.
Me ha interesado mucho bucear en el dolor universal de abandonar la infancia, en la rabia del niño que va descubriendo un mundo inexplicable. Y un niño en el filo de la navaja. Me fijé en clásicos con personaje juvenil como El gran Meulnes de Alain-Fournier, El guardián entre el centeno de Salinger, El reloj de Hitler de Miguel Dalmau o Vernon God Little de DBC Pierre. Pero sobre todo he viajado al fondo de mi memoria.
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Autor: Román Piña Valls. Título: Una heroína intergaláctica. Editorial: Sloper. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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