Conviene recordar que Estados Unidos es también la tierra por la que pasearon los beatniks, huyendo detrás de su sueño, o en la que reventó la literatura de Faulkner, el arte de Hopper y las cancines de Bob Dylan. Luego podemos leer ese poema que Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) reproduce en su integridad y del que está sacado el título de esta reseña, Vamos a rezar y a disparar, antes de caer en la amargura de un pozo del que la memoria nos podrá rescatar. Auster se propone explicar brevemente, y con claridad, cuál es la razón por la que en ese país sigue viéndose con tanta naturalidad la posesión y el uso de las armas, a pesar de que se hayan producido, y sigan produciéndose, tantas matanzas. Aunque se centre en los asesinatos masivos, de vez en cuando nos recuerda que las muertes por armas de fuego no son únicamente estas que ocupan tantos espacios en los medios de comunicación: están también los asesinatos individuales, como a los que atendía Gary Younge en su excelente libro Un día más en la muerte de Estados Unidos; están también los suicidios; y están, como comenta en la introducción a la obra, los disparos con que su propia abuela acabó con la vida de su marido.
A partir de ahí teje un libro en el que se atiende a los frentes más importantes en el análisis de un fenómeno psicosocial: la historia y la secuencia de aprendizaje, la división del país en dos bandos, conocer qué sucede dentro de la mente del asesino, y los trastornos que se entrelazan con la ideología y esa piel de la ideología que llamamos política institucional. Debemos advertir que para leer esta obra uno debe tener en cuenta que está ante un autor muy crítico con la cultura en la que ha respirado, pero que no deja de pertenecer a ella: hay un momento en el que Auster nos narra cómo un ciudadano, un «ciudadano de bien», según sus palabras, detiene a alguien que estaba perpetrando una masacre en un templo valiéndose, a su vez, de un arma de fuego, disparando e hiriendo al agresor. La mentalidad de Far-West no es del todo ajena a este escritor a quien, por otra parte, no le falta razón cuando argumenta que, de no haberse interpuesto el vecino, los muertos habrían sido muchos más. Su conclusión es que esa deducción por la que debemos armar a la gente de bien para combatir a los demonios armados se cae en el momento en que no se puede armar a los demonios.
«Sin la pistola no habría sido un héroe, solo un niño», dice refiriéndose a los juegos de infancia. Tal vez la mentalidad que va retratando tenga mucho de inmadurez y eso se refleje en la violencia. Nos habla de los colonizadores y los derechos a matar que se atribuían, y de la esclavitud y el derecho a disponer de otras vidas, como la creación de un paradigma insuperable en la mentalidad del país en el que las vidas de las minorías no valen lo mismo que las de la mayoría blanca. Menciona el deseo de ver tiroteos en las películas. Se refiere a los párrafos de las Enmiendas cuya interpretación puede dar lugar a crear milicias. Estudia la soledad autodestructiva, insoportable. Y termina lamentando esa creación de los dos países dentro de Estados Unidos, que está haciendo pedazos a la gente, y que enfrenta a los intereses individuales y al bien común, que llega a su máxima expresión cuando aparece Donald Trump en escena. La pregunta que queda en el aire, «¿qué nos espera?», parece resolverse con las fotografías de Spencer Ostrander (Seattle, 1984), que nos presenta los espacios donde tuvieron lugar las matanzas como lugares muy vacíos, poseídos por esos silencios que nos dejan sordos.
—————————————
Autores: Paul Auster y Spencer Ostrander. Traductor: Benito Gómez Ibáñez. Título: Un país bañado en sangre. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: