Luis García Montero no recuerda la primera vez que vio el mar, pero tiene grabado en la memoria hasta el último detalle del día en que su padre se sentó a su lado, abrió un libro y le leyó la Canción del pirata con una entonación que hoy, tantos años después, todavía puede oír cuando cierra los ojos y piensa precisamente en el mar. Desde entonces Espronceda siempre ocupa un rincón en su equipaje, acaso junto a otros autores igual de importantes en su biografía literaria como, por ejemplo, el Arcipreste de Hita, Jorge Manrique o Rosalía de Castro, y otros asimismo más cercanos como Jaime Gil de Biedma o Joan Margarit.
Luis García Montero ha interiorizado tanto la tradición literaria a la que se adscribe que compone sus poemas mientras friega los platos, viaja en tren o pasea por el barrio. Le ocurre lo mismo que a Jaime Gil de Biedma, quien en cierta ocasión reconoció que había terminado algunos de sus mejores poemas durante reuniones de trabajo, a veces incluso mientras tenía el uso de la palabra. Al granadino le pasa algo parecido: mientras imparte una clase sobre, pongamos por caso, el teatro español del siglo XVIII, puede ocurrir que detecte una idea, un ritmo o una imagen en su propia disertación que le sirva para cerrar cierto poema al que todavía le faltaba esa vibración que convierte los versos en himnos.
Así escribe García Montero, sin encerrarse en un cuarto oscuro y sin alzar la mirada hacia el cielo, sino como un ciudadano corriente que rige sus pasos con el mismo criterio con el que vivió Antonio Machado: «a mi trabajo acudo, con mi dinero pago». De ahí que actualmente prefiera dirigir el Instituto Cervantes que ponerse la bufanda de bohemio, y de ahí también que escriba sus poemas en los aviones, en los ministerios o en plena calle. De hecho, cuando hace esto último, observa la realidad de dos modos distintos: una, buscando la trascendencia de las escenas coyunturales y, dos, encarnando sus propios problemas en situaciones corrientes.
De este modo construye sus piezas este hombre: pisando con los pies en el suelo y convirtiendo lo vulgar en poético. Y luego se sienta en una cafetería, saca esa libreta que siempre lleva encima y escribe el primer borrador de un texto. La pieza puede quedar después olvidada en el cuaderno, porque las prisas ya no persiguen a García Montero. Cuando era joven, sentía la urgencia de encontrar la voz propia, de asimilar la tradición, de publicar su trabajo. Pero ahora sólo se deja llevar por la paciencia. No quiere de decir lo mismo de antes, no quiere repetir viejas fórmulas, no quiere ser el pesado de turno, motivo por el cual solo recupera los versos anotados en la libreta cuando está realmente seguro de que ha encontrado algo nuevo. Y es que, volviendo a Machado, no hay nada peor que un poeta que quiere salir a navegar cuando la marea no se ha renovado por completo.
Después pasa los poemas a ordenador y aprovecha la transcripción para hacer una primera corrección, a la que seguirá una segunda, una tercera y quién sabe cuántas. Y, cuando haya revisado la pieza por arriba y por abajo, por detrás y por delante, y por dentro y por fuera, la añadirá al poemario que está construyendo y que, antes incluso que al editor, dará a leer a algún amigo. No es sencilla la elección del lector cero, puesto que tiene que ser alguien que no sólo sepa de literatura, sino que no se moleste si después el autor desdeña sus consejos. Y eso, en un país en el que todo el mundo cree que su opinión es cierta, no es cosa fácil.
El último punto del proceso creativo de Luis García Montero pasa por releer las galeradas buscando palabras que se repitan de un modo encubierto. Porque ocurre que los poetas, aun siendo de un modo inconsciente, usan a veces un mismo término en poemas distintos, provocando con esto que el libro adquiera un significado, o si se prefiere una atmósfera, que en verdad nunca quisieron darle. Hay que tener mucho cuidado con esto. Porque, si empleas la palabra mar en varios poemas de un mismo libro, seguro que habrá un lector que creerá que has publicado un homenaje a la primera vez que pisaste una playa, cuando en verdad tú estabas hablando de tu padre.
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El último poemario de Luis García Montero es Un año y tres meses (Tusquets).
Pues sí, me parece muy bien como escriba García Montero, pero dedicar un artículo a tan banal asunto me parece patético. ¿ Por qué García Montero y no cualquier poeta joven aficionado? No tengo nada en contra de García Montero, todo lo contrario, pero me parece que el bombo que se da siempre a los mismos escritores y escritoras es cuanto menos sospechoso…, ¿Será que ser director del Instituto Cervantes otorga más prestigio que llevar la bufanda de bohemio? Puff