El siglo XV, que los italianos llaman Quattrocento, alumbró una Europa que dos o tres centurias atrás no habría imaginado ni la madre que la parió. Los cambios se venían dando desde unos siglos antes, cuando del limitado baluarte intelectual de los monasterios medievales (ora et labora) se pasó a las primeras universidades, y cuando el arte románico de muros espesos y bóveda de cañón, oscuro y con aire de fortaleza, que difundido desde la abadía francesa de Cluny había dado unidad de estilo a Europa, cedió lugar a una nueva arquitectura impulsada por los monjes del Císter (también ésos eran gabachos), con su luminosa verticalidad, bóvedas de crucería y decoración innovadora que pronto se extendió a lo civil. Así, entre los siglos XII y XIII y coleando hasta el XIV, el occidente europeo se llenó de esas extraordinarias biblias de piedra y cristal llamadas catedrales góticas (Nôtre Dame, Burgos, Colonia, Milán y numerosos etcéteras), que hoy siguen dando personalidad y postín a las afortunadas ciudades que cuentan con ellas. El caso es que soplaban aires nuevos en la política, la sociedad, la ciencia, el arte y la literatura. Después de los estragos causados por la Peste Negra y la escabechina de los Cien Años, con la frontera oriental (Bizancio) a la defensiva ante el Islam y la frontera occidental (España) a la ofensiva y ganando terreno a espadazos a la morisma, Europa entraba en un período de equilibrio dentro de lo que cabe: afianzamiento de nacionalidades, aumento de población (lo que beneficiaba a una burguesía cada vez más poderosa y con pasta), y secularización de la cultura, poco a poco menos dependiente de la Iglesia. Lo que hoy llamaríamos modernidad estaba a punto de caramelo (invento de la brújula, invento de la pólvora aplicada al arte militar, invento de la imprenta de tipos de madera que permitía mejorar la producción de libros). Numerosos indicios anunciaban, o confirmaban, ese nuevo ambiente que se colaba por todas partes; y uno de tales indicios tenía nombre y apellidos, pues se llamó Marco Polo: un veneciano que iba a cambiar mucho la concepción que los europeos tenían del mundo. Hasta entonces, más o menos, Oriente y en concreto China se consideraban en el quinto carajo. Lejísimos, o sea, y no sólo en sentido geográfico. Quienes mantenían los tenues lazos de Occidente con aquella remota parte del mundo eran los comerciantes, italianos muchos de ellos, que iban y venían buscándose la vida con viajes atrevidos y aventureros. Una de aquellas familias comerciantes era de Venecia, se apellidaba Polo, y tres de sus miembros (un padre, un hermano y el hijo del primero) tuvieron las santas agallas de aventurarse tan al este que acabaron llegando a Pekín, donde reinaba el emperador Kublai Kan. No fueron los primeros que llegaban allí, pero sí los más afortunados. Le cayeron simpáticos al emperata de allí, pasaron veintitrés años con él y regresaron a Venecia cargados de mercancías y novedades por contar; cosa que Marco, hijo y sobrino de los que realizaron el viaje, que había ido con ellos, hizo en un libro (Los viajes de Marco Polo o libro de las maravillas) que se convirtió en el pelotazo más leído de su tiempo, dio a conocer las tierras, gentes y civilizaciones de Asia, y alentó que, olfateando las posibilidades lucrativas del asunto, los comerciantes europeos (sobre todo de Génova, Venecia y Pisa, pero también de la corona de Aragón, que se expandía con rapidez por el Mare Nostrum) aumentaran la importación de seda, especias y otros productos a través de la llamada ruta de la seda, que discurría a través de las tierras ocupadas por el Islam y cruzaba el Mediterráneo hasta los puertos de Italia. Eso propició un auge del corso y la piratería del que hablaremos en otro episodio; pero sobre todo enriqueció a la burguesía de algunas ciudades italianas (sobre todo a las grandes familias de comerciantes y banqueros, acostumbradas a conchabarse entre ellas concertando matrimonios), que establecieron consulados y colonias por todo el Mediterráneo oriental. Y como cuando sacas destacas, en las urbes con viruta fraguó al fin aquella modernidad que llevaba tiempo queriendo romper aguas. Lo hizo encarnada, o simbolizada, en una figura social decisiva para el futuro intelectual de Europa, la del mecenas (nombre inspirado en el romano Mecenas, protector de literatos en tiempos del emperador Augusto): fulanos podridos de pasta que, aunque sin condiciones personales para ser genios de nada, amaban la ciencia y la cultura (o el prestigio social que éstas daban) lo suficiente para costear la carrera y obra de científicos y artistas de los que se convertían en protectores. Y eso, vinculado a la bella palabra Renacimiento, iba a hacer famosos los nombres de la ciudad de Florencia y de una familia de banqueros apellidada Médici.
[Continuará].
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Publicado el 4 de febrero de 2023 en XL Semanal.
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Hoy, de nuevo, como en la época de la ruta de la seda, China llena de significado las relaciones internacionales, económicas, culturales y científicas. Pero ahora la modernidad no surge de Europa ni ésta está llamada a ser el centro del progreso. Hoy la brújula señala el extremo opuesto y, en parte, la culpa está precisamente en el llamado mundo occidental que ha deslocalizado sus industrias, incluso las más esenciales, en el gran gigante oriental (por ventajas en mano de obra barata sin el corsé de la regulación tuitiva del mercado laboral, y por la práctica ausencia de normativas medioambientales que aquí impiden hacer lo que se quiera a costa de lo que sea, entre otras facetas y desregulaciones). Con esa primacía económica, China ha conseguido adueñarse de materias primas estratégicas en todo el mundo, cazar y conseguir talento especializado en su población, obtener a traves de investigación patentes y utilidades industriales novedosas, y construir un ejército hiper tecnificado que está a punto de mirar por encima del hombro al del Tío Sam. Hoy vivimos otro Renacimiento, pero esta vez es oriental. Y nosotros aquí, próximos a ser sus nuevos subditos, si no lo somos ya-por nuestra propia ambición y avaricia- entretenidos aún, como antaño, en lo que don Arturo ha citado adecuadamente como «la morisma».
Un gran relato y resumen impecable de la época fascinante del Renacimiento, como nos tiene acostumbrados Pérez Reverte, que nos hace admirar nuestro pasado, pensar en el presente y mirar con inquietud el futuro.
Bueno, son ciclos. Japón también iba a comerse el mundo en los 70 y 80. Y cascó. China también cascará, tarde o temprano porque es el sino de los procesos capitalistas. Y, si los chinos no son tontos, que no lo parece, exigiràn mejores condiciones de vida. Todos los procesos tienen su auge, su saturación y su decadencia y, en estos tiempos, van muy rápido. A no ser que organicen antes, su totalitario gobierno, un armageddon nuclear. Un globo, dos globos, tres globos.
Absolutamente cierto. En la Baja Edad Media, la Cristiandad estaba globalmente mucho más atrasada que las tres grandes civilizaciones (la India mogólica, China y el espacio otomano-musulmán). Con éste último estábamos en constante lucha e intercambio. A través de él conocimos los números indios (por eso los llamamos ‘cifras arábigas’) con el cero, imprescindible para el desarrollo comercial, los conocimientos en medicina y química de la Antigüedad (que aquí se habían perdido) y otros como la fabricación de vidrio, etc.
China conocía varios siglos antes que la Cristiandad las tres tecnologías clave, cuya acertada aplicación nos dio la hegemonía mundial: la brújula, la imprenta y la pólvora, junto al no menos importante papel-moneda. ¿Por qué China no se lanzó a los mares, expandió su comercio y conquistó el mundo con sus poderosos ejércitos, teniendo además una organización estatal superior? En 1700 sólo cuatro ciudades europeas estaban entre las veinte mayores del mundo. ¿Qué tenía Europa entonces, que visiblemente no tiene ahora? ¿Y China, que junto a Corea, Japón, India e Indonesia es el nuevo centro del mundo?
Nunca se ponderará lo suficiente el verdadero Renacimiento, el del siglo XIII. El Gótico y la descarga del peso sobre los pilares fueron la revolución arquitectónica más impresionante hasta la llegada del acero industrial; la Summa Teológica de Santo Tomás fue el empeño de explicar la doctrina cristiana con un método exclusivamente filosófico; el redescubrimiento del Derecho romano hizo inevitable la disolución del feudalismo; la creación de las universidades, instituciones que recogían el saber universal y la investigación, no tuvo parangón en otra civilización. Que el hombre pudiera salvarse en lo teológico, significaba que podía mejorar en lo material y ascender en lo intelectual.
De acuerdo totalmente con el Renacimiento del XIII, el primer Renacimiento y el primer romanticismo, iniciado ya en el XII, con las artes y las letras, el amor cortés, los juglares, con personajes como Leonor (verdadero feminismo y no el de ahora). Ahí siguen las catedrales y no como ahora que con tecnología moderna, maquinaria y nuevos nateriales, se les caen a pedazos los calatraveños edificios. Y Tomás de Aquino y su aristotélica interpretación de los dogmas y su metafísica. Pensador excelso. Y el reencuentro con los saberes clásicos y próximo-orientales.
En efecto, juglares y trovadores cantaban versos, al modo de los bardos, que lo mismo hablaban de las hazañas de los cruzados que de los requiebros amorosos de las alondras. El descubrimiento de la belleza divina en las obras del Creador, como expresaban los santos, casi trovadores, como San Francisco de Asís o la delicados motivos naturales de la cerámica de la época. Una exaltación de lo afectivo que, al contrario del Romanticismo del XIX, no se hacía frente a la razón. Cuando uno lee el Romancero español o el ‘Curial e Güelfa’, o los Chretien de Troyes… El sentido de la belleza es fuerte y completo, otra cosa es que tengamos el gusto acostumbrado al ‘fast food’ cultural.
San Francisco, la Belleza, el Romanticismo, la comida o la cultura rápidas… como siempe, es agradable leer sus acertados comentarios, sr. Wales.
Hoy, tal como están las cosas, absurdas, irreales y distópicas, San Francisco sería multado por la Belarra. Hoy, la sordidez y la fealdad campan por estos irrespetuosos lares. Desde principios del XX, con los duchampianos y sus escatologías, se inaugura la fast-culture.
La exaltación de la naturaleza y de lo clásico que hacen los pintores románticos es una maravilla. Se les puede calificar, precisamente, de franciscanos. Claro, meridinamente; se necesita mucho más esfuerzo intelectual apreciar un cuadro de Turner que el que se necesita para observar una obra de Duchamp. Lo primero es exaltación estética. Lo segundo, ganas de vomitar. El pobre señor mejoró desde que se dedicó al ajedrez. Siempre me he preguntado dónde miccionaba este señor.
Coincidimos en cuanto al romancero español, parte importante de nuestra cultura.
Saludos cordiales y franciscanos.
Señor Ricarrob: me he reído con la ocurrencia de San Francisco, el cantor de la belleza de lo creado, el poeta siempre fresco, multado por la fealdad (ideológica y oratoria) personificada, la decrepitud precoz, de esa personaja que en la Edad Media encajaría en la corte bizantina. Sólo las almas inocentes, como las de los niños, son capaces de reparar en, y disfrutar, la belleza. Hace unos días, intentaba, en medio del bosque nevado, en un amanecer deslumbrante, que los niños se comieran su bocadillo tranquilamente sentados. Fue imposible. Tenían que examinar el brillo del hielo; corretear hasta patinar sobre el lecho congelado de un arroyuelo y mandar, de paso, trozos de queso y jamón al suelo; azotar con sumo deleite la nieve con un palo… Dejé de intentarlo, porque me di cuenta que tal belleza, no empaquetada como ‘fin de semana en la nieve’, ni manipulada y procesada por la mano del hombre como ‘ocio’ o espectáculo, es decir, belleza real y no presentada tras una pantalla, tal belleza, digo, la ha puesto Dios para ser tocada, agitada y maltratada por los regocijados taconazos contra el hielo de un niño. Los pedagogos inventan nuevas metodologías, a cada cual más alambicada y fracasada. No saben qué es el hombre y cuál es su principio y su fin, y quieren elaborar teorías del conocimiento, que es como edificar sin suelo. Los hombres felices no necesitan ser geniales al modo del mundo. No necesitan escribir y hasta diría que no necesitan leer. Ojo, no digo que no haya que leer. Estoy hablando del pre-ámbulo, del suelo y la altura. ¿No es un cerezo en flor más bello que cualquier verso, no nos da su contemplación una felicidad mayor que cualquier artificio o posesión material, porque está revelando, conscientemente (a nuestro entendimiento) o inconscientemente (a nuestra memoria) varios atributos divinos: Dios Creador, Dios Belleza, Dios Conservador)? Para que un cerezo en flor nos haga felices, tenemos que ser como niños, tener su sed de belleza, de conocimiento, de superación, de subir a un monte, ‘sólo’ por contemplar la majestad de la altura y el curso exacto del sol en cada día… La perfección restellante, ofrecida para todos los sentidos… Todo son destellos de la inquietud del alma, hasta que alcance su fin último, hasta que eternamente posea a Dios. El Renacimiento del siglo XIII dio una explicación filosófica, puramente, y exuberantemente racional, a esto. Finalizó con éxito el edificio que los griegos comenzaron. La razón humana se expandió hasta el punto de abrazar en un mismo cuerpo a la poesía y la teoría del conocimiento, a la aritmética y la música, a la gramática y a la ontología, y así ascender hasta los más delicados detalles de las cuestiones aparentemente más complicadas, como la relación entre la omnipotencia divina y el libre albedrío humano, que el hombre decrépito de nuestros tiempos, ensoberbecido por su superioridad técnica, y esclavo de ella, es incapaz de entender. Saludos.
Envidia me da usted, sr. Wales, de poder disfrutar así de la naturaleza. Su descripción ha sido muy emotiva para mi.
Efectivamente, no hay nada que supere contemplar un cerezo en flor. Quizás, solamente, contemplar un almendro en flor. O un delfín, libre, volando por encima del agua o…
Pero también escribir y leer es importante, sobre todo para los que vivimos lejos de la naturaleza. Nos es imprescindible rememorar e imaginar, deleitándonos como podemos.
Y mientras siga habiendo humanos que sean capaces de describir un cerezo en flor y otros de leerlos, sigue habiendo esperanza.
La filosofía, como la religión, pueden ser caminos, que no son excluyentes, ni mucho menos. Porque a medida que nos vamos elevando por la pirámide de lo conocido, por la pirámide de la tecnología, por la pirámide de lo que cree conocer nuestra civilización, llegamos a lo incomprensible, a lo desconocido, a lo que ningún tecnócrara es capaz de explicar. Al infinito. A lo eterno.
Saludos.
Claro que es importante leer, imaginar y rememorar, ¡ya lo creo! Todo contribuye a dar forma al alma, a tener un mundo interior bien constituido, un fuero interno inalienable, un ‘sancta sanctorum’ propio, sin el cual no hay ni memoria, ni intelecto, ni libertad, ni hombre siquiera. Saludos.
Marco Polo. Su viaje. Su famosísimo viaje. Su falso viaje. De lo que no hay duda es de que el libro, tal como dice don Arturo, fue un pelotazo. La época no permitía verificar nada. Y el afán y la avidez por lo fantástico, por los relatos de viajes maravillosos y tierras lejanas y extrañas, en un mundo sin redes sociales, sin internet y sin Mis Ferrero Rocher, Vargas Yeso, ni la Timara, es normal que tuviera éxito. Por cierto, creo que viene a cuento decir que la credulidad general del común de los humanos y humanas no ha cambiado nada desde la época de los chamanes. La regla quizás sea que se cree lo que se quiere creer.
Parece que estos relatos abundaban. Otro mentiroso fue John Mandeville que escribió otro libro de su viaje fantástico y tan irreal como de no haber sido realizado.
Es muy largo de contar aquí todo el entramado fantasioso del libro de Las Maravillas, pero hay cosas que, concretamente, llaman la atención. Ir de viaje a China y no describir la Gran Muralla es como ir a Egipto y no decir nada de las pirámides o estar en Atenas y no enterarse de la existencia del Partenón. Que los Polo llegaran y se instalaran durante años en algún lugar del próximo Oriente parece probable. Y que allí escucharan historias, leyendas, relatos de los que se transmitían por la ruta de la seda, es plausible.
En mi opinión, es mucho más real la excelente novela de don Arturo, «Revolución», relato veraz de un hecho histórico, aunque sea una ficción verídica, que el libro de Marco Polo o el de Mandeville. Creerse estos libros es como creerse los progranas y las promesas electorales de los partidos políticos en España, alfalfa abundante para crédulos.
Los Medici!!! Ojalá Don Arturo hable del castillo en Florencia que uno confunde con la casa Medici, pero en realidad era el de una familia banquera competidora, que al quebrase, sus activos fueron comprados por los Medici, costumbre que sigue en bancos hasta nuestros días entre banqueros
Que época fascinante que describe el señor Arturo, pero quizá solo la observemos así desde nuestra óptica moderna. Me animo a decir que esos tiempos eran muy duros, si bien existieron progresos, fue gracias al trabajo diario de hombres y mujeres, con los riesgos de las pestes, y enfermedades aún desconocidas.
Aún no había nacido la cigüeña que trajo al mundo a Calatrava, tampoco ni se soñaba con los poderosos programas de cálculos estructurales, que sin ellos no se si su empresa se animaría a realizar esas blancas estructuras que semejan pájaros gigantes o animales galácticos, desconociendo el apotegma «menos es más», por «más es más»: más acero, más dinero, más beneficios.
Los constructores de aquellas catedrales góticas se animaban a elevar esos muros hasta lo impredecible para la época, con una elegancia digna de resaltar, desmaterializando sus muros, dando paso a la luz filtrada por coloridos vitrales que describen pasajes bíblicos, para los que no sabían leer; cuando comenzaban con los cimientos de esas moles de piedra, ellos sabían que no verían jamás su coronación; sin duda era una apuesta muy fuerte al futuro. Pero existía el respeto del aprendiz hacia su profesor artesano, a diferencia de hoy donde es más importante la velocidad en los negocios que el respeto, por nada, ni por nadie.
El comercio y los negocios, siempre han sido creados por valientes aventureros, pero con una enorme cuota de ambición, no está mal, en tanto y en cuanto no perjudiquen al más débil.
El hombre sin duda ha progresado por trabajar arduamente, por arriesgarse y por querer ser poderoso; pero hoy, el mundo es muy pequeño, comparado con la época del Renacimiento, esto es un grave problema en el corto plazo, sumado al calentamiento global, y ahora el riesgo de una guerra atómica. En mi opinión el futuro en el planeta es alarmante; el agua si llega a faltar, ocasionará sin duda guerras.
Quiero pensar que los dirigentes de los países desarrollados estén preparados y a la altura de las circunstancias.
Si no fue una información falsa, he leído que a una máquina de inteligencia artificial se le preguntó cómo se debería solucionar el calentamiento global y predijo lo que se debe hacer para solucionarlo; fue muy clara y contundente… Se debería reducir la población humana a la mitad, con métodos concretos: obligando a no tener hijos, y permitiendo con libertad la eutanasia.
Para terminar con unas palabras de aliento y esperanza a este porvenir sombrío; quisiera decir que de todos los que leemos y escribimos en este espacio, no presenciaremos el fin de los tiempos…espero.
Que época fascinante que describe el señor Arturo, pero quizá solo la observemos así desde nuestra óptica moderna. Me animo a decir que esos tiempos eran muy duros, si bien existieron progresos, fue gracias al trabajo diario de hombres y mujeres, con los riesgos de las pestes, y enfermedades aún desconocidas.
Aún no había nacido la cigüeña que trajo al mundo a Calatrava, tampoco ni se soñaba con los poderosos programas de cálculos estructurales, que sin ellos no se si su empresa se animaría a realizar esas blancas estructuras que semejan pájaros gigantes o animales galácticos, desconociendo el apotegma «menos es más», por «más es más»: más acero, más dinero, más beneficios.
Los constructores de aquellas catedrales góticas se animaban a elevar esos muros hasta lo impredecible para la época, con una elegancia digna de resaltar, desmaterializando sus muros, dando paso a la luz filtrada por coloridos vitrales que describen pasajes bíblicos, para los que no sabían leer; cuando comenzaban con los cimientos de esas moles de piedra, ellos sabían que no verían jamás su coronación; sin duda era una apuesta muy fuerte al futuro. Pero existía el respeto del aprendiz hacia su profesor artesano, a diferencia de hoy donde es más importante la velocidad en los negocios que el respeto, por nada, ni por nadie.
El comercio y los negocios, siempre han sido creados por valientes aventureros, pero con una enorme cuota de ambición, no está mal, en tanto y en cuanto no perjudiquen al más débil.
El hombre sin duda ha progresado por trabajar arduamente, por arriesgarse y por querer ser poderoso; pero hoy, el mundo es muy pequeño, comparado con la época del Renacimiento, esto es un grave problema en el corto plazo, sumado al calentamiento global, y ahora el riesgo de una guerra atómica. En mi opinión el futuro en el planeta es alarmante; el agua si llega a faltar, ocasionará sin duda guerras.
Quiero pensar que los dirigentes de los países desarrollados estén preparados y a la altura de las circunstancias.
Si no fue una información falsa, he leído que a una máquina de inteligencia artificial se le preguntó cómo se debería solucionar el calentamiento global y predijo lo que se debe hacer para solucionarlo; fue muy clara y contundente… Se debería reducir la población humana a la mitad, con métodos concretos: obligando a no tener hijos, y permitiendo con libertad la eutanasia.
Para terminar con unas palabras de aliento y esperanza a este porvenir sombrío; quisiera decir que de todos los que leemos y escribimos en este espacio, no presenciaremos el fin de los tiempos…espero.
Dicen que hemos conquistado la libertad, y todo para someternos a lo que diga una máquina, que por lo visto tambièn debe pensar por nosotros. Quienes nos venden estas fábulas nos hacen el sándwich entre los animales y las máquinas. Y si somos hombres, heterosexuales, blancos, occidentales y comemos carne, nos ponen penitencia para toda la eternidad, porque por lo visto somos culpables hasta de si hace frío o calor. ¡Y una mierda! Oiga, y que la gente atornillada frente a una pantalla se lo traga sin rechistar. Pues yo no. Voy a seguir reproduciéndome, comiendo carne, bebiendo café, poniendo la calefacción, y además voy a seguir pensando por mí mismo. Y moriré bebiendo buen vino. Que se jodan.
Pero señor Wales, como puede ser que usted esté en esa postura tan radical y extrema, si la misma Iglesias Católica está convencida que debemos cuidar este planeta que es nuestra única casa conocida. No me diga usted que no le agrada ir a un parque y sentarse bajo la protectora sombra de un árbol, ver jugar a los niños sobre el césped; quedarse allí hasta que salga la luna, y disfrutar de un cielo estrellado. Algo así es como tener la fortuna de conversar con el mismo Dios.
Si, debo reconocerle que yo no simpatizo con las máquinas y si son pensantes menos aún; ni loco me subiré jamás a un auto autónomo, por suerte no tengo el dinero para comprarlo y no creo que jamás lo tenga.
También estoy de acuerdo con usted en otra cosa señor Walas, es con respecto al agua, si llegara a faltar alguna sería muy lamentable, pero si por algún motivo nos prohibieran de disfrutar un buen vino; creo que no tendría mucho sentido vivir en este planeta, ni en ningún otro.
Cordial saludo señor.
Realmente estoy de acuerdo con ambos, sres. Brun y Wales pero, sobre todo, por encima de todo, en lo del buen vino. Pero, que no se enteren las chocholocos porque lo prohibirán…
Sí, me gusta lo que usted dice, pero no por reproducirme o tomar café estoy destruyendo el planeta. La mayoría de municipios españoles han perdido más de la mitad de su población de hace un siglo, y le aseguro que eran más sostenibles cuando tenían el doble de habitantes. El gobierno español está destruyendo la agricultura y la ganadería, que son las actividades que mantienen viva la Naturaleza, evitan incendios y dan de comer a la gente de las ciudades. Es todo una mentira creada por intereses. En Alemania, el gobierno ‘verde’ desalojó el pueblo de Lutzerath el mes pasado para ampliar una mina de carbón mientras en España hemos cerrado las nuestras por directivas de la Unión Europea. Insisto: es todo una mentira y algunos están ganando mucho dinero vendiendo energía cara. Saludos.
Coincido señor Weles que con respecto al calentamiento global existan enormes negocios, que con la excusa de salvar al planeta, los únicos que se salvan son solo cuatro vivos.
Pero creo que existen cosas irrefutables como por ejemplo: el plástico, que contamina incluso los mares, los ríos y los montes de árboles, quedando enganchadas en las ramas superiores miles de bolsas plásticas; (algo así ocurrió en la provincia de Córdoba, en Argentina, y fue necesario prohibir a los supermercados continuar utilizando las mismas); los pañales descartables también son productos muy cómodos, comparados con los de tela, pero nadie sabe cómo manejar los ya utilizados.
Y corresponde mencionar dos aspectos más que para mi son nefastos, uno de ellos es el tratamiento de la basura, y el otro, las centrales nucleares para la generación de energía eléctrica.
Aquí en Argentina que no somos ejemplo de nada, la basura de las grandes ciudades no se tratan, y se deposita a cielo abierto en lugares próximos a barrios habitados; un festival de olores nauseabundos, de moscas, y ratas, completan un combo para la mala salud inmejorable. Tampoco le quiero amargar el almuerzo, imagínese usted donde se descargan las aguas negras que se retiran de los pozos sumideros donde no hay sistema de cloacas, si no se lo imagina usted, se lo digo yo, para economizar la descarga que debería ir a una planta de tratamiento, por un pesos, alguien no mira hacia donde se debe controlar, y en entonces todo va a parar a un río, que desemboca en el Río de La Plata, que es donde se encuentran las tomas de agua de AYSA, empresa que nos brinda el agua potable; es decir, que debe ser uno muy valiente en Argentina para abrir una canilla y tomar agua. En otro momento le puedo hablar de el flagelo que significan la altura de las napas de agua en el conurbano bonaerense en aquellos barrios que no poseen cloacas, que debe afectar al 50% de la población.
Me queda lo de las centrales nucleares; cuando me dicen que las mismas son seguras, se me pone la piel de gallina, pensando en Chernóbil y en el accidente nuclear de Fukushima I. Cuando existe un accidente, estas centrales son de un riesgo tal, que no me permite tener confianza en que sean ciento por ciento seguras.
Por supuesto que la basura, el nylon y la energía atómica no quiere decir que sean responsables del calentamiento global, pero coincidirá usted que como mínimo degradan la flora, la fauna y nuestra vida humana.
Cordial saludo.
Permítame que le cuente mi experiencia personal. Conozco las empresas de gestión de residuos. Son el negocio del siglo, porque obtienen materias primas, no gratis, sino que además les pagan buenas subvenciones. Para colmo, los contribuyentes les ahorran el trabajo de separar los residuos. No se imagina las toneladas de papel y cartón, compost, hierro, vidrio y hasta plástico que se recupera de los residuos urbanos. No es de extrañar que muchos políticos acaben como consejeros de estas empresas para pagarles el favor. Yo no estoy diciendo que no haya que tratar los residuos, lo que digo es que el contribuyente está pagando dos veces el servicio, además de hacer el trabajo de un operario cuando separa, aunque él crea que está contribuyendo a algo. Claro que está contribuyendo, a abaratar costes y maximizar beneficios. Lo que digo es que me parece bien separar, pero no que haga el trabajo y me lo cobren dos veces, por impuestos para subvencionar empresas de reciclaje y por tasas de basura. Es lamentable lo que hacen en su país, pero cuando sus dirigentes vean lo rentable que es la gestión de residuos, se acabarán esos vertederos y el echar las aguas residuales al río. Es todo por la plata, no tenga la menor duda.
Totalmente de acuerdo. Una fascinante época. Una época con épica. Pero no estoy del todo de acuerdo con don Arturo. Mecenas, podridos de pasta, si. Pero, por lo menos en un caso, no sin condiciones personales. Porque siempre me ha fascinado la figura de Lorenzo, que resplandeció especialmente. Erudito y mecenas, hombre de acción y personaje político despiadado. Visitar por dentro Santa María del Fiore, por lo menos en mi caso, es rememorar la tragedia y representarse vívido el atentado contra Lorenzo y su hermano. Y la venganza. Los pazzi. No se andaban con chiquitas, ni con buenismos. Y qué personajes: Savonarola, Maquiavelo, Miguel Angel, Leonardo, Botticelli, Alejandro, César, Lucrecia…
Irrepetible.
Esperaremos ansiosos la segunda parte de esta nota.
Arturo Pérez Reverte nos lleva con gran maestría y nos demuestra una vez más que el mundo estaba sumergido (por lo menos el Occidental) en un mar de ignoracia profunda y petulancia enorme.
Si bien pocos privilegiados tuvieron la dicha y la suerte de poder llegar a Oriente y ser recibidos.
Vale el reconocimiento para ellos por demostrar que al «otro lado del Mundo», existían civilizaciones más adelantadas en otros aspectos.
Occidente se encargó y se encarga de ningunear ,por asi decirlo ,otras culturas.
Lo hizo con América ,cuando un fulano ,navegante genovés le erró «como a las peras», su destino ……