Algunos de sus lectores y lectoras más fieles recordarán que, en 2018, Gonzalo Campos Suárez (Palma de Mallorca, 1976) fue finalista del Premio Andalucía de la Crítica por su primera recopilación de relatos, Mi bello Fauvel, volumen que fue publicado aquel mismo año por Ediciones Adeshoras. Ahora regresa al ruedo, de la mano de Sloper, con Karaoke, su segundo título encuadrado en la narrativa breve. El escritor ejerce de médico en su día a día y compagina su actividad profesional con la escritura, a la que dedica cada minuto libre que tiene desde diversas vertientes. Se ha convertido, así, en una figura muy valiosa dentro del panorama teatral español, habiendo recibido varios premios nacionales e internacionales, de entre los cuales puede subrayarse el Premio Ciudad de Málaga por su obra dramática Ciudadana ejemplar (2021), y habiendo estrenado y editado algunas de sus piezas tanto en nuestro país como en el extranjero. Además, dirige en la actualidad la colección de teatro «La Calderona», perteneciente al sello editorial El Toro Celeste.
La primera pesadilla es la más indigna de todas. Abandono mi camarote en el puente doce y enfilo el pasillo en dirección a los ascensores. Temo toparme con él, así que trato de acelerar mi tránsito sobre aquella esponjosa moqueta que parece deshacerse. Camino, corro, galopo, pero es inútil, el filipino siempre surge de donde menos te lo esperas para avasallarte:
«—¿Vamos de fiesta, señor Gonsalo?
Y lo pregunta con esa mirada irónica que no sabes lo que pretende realmente, una mirada que resume tres siglos de dominación española» (p. 77).
Si variada e impresionante es la gama de personajes, no menos variopinta y rica resulta, en consecuencia, la serie de escenarios por los que el autor nos propone viajar a través de su madura y envolvente voz narradora, que se desdobla en muchas voces, que nos atrapa y nos afronta intelectualmente. De este modo, Campos Suárez nos transporta desde las afueras de Kawagoe, en la provincia japonesa de Saitama, hasta la ciudad de Topeka, en el estado de Kansas, pasando por la República de Venecia en su época de mayor esplendor, la terrorífica Unión Soviética, el vacío de las aguas internacionales o distintas ciudades grises y confusas. Más allá de la localización geográfica, el escritor se recrea en la configuración justa y necesaria de los espacios cerrados, que van desde los estrafalarios karaokes y los palacios venecianos hasta los solitarios camarotes y las casas de la familia media americana; y en la inmersión en los espacios abiertos, que van desde los campos de arroz hasta las reservas indígenas. Se concluye, en fin, que el creador se reta a sí mismo a asombrar al lector con su colorida paleta de personajes y escenarios y que, en efecto, lo consigue con solvencia:
«La luz comenzó a filtrarse a través de los postigos que habían quedado entreabiertos. Al otro lado del muro, la dársena de San Marcos ardía de bullicio: mercaderes y operarios se agolpaban entre saludos, empujones y algún que otro insulto. Llegó la primera barcaza y de ella descendió un hombre inquieto: la cabeza gacha y el semblante mustio. Con la mirada extraviada y sin portar equipaje bajó al muelle, que recorrió con lentitud haciendo memoria sobre algún asunto importante» (p. 46).
El segundo gran desafío que Gonzalo Campos Suárez se autoimpone —y de nuevo cumple con lo prometido— es el de caminar, como un funambulista, por la peligrosa cuerda del humor negro, jugando permanentemente con la ironía y el sarcasmo, mostrando un punto de elegancia y otro de cinismo tanto en la trabazón del hilo narrativo —que suele dinamitar en un final sorpresivo y enigmático— como en la inquietante descripción de las acciones. No faltan, de tal forma, suicidios a la antigua usanza entre el micrófono y la catana, enamoramientos escultóricos y condenas a muerte vaticinadas, asesinatos a sueldo en un insulso día de lluvia, críticas a la sociedad consumista vacacional, escupitajos a la religión, relaciones tóxicas de sumisión, desventuras con las drogas u homicidios que, después de todo, quedan en familia y provocan un genuino momento de mindfulness:
«—Te he dicho que te calles.
—¿Qué harás si no me callo? Di, ¿qué harás? Oye, he pensado que en pago por todo lo que me debes quizás podrías prestarme a tu mujer. No es que sea gran cosa, pero…
Joe se abalanza sobre Barry. Su cuerpo cae de espaldas haciendo un ruido seco. Joe empieza a golpearlo con los puños una y otra vez. El ensañamiento es brutal. Coge una piedra del suelo y le abre un caño de sangre en la frente. Sigue golpeándolo con ella hasta que deja de moverse. Barry yace bocarriba con el rostro deformado. […] «No hacía falta mucho para ser feliz», murmura» (pp. 202-203).
El tercer y último desafío que destacaré en estas breves líneas es que Karaoke es, en su fértil conjunto, una obra de naturaleza ecléctica, y ello no pasa desapercibido y la pondera, puesto que bebe en abundancia de otros géneros literarios, tal y como corresponde a este género límite que es el relato. La principal interferencia es, sin atisbo alguno de duda, la del teatro, que tanto ha leído y ha escrito Campos Suárez. Por ese motivo, los diálogos de todos los cuentos son hondos y certeros o ágiles y atrayentes, y no nos permiten apartar los ojos de la página ni un solo instante. En este sentido, el ejemplo más paradigmático que podemos extraer quizá sea el de las conversaciones de «Acción de Gracias», que se presentan secas y machaconas y, al final, quien las lee siente la misma sensación de angustia y de desidia que la pobre Betsy:
«—Claro que se te nota.
—¿Sí? ¿El qué?
—¿El qué va a ser? ¡Por Dios!
—Me estás asustando, Linda. Y cuando me asusto me pongo a temblar. Mira, ya estoy temblando.
—Tu barriga, Betsy.
—¿Mi barriga, Linda?
—Eso mismo, Betsy.
—Y qué le pasa.
—Que ha crecido mucho desde la última vez.
—No, Linda. No. Te equivocas.
—¿Me equivoco, Betsy?
—Bueno…
—Yo nunca me equivoco. Deberías saberlo, Betsy.
—Lo sé, lo sé. Lo siento. Entonces… ¿estoy encinta?
—Lo estás, Betsy» (p. 161).
La capacidad evocadora y la enorme adaptabilidad del autor, el manejo y la multiplicidad de elementos narrativos empleados, el humor negro esgrimido y la ruptura genérica provocada son algunos de los más sugerentes desafíos que se despliegan y se celebran en uno y en todos los relatos de Karaoke, un libro que se empeña en renovar el género del cuento contemporáneo desde la originalidad y el atrevimiento, y que sitúa a Gonzalo Campos Suárez como una de las voces más poderosas y sobresalientes dentro de los anaqueles del panorama actual de la narrativa breve en España.
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Autor: Gonzalo Campos Suárez. Título: Karaoke. Editorial: Sloper. Venta: Todostuslibros.
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