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Una historia transatlántica de los pueblos africanos

Una historia transatlántica de los pueblos africanos

Saber lo que se ignora. Una de las formas más útiles, y sutiles, de saber es saber que no se sabe algo. La conciencia de que ignoramos regiones inmensas de la historia, la cultura o el universo es, a la vez, una advertencia y un estímulo. Una advertencia, porque ¿cómo podríamos estar seguros de lo que sabemos, si no hemos podido conectarlo y cotejarlo con todo el resto? Un estímulo, porque esas regiones en blanco no sólo despiertan nuestra curiosidad, sino también el deseo de hallar ideas, ejemplos y tradiciones que contribuyan a construir una libertad compartida.

Y eso es, precisamente, lo que me ha sucedido con la lectura de El libro del poder negro, que me ha hecho dudar de todo lo que creo saber, porque ¿qué tipo de conocimiento del mundo puedo tener yo que lo ignoro prácticamente todo acerca de la geografía, historia, cultura y política de un mundo que está justo al lado, cuando no entremezclado, con el mío? Es como si las pocas cosas que creía saber acerca del mundo hubiesen quedado tocadas por una sensación de falsedad. Lo cual no es malo, si se traduce en términos de modestia, y es magnífico, si se transforma en curiosidad.

Va una breve selección de las ignorancias que he ido recogiendo en este libro.

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¿Un continente sin historia? Hegel dijo que América y África eran continentes sin historia. Sin embargo, Homero, que sí que habla en la Ilíada de “los irreprochables etíopes” (I, 423), jamás hizo referencia a unos europeos que tardarían más de mil años en empezar a existir. Más aún, la historia misma empieza en África, puesto que el homo sapiens salió por primera vez de África hace más de 200.000 años, para extenderse por todo el planeta, llegando al sur del continente americano hace 15.000 años.

"La cultura cartaginense, del siglo VIII a.C. al II a.C., fue una cultura africana multiétnica fundada por los fenicios, cuyo centro se hallaba en las ciudades estado mediterráneas de Tiro y Sidón, en el actual Líbano"

También la historia de la historia empezó en África, puesto que, siglos antes de que Charles Darwin publicara El origen de las especies (1859) y El origen del hombre (1871), Abu Usman al Jahiz, un autor medieval negro, nieto de un bantú esclavizado, afirmó, en El libro de los animales (s. IX d.C.), que, al participar en la lucha por la existencia, el alimento y la reproducción, todas las criaturas desarrollan rasgos nuevos para sobrevivir, y que éstos se transmiten a su descendencia, provocando que las especies cambien con el tiempo.

El dominio grecorromano de Egipto nos hace olvidar que la cultura egipcia tenía unas profundas raíces africanas. Tanto es así que, según el historiador senegalés Cheikh Anta Diop, “la historia del África negra quedará suspendida en el aire y no se escribirá correctamente hasta que los historiadores africanos se atrevan a conectarla con la de Egipto”.

La cultura cartaginense, del siglo VIII a.C. al II a.C., fue una cultura africana multiétnica fundada por los fenicios, cuyo centro se hallaba en las ciudades estado mediterráneas de Tiro y Sidón, en el actual Líbano. El nombre de “fenicios” se remonta al griego phoinikes (“púrpuras”), del que deriva el latín púnico. Se cree que aludía al tinte que extraían de un molusco marino. En el s. III a.C., Cartago tenía una población de 500.000 habitantes, la mayoría de origen africano. Pero casi nunca pensamos en África cuando pensamos en Cartago…

"También olvidamos que uno de los grandes centros culturales de la Antigüedad, la Biblioteca de Alejandría, se hallaba en África"

Durante las guerras púnicas, Roma se ganará el apoyo de la caballería bereber, que contribuirá a la derrota de Aníbal, en la batalla de Zama, en 202 a.C. Cartago será destruida finalmente en el 146 a.C. La aportación de los bereberes a la cultura del ámbito romano fue importantísima, con obras como El asno de oro, de Apuleyo, nacido en Numidia, o las comedias de Publio Terencio Afro, un bereber que fue llevado a Roma como esclavo, donde un senador romano que apreció su talento literario, lo educó y lo liberó. También dos importantes padres de la Iglesia, como Tertuliano, nacido en Cartago hacia el 155 d.C., o Agustín, nacido en Hipona en 354 d.C., fueron bereberes.

Más aún, Virgilio incluye una versión de la leyenda fundacional de Cartago en la Eneida. Lo cierto es que Dido no deja de ser una transposición de la princesa fenicia Elisa, que huyó de Tiro tras el asesinato de su marido por el hermano de Elisa. Tras una larga travesía, la flota de Dido habría atracado en la costa norteafricana, donde negoció con el rey bereber Iarbas la construcción de Qart Hadast (“ciudad nueva”). Así que incluso en la Eneida nos encontramos con una importante huella africana.

También olvidamos que uno de los grandes centros culturales de la Antigüedad, la Biblioteca de Alejandría, se hallaba en África. La fundó Tolomeo I Sóter (“el salvador”), en una época en la que aún se podía fantasear con el proyecto de reunir todos los libros del mundo. El erudito africano, de origen griego, Calímaco catalogó todos los volúmenes de la Biblioteca en la obra Pinakes (“Tablas”), que se convertirá en el fundamento de los sistemas de clasificaciones de bibliotecas de todo el mundo mediterráneo. Cuando los musulmanes tomaron Alejandría, en 640, se cuenta que el general musulmán Amr ibn al As le preguntó al califa Omar qué debía hacerse con la amplia colección de textos, y que este contestó: “O bien contradicen el Corán, y entonces son heréticos, o bien concuerdan con el Corán, y son superfluos”. La mayoría fueron usados como combustible para los hornos de los baños públicos de la ciudad.

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Una historia sin continente. Pero no se trata sólo de que África participase de algunos de los acontecimientos históricos y culturales más importantes de la historia de Europa, sino también de que posee una historia propia, compleja y fascinante, que ha sido pertinazmente minusvalorada y desatendida.

Pienso en las migraciones bantúes (término que no designa a un grupo étnico determinado, sino a un conjunto particular de grupos lingüísticos difundido por casi toda el África subsahariana), que se originaron en el año 2000 a.C., al este de Nigeria y al oeste del Camerún, para expandirse por toda África. Actualmente hay entre 100 y 150 millones de hablantes de lenguas bantúes.

"El imperio de Ghana floreció gracias al comercio transahariano, y vivió su apogeo entre los siglos IX d.C. y XI d.C., teniendo como punto neurálgico las rutas que comunicaban las minas de oro del sur con las ciudades del norte Kumbi Saleh"

Pienso en el imperio comercial de Aksum, o Axum, que creó en la actual Etiopía y Eritrea, desde el siglo I al VII d.C., una inmensa red comercial que cubría toda la costa de Egipto y el cuerno de África, llegando hasta la India. Aunque el reino de Aksum nunca fue parte del imperio romano, el cristianismo llegó a él, de forma bastante azarosa, a mediados del siglo IV. El filósofo Meropio habría emprendido un viaje a la India acompañado de sus sobrinos, los jóvenes cristianos sirios Frumencio y Edesio. Durante el viaje de regreso, su nave fue apresada. Mataron a toda la tripulación salvo a los dos hermanos, de los que se apiadaron debido a su corta edad. Fueron llevados como esclavos a la corte del rey Ella Amida, quien acabó nombrando tesorero a Frumencio y copero a Edesio. En 325, después de la muerte de Ella Amida, la reina regente invitó a Frumencio a participar en el gobierno del país hasta que su hijo Ezana alcanzara la mayoría de edad. Éste aprovechó su influencia para difundir el cristianismo por Etiopía, y Ezana fue el primer monarca etíope en adoptar el cristianismo, que declaró religión oficial alrededor del año 330.

Hacia el 300 d.C., el pueblo soninké de África occidental, que habitaba una región en la frontera entre Mauritania y Mali, impuso su dominio. Llamaban a su país Wagadu, pero los comerciantes árabes lo llamaron Ghana (“rey guerrero” en lengua soninké), que era el título de su monarca. El imperio de Ghana floreció gracias al comercio transahariano, y vivió su apogeo entre los siglos IX d.C. y XI d.C., teniendo como punto neurálgico las rutas que comunicaban las minas de oro del sur con las ciudades del norte Kumbi Saleh.

La conquista musulmana de Egipto se produjo de 639 a 642 d.C. En 615, se había producido la primera migración de los seguidores de Mahoma, gracias a la cual unos 80 musulmanes cruzaron el mar Rojo para buscar asilo en el reino cristiano de Aksum, al norte de Etiopía. Apenas 30 años después los ejércitos musulmanes llegarán a África y las victorias en el norte de África a finales del siglo XII, y la expansión del comercio a través del Sahara, favorecieron la difusión del Islam por toda África.

"Sundiata, fundador del imperio Songhai, tuvo que huir tras el asesinato de su padre, si bien regresará triunfante, dando lugar a la Epopeya de Sundiata, en la que se inspira al parecer El rey León"

Por si todo esto no fuese suficiente, véanse los capítulos dedicados a los judíos etíopes, o Beta Israel (“Casa de Israel) del siglo IX d.C.; las iglesias rupestres cristianas en Etiopía (ca. 1187); la gran ciudad de Gran Zimbabue (del bantú zimba we bahwe, “casas de piedra”), que fue el corazón del vasto Imperio de Monomotapa (s. XI-XV); el imperio de Kanem (s. XI d.C.), que gobernó el nordeste de Nigeria, Camerún, este de Níger, Chad y Libia; las ciudades estado suajili, que se repartían a lo largo de toda la costa de Somalia a Mozambique, y que comerciaban por todo el océano Índico, hasta el punto de que se han hallado en el norte de Australia monedas suajilis acuñadas en el siglo XII; el reino de Benín, que dominó toda África occidental, desde el siglo X d.C. al XIII d.C.; el imperio de Ghana (s. XIII d.C.); el imperio de Malí (1235-s. XV d.C.); o el imperio Songhai (s. XIII d.C.), cuyo fundador Sundiata, tuvo que huir tras el asesinato de su padre, si bien regresará triunfante, dando lugar a la Epopeya de Sundiata, que narra la historia de Sundiata, en la que se inspira al parecer El rey León.

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Las dos grandes vías de la esclavitud. La esclavitud existía en la sociedad árabe antes del surgimiento del Islam, en el siglo VII d.C. Como la ley islámica no permitía a los musulmanes esclavizar a otros musulmanes (aunque eso sucediera a veces), los esclavos procedían de las guerras libradas en las fronteras del imperio. Por el tratado de Bakt, del año 652 d.C., los árabes de Egipto negociaron con el reino de Nubia la adquisición de 300 esclavos al año. Este tratado supuso el inicio del comercio esclavista transahariano, si bien las sociedades africanas tenían un comercio esclavista autóctono anterior. Se cree que, entre 650 y 1600, unos cinco millones de personas esclavizadas atravesaron el Sahara, en un flujo regular de unas 5000 personas al año.

Los europeos comenzaron a embarcar esclavos en la costa africana occidental a finales del siglo XV, pero el comercio oriental siguió predominando, al menos hasta los siglos XVII y XVIII, cuando se disparó la exportación transatlántica, que duraría hasta el siglo XIX, y durante la cual unos 12,5 millones de personas fueron llevadas desde África a América. Durante el s. XVIII, el comercio atlántico de esclavos lo controlaban siete países: Portugal, España, los Países Bajos, Gran Bretaña, Francia, Dinamarca y Estados Unidos. Los compraban a los reyes africanos, quienes desde el origen de sus civilizaciones esclavizaban a los prisioneros de guerra

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Brevísima historia de la destrucción de los africanos. Aunque la descripción de las riquezas del reino de Mali que realizó el erudito y explorador bereber marroquí Ibn Battuta, en Los viajes, de 1353, ya llamó la atención de los europeos por el continente africano, no será hasta el siglo XV que las primeras expediciones portuguesas, organizadas por Enrique el Navegante, recorrerán la costa occidental de África, con el objetivo de hallar una ruta que les permitiese comerciar con la India sin tener que pasar por territorio musulmán.

"La maquinización hizo que a los empresarios europeos no les interesase tanto el comercio de esclavos como las materias primas. Empiezan, entonces, a recorrer toda África con el objetivo de obtener derechos comerciales y territoriales"

Al parecer, las élites chinas gustaban de hacer visible su prestigio y autoridad con artículos caros y exóticos, y esto hizo crecer la demanda de bienes africanos. Esa relación comercial, relativamente irregular, tenía una antigüedad de casi mil años cuando, en el siglo XV, el emperador Yongle, de la dinastía Ming, deseoso de mostrar el poder de China y satisfacer la demanda de bienes exóticos en el imperio, puso al mando de una serie de expediciones a los “océanos occidentales” a un eunuco de su confianza, el almirante Zheng, si bien dichos intercambios se interrumpieron tras su muerte. En todo caso, la historia del comercio de jirafas es realmente curiosa.

Pero fue en el siglo XIX cuando empezó el viacrucis colonialista del continente africano. Tras la revolución industrial, la maquinización hizo que a los empresarios europeos no les interesase tanto el comercio de esclavos como las materias primas. Empiezan, entonces, a recorrer toda África con el objetivo de obtener derechos comerciales y territoriales mediante tratados engañosos con soberanos africanos a los que acabarán desposeyendo de todo. En 1885, por ejemplo, el rey Leopoldo II de Bélgica creó el Estado Libre del Congo como colonia personal disfrazada de misión filantrópica donde explotó hasta la muerte a millones de congoleses.

La competencia era brutal. Así que, para aliviar las crecientes tensiones entre los países que se disputaban África, el canciller alemán Otto von Bismarck convocó, en 1884, a 13 países europeos y a EEUU a una conferencia en Berlín. Allí se dividieron los territorios sin consultar a los representantes de ninguna nación africana. Los acuerdos finalizaron el 26 de febrero de 1885, fecha que marca el inicio de la colonización por toda África. En la década de 1870, el 10 % del continente estaba bajo control europeo, y en 1900, el 90 %.

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Resistencias. Desde un buen principio, tanto los pueblos africanos como los esclavos de origen africano llevados a otros territorios trataron de resistirse contra la opresión. Pienso en la reina Nzinga, en la actual Angola, que hizo del reino de Matamba, gobernado por mujeres, un refugio para los que se resistían a ser esclavizados, y luchó contra los portugueses durante la primera mitad del siglo XVII; en los maroons o cimarrones jamaicanos, esclavos africanos que huyeron a las montañas del interior de la isla, desde donde atacaban a las plantaciones y tropas británicas, con tanto éxito que la corona firmó diversos tratados de paz que les concedían la libertad y derechos sobre su tierra, a cambio de que no atacasen a los colonos; en la guerra de las mujeres en Nigeria, de 1929; en las amazonas de Dahomey, Benín, en el siglo XVIII; y en la rebelión Maji Maji, en la actual Tanzania, Burundi y Ruanda, en la que morirán, de 1905 a1907, entre 200.000 y 300.000 africanos rebeldes (frente a 15 bajas alemanas y 389 askaris), a manos del gobierno colonial, dominado y armado por la Compañía Alemana del África Oriental.

"Una figura esencial del abolicionismo fue el afroamericano Frederick Douglass. Nacido en la esclavitud, la esposa de su amo le enseñó a leer y a escribir. Tras escapar de la esclavitud, fundó el periódico antiesclavista The North Star"

En Gran Bretaña y los Estados Unidos, cuáqueros y metodistas se opusieron a la esclavitud por principios religiosos y morales. Tal fue el caso de Thomas Clarkson y su célebre opúsculo ¿Es lícito esclavizar a otros contra su voluntad?, de 1785. También fueron importantes los relatos en primera persona de esclavos liberados, como la Narración de la vida de Olaudah Equiano, el Africano, escrita por él mismo (1789); los Pensamientos y sentimientos sobre el malvado y perverso trágico de la esclavitud (1787) de Ottobah Cugoano; La narración de Sojourner Truth (1850), de Sojourner Truth; o Doce años de esclavitud (1853), de Solomon Northup.

Una figura esencial del abolicionismo fue el afroamericano Frederick Douglass. Nacido en la esclavitud, la esposa de su amo le enseñó a leer y a escribir. Tras escapar de la esclavitud, fundó el periódico antiesclavista The North Star, en el que también defendía los derechos de las mujeres y el sufragio de todos los emancipados. Luego están Sojourner Truth, nacida también en la esclavitud, quien apoyó el sufragio femenino, y es recordada por el célebre discurso intereseccional: “¿Es que no soy una mujer?”, de 1851; Nat Turner, uno de los pocos antiesclavistas que defendieron la violencia, que fue ejecutado, en 1831; y John Brown, quien, acompañado de activistas negros y blancos, asaltó el arsenal federal de Harper’s Ferry en Virginia en 1859, y fue admirado por Frederick Douglass y Thoreau.

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La enmienda a la 13ª enmienda. La Guerra de Secesión de los EEUU, de 1861 a 1865, culminó con la 13ª enmienda, que abolía la esclavitud. No obstante, tras la guerra, los terratenientes sureños se aprovecharon de la indigencia de los libertos, a los que numerosas bandas de exaltados se ocuparon también de aterrorizar. Como, durante la guerra, la tierra del sur había pasado a ser propiedad de la Unión por las Leyes de confiscación, algunos propusieron distribuirla entre los libertos a modo de indemnización. Pero, tras un primer reparto de 40 acres de tierra arable y una mula para unos cuantos miles de esclavos emancipados, el presidente Johnson revocó el plan y devolvió la tierra a sus anteriores dueños, como parte de un plan de amnistía para el sur. Se introdujo entonces el modelo de la aparcería, en el que los dueños de las plantaciones alquilaban parcelas a los emancipados y a algunos blancos pobres, a cambio de al menos la mitad de la cosecha.

Como dijo W. E. B. Du Bois: “el esclavo fue liberado, estuvo un breve momento al sol, y volvió luego hacia la esclavitud”. Es el inicio de la era Jim Crow. ¿Por qué? En 1828, el actor Thomas D. Rice empezó a interpretar su popular minstrel show con la cara pintada de negro. Su número estrella era el personaje del esclavo ignorante y holgazán, Jim Crow. El espectáculo tuvo mucho éxito, y el nombre de “Jim Crow” se convirtió en un apodo despectivo habitual para los negros estadounidenses. Luego el nombre pasó a designar el sistema de segregación y discriminación racial en vigor en el sur de EEUU desde 1877 hasta mediados de 1960.

"Véase también el capítulo dedicado al Renacimiento de Harlem o New Negro Movement, que cosechó los frutos del acceso a la escolarización del que empezaron a gozar los afroamericanos desde finales del siglo XIX"

Se opusieron a este nuevo sistema de opresión la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), fundada en Nueva York, en 1909, por activistas como el sociólogo W. E. B. Du Bois, autor de Las almas del pueblo negro (1903), y la periodista Ida B. Wells; el exitoso boicot de autobuses en Montgomery, en 1955, organizado para protestar contra la detención de Rosa Parks, una costurera y activista negra que se negó a cederle el asiento a un blanco en un autobús urbano; la marcha sobre Washington, del 28 de agosto de 1963, en la que unas 250.000 personas se reunieron ante el Monumento a Lincoln, en Washington D.C., para protestar contra el segregacionismo; el movimiento Black Power, que luchó, entre 1966 y 1974, contra el racismo sistémico, contando con figuras como Malcom X, quien fue asesinado en Nueva York el 21 de febrero de 1965, o las Black Panther, que nació para proteger de la brutalidad policial a la población negra de la bahía de San Francisco; James Brown y su tema “Say it loud, I’m black and I’m proud”, de 1968, que se convirtió en el himno del movimiento Black Power; o los disturbios de 1981, en Brixton, Inglaterra, que lograron acabar con una ley que daba derecho a la policía a detener a cualquier persona sobre la base de la mera sospecha, y que solía utilizarse de forma selectiva e injusta contra personas negras.

Véase también el capítulo dedicado al Renacimiento de Harlem o New Negro Movement (1918-1937), que cosechó los frutos del acceso a la escolarización del que empezaron a gozar los afroamericanos desde finales del siglo XIX, dando lugar a figuras como el narrador Jean Toomer, autor de Cane (1923); el poeta Countee Cullen, autor de Colour (1925); el también poeta James Langston Hughes, que infundió en su poesía ritmos de jazz y usó un inglés afroestadounidense vernáculo, que algunos llaman ebonix, para celebrar el valor de la vida cotidiana de la comunidad negra; o Zora Neale Hurston, quien escribió artículos académicos y relatos breves, recogidos en obras como Mules and Men (1935) y ¡Mi gente, mi gente! (1942).

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El panafricanismo. Resultan también interesantes los capítulos dedicados a la creación del panafricanismo, que es “la ideología política que promueve la solidaridad y la conciencia común entre todas las personas de origen africano, y que tiene sus raíces en la experiencia compartida de la opresión por los africanos de la diáspora”. En EEUU, los abolicionistas negros del XIX, como Frederick Douglass, David Walker y Alexander Crummell, debatieron sobre cuál era la mejor solución a la desigualdad racial: emigrar a África o constituir una nación soberana dentro de EEUU. Tras el fin de la Guerra de Secesión, hubo una articulación más desarrollada del panafricanismo.

"El nombre de dicho movimiento se inspira en Ras Tafari, quien más adelante será conocido como Haile Selassie I, de Etiopía, que muchos considerarán un mesías enviado para salvar al pueblo africano"

Destaca el político liberiano Edward Blyden, quien afirmaba que la unidad africana requería el retorno de la diáspora a la patria ancestral; W. E. B. Du Bois, quien pronunciará, en el seno de la primera Conferencia Panafricana, de 1900, su célebre discurso “A las naciones del mundo”, donde afirmará que “el problema del siglo XX es el problema de la línea de color”; y en el ámbito francófono, figuras como los senegaleses Léopold Sédar Senghor y Cheikh Anta Diop, y los martiniqueses Aimé Césaire y Frantz Fanon. En EEUU y el Caribe, será fundamental la figura de Marcus Mosiah Garvey, quien popularizó el panafricanismo con la Asociación Universal de Desarrollo Negro (UNIA), fundada en 1914, y resucitó el movimiento Back to Africa, defendido por líderes panafricanistas anteriores.

Estrechamente relacionado con el panafricanismo se halla el movimiento rastafari, que eclosionó en la década de los 30, y que es un movimiento religioso y político nacido en Jamaica, que considera que la subyugación del pueblo africano acabará cuando todos los africanos en la diáspora regresen a su patria originaria, Etiopía. El nombre de dicho movimiento se inspira en Ras Tafari, quien más adelante será conocido como Haile Selassie I, de Etiopía, que muchos considerarán un mesías enviado para salvar al pueblo africano. Dicho movimiento se ha difundido, y en parte desvirtuado, gracias a la música reggae del músico y rastafari jamaicano Bob Marley. Si bien lleva aparejado todo un sistema de creencias, es un modo de vida fundamentado en la paz, que incluye la meditación y la oración, dejarse el cabello largo (generalmente en dreadlocks (“rastas”) y seguir una dieta ital (natural y sin carne ni alimentos procesados).

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Interseccionalismo. Son especialmente actuales los capítulos dedicados al feminismo negro. En un principio, el movimiento de liberación de las mujeres, predominantemente blanco, se habría centrado en el género, sin reconocer la lucha particular a la que se enfrentaban las mujeres negras. Por si esto no fuese suficiente, el movimiento Black Power reforzó, en un inicio, los roles de género tradicionales, de modo que eran los hombres los que dirigían fundamentalmente el movimiento. De la doble opresión de ser negra y mujer no se ocupaban ni el movimiento feminista ni las organizaciones antirracistas. La feminista estadounidense negra Angela Davis llamó la atención sobre la doble opresión que sufrían las mujeres negras. Y consideró el desinterés de las feministas blancas por la situación de las mujeres negras como una nueva forma de imperialismo. Algunas de las grandes pensadoras y activistas feministas negras fueron, además de Angela Davis, Audre Lorde, para la que “las herramientas del amo no desmantelarán nunca la casa del amo”; Maya Angelou, autora de la novela Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado (1969), en la que describe la brutalidad racial y sexual que experimentó de niña en el sur profundo; bell hooks, autora de ¿Acaso no soy yo una mujer?: mujeres negras y feminismo (1981); y Alice Walker, autora de El color púrpura, que ganó el Pulitzer en 1982.

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Black Lives Matter. El libro se cierra con una serie de capítulos dedicados a las protestas contra la violencia policial ejercida contra los afroamericanos en EEUU y Reino Unido. El 3 de marzo de 1991, un videoaficionado grabó desde un balcón de Los Ángeles a cuatro agentes golpeando a un hombre negro, Rodney King, de 25 años. Tras parar a King por exceso de velocidad, le dispararon dos veces con un arma paralizante y le propinaron más de 50 patadas y golpes durante 81 segundos. Sufrió múltiples fracturas y daños cerebrales por las que recibiría una indemnización de 3,8 millones de dólares. Pero esta mayor visibilidad de las acciones de la policía no alteró su conducta hacia la población afroamericana. En 2013, el vigilante George Zimmerman fue absuelto del asesinato de Trayvon Martin, un muchacho afroamericano de 17 años que iba desarmado. La decisión desató protestas en más de cien ciudades del país. Para expresar su indignación, las organizadoras comunitarias Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi usaron el hashtag #BlackLivesMatter en los medios sociales, propiciando el lanzamiento de la red Black Lives Matter. Aun así, en 2014, agentes de policía de Staten Island, en el estado de Nueva York, inmovilizan con una presa de cuello a Eric Garner, de 43 años, causándole la muerte. En el vídeo se ve a Garner repitiendo “no puedo respirar” once veces, antes de quedar inconsciente y morir. Ese mismo año, un agente acribilla a Michael Brown, de 18 años, en Ferguson, Misuri. Las protestas y los disturbios durarán casi un mes. En mayo de 2020, la muerte a manos de la policía del también desarmado George Floyd, sospechoso de comprar tabaco con un billete falso de 20 dólares, volverá a desencadenar numerosas protestas. La situación forzará al presidente Donald Trump a firmar una orden de vigilancia policial que prohibirá las presas de cuello, a menos que “la ley requiera la fuerza letal”. Si bien muchos juzgaron insuficiente la medida, y algunos estados la prohibieron totalmente y declararon obligatorio el uso de cámaras.

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Et caetera. Hay tantos otros temas. Como el maltrato que recibieron los combatientes franceses o ingleses de origen africano que lucharon en las dos guerras mundiales, y que en la mayor parte de las ocasiones no tuvieron derecho a las prestaciones correspondientes a su servicio; como la lucha de Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano contra el apartheid, que había encerrado en diez áreas rurales pobres (bantustanes) a la mayor parte de la población negra; la rebelión de los Mau Mau en Kenia (1952), contra el gobierno colonial de los británicos, que encerraron en reservas a los kikuyus, para luego quedarse con sus tierras; el genocidio de Ruanda, en 1994, donde murieron unas 800.000 personas, en su mayoría miembros de la minoría tutsi, junto con algunos hutus moderados, a manos de la mayoría hutu, tras el asesinato al presidente hutu ruandés Juvénal Habyamrimana, y que culminó tres meses después con la recuperación del poder por parte del Frente Patriótico Ruandés, de origen tutsi, que, a las órdenes de Paul Kagame, mató en represalia a varias decenas de miles de hutus; o la construcción del canal de Suez, que une los mares Mediterráneo y Rojo a través de 193 km del istmo de Suez, y que le costó la vida a 100.000 del millón de peones egipcios que trabajaron en él.

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Dos pequeñas críticas. Se nota el ascendiente anglosajón de los autores en la crítica a las llamadas políticas de daltonismo racial que atribuyen a Francia, donde domina más el paradigma republicano, de corte integrador, que el liberal, de corte multicultural. Creo que se trata de un debate complejo que merecía quizás un tratamiento menos unilateral. Aunque no soy quién para decirlo.

"Se trata, en todo caso, de un libro fascinante, claro y repleto de imágenes hipnóticas. Un libro para leer y releer. Un libro que nos abre a una historia que no deberíamos ignorar"

Lo que sí me ha chirriado es que, en el capítulo dedicado al boom económico africano desde el año 2000, se afirme, en la página 303, que durante la primera década del siglo XXI, “los gobiernos se esforzaron para favorecer el desarrollo económico, con la privatización de empresas públicas, la reducción de los impuestos a las empresas y varias mejoras legislativas”. Todo lo cual no es más ni menos que el paquete básico de medidas que el capitalismo global ha ido imponiendo con tanto éxito en las últimas décadas.

Se trata, en todo caso, de un libro fascinante, claro y repleto de imágenes hipnóticas. Un libro para leer y releer. Un libro que nos abre a una historia que no deberíamos ignorar. O que no deberíamos ignorar que ignoramos. Y no sólo porque tengamos una deuda moral con unos pueblos a expensas de los cual hemos crecido, que la tenemos, sino también porque es un espacio de una enorme complejidad histórica y cultural, repleta de gente que se enfrentó al miedo y al desánimo, sólo por amor a la libertad. Y esa es la materia prima que más necesitamos en estos tiempos.

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Autor: VV.AA. Título: El libro del poder negro. Traducción: Antón Corriente Basús. Editorial: Akal. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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