Como precuela espiritual de El Padre, la película que le dio el Oscar (otro más) a Anthony Hopkins, la aquí presente El Hijo presenta una historia de conflictos generacionales también basada en el texto teatral del propio director de la película, Florian Zeller. Protagonizada por Hugh Jackman y Laura Dern en el papel de dos padres divorciados que afrontan la enfermedad mental de su hijo adolescente, Zeller sin embargo no repite el éxito de la anterior película. Mientras demuestra su capacidad para analizar las heridas internas de la figura masculina, inmersa aquí en una especie de desescalada de todos aquellos atributos que, teóricamente, le son propios, la película despista las enormes posibilidades de retratar una enfermedad tan esquiva como la depresión en aras de un drama familiar más convencional.
Convencional, sí, pero basada en una serie de poderosas interpretaciones. De Anthony Hopkins no hablaremos, salvo citar su enorme capacidad para —al igual que en El Silencio de los Corderos— imponer su presencia espiritual e incluso física cuando apenas comparte con Hugh Jackman unos minutos en pantalla. Hasta el punto de que esta escena juntos da toda las claves para interpretar El Hijo que da título al filme, y que bien podría ser Nicholas, el chico adolescente sumido en una profunda sima de tristeza, pero todavía más al personaje de Jackman, Peter, un hombre que goza de éxito profesional y personal y que, en su escapada espiritual de un padre autoritario, fracasa en su faceta de progenitor pese a exhibir una afectividad mucho más cercana.
Analizar realmente qué le pasa al hijo adolescente habría convertido El Hijo en una película distinta. Quizá más interesante. Lo que queda en pantalla es un drama familiar demasiado reiterativo, que ronda continuamente las mismas ideas y que por eso mismo no deja de apretar al espectador en su camino hacia el desenlace. Zeller dirige con sobriedad, saca las mejores interpretaciones de todo su reparto (Jackman demuestra, una vez más, ser un mejor actor del que se ha pensado siempre) y desde luego aporta una mirada penetrante sobre las fracturas inevitables que parece soportar la naturaleza familiar del hombre.
En tiempos de tópicos de género, la existencia de una película como El Hijo, sensible al análisis de las fortalezas y debilidades del varón, ya sea marido, amigo, padre o hijo, resulta refrescante. La película destaca más por, de rebote, aportar una mirada a las heridas de esa figura masculina presuntamente autoritaria y las distintas máscaras y excusas que puede adoptar, sus errores y circunstancias y caprichos. En vista de la imposibilidad de explicar con imágenes de dónde viene la tristeza, Zeller ha optado por un competente drama sobre la incomunicación y cómo el infierno está pavimentado con buenas intenciones. Puede ser suficiente, aunque con el precedente de la galardonada El Padre, lo cierto es que El Hijo se queda un poco por detrás de aquella.
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