O poeta é um fingidor
(Fernando Pessoa)
Fernando Pessoa es en sí mismo un movimiento literario, una tradición, una literatura. Basta con escuchar su nombre, como sucede con la palabra fado, para sentirse transportado a Portugal y más concretamente a Lisboa. Pocas ciudades están tan vinculadas a un escritor como sucede a Lisboa con Pessoa. Su presencia, o si se prefiere su permanente evocación, refleja con más precisión que la saudade que emana de las apacibles aguas del Tajo, cada una de sus calles, cada ventana con la ropa tendida, cada taciturno morador que nos observa, fumando y en camiseta, apoyado en el alfeizar de una ventana. Y es que Pessoa convirtió a Lisboa, a sus empinadas callejuelas surcadas por los tranvías, en el centro del mundo, en el universo de sus desasosiegos. Pessoa es una ciudad y un libro inagotable que se desdobla por las empinadas callejuelas de la Alfama y las terrazas del Chiado. Pessoa, lo sabemos, son muchos pessoas. Tal vez por ello, su figura sea carne del mito y de la mixtificación, y también de la suplantación. ¿Cuántos escritorzuelos de mediopelo se han mimetizado con el poeta de Lisboa?, distorsionando su frágil silueta y, lo que es peor, la poliédrica segmentación de su obra.
La apasionante y solvente indagación biográfica —Pessoa, el hombre de los sueños (Ediciones del Subsuelo, 2023)— que Manuel Moya realiza sobre el autor lisboeta, trata de descifrar y de ordenar los laberínticos desasosiegos vitales y creativos del poeta de Mensagem. Manuel Moya intenta demostrar, y creo que lo consigue, que Fernando Pessoa no es un autor sin biografía como había señalado, entre otros, Octavio Paz —«Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía. Pessoa, que dudó siempre de la realidad de este mundo, aprobaría sin vacilar que fuese directamente a sus poemas, olvidando los accidentes de su existencia terrestre»—, sino muy al contrario, que el autor de los heterónimos tuvo una vida literaria intensa en Lisboa, siendo uno de las principales dinamizadores, junto a Sâ-Carneiro, del modernismo portugués.
¿Pero quién era realmente Pessoa? Un autor que apenas publicó un libro de poesía en vida y tres o cuatro cuadernos literarios en inglés. Un permanente «extraño extranjero» allá por donde camina, que dejó más de 27.500 documentos en su legendario baúl, un auténtico dédalo escritural para los investigadores y estudiosos de su obra, y que no solo se muestra en todo momento como un compulsivo grafómano, sino, sobre todo y como señala Moya, como un escritor sin papelera.
El primero de sus exilios se produce tras la muerte de su padre, y el abandono del luminoso y burgués edifico del Largo de San Carlos a La Rua de San Marçal 114. Esta pérdida de la figura paterna y el brutal trastoque de su mundo resulta crucial para entender el permanente viaje del autor de los heterónimos hacia dentro de sí mismo, hacia sus mundos interiores. Su madre se casa en segundas nupcias con el comandante Joâo Miguel Rosa, y Fernando Pessoa inicia una nueva vida en Sudáfrica, en Durban, recibiendo una educación estrictamente inglesa. Shakespeare, Milton y Carlyle son sus primeras lecturas, que la dulce obligación de sus estudios le obligó a realizar tempranamente, junto a su pasión por las novelas policiacas. Pessoa continuamente albergó el sueño de vivir en Inglaterra, en Londres, ganándose la vida como escritor de novelas policiacas. Un género por el que sintió una profunda devoción y que nunca abandonó como lector y tampoco como escritor, aunque hay que reconocer que sin demasiado éxito. Por ello, Pessoa, «de quien se dice que piensa en inglés y siente en portugués», permanecerá unido siempre, y no solo por cuestiones laborales, a la cultura inglesa.
Shakespeare no solo le servirá de inspiración y modelo para la creación de sus heterónimos, sino sobre todo para ordenar racionalmente su complejidad creativa, como lúcidamente explica el propio autor a Adolfo Casais Montero, definiendo su polifónico planteamiento creativo como un drama em gente, en vez de en actos; o en la remitida con anterioridad a João Gaspar Simões: «El punto central de mi personalidad como artista es que soy un poeta dramático; tengo continuamente, en todo cuanto escribo, la exaltación íntima del poeta y la despersonalización del dramaturgo». Este enfoque creativo permite a Pessoa poner en duda la relación existente «entre un hipertrofiado yo poético (proveniente del romanticismo) y el discurso unívoco de la confesionalidad». Ese es uno de los mayores logros poéticos de sus Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y sus numerosísimos heterónimos y ortónimos.
Manuel Moya señala reiteradamente el interés que despertaba Fernando Pessoa en sus coetáneos y que si no publicó más en vida no fue porque no gozase de cierto predicamento y de prestigio en el mundillo literario portugués, como acreditan sus colaboraciones en A Águia, la mítica Orpheu, Contemporánea, Athena y Presença, sino que «su gran problema era la dispersión, su incapacidad para sentar unos límites, para realizar un trabajo ordenado y definido, su exceso de ideación y su estricta visión crítica».
La creatividad de Pessoa desbordaba al propio Pessoa, que no cesaba de realizar infructuosos planes y azarosos esbozos para canalizar su caudalosa escritura. Su biografía no es la de un fracasado, aunque el tuviese esa percepción —entre sus fracasos empresariales y editoriales, pueden citarse: Íbis (1910), Olisipo (1921), Athena (1924), Revista de Comercio (1926), por no citar sus descalabros como inventor—, sino la de un verdadero y profundo escritor. Recorrer las huellas, a través de su vida y su obra, es adentrarse en la historia de Portugal, en el apasionante mundo literario de aquel periodo —Renascença, paulismo, interseccionismo, sensacionismo; en fin, en el vanguardismo y modernismo portugués—, y en la obra de los poetas y pintores coetáneos del autor del Libro del desasosiego. Entre ellos cabe destacar la fundamental relación que tuvo con Sá-Carneiro, un poeta excepcional, muy cercano a su talento, e igualmente poco dotado para los menesteres prácticos de la vida: «Si la importancia de Pessoa en la obra de Sá-Carneiro es decisiva, la de Sá-Carneiro en Pessoa es también fundamental». Y del mismo modo hay que mencionar al genial José de Almada-Negreiros, quien le realizará a Pessoa un icónico retrato en 1954 que «Guisado le encarga para su restaurante Irmãos Unidos», colgado hoy en la casa Fernando Pessoa.
Manuel Moya no oculta los aspectos más controvertidos del autor, como su alcoholismo, o su propensión ocultista que le lleva a establecer relación con personajes tan pintorescos, y un tanto siniestros, como Aleister Crowley. Pero quizá donde más duro se muestra nuestro biógrafo con el autor del Libro del desasosiego es con su posicionamiento político, inspirado en su mixtificador sebastianismo: «Su espíritu antidemocrático, así como su visión supremacista, su xenofobia y su poca empatía social producen a la vista de hoy un evidente escozor».
Son muchos pessoas en un mismo Pessoa. Por eso nos resulta tan apasionante su obra y también su vida, porque la tuvo y muy intensa. Pessoa jugó al todo o nada en la ruleta literaria, empeñando su destino; vivió con muy poco y murió sin saber si había ganado su apuesta. Siempre transitó por el abismo de la locura, su abuela Dionisia (qué nombre) le mostró desde niño el vértigo de sus insondables vientos, y su tía Anita las puertas de la otredad, quizás las que comunicaban con el querido padre muerto. Dos figuras tutelares, que junto al singular Henrique Rosa, que le transfirió el conocimiento de la poesía portuguesa y también el alcoholismo, conforman buena parte del sustrato de su literatura.
El éxito y el fracaso es una suma de azares. Son los lectores, un reducido número de amigos y admiradores, los que finalmente salvan una obra. Pessoa dejó, lleno de sueños y de ensoñaciones, un arca condenada a transitar y ser expurgada por las espurias manos del olvido, si no llegan a intervenir una serie de poetas y amigos que merecen ser reconocidos y evocados, ya que gracias a ellos tenemos ante nuestros ojos, más viva que nunca, la obra del escritor lisboeta: José Regio, Adolfo Casais Montero y Joâo Gaspar Simões «[s]obre ellos (y sobre Luis de Montalvôr y Jorge de Sena) recae el rescate de Fernando». Dicho queda.
Manuel Moya, convertido en nuestro João Gaspar Simões, ha hecho un trabajo excepcional con la intención de demostrar la incidencia de los aspectos vitales de Fernando Pessoa en su obra, para acabar haciendo, al mismo tiempo, una historia sobre la literatura portuguesa contemporánea y sobre la historia del país cofrade de nuestra balsa de piedra. Es lo que tienen los grandes poetas, uno va en su busca y encuentra las esencias de su ciudad, de su nación, de su historia y de su literatura. Memorable Pessoa, el hombre de los sueños.
———————
Autor: Manuel Moya. Título: Pessoa, el hombre de los sueños. Editorial: Ediciones del Subsuelo. Venta: Todostuslibros.
Lamentable reseña sobre un libro no menos lamentable. Juzgar a Pessoa por sus posiciones politicas es una ucronía intolerable y además una barbaridad moral y estética. Seguro que al autor del articulo no se le ocurriría condenar a Neruda o a Sartre por su apoyo al comunismo, la ideologia más criminal de la historia de la humanidad. Neruda hasta se jactó de haber violado a una menor. Sartre renegó al final de su vida del comunismo, pero estuvo apoyándolo a sabiendas de sus crimenes contra la humanidad. Pessoa en cambio nunca llegó tan lejos como los escritores que apoyaron al comunismo o al nazismo