Y de pronto nos enteramos. Le otorgan el Premio Nobel a la poetisa Louise Glück, el Cervantes a Ida Vitale, y por si fuera poco, otro a Cristina Peri Rossi, y para rematar, el Reina Sofía a Ana Luisa Amaral. Etel Adnan arrasa con sus exposiciones en todo el mundo, de Londres a Málaga, pasando por Ámsterdam, donde se echa un pulso, un mano a mano, con nada más y nada menos que Vincent van Gogh. Nos enteramos de que no se dice poeto sino poeta y que ellas también son de las grandes. Como Sharon Olds. Como Hélène Cadou. Como Anise Koltz. Pero también son de las desapercibidas, de las que la historia ha maltratado, e incluso ignorado, ninguneado, borrado.
Los suyos son poemas que aprietan, golpean, entran, como puños, no dejan ilesos, como todo lo que es bello y salva. Pican como la sal, te parten en dos, en tres, en cuatro, en mil pedazos, como el trueno, como la mar que te entra por el cuerpo y te come a bocados, te raspa, lame con su frescor. Con sus palabras ella busca hincar las uñas en el tiempo, meterle los dedos hasta la garganta, y tirar de la cuerda, para que salten las nubes, para que la vida salga como una fiera, para que el amor cante como un evangelio, no te lo pierdas:
Mi cuerpo es cálido
como el pórtico de una iglesiaCuando entras en mí
la biblia divaga
Sus poemas no perdonan. Atraviesan como quien camina sobre las brasas. Muchos de ellos, los más aguarrás, ácidos, bellos, son los que hablan del hombre de su vida, para quién escribe cuando muera / nos fusionaremos / una última vez / para enfrentar / la salvaje eternidad. Y cuando él todavía compartía su vida con ella: me gusta sentirte / sobre mí / como un puente derrumbado / mi río / pulirá tus piedras. Incluso en el letargo, cuando la memoria deja de correr, de ser lagartija, cuando la vida te empuja hacia el barranco, ella lo recuerda, y podríamos decir que hace suya esta frase de René Char cuando recordaba a Albert Camus: con el que amamos, hemos dejado de hablar, pero lo que queda no es silencio. El diálogo, los enojos, las ternuras perduran, por eso escribimos.
Anise no es una apacible dama de cierta edad que come roscones y bebe su taza de té con el meñique en el aire. Koltz te espeta versos que atragantan, de los que no se olvidan dándose la vuelta una tarde de siesta. Las frases son cortas, tajantes, dan cuchilladas, navajazos, son reyertas, verbos a secas, adjetivos los necesarios. Sí, aquí el verso corta, cincela, se hace espada, si no te percatas, de pronto te pilla una cornada, la muleta baila, el toro bravo de la vida entra en el ruedo. Aquí la tienes que entra hasta el hueso, se va recto al corazón, al rojo vivo:
Cortar mis ramas
Serrarme en mil pedazosLos pájaros seguirán cantando
En mis raíces
A menudo pensamos que es la vida lo que nos enfurece o fortalece. Porque pensamos que tenemos todavía tantos soles que vivir. Y es así, cada día es una vida, que no hay que desperdiciar ninguno por el camino, aunque no se haga nada, que se haga todo, el amor, un cocido, un viaje. Pero, también, lo que nos tensa, lo que nos da fuerza, es la muerte que camina por nuestras venas. Ella, por mucho que lo intentes, nunca te suelta, está metida en nuestro cuerpo, como el gusano en la manzana, como la poda en la viña. Aunque el pájaro se quede quieto sigue llevando en sus alas el vuelo.
Aunque estés dando brincos alrededor de la hoguera, ella, la negra, la urraca, la que no perdona, está ahí, quieta, paciente, esperando. De ahí estos poemas, de ahí este titular, para que haga la primera página del mundo, cuando ya uno, una, no esté, para que nos enteremos: Volveré a nacer. Y si las frases, a veces, mueren cuando suben a la superficie, otras veces, llegan hasta nosotros frases que son como peces abisales, salidos de la nada, frases que atraviesan hasta la misma muerte. Los poetas son los intranquilos, los nunca apaciguados, llevan el trueno, y un día se van, alguien, algo, se los lleva, y con ellos el ruido de sus pasos, las huellas de sus pisadas.
Por eso nos quedan los poemas, como troncos, corchos, botellas, que se han tirado al mar, y, de vez en cuando, recogemos, y leemos. Aguantamos en el mundo colgando de un par de alfileres, somos breves como el día, pero, a veces, nos encontramos con el jaleo de unos poemas, de los que no se rinden, de los que cavan, levantan, son sin tapujos, y así nos quedamos de pie, para siempre. Y entonces escuchas el zambullido del viento entre los árboles, miras el día pasar como un viejo que no se ha enterado que todo ya pasó. El día se asoma a la ventana, abajo pasa un tranvía que cruje como una cama cuando se hace el amor. Bienvenida, bienvenido: acabas de entrar en un poema de Anize Koltz.
Mi tumba nunca será demasiado grande
Tengo la cabeza llena
De todos los que amoNecesitaré más espacio
Para que todos ellos
Puedan ponerse de pié
En cada uno de mis pensamientos
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Autora: Anise Koltz y Anna Rierola. Título: Volveré a nacer. Editorial: La Cama Sol. Venta: Todos tus libros.
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