¿Cuál es el valor de un premio literario? No depende, no debería al menos, de aquellos ilustres galardonados que precedieron al designado presente. Tampoco de la tendencia política y mucho menos del hecho biológico de nacer con un sexo u otro, ni de transitar hormonalmente de, por ejemplo, la varonía a la feminidad. Las quinielas que uno escucha en los cenáculos y en las redacciones no glosan la calidad literaria de los candidatos, ni la robustez de su prosa, los hallazgos de su prosodia, mucho menos el ritmo único de lo escrito. Lo que prima, lo que se valora, es que sea de los nuestros, ajena a esa molesta necesidad de sindéresis.
Es lo de ahora una cultura fake del premio. No se busca honrar la obra, sino marcar la pertenencia a una tribu entintada que debe imponerse al resto. Así va calando el trofeo simiesco, imprimado, como por ósmosis. El jurado parece no alabar al autor sino que se autoreconoce en la invitación a otro a formar parte de su partenón literario, de su manada. Bienaventurado por “ser de” no por su quehacer. Escritores los hay buenos y malos no por lo que piensan o dicen, sino por lo que escriben. Eso que es una boutade palmaria no logra imponerse en estos tiempos tan patéticos de escogidos y señalados.
Decía Talese en una entrevista reciente que hoy no podría escribir ni sobre la mitad de lo que lo hizo en sus tiempos de trinchera periodística. Yo creo que se queda corto. Yo mismo me flagelo cuando pienso en que hay homenajes que no acompaño no por su hiperbólico reconocimiento sino por el tufillo político que los rodean. Me jode porque caigo en eso mismo que detesto: censurar la obra por los cojeos del escriba. Y no, no debe de ser así, hay que empezar a señalar con desdén y no poco oprobio a tanto jurado profesional que designa premiados por filias ideológicas, exacerbando sus presuntas gestas literarias para enardecer en realidad sus cuitas de parte.
Así ocurre que celebramos galardones que no superarían la prueba del algodón literario de generaciones futuras, esas que que pasadas unas décadas se preguntarán «pero qué cojones es esta mierda…». Quedará así cincelada la vergüenza en la wikipedia. Lamentablemente no se recordarán los nombres de la caterva de juramentados que juzgaron como obra digna de ser premiada lo que era un monumento puede que al compromiso político pero seguro que no se alzó mucho más arriba de su alzaprimada mediocridad. Un truño mayestático envuelto en el celofán de un jurado de torquemadas que premiando no premian sino que censuran a autores y señalan a aquellos que se apartan del camino por ellos señalado. Qué pereza, qué miedo, qué espanto, qué tristeza y qué castrante que la fortuna de una obra dependa no de su excelencia sino de su pertenencia.
Yo abandoné el siglo hace tiempo y ya lo sospechaba, pero se agradece la honesta claridad de quien lo ve desde dentro.
Al paso que va la burra, burro, burre, burri, burru, en el futuro nadie se preguntará: ¿pero qué cojones es esta mierda? porque se habrá perdido toda capacidad de criterio, Y, además, se alimentarán precisamente de eso: mierda.
Tu prédica, amigo, es excelente,
se huele el tufo a tribu de los jueces
de lejos, como el tufo de las heces
que aleja al texto puro e irreverente.
¡Mas no nos extrañemos de esta gente,
que la justicia humana tantas veces
ha sido así! No importa, pues floreces
mejor en el jardín del Trascendente.
El viento llevará hacia el olvido
jurados, modas, premios y premiados,
es duro tener fe, mas da sentido.
Y mientras, disfrutemos de los días
gozando como los enamorados
de amores, amistad y poesías.