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Juan Manuel de Prada: «De los grandes escritores, como del marrano, se aprovecha todo»

Juan Manuel de Prada: «De los grandes escritores, como del marrano, se aprovecha todo»

Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) vive de reinventarse en lo suyo después de novelar la División Azul, los «últimos de Filipinas» y a Santa Teresa. Sobre la pátina de niño prodigio que le cayó cuando publicó  Las máscaras del héroe, se extendió prontamente la de procaz «umbralito» e, inmediatamente después, la de la manta zamorana contra la animadversión de ese ‘mundillo literario’ que da pie a ésta y a otras entrevistas donde el animal literario que  es Prada se serena del ‘duro bregar’ de la escritura. Prada tiene la voz grave. Una gravedad vocal con gran trueno y placer en la pronunciación de las oclusivas. Prada posa bien ante la cámara en un «Café Varela» donde los hermanos Machado se han convertido hoy en un reclamo tan luminoso como entrañablemente hortera; pero no sólo los Machado, sino que todo ‘cristiano’ poeta que soltó allí sus versos —incluso Ruano— ha quedado inmortalizado en plástico retroiluminado en las paredes y las esquinas. Prada se siente y se confiesa ya en humor, pues lo humorístico, concluye, es sinónimo de la mejor madurez literaria en un país que raramente comprende el doble sentido o la socarronería.

Su última novela, Mirlo Blanco, Cisne Negro es una crítica sobre los afanes literarios, las «vanas glorias» de las letras. Pero es también un confesionario sarcástico del oficio literario. En Prada se asiste a una fulgurante querencia por lo humorístico a tenor de sus últimas publicaciones, aunque por ello lo trágico no deje de ser menos trágico ni solemne. Lo mismo una Santa Teresa en éxtasis de chistes que un escritor maldito que nos produce hilaridad y misericordia cuando quiere triunfar entre el ‘gafapastismo’.

Conversamos con Prada de la escritura en libro y en prensa, y hasta le proponemos un bosquejo de cómo sería una Santa Teresa que hiciera hoy columnas literarias. Prada insiste en la perversión que los «eunucos literarios» han hecho del adjetivo «barroco». Y en otras perversiones, claro, de la camarilla escribiente…
Juan Manuel de Prada. Foto: Victoria Iglesias

—La Literatura, así en mayúsculas, ¿nos salva de algo?

—A mí la Literatura sí me ha salvado. Me ha salvado de mis demonios, porque escribiendo puedes expulsarlos. Vamos a ver… quien vive la Literatura de una manera muy apasionada y muy vocacional, como la he vivido yo, tiene una relación con la escritura muy tormentosa. Pasa por altibajos. Ha habido épocas en las que he pensado que dejaba de escribir y que tiraba la toalla. Hay otras épocas, por el contrario, en las que estás lleno de pasión y de amor hacia tu trabajo. No te voy a decir que la Literatura nos hace mejores ni peores, pero sí, para mí mi dedicación a la Literatura ha sido algo salvífico.

Yo creo que por mi temperamento—un tanto turbulento y a veces taciturno—, por mi tendencia a la autodestrucción, si no hubiese tenido a la Literatura hubiese acabado mal. La literatura me ha dado una disciplina, una ilusión, sin las que hubiese acabado muy mal.

—¿En qué sentido?

"La precariedad del Periodismo hace que sea muy difícil la supervivencia del columnismo literario."

—La disciplina de la escritura te vertebra la vida. Es aquello que se decía: «ningún día sin una línea»… pues en mi caso ha sido «ni un día sin una página». El día que no tienes que escribir un artículo tienes un libro entre manos. Y eso, todo eso, vertebra tu vida. Piensa que la disciplina es uno de los asuntos más importantes para un escritor y a la que menos importancia se le presta, porque se tiende a pensar que es un aspecto demasiado artesanal del oficio de escritor. Y en realidad el oficio de escritor es sobre todo eso: artesanía.

Muchas veces el escritor tiende a la disipación, tiende al caos vital, y esto a mi modo de ver es matador para una vocación literaria. Creo que es necesario que un escritor vertebre su vida dedicando todos los días unas horas a su trabajo, que es sentarse en el escritorio y estar jugando con las palabras.

—¿Qué receta hay frente al fracaso?

—Te diría que he conocido a muchos escritores dotados que por falta de disciplina o de constancia rutinaria del oficio se han malogrado. Siempre que un joven escritor me pide consejo –confieso que mis consejos suelen ser pedestres o poco sublimes– mis sugerencias aluden a cuestiones de rutinas o de supervivencia material, pura y dura. Y uno de los consejos que siempre doy es éste: la disciplina es muy importante…

Es verdad que la tentación del desaliento, del abandono, es muy fuerte. Y ahí sí que doy un consejo que no he seguido, y es que recomiendo al joven escritor que busque una seguridad material a través de un oficio que no sea la estricta vocación literaria. Más en los momentos difíciles, en los momentos de fracaso, que —no nos engañemos— salvo casos específicos son los más habituales y cada vez más. Pues en ese momento, digo, la disciplina a la hora de la escritura salva de la desesperación, de la ruina, de la rabia. Es una manera de desaguar tus energías y de enfocarlas al mismo tiempo a tu trabajo.

Juan Manuel de Prada. Fotos: Victoria Iglesias

—En sus últimas dos novelas, ha optado por la vía del humor aunque trate a una Santa o a los ‘últimos de Filipinas’…

—El humor está mal visto. El humor se considera un género ligero. Y propio de necios cuando es todo lo contrario. El humor es el género más grave y más inteligente que hay. Pero es que en España el humor siempre ha sido mal visto. Y la prueba máxima la tenemos en Cervantes, el gran humorista español cuya obra no fue reconocida por sus contemporáneos más allá de como una obra de divertimento. Pero nunca fue vista como una obra de gran seriedad… y tuvieron que pasar dos siglos para que empezase a ser vista como tal. Porque el español tiene esa gravedad un poco presuntuosa y un poco solemne, propia del ‘hombre de honor’ que quiere que todo se vea bajo el prisma de la seriedad académica, lo cual es una cosa grotesca. Grotesca porque normalmente el español medio suele ser hombre de poca enjundia y de poco fundamento. Pero aquí la falta de fundamento la suplimos con fatuidad, con un engreimiento muy español. Porque en líneas generales el humor no es comprendido.

"La primera virtud del crítico literario tiene que ser la de las lecturas. No puede haber un buen crítico literario que no haya leído a los grandes maestros."

Fíjate que con mi anterior novela El castillo de diamante, que era fundamentalmente una novela humorística con componentes dramáticos, sólo una persona destacó este aspecto. Porque la gente no conecta, porque ocurre un fenómeno dramático que no sé si tiene que ver con la cada vez menor familiaridad de la gente con la Literatura. Y este fenómeno es que a la gente cada vez le cuesta más captar el tono irónico, salvo que lo ‘irónico’ sea muy estrepitoso o muy evidente.En El castillo de diamante hay más humor que en ésta.El castillo de diamante era una tragicomedia, una tragedia dramática… Creo que esto tiene mucho que ver con que uno ya se contempla a sí mismo con cierto sarcasmo, uno ya aprende a ver lo fútiles que son las vanidades literarias; lo vanos que son los sueños de juventud. Y en ese momento uno aprende a verse y a ver su oficio de una forma más realista. Y esto te puede llevar a la amargura, te puede llevar al despecho o.. por el contrario, te puede llevar a explotar más la veta humorística, que es lo que he procurado hacer con Mirlo blanco, cisne negro. Pues siendo una novela con elementos trágicos y desgarradores, está todo el rato, efectivamente, veteada de humor. Fundamentalmente, el humor tiene que ver con hacerse viejo.

—¿Qué nuevas hay en el «mundillo literario»? 

—El mundo literario poco a poco se va extinguiendo como es natural. La tecnología, bajo una máscara de mayor conexión, nos ha ido aislando. Y el escritor ha sido una de las presas predilectas de esta tendencia. El mundo literario ha perdido consistencia y espesor: para bien o para mal, porque muchas veces lo que llamamos el «mundillo literario» no deja de ser una suerte de defensa colectiva frente a la intemperie de la vida. Hoy en día esa intemperie se combate en soledad, cosa que creo que es mala en términos generales, pero al mismo tiempo ha hecho que la vida literaria sea un poco menos miserable y malvada. En mi época asistí un poco a los estertores de esa época y de ese mundillo que nunca me gustó mucho. Tal vez porque yo era un chico de provincias que aterriza en Madrid, que tiene un éxito muy temprano, y eso hizo que el «mundillo literario» me recibiera con mucha animadversión. Y entonces huí bastante de él. Curiosamente yo conocí más el mundillo literario desde la distancia. Lo conocí más cuando venía a Madrid desde la parda Meseta, desde mi Zamora de origen. Venía a Madrid y me veía con escritores y demás. Pero cuando me instalé en Madrid dejé de hacer esa vida literaria; me fui poco a poco convirtiendo en un ermitaño urbano.

Juan Manuel de Prada. Foto: Victoria Iglesias

—Otra faceta suya, exitosa, es la del columnismo. Permita que le pregunte si Santa Teresa sería hoy buena articulista.

—Yo creo que Santa Teresa seguiría hablando de sus temas. Pues podría escribir un artículo sobre la polémica que se ha montado en torno a la Comunión de los divorciados o podría escribir un artículo sobre la depresión —que ella llamaba melancolía—. O podría escribir un artículo sobre lo que ahora se llama ‘inteligencia emocional’: la prudencia para desenvolverte en distintos ambientes y en diversas circunstancias. Volvería a escribir lo mismo que escribió entonces. Si Santa Teresa es un clásico es precisamente porque lo que escribió hace cinco siglos sigue siendo perfectamente válido hoy. Y ella además tenía esa gracia y ese pálpito de la escritora que tiene un oído muy fino para captar las expresiones del pueblo. Y como las captaba entonces, las captaría hoy.

—Hace unos años, cerca de aquí, usted casi me certificaba la defunción del columnismo. Y aquí estamos…

"Fundamentalmente, el humor tiene que ver con hacerse viejo."

—Gente de tu generación, o en torno a tu generación, está efectivamente tratando de rescatar esa llama, y de forma muy meritoria. Vamos a ver lo que sucede. Creo que, como decía Gramsci, «en las épocas de crisis los signos mórbidos se multiplican», y todavía no sabemos cómo va a ser lo nuevo. Estamos viviendo una época de atropello hacia el Periodismo Literario porque desgraciadamente la fragilidad económica de los medios de comunicación está haciendo que haya una presión política y sistémica sobre los medios. De tal modo que se les obliga (a los medios) al puro comentario de actualidad o de análisis político.

—Asistimos a una perversión, parece…

—Y esto a mí me parece dramático y lamentable porque el Periodismo Literario es un gran género. Un gran género español, además. Específicamente español porque este tipo de artículo, o si quieres de crónica, o incluso de entrevista, no se ha dado en otros países donde hay una tradición periodística extraordinaria; pero no con el enfoque y la visión del Periodismo Literario español.

—Pero lo veo más optimista.

—Hoy soy un poco más optimista, porque es verdad que hay una nueva generación que reivindica el «Periodismo Literario»; del mismo modo en que en mi generación o en la anterior a la mía no había muchos signos de esperanza, creo que en la tuya sí los hay. Pero vamos a ver qué pasa con esa lucha; vamos a ver si los medios sucumben a las presiones… Porque hay una figura que conspira contra el columnismo, y es la figura del tertuliano. El tertuliano impone un estilo de comentario de actualidad que se traslada al periódico, lamentablemente: así la «morrallona» que sueltan en la TV luego la sueltan en su artículo del día siguiente. Es más, el articulista que alcanza celebridad por su estilo literario, es también «llamado» por los programas de tertulia, con lo que se depaupera el oficio. La precariedad del Periodismo hace que sea muy difícil la supervivencia del columnismo literario, pero, como todas las cosas que son muy propias del temperamento español, o el columnismo muere —moriríamos una parte de nosotros mismos—, o sobrevive. Aunque no será una supervivencia fácil por las dificultades por las que atraviesa el medio periodístico.

—Dicen que hay un Prada novelista y un Prada articulista.

—Quien dice eso no me ha leído ni como articulista, por lo cual no sabe ni lo que entiendo por articulismo ni en qué términos lo defiendo. A ese lector hay que despreciarlo porque es un fanático. Las personas que leen o dejan de leer a un escritor por razones «facciosas», digámoslo así; por razones de facción, son gente despreciable con la que no hay que contar.

"Umbral crecerá en la memoria."

En realidad los lectores, los pocos que van quedando, no guían sus lecturas por las inclinaciones ideológicas o religiosas del autor. Es verdad que vivimos en una sociedad muy ruidosa y muy estrepitosamente ideologizada, en donde todo se ideologiza.. Pero sospecho que toda esa gente es la gente que no lee. Yo aprecio tener un público muy fiel, y en ese público —en lo poco que lo he conocido— hay gente de todo tipo de pensamientos. Aunque todas ellas suelen ser personas cuya ideología no les nubla el entendimiento.

—Ha confesado que su última novela puede entenderse como una reconciliación con Umbral. Abundo. ¿Con qué hay que quedarse de Umbral?

—Yo creo que de los grandes escritores, como del marrano, se aprovecha todo. Y en este sentido Umbral era un gran escritor, un grandísimo escritor. Y lo digo sin hipérbole: quizá haya sido el mejor escritor de la segunda mitad del siglo XX. Entonces Umbral, como todo escritor grafómano, o desaforado, pues creo que escribió muchas cosas malas; muchos artículos mediocres, muchos libros de ocasión… Pero pienso que hasta en el peor artículo de Umbral y en el peor libro de Umbral encontramos páginas o frases brillantes y conmovedoras.

Juan Manuel de Prada. Foto: Victoria Iglesias

—Umbral y el tópico por siempre…

—El lector apresurado tiene el topicazo de la gran obra de Umbral: Mortal y Rosa. Pero Umbral tiene otras grandes obras. Y tiene obras fallidas, puramente ocasionales, que no dan la talla del gran escritor que fue, pero que sí que nos permiten ver esos fogonazos, esas intermitencias del genio literario. Creo que ahora Umbral, una vez muerto, tiene una ventaja: y es que quien acude a él no está perturbado por el personaje que a algunos les caía tan mal. Yo creo que Umbral crecerá. Que crecerá en la memoria de las generaciones que vengan. Y lo creo honestamente.

—¿Qué se arregla antes, España o la Cultura?

—Quizá una manera de arreglar España sea desde la Cultura. Quizá Cultura sea una palabra muy pretenciosa, pero sí que habría que recuperar una de las cualidades más nobles del español a lo largo de los tiempos: aquella cierta curiosidad hacia el trabajo del artista, del creador. Ésa sería una buena vía de recuperar España

En momentos difíciles de la Historia de España surgieron escritores que daban razón de lo que estaba sucediendo, y pienso muy específicamente en la Generación del 98. Qué necesaria sería otra Generación del 98 en nuestro presente. Pienso en Unamuno, un escritor que no se casa con nadie, un escritor que denuncia todas las lacras y todos los vicios de la vida social, política, cultural, religiosa…

—Unamuno dijo que España se salvaría ella sola…

—Unamuno era un iluminado por Dios, y espero que tenga razón en eso de que España se salvaría.

—¿En qué momento el adjetivo ‘barroco’ pasa a ser peyorativo?

—No sé a partir de qué momento. Pero ahora se utiliza así, abiertamente. Es decir, «barroco» es hoy un adjetivo peyorativo que a mí desgraciadamente siempre me cuelgan. Que a quién beneficia el uso descalificativo de ‘barroco… pues lógicamente a los escritores que no son barrocos. Dentro de los escritores que ‘no son barrocos’ hay mucha maula; hay muchos escritores que disimulan las carencias expresivas con un lenguaje presuntamente seco, conciso, abrupto… que en realidad es incapacidad para tratar con el idioma. Porque hay gente que del mismo modo que no liga con chicas, no liga con el idioma. Y a ésos que antes les tocaba joderse, ahora se amparan en denunciar el «barroquismo», y así ocultan su impotencia. De modo que obviamente esto beneficia a muchos «eunucos literarios».

—A pesar de todo, dígame tres virtudes del crítico literario

—La primera virtud del crítico literario tiene que ser la de las lecturas. No puede haber un buen crítico literario que no haya leído a los grandes maestros. No se puede empezar a hacer crítica literaria con cuatro lecturas de tus contemporáneos. El crítico tiene que haber leído a los grandes maestros grecolatinos, a los grandes maestros de nuestra literatura… y poder confrontar las lecturas de los autores de hoy con esos maestros.

"Hay gente que no liga con chicas del mismo modo que hay gente que no liga con el idioma"

La segunda virtud es que el crítico debe ser una persona con capacidad para entender estilos y corrientes estéticas diversas. Un crítico no puede ser un tipo al que sólo le guste la literatura barroca o al que sólo le guste la literatura clásica. El crítico tiene que tener una capacidad ecuménica; el ‘ecumenismo lector’ para entender aquellas corrientes estéticas que no son de tu preferencia y así poder enjuiciar con aplomo y ecuanimidad.

Y por último, el crítico debe tener capacidad de contagio. El crítico debe saber transmitir el entusiasmo; que sepa llevar a cabo aquello que decía D´Annunzio de que la «crítica debe ser el arte de enseñar a disfrutar del Arte».

El crítico tiene que tener ese don para hacer llegar a sus lectores ese júbilo que nos da la buena Literatura.

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