πόλλ’ οἶδ’ ἀλώπηξ, ἐχῖνος δ’ἓν μέγα
Los que profesamos el paganismo no nos limitamos a venerar a los grandes dioses que habitan las mansiones de cristal del Olimpo. Tenemos también algo parecido a eso que las absurdas religiones monoteístas llaman santos. En nuestro caso, claro está, son los héroes. Un héroe es alguien famoso por sus hazañas –nada de milagros u otras extravagancias- y por su relevancia para la comunidad que, agradecida, le solía dedicar un espacio de culto; una especie de ermita que en el mundo antiguo era conocida como heroon.
El objeto de este viaje es, precisamente, ir a entonar un peán al heroon de Arquíloco, en su isla natal de Paros.
Cómo llegar
La isla de Paros está en medio de las Cícladas, aunque un tanto oculta: físicamente, por Naxos, más grande y poblada; mediáticamente, por Mikonos y Delos. No es lugar de paso ni parece convocar mucho visitante extranjero; quizá por lo discreto de las infraestructuras. El aeropuerto lleva menos de un año en funcionamiento y la oferta hotelera es sin duda modesta en comparación con tantos otros lugares de las costas griegas. Entre que las playas no destacan por atractivas y que, como dicen los propios lugareños, el agua allí siempre está fría, la patria de Arquíloco garantiza al viajero tranquilidad y un buen pasar sin muchos turistas en cualquier época del año.
Se puede llegar a Paros, como ya se ha comentado, por avión. Pero siempre será mejor la plácida travesía en ferry, con tiempo para disfrutar del mar color de vino y el premio añadido de poder divisar en la distancia, a poco de salir de El Pireo, el templo de Sunion.
Tras las huellas de Arquíloco
Arquíloco es un personaje del siglo VII antes de Cristo. Como con la distancia temporal parecen amontonarse las referencias, importa hacer el esfuerzo de situarlo en su época; nada menos que doscientos años anterior a la luminosa Atenas de Sócrates y Pericles. Vivió nuestro poeta en el periodo de las grandes colonizaciones, cuando el ideal aristocrático de los héroes de Homero iba perdiendo vigencia. Creador del yambo, se le considera el primer literato europeo que hizo de las experiencias y sentimientos personales el tema principal de sus poemas. Precursor de la poesía íntima e individualista que empezaba a desplazar a la épica, pone en primer plano su propio yo, expresando con crudeza y sin recato las pasiones que lo agitaban. En un mundo inseguro, era una personalidad extremada y contradictoria: a veces puede llegar a ser tierno, resignado y hasta piadoso, si bien lo que ha perdurado es su lado violento e incontenible.
Miembro relevante de su comunidad a pesar de ser bastardo, se ganaba la vida como soldado mercenario. Su padre, Telesicles (la madre, al parecer, era una esclava de nombre Enipó) pertenecía a la aristocracia de Paros y fue el encargado de dirigir la fundación de una colonia en otra isla, Thasos, donde Arquíloco pasó varios años combatiendo contra los tracios.
Desde siempre fue un personaje legendario. Tras su muerte en acción de guerra defendiendo Paros contra la cercana Naxos, erigieron en su honor un templo, el Archilocheion –meta de este viaje literario- donde una larga inscripción, a modo de cuento popular, narraba su vida. Plutarco contribuyó mucho a su fama y a la difusión de las historias fantásticas cuyo protagonismo se le atribuye. Veamos algunas:
- yendo al mercado cuando era niño, las musas le salieron al paso y le invistieron de poeta cambiándole la vaca que llevaba por una lira.
- enamorado de la joven Neóbula, al padre de ésta, Licambes, no le pareció un partido adecuado y le negó la mano (según Critias, por ser Arquíloco hijo de una tracia). El poeta respondió con versos tan extremadamente ofensivos que Licambes, abrumado por la vergüenza, acabó suicidándose. (cumpliendo, otros tiempos y otras armas, el deseo machadiano: si mi pluma valiera tu pistola…).
- Apolo dijo a Calondas, el naxio que acabó con su vida en batalla, “has matado al ruiseñor de las Musas”, y le obligó a ir a purificarse al oráculo de Delfos.
- una tradición señala que sobre su tumba revoloteaban continuamente avispas
Lo poco que, con ciertos visos de verosimilitud, sabemos de la vida de Arquíloco se reduce a los fragmentos que se conservan de su obra y a un pasaje extraordinariamente revelador que Claudio Eliano pone en boca de Critias, (político ateniense, tío de Platón):
Si Arquíloco por sí mismo no hubiera extendido entre los griegos su reputación, no se sabría que era hijo de una esclava, Enipò, ni que dejó Paros a causa de su pobreza e indigencia para ir a Tasos, ni que, después de haber llegado a Tasos, se alejó él mismo de todos (…) Además, no hubiéramos sabido nunca que era un adúltero si no lo hubiera contado él, ni que era incontrolable, indecente, sensual o, lo peor de todo, que arrojó el escudo. Arquíloco no da buen testimonio de sí mismo dejando tras sí ese tipo de calumnias y rumores.
Claudio Eliano, Varia Historia, X.13.
Como puede verse, era todo un carácter este Arquíloco, y así fue considerado por la tradición clásica, que en algunos caso, le atizó con ganas…
No deseo cargar a mi musa con el veneno de la sátira mordaz; conozco, después de tantos años, cuál fue la suerte de Arquíloco, ese burlón que durante mucho tiempo se alimentó de calumnias y de odios
Píndaro, Pítica II
… que lo que es a Homero, se merecía que se le arrojase de los concursos y se le apalease, y Arquíloco lo mismo.
Heráclito (42 DK)
Los parios han honrado a Arquíloco aun siendo un blasfemo…
Aristóteles, Retórica
… y en otros veneraba su recuerdo, singularmente Horacio:
… cuidado, cuidado, puesto que, muy feroz con los malignos, alzo los cuernos presto, lo mismo que aquel yerno al que el infiel Licambes despreció…
Horacio, Epodo VI
Y también Nietzsche:
(…) la Antigüedad misma se ha encargado de dar una respuesta significativa grabando juntos sobre las gemas, piedras, pinturas, etc, a Homero y Arquíloco como los primeros antecedentes y luminarias de la poesía griega, en la convicción profunda de que únicamente estas dos naturalezas, igual y absolutamente originales, deben ser consideradas como la fuente de la tempestad de fuego que se esparció en seguida por todo el mundo griego. Homero, el viejo soñador perdido en sus ensoñaciones, el tipo del artista ingenuo, apolíneo, contempla con asombro el rostro apasionado del belicoso servidor de las musas, Arquíloco, que se lanza feroz y fogoso a través de la vida y la estética moderna (…). Y justamente este Arquíloco, al lado de Homero, nos espanta por el grito de su odio y de su menosprecio insultante, por las explosiones delirantes de sus pasiones; ¿no es el primer artista subjetivo, y por eso mismo el verdadero no-artista? Pero, ¿de dónde procede entonces la veneración que atestigua a este poeta, por sentencias memorables, precisamente el oráculo de Delfos (…)? Cuando Arquíloco, el primer lírico de los griegos, testimonió a las hijas de Licambes, a la vez su furioso amor y su menosprecio, no son sus pasiones arrebatadas (…) lo que contemplamos: vemos a Dioniso y a las ménades; vemos a Arquíloco sumergido en un profundo sueño: tal como lo describe Eurípides en Las Bacantes (…). Entonces, Apolo se adelanta hacia él y le toca con su laurel.
Friedrich Nietzsche. El origen de la tragedia, 5.
Efectivamente, sentimos que Arquíloco está tocado por la gracia de Apolo; y si bien es cierto que lo que originalmente nos llevó hasta él fue nuestra debilidad por Horacio —el cual le imitó pertinazmente en sus sátiras y epodos—, ahora somos arquiloquianos de estricta observancia. Por ello, para honrar su memoria, hemos viajado hasta Parikia, puerto y capital de Paros.
Paros
La impresión, al bajar del barco, es la que se corresponde con un sitio tranquilo, modesto, un punto impersonal. La ciudad apenas cubre cuatro cuadras de fondo desde la línea de costa. No podía faltar el promontorio con su correspondiente fortaleza veneciana; en este caso, un puzle verdaderamente pintoresco hecho a base de restos de mármol de templos pretéritos, colocados de la más donosa manera.
Mármol, claro, estamos en Paros, y de aquí salió la materia prima con la que se moldearon tantas celebérrimas esculturas de la antigüedad: una piedra blanca y luminosa, muy apreciada, distinta al mármol del monte Pentélico —el del Partenón— que con el tiempo y la bendición de Atenea adquiere una suave tonalidad dorada. Las canteras de la isla, varias veces milenarias, pueden ser visitadas, pero lo que el curioso viajero encontrará es poco más que un camino entre montañas –montañas de mármol- donde por todas partes, malamente dispersos y amontonados, se dejan ver restos de bloques y cortes en las laderas con señales de la mano del hombre.
Volvamos a nuestro poeta. Dos lugares nos convocan: el heroon, o más bien lo que queda de él, y el museo arqueológico local, donde se guardan los escasos restos del antiguo templo. Comenzaremos por este último, y tenemos que decir que se trata del museo menos fácil de encontrar que recordamos. El mapa nos ha señalado el camino, pero nos cuesta unas cuantas vueltas por la zona entender que hay que rodear un colegio para, en la parte de atrás, dar con el lugar.
Es un museo pequeño, de una planta, muy parecido a tantos otros que hemos conocido y que –pensamos- se debieron de abrir en Grecia en los años 60, o quizá 50; todos con mucho sabor local, todos dignos en su modestia, aguantando con decoro la penuria por falta de recursos a la que la codicia europea ha condenado al país.
La entrada es por un bonito patio que hace a la vez de atrio y de almacén de fragmentos sin clasificar. Ya dentro, se puede disfrutar de algunas piezas interesantes, pero nos concentraremos en los restos arquiloquianos, que son tres: un elegante capitel jónico del monumento más dos losas de mármol del friso del heroon. En una, un león ataca a un toro; en la otra, el poeta es representado medio reclinado en una especie de chaise longue –su lecho de muerte, según alguna cartela, pero sabemos que falleció menos plácidamente-, teniendo a mano sus atributos de guerrero y escritor.
Quizá porque es lo primero genuinamente relacionado con Arquíloco que hemos podido tocar, algo nos impele a convocar a su espíritu. Hemos traído la mejor, si no la única colección completa de sus versos: Líricos griegos. Elegiacos y yambógrafos arcaicos (siglos VII-V a.C.), edición de Francisco Rodríguez Adrados en la colección Alma Mater del CSIC, donde medio tomo lo ocupa nuestro héroe. Nos sentamos en el patio bajo el suave sol y abrimos el libro, que más parece de claves que de poesía, pues ocupan casi todas las hojas palabras sueltas o fragmentos cortos e inconexos. Tenemos marcados algunos, y el primero de ellos es el más antiguo ejemplo de lírica amorosa que se conserva:
Ójala me fuera dado tocar la mano de Neóbula
Neóbula, esperemos que hayas sido cariñosa, porque al pasar página nos encontramos con este aviso:
Una sola cosa sé, pero es la más importante de todas: responder con terrible venganza al que me maltrata
Arquíloco se presenta a sí mismo como soldado a la vez que poeta:
Soy un servidor del soberano Enialio (Ares) y conocedor del amable don de las Musas. De mi lanza depende el pan que como, de mi lanza el vino de Ismaro que apoyado en mi lanza bebo.
Pero va a la guerra porque no tiene otro oficio; pretende sobrevivir y se burla de los estereotipos heroicos:
No me gusta un general de elevada estatura ni con las piernas bien abiertas, ni uno orgulloso de sus rizos ni afeitado a la perfección: que el mío sea pequeño y patizambo, bien firme sobre sus pies y todo corazón
Siete enemigos han caído, que habíamos alcanzado a la carrera, ¡y somos mil sus matadores!
Los guerreros homéricos, pues, no son modelo para Arquíloco, ni va con él esa monserga militarista espartana de volver con el escudo o sobre el escudo, como sabemos por el famosísimo episodio ocurrido en la isla de Thasos, en un enfrentamiento con los tracios saianos:
Algún saiano se ufana con mi escudo, arma excelente que abandoné a pesar mío junto a un matorral. Pero salvé la vida. ¿Qué me importa aquel escudo? Váyase enhoramala: ya me procuraré otro que no sea peor.
Que seis siglos después, Horacio tuviera la oportunidad de hacer lo mismo en la batalla de Filipos, cuando militaba en el bando —equivocado— de Marco Antonio frente a Octavio, fue sin duda un guiño de los dioses.
Pensando de dónde podríamos sacar un escudo y en qué lugar nos gustaría abandonarlo, dejaremos la plácida calma del museo. Pero antes rebuscamos dos citas más, ambas muy significativas. La primera incluso puede ser fechada con exactitud: el eclipse de sol que tuvo lugar el 6 de abril del 647 a.C.
Nada puede ser sorprendente, imposible o milagroso, ahora que Zeus, padre de los Olímpicos ha hecho la noche del mediodía, ocultando la luz del sol brillante. Un miedo que debilita el ánimo sobrevino a la humanidad. Después de esto, los hombres pueden creer y esperar cualquier cosa.
También es parte de un epodo de Arquíloco la enigmática frase que tantas veces hemos visto copiada aquí y allá:
La zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una decisiva.
El heroon
Saliendo del museo, y tras volver a rodear el colegio, venimos a dar a la carretera de salida de Parikia. Tenemos convenientemente a mano el coche que hemos alquilado, y corresponde apuntar hacia el norte. Enseguida la vía se abre en dos ramales: a la derecha, va a Lefkes y Piso Livadi, en el centro y este de la isla, pero nos interesa el otro, el que lleva a Naousa. Siguiendo poco más de un kilómetro, a la izquierda, frente a una tienda de comida para mascotas distinguimos un campo despejado, con restos de muretes y alguna pequeña columna levantada. Hemos llegado.
No es un recinto cerrado, ni hay señas de que alguna instancia tome a su cargo una mínima protección o mantenimiento del lugar. La sensación de dejadez es infinita. Caído en el suelo, un cartel de madera deja malamente leer que ahí hubo tres iglesias bizantinas erigidas sobre una antigua basílica cristiana; la cual, a su vez, había reemplazado al heroon y aprovechado sus restos; entre otros, el capitel que vimos en el museo.
Así que caemos de hinojos y besamos el suelo. Luego abrazamos a los dos o tres retales de columnas que –queremos creer- un piadoso arqueólogo, largo tiempo ha, enderezó para dar algo de empaque al conjunto, Finalmente, nos acomodamos para la última lectura, que es sin duda especial y precisa de una introducción.
En 1974 se publicó un poema hasta entonces desconocido, descubierto en uno de los papiros que envolvían a una momia. Conocido como Epodo de Colonia, es un texto de singular importancia para la comprensión del personaje. Ya el primer editor del fragmento inauguró la línea de interpretación más cruda, llegando a calificar a Arquíloco de “grave psicópata”.
La escena cuenta con dos participantes: el poeta y quien por el contexto parece ser la hermana pequeña de Neóbula, una joven presumiblemente menor (παρθένος) que es seducida como venganza, con la circunstancia agravante ocurrir en un recinto sagrado.
“… Si estás ansioso y el deseo te apremia, en casa de mi padre vive una que grandemente ansía casarse, doncella hermosa y tierna, con una figura perfecta, hazla tu amiga”. Esto dijo y yo contesté: “Hija de Anfimedo, mujer buena y sabia a la que ahora cubre la sombría tierra, hay muchos placeres que la diosa da a los hombres jóvenes, además de consumar el acto: alguno de ellos bastará. Tranquilamente, tú y yo, con la ayuda de un dios, hemos de decidirlo. Haré lo que tú quieres, pues mucho me empuja el deseo, acudiré a la puerta bajo los muros. No te niegues, querida: iré a los jardines llenos de plantas. Debes saber esto: a Neóbula que la posea otro; ay, pues perdió la flor virginal y el encanto que una vez tuvo. No conoce la saciedad, no tiene medida ni gracia, por mí que se la lleven los demonios. Que los dioses no permitan que yo tenga trato con ella y llegue a ser la irrisión de mis vecinos: te prefiero a ti con mucho. Pues tú no eres infiel ni tienes doblez, mientras que ella es lujuriosa y se busca numerosos amantes”.
Así hablé, y tomando a la doncella la recosté entre las flores cubriéndola con un suave manto, con su cuello sobre mi brazo. Y mientras se estremecía de miedo cual cervatillo ante el lobo, puse suavemente mis manos en sus pechos y allí donde la piel dejaba ver el encanto de su juventud. Y abrazando su cuerpo bello, dejé fluir el blanco principio de la vida mientras acariciaba su rubia cabellera.
Levantamos la vista del libro y miramos alrededor. Entre las piedras sueltas, multitud de asfódelos, la flor del Hades, parecen montar guardia. No hay asfódelos, ni violetas, ni jacintos / ¿cómo hablar con los muertos? , cantaba Seferis. Aquí sí los hay. Arquíloco nos acompaña.
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