En junio de 1999, en el marco de la Operación Temple, la policía detuvo a Ana Garrido, considerada la lideresa absoluta del narcotráfico en España. Le cayeron treinta años de prisión por los 14.000 kilos de cocaína que le incautaron. El escritor y abogado Ulises Bértolo reconstruye la historia de esta delincuente en una novela con tintes de thriller.
En este making of, Ulises Bértolo explica cómo llegó a la mujer que ha inspirado La Dama del Norte (Planeta).
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Cierto día de noviembre de 2020, estoy disfrutando de una copa de vino cuando mi agente me pregunta por lo que estoy escribiendo. La verdad es que era algo catastrófico, muy a cuento de esta época en la que vivimos. Pero no le hablo de eso sino del proyecto de libro que tengo entre manos, inspirado en la vida de una mujer condenada por narcotráfico. «Tienes que conocerla, Ulises», me dijo el amigo que me habló de ella. «Su vida es tan fuerte que puede inspirarte una novela». Sonaba bien la cosa, pero no me convencía demasiado. «¿Y qué tienes que perder?», insistió. «Te vas a verla a Marbella y luego decides».
Mi primera impresión fue de sorpresa, la segunda de asombro, la tercera de curiosidad: nacida en un pueblo del norte, de estirpe minera y orígenes humildes. Iglesia, patria, orden. Una niña como otra cualquiera que nace en la España de los años sesenta y que termina condenada a 30 años de cárcel por formar parte de un cártel colombiano y dirigir el mayor alijo de coca jamás incautado en Europa. No es la amante de nadie, ni se vale de armas atribuidas tradicionalmente a las mujeres, como la seducción o la belleza, sino que prevalece en un negocio dominado por hombres a base de echarle bemoles. «Me gusta el dinero, Ulises, mucho y no me arrepiento de lo que hice. Y nunca delaté a nadie, no soy un sapo y tampoco nunca tuve instinto criminal», dice ella, haciendo sonar en la muñeca unas pulseras demasiado brillantes para ser de mentira. Y entonces me habló de lo que le ocurrió de pequeña, y de la mina en la que habían trabajado su padre y sus hermanos como si fuese un ser caprichoso dispuesto a cerrar las fauces sobre cualquiera. Tengo la sensación de que lleva toda la vida huyendo de ella misma. Intuyo desde muy al principio que ella también quiere ser narrada, que quiere, necesita y desea ser leída. Para seguir siendo.
Ya estaba visualizando una historia de superación, la de una mujer que emprende una carrera incesante para encontrar su lugar en el mundo. «¿En serio pasó eso con un carrito de la compra?», pregunté. «Sí, uno de esos carritos con tela a cuadros y dos ruedines», precisó ella. «Espera, no sigas, mejor saco la cámara de vídeo y lo grabamos», añadí, imaginando aquel retal de su vida como un capítulo titulado Ovarios. Sí, a través de la pantalla de la cámara la veía ya como el personaje que se paseaba por mi cabeza: en el centro de toda la pesada carga que arrastra, una luz, la del niño que crece en su vientre y que acaba por convertirse en la razón más poderosa para alcanzar la cima de su carrera. Un momento. No podía construir la historia desde ese único punto de vista, necesitaba una segunda voz, la del policía que siguió sus pasos en el curso de la operación Temple, en la que fue finalmente detenida. Necesitaba que ese binomio creciese ante mis ojos, que esas dos voces guiasen los pasos de los lectores, de lo que sabe y no sabe la protagonista sobre los policías que la escuchaban y observaban.
Un policía nacional me dijo de ella que habría sido tan buena vendiendo hortalizas como cocaína. No me pareció descabellado el comentario: las reglas del mercado deben de ser parecidas cualquiera que sea la mercancía. Me resistía a dejar en el tintero ese torbellino de emociones, y como vivo a cientos de kilómetros de distancia y se me acababa el tiempo de visita, le propuse el WhatsApp como medio de comunicación más eficaz para perfilar detalles: «¿Y qué sentiste al dejar a tu hijo? ¿Cómo llevaste lo de estar lejos de él? Háblame de nuevo de ese vacío que sentías en las entrañas». Mensajes y audios que van tejiendo durante un largo año los instantes.
Quiero que trascienda exactamente como me lo imagino, más allá de lo literal, también con esas cuestiones duales del bien y el mal y la posición que ella adopta ante una y otra. No quiero redactar, quiero abarcarlo todo, sujetarlo el tiempo necesario para transmutar la belleza en atrocidad y viceversa. Palabra a palabra. La infancia, el pueblo, el primer amor, esa mina que todo lo cubre con su imprevisible crudeza, que todo ello emerja con la impudicia de los recuerdos, incluso en el reflejo que le devuelve el espejo de la celda con el paso de los años. «La vida no llega», decía Pessoa. Cierto, pero en unos casos más que en otros. Pasado un año, la criatura ya tiene forma aunque falten todavía muchas cosas, entre ellas hacerme con el momento narrativo que abarca toda una vida, y madurar al mismo tiempo el carácter de los personajes.
Por marzo de 2022 le paso el manuscrito a mis editores. La primera lectura corre a mano de Raquel Gisbert: si no hay novela en las primeras 120 páginas es que no hay novela, dice con una sinceridad a prueba de bomba. Parece que supero la prueba, sospecho que gracias al enigmático personaje de Camile. Hay que hacer algunos ajustes, me dejo guiar por la analítica mirada de Leo Campos, que parece mejor amigo de todos los personajes que yo mismo. Leo me genera la necesidad de pulir el texto hasta que ninguna cosa chirríe. Un privilegio.
Ahora que La Dama del Norte llega a mis lectores, he vuelto a las andadas. O sea, a aquellos lares apocalípticamente sanadores, en tanto no me ponga con la nueva historia que ya se reivindica.
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Autor: Ulises Bértolo. Título: La Dama del Norte. Editorial: Planeta. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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