El 8 de marzo de 2014 durante un vuelo cotidiano de Kuala Lumpur a Pekín, un ultramoderno Boeing 777 se desconectó de todos los sistemas, dejó de responder a las llamadas de urgencia, se desvió dos veces de la ruta trazada y, después de horas vagando sin rumbo por una zona con profundidades de 4.000 metros y cordilleras submarinas escarpadas como acantilados, se quedó sin combustible y cayó al océano. Salvo algunos restos mínimos, encontrados años después en playas lejanas, ha desaparecido sin dejar rastro. Fue un acto intencionado y así ha sido reconocido por todas las autoridades. La discrepancia surge a la hora de determinar el autor. Los rusos, los estadounidenses, los extraterrestres, los iraníes y por supuesto el propio piloto son sospechosos. El análisis de esas teorías, como si de una trama de Agatha Christie se tratara, es la trama del documental MH370. El avión que desapareció que acaba de estrenar Netflix.
Netflix es consciente del interés del asunto, que combina el morbo de todo accidente aéreo y unas circunstancias que rozan lo paranormal, tan extrañas que permiten cualquier teoría delirante. El documental está dividido en tres capítulos, uno por cada hipótesis considerada válida. Tras plantear los hechos, dejando clara la inevitabilidad de la acción humana, escoge tres teorías entre todas las que existen: el suicidio del piloto, el secuestro ruso y el derribo por parte de los estadounidenses. El problema es que, salvo el suicidio del piloto, las opciones elegidas son tan estrambóticas como las que descarta —por ejemplo, la abducción extraterrestre— y que los supuestos expertos son tan caraduras como el resto de elucubradores. Nos encontramos ante un suicidio raro, sin duda, porque primero el piloto mata mediante despresurización a todos los pasajeros y después avanza solo, sin responder a señal alguna, protegido por su máscara especial, hacia su fin en los confines de la tierra, en lo más lejano del océano índico. La extrañeza se incrementa por la coincidencia con el derribo de Ucrania. Los creadores del documental se apoyan en la carambola para poner en duda el suicidio del piloto y primar la participación rusa. La teoría del secuestro a distancia ruso, que incluye un aterrizaje posterior en Kazajistán, es tan delirante que tal condición es reconocida incluso por su creador, un periodista en apariencia creíble llamado Jeff Wise. Sin embargo, el azar existe y ningún informe oficial ni el extraordinario artículo que la revista The Atlantic dedicó al tema han cuestionado la casualidad. Aunque parezca increíble, es posible que dos Boeing 777 de la misma compañía se estrellen en el mismo año, por acción humana, en dos puntos distintos del mundo sin que ambas tragedias estén conectadas. Otro de los motivos que el documental utiliza para refutar el suicidio es la bondad del capitán. Afirman, como prueba ineludible de su categoría humana, que publicaba tutoriales sobre reparaciones domésticas en YouTube. No era, por lo tanto, un enfermo mental reconocido, como el alemán que se lanzó contra las cumbres de los Alpes en aquel vuelo de German Wings. No tiene en cuenta que la gente no solo es rara. Además miente sin descanso. De poco sirve que el artículo de The Atlantic afirme que el piloto tenía problemas matrimoniales o una amante. Eso es tan normal como comer patatas fritas. No significa nada. El suicidio es la hipótesis más certera porque es la más simple —junto con el accidente, descalificado por los cambios de rumbo del avión, por la conexión y desconexión de las comunicaciones— y porque se han encontrado restos —escasos— considerados válidos. El mayor obstáculo a la autolisis es otro: el piloto no puede evitar la caída de las máscaras de respiración de los pasajeros y estos, durante los 15 minutos que dura el oxígeno, no enviaron ni un solo mensaje a tierra que alertara sobre su situación.
La hipótesis del derribo estadounidense para evitar la llegada de un cargamento secreto a China se ve lastrada por la necesidad de falsear los datos del radar, por la falta de detección de ese misil por sistemas militares, por la dificultad del falseamiento de los datos del satélite y, sobre todo, por la ausencia de restos. Un avión derribado por un misil se convierte en un puzzle con millones y millones de piezas. De hecho, gracias a la exploración del fondo marino se han hallado nuevas especies abisales, incluso barcos hundidos, pero ni un solo resto del avión. Sin embargo, esta teoría es defendida por una corresponsal del legendario Le Monde.
Nos encontramos, por tanto, ante una exhibición clara de los delirios de nuestro tiempo. Muestra el atrevimiento de las teorías de la conspiración y de quienes viven de ellas. En este caso, como en tantos, cuentan con el apoyo de los familiares de las víctimas, que aún ansían una supervivencia imposible, abrumados por no poder enterrar a los suyos. El colmo ocurre cuando aparece una especie de Indiana Jones australiano, que, con increíble suerte y destreza, halla nuevos restos del avión en la primera playa de Madagascar en la que aterriza.
MH370. El avión que desapareció no alcanza ninguna conclusión. Es, por lo tanto, un whodunit que cierra en falso, pero en la memoria del espectador queda el avión, con todos sus pasajeros muertos o desmayados, viajando hasta una zona abismal del Océano Índico durante horas para hundirse en sus aguas.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: