Dicen que la política genera extraños compañeros de cama. Y que dedicarse a ella exige comerse cada día un sapo (habilidad que no está al alcance de cualquiera). No sé si será cierto, pero sí que la verdad está sobrevalorada: de hecho, carece de interés. Eso no significa que carezca totalmente de él: muchas verdades tienen interés (al margen de que sean ciertas). La verdad que puedan contener, en todo caso, no tiene que ver.
Los señores de la prensa, que vienen enfrentándose al problema desde hace mucho, emitieron sanción hace mucho.
Es interesante lo que tiene interés.
Punto.
Ellos saben de qué hablan, y les basta un golpe de vista para identificar “lo que tiene interés”, pero los que no somos periodistas nos perdemos.
¿A qué se refieren los caballeros de la prensa cuando aseguran que sólo es interesante lo que tiene interés? Pues al “enfoque”: todo se reduce, en realidad, al punto de vista.
Al narrador. El narrador es un fulano que, más que de narrativas, entiende de públicos.
Cada vez que me vienen estos enredos a la cabeza acabo preguntándome si el Cid tiene de verdad interés o si son, en realidad, los relatos sobre su persona, algunos extraordinariamente elaborados. La respuesta es que son, en efecto, los relatos: los relatos han ido manteniendo de manera sostenida el interés sobre ese asunto y esa “persona” (a estas alturas, más “personaje” ya que otra cosa) siglo a siglo a través del tiempo. No por nada ha sido comprobado por la ciencia (y acreditado por la experiencia) que todo aquello con algún interés literario se convierte al final en verdadero. O sea, en histórico.
En román paladino: sólo es verdad lo que tiene interés. Dicho de otro modo, la verdad literaria impone la verdad histórica. Y ya pueden decir misa cantada los señores historiadores. ¿Por qué, si no, andan ahora todos a la caza de “El Relato”? O, más exactamente, a la caza de un relato verdadero. Pues por eso. Lo que pasa es que se equivocan: no es lo mismo un relato verdadero que un verdadero relato. Arquímedes, el viejo sabio de Siracusa, podría decir hoy “dadme un relato, un verdadero relato, y moveré el mundo”. O dadme, mejor, un “argumento”, que es el punto de apoyo de cualquier relato, y ya tejeré yo uno que valga la pena.
Me río yo de la palanca.
Adolf Hitler, por ejemplo, encontró suelto por ahí un argumento perdido y, sin necesidad de armar un gran relato, montó una zapatiesta. Y no te digo Saulo de Tarso, o quien fuese el que tuvo la idea genial de que el crucificado no se había muerto. Eso sí que es un argumento, un punto de apoyo y una idea (y lo demás, bullshit).
Un verdadero relato lleva muy lejos, ya dicen que la fe mueve montañas. Lo malo es que a veces de verdad hay que moverlas, y a ver quién es el guapo entonces que lo hace sin fe. Para eso no vale el simple relato de una verdad. O sea, un relato verdadero.
Lo que hace falta es un verdadero relato.
Para eso hace falta un relato de toma pan y moja, un relato con chicha, con mordiente y percebes en el sobaco. Mira a Churchill, nuestro histórico primer ministro, tan de actualidad a raíz de una película. Algunos días me pregunto qué hubiera sido del puñetero Brexit (que Dios confunda) sin esa película, excelente por otra parte, y sin esa verdadera historia, que no necesariamente historia verdadera, aunque sí una gran historia de sangre, sudor y lágrimas, hermosa y sugestiva aún hoy, mucho más que la simpleza que armó su antagonista, Adolfo, una burrada impropia de una persona, de un caballero y de un verdadero estadista.
Y no digamos ya de un novelista.
Yo creo que si Churchill acabó ganando la guerra no fue por los spitfires. Fue por el relato. “We shall fight on the beaches, we shall fight on the landing grounds, we shall fight in the fields and in the street. We shall fight in the hills and we shall never surrender…”. Contra lo que opinan algunos, el Nobel de literatura de Churchill no fue ningún regalo.
Sir Winston Churchill se lo ganó a pulso.
La verdad os hará libres. Por eso es para unos pocos.
¡Manda huevos! El relato, la verdad, los zapatiestos, Churcill, Hitler, cine, literatura… vaya empanada mental… o no. El relato es una palabra que, hasta hace unos años, tenía un significado distinto. Hoy no. Hoy es sinónimo de mentira, falsedad, posverdad posmoderna. Hay especialistas en zapatiestos; el rey de todos ellos, Zapatero Zapatiesto. Después de sembrar el país de zapatiestos, lleva años intentándolo en Sudamérica, con relatos a medida y muy maduros. Relatos, eslóganes, coñaliciones de desgobierno, esta sociedad se está convirtiendo en una coña marinera, con perdón de la coña y de la marinería. Coña y recoña, como decía mi abuela, en la que no queda en pie ni el desgobierno, ni la animalidad, ni los filetes de vaca, ni el sexo, ni el seso, ni los alquileres, ni las durectoras de la Guardia Civil, ni los árbitros, ni las testas coronadas, ni los burdeles para parlamentarios. ¡Manda huevos!
Aquí viene muy bien el aforismo de Gómez Dávila: «Pasar de moda es mortal para el error». E indiferente para la verdad, podría añadirse.
Es al contrario de lo que creo que dice Bowman. No importa el relato, sino quién lo recibe. En realidad, no hay verdad posible sin inteligencia. Por eso, la finalidad de las reformas educativas de la memocracia es hacer tontos a los hombres del futuro.
sin duda don Winston tenía un manejo del lenguaje que se lo desearía cualquiera. Y en los Comunes lo temían justamente por eso, por la agudeza de su lengua y de su pluma. Y claro, cuando le dieron el pie, se lo tomó y se armó algunos de los mejores discursos de la lengua inglesa. Me viene a la cabeza … y si hemos d eser derrotados, que sea cuando el último de nosotros se ahogue en su propia sangre… rodeado de cadáveres alemanes. Manda huevo!