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Desde el ojo del huracán, de Marina Sanmartín

Desde el ojo del huracán, de Marina Sanmartín

En Desde el ojo del huracán, cuyo subtítulo es Una historia íntima de las librerías, Marina Sanmartín describe una odisea que se dibuja en tres círculos concéntricos: la trayectoria vital de una lectora apasionada, las librerías en la actualidad como espacios de resistencia y cuidado, y finalmente la historia universal de estas últimas. Una prueba flagrante de la indestructibilidad del libro como objeto y de la narración como tabla salvavidas.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Desde el ojo del huracán (Ariel), de Marina Sanmartín.

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¿Cómo se empieza a contar una historia que todavía no ha terminado? O mejor: ¿cuál es el sentido de una narración infinita? ¿Hacia dónde se dirige? O mejor todavía: ¿no es una historia para siempre inconclusa el lugar al que pertenecemos, un relato del que solo nos está permitido comprender una parte, aquella en la que participamos, la única y brevísima sobre la que tenemos el privilegio de decidir?

El 14 de marzo de 2020, 48 horas después de que la alerta sanitaria nos obligara a cerrar la librería y de que el temor por su supervivencia se instalara en los estómagos de todo el equipo como una larva, era sábado y, al llegar a mi minúscula buhardilla en el barrio de las Letras de Madrid, me formulé todas estas preguntas. A las 00.00 del día 15, el mundo iba a sumergirse en un confinamiento severo, amenazado por la covid-19. La noticia se había difundido por todos los medios y redes un par de días antes, confirmando una alarma silenciosa que llevaba ya meses extendiéndose por el mundo lentamente, como un magma denso y torpe pero implacable: nos enfrentábamos a un escenario de pandemia para el que el sistema, con sus endebles recursos, no estaba preparado. Recuerdo que era sábado —ya lo he dicho— y un sol frío me acompañó en mi recorrido desde la casa de mi amiga la editora y exlibrera Cristina Franco, en Malasaña, al barrio de las Letras. Esa misma mañana, muy temprano, tras despedirme de mi familia me había subido a un AVE en Valencia para regresar a Madrid y comer con Cristina pimientos rellenos antes de recluirme definitivamente. El vagón estaba vacío y el silencio del tren parecía de alambre, imantado por una tensión metálica y amarga, por el miedo. Sin embargo, el sol era el mismo de todas las mañanas de marzo y, ajeno por completo al peligro, se colaba por la ventanilla y dibujaba pequeñas motas de luz en el asiento sin ocupar que estaba junto al mío. Pensé y anoté en mi cuaderno: «El sol brilla también allí donde los seres vivos han desaparecido».

Pero esta no es una historia sobre la pandemia (aunque, quizás, a su manera, también lo sea un poco); esta es una historia sobre librerías, libros, libreras y libreros, y también, por encima de todo, sobre la gente que, en el siglo XXI, elige de entre todas las opciones de ocio y enriquecimiento espiritual posibles ya no solo leer, sino, además, dedicar parte de su tiempo a sumergirse en los espacios reales e imaginarios de las librerías independientes, de las librerías de barrio como la nuestra.

¿Cómo se empieza a contar una historia? ¿Cómo se empieza a contar esta historia?

Es al llegar a semejante encrucijada cuando me vino a la cabeza Michael Ende, y su recuerdo me despertó una sonrisa: él me habría entendido muy bien. No se sorprendería ante mi duda e intuyo que quienes hayáis leído La historia interminable tampoco lo haríais, porque Michael conocía el secreto, la magia que, como una corriente eléctrica, recorre la percepción y el sueño de todos los que amamos los libros. Michael sabía mejor que nadie que no existe el concepto de historia única, porque todo relato, todo camino recorrido por el héroe es la suma de una miríada de retales de otros héroes y otros caminos, de la misma manera en que nuestras vidas son la parte y el todo, el relato secundario y el protagonista. Leer bien es aceptar que no existe ninguna certeza y, aun así, aventurarse en un sinfín de viajes emocionantes; y a eso era a lo que, detenida en el punto de fuga en el que repentinamente se había convertido aquel 14 de marzo, comprendí que había dedicado yo la mayor parte de mi vida: a leer y escribir historias, y a conversar con los demás sobre las que ellos habían leído y habían inventado otros, las que estaban atrapadas en las novelas, los ensayos y los álbumes infantiles que ofrecíamos en la librería.

Paremos un momento: ahora me doy cuenta de que la menciono con ligereza dando por supuesto que habéis estado allí. Y puede ser que no. Así que os la describiré un poco, para que os trasladéis conmigo a uno de los rincones que más quiero y, sin duda, en el que más tiempo paso, nuestra preciosa librería situada en la calle donde una vez estuvo el legendario Palentino y sobrevive el bar Dos Passos, el mismo rincón de Malasaña, epicentro de la movida, en el que se encontraba el hostal donde se hospedaba, hace ya más de veinte años, cuando llegué a Madrid, uno de los primeros chicos a los que besé.

Dejad que os hable de 185 metros cuadrados que para mí son un mundo entero, dividido en un pequeño altillo y una oficina en la que tenemos un camastro para dormir la siesta; un sótano con cuatro misteriosas cavas, cuyo propósito original hemos sido incapaces de descifrar y que utilizamos para las exposiciones y la segunda mano; y una planta principal de techos altísimos, de los que Ale decidió colgar, con la ayuda de Chris, dos lámparas de papel que recuerdan a las páginas de los libros. Se trata de un lugar mágico, ubicado en un edificio que terminó de construirse en 1862, y cuenta con un gran escaparate a la calle en el que la arquitecta Ana Cubas, la primera Noche de los Libros que la librería fue nuestra, dibujó un conjunto de gráficos y siluetas con el lema «El libro como medida de todas las cosas». Las ilustraciones son tan curiosas que las hemos mantenido. Reflejan las distancias calculadas en «Quijotes»: lo que mide la calle, lo que medimos nosotros, Alessandra, Christopher, Raquel, María y yo; los «Quijotes» que nos separan de nuestras librerías favoritas del mundo y los «Quijotes» que, en vertical, igualan la altura de algunos de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Quien se detiene asombrado ante el trabajo de Ana, minuciosamente detallado con rotulador blanco sobre el cristal, por lo general termina entrando en la tienda para felicitarnos por la iniciativa y, al hacerlo, descubre las tres mesas de novedades y las altas estanterías de madera clara, cuajadas de libros, tras las que se esconden las paredes del local: novela, relato, teatro, cómic y literatura ilustrada, poesía, humanidades y lecturas infantiles; alrededor de 10.000 ejemplares y 8.000 títulos —cantidades que coinciden con las que la estadística asigna a una librería de tamaño medio—, sobre los que se construye nuestro valioso universo… aunque no debería escribir «nuestro», porque toda librería es un ser vivo y somos nosotros quienes le pertenecemos, quienes la habitamos durante ese lapso de tiempo fugaz en el que mantenerla con vida se convierte en nuestra misión más importante.

Las librerías independientes son una especie en peligro de extinción y quizás esta sea también la historia del largo viaje hasta el instante en que nos dimos cuenta de que debíamos protegerlas.

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Autor: Marina Sanmartín. Título: Desde el ojo del huracán. Editorial: Ariel. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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